1 | Una noche sin estrellas
Esmirna, Turquía.
3 de septiembre, 2018.
23:11 p.m.
Amaba salir cada noche, aunque fuese solo un breve momento, a contemplar la luna. Esa esfera plateada me traía una calma inexplicable de solo mirarla, era como sentir la paz recorrer hasta la más pequeña fibra de mi piel. Y es que resplandecía entre la inmensa penumbra casi diciendo nada me puede opacar.
Esa velada la oscuridad había cubierto completamente el cielo sin estrellas de mi bella ciudad de Esmirna. Respiraba tranquila y profundamente la suave brisa que acariciaba mi rostro con las manos apoyadas encima de las barandas del balcón.
Suspiré y di la vuelta en dirección a mi cama, me disponía a dormir, ya estaba extendiendo las sábanas cuando escuché las voces de mis padres desde la planta alta. Mi madre repitió varias veces el nombre de mi padre, sin parar y con una desgarrante súplica.
—¡Kerem! ¡Kerem! —Hubo una pausa muy breve en la que se escuchó la estruendosa caída de un objeto de cristal—. ¡No! Deja eso, no lo hagas, te lo ruego. Ten piedad, por favor...
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo tras sus palabras arrastradas, quebradas, desesperadas. Parecía la voz de la desdicha personificada en mi madre.
Sus gritos me alarmaron, por lo que bajé las escaleras lo más rápido que me permitían los nervios. Ellos no eran de discutir, al menos ante mi presencia jamás lo habían hecho.
Mis pies descalzos acariciaban los últimos peldaños alfombrados cuando un sonido estridente invadió mis oídos. Recorrí con la mirada alertada y el corazón latiendo a mil todo el pasillo, para luego adentrarme en la sala, de donde provenían los, ahora, chillidos de mi padre. Sentí mis piernas flaquear y mi vista nublarse por las lágrimas, mis peores pesadillas se vieron realizadas en un escaso segundo. Casi pude observar las fortalezas de mi mundo yendo en picada, desplomándose sobre la nada.
—Adem, no cierres los ojos, responde, por favor... —Rogaba mi padre mientras una cascada cálida recorría sus mejillas enrojecidas y con ambas manos rodeaba la nuca de mi madre. Quien yacía tirada en el suelo con una bala incrustada en el pecho, un espeso charco carmesí la rodeaba y tras cada segundo se iba haciendo más grande.
—¡Por Alá! ¿Qué has hecho, padre? —exclamé horrorizada mientras veía como ella no reaccionaba e iba perdiendo color—. Madre, madre mía...
Acuclillada en el suelo tomé su pálido rostro entre mis manos, que al instante se cubrieron de sangre, de su sangre; en esas circunstancias no temía a manchar mi ropa o piel... Mi mayor miedo era perderla a ella y se estaba haciendo realidad.
En un espacio tan grande solo se escuchaba mis llantos retumbar en las paredes. Estaba temblando de miedo, sentía una presión tan fuerte en mi pecho que debí levantarme para poder respirar.
Cuando volteé, lo único que no esperaba ver, ya era una realidad ante mis ojos. El hombre que me había dado la vida, que me había enseñado a hablar, a caminar, en resumen: a ser yo misma... Él estaba apuntándome con la misma arma que hirió a mi amada madre. Su cuerpo tiritaba, quizá por el frío que traspasaba desde la ventana que yacía detrás, abierta de par de par; las lágrimas no dejaban de salir de sus cuencas que yacían más oscuras que la misma noche.
Cerré los ojos y me quedé inmóvil, incapaz de seguir viendo aquella escena. Intentaba imaginar que todo era una pesadilla, y de la nada despertaría y correría a abrazarlos agradeciendo su bienestar.
Pero no era así, mi piel erizada y cada latido que escuchaba bombear desde mi pecho, como un susurro, me lo decían.
Nunca entendí cómo ni de dónde saqué las fuerzas suficientes para hablar, pero de mi boca salieron un par de palabras que terminaron haciendo flaquear mis piernas y caí de rodillas al suelo:
—¿Me vas a matar, papá?
Él negó sin parpadear. Y por el más breve de los instantes creí tener una esperanza.
—Sila... —dijo mi nombre con el mismo cariño de siempre. Estaba tan desconcertada, no entendía su actitud, ¿él había perdido la razón?
Seguía viendo borroso a través de mis lágrimas, así que no me percaté de cuándo había caminado hacía mí. Ya estaba en cuclillas, cuando su mano helada hizo que levantara la cara y nuestros ojos, por última vez, se conectaran.
Mi padre me abrazó. Sentí el sudor de sus manos en mis brazos, la humedad de sus mejillas en mi cuello y cada fibra de su ser estremecerse mientras balbuceaba cosas que no entendía. El frío metal de la pistola me punzaba en la espalda y eso, me hacía incapaz de prestar atención a su voz.
—Espero algún día... —Me soltó suavemente y comenzó a retroceder sin dejar de verme—. Puedas perdonarme, Sila. Y nunca olvides cuánto te amé, mi niña...
Su mirada era la expresión más adolorida que jamás le había visto y algo que se grabaría eternamente en mi ser.
Contra todo pronóstico él apuntó el arma a su cabeza y antes de que pudiera salir alguna palabra de mi boca se disparó. El sonido del gatillo fue procedido por un grueso hilo carmesí que recorría su cara recostada encima del sofá.
La desesperación me ahogaba, grité con todas mis fuerzas, hasta que mis cuerdas vocales ardieron, incapaz de pronunciar ni un seco sollozo más. Cada bocanada de aire que llegaba a mis fosas nasales era un martirio, un lento y tortuoso martirio.
El panorama no podía ser más traumático, el tiempo pareció ralentizar allí mismo; conmigo arrodillada, envuelta en temores y dudas, con las manos ensangrentadas y una herida tan dolorosa en mi alma que solo podría haberla hecho el más filoso de los bisturí... Pero no había ningún bisturí, solo un corazón inmensamente roto.
Casi pude escuchar un crujir en mi tórax y miles de emociones se mezclaron en mi estómago provocando un agrio sabor en la boca, a la misma vez que un dolor punzante atenazaba mi propia alma desdichada.
Mis piernas, mis manos, todo mi cuerpo temblaban; y a pesar de ello, pude levantarme del suelo y llamar al número de emergencias en el intento de aferrarme a una última esperanza. Solo alcancé a tartamudear la ubicación entre balbuceos antes de que mi visión se volviera turbia y oscura.
✧✦✧
Abrí lentamente los ojos. El techo, las paredes, los muebles..., todo allí era blanco. Mi cabeza retumbaba de dolor y los recuerdos de la noche anterior golpearon mi memoria. Al verme en ese lugar tuve que descartar la idea de que todo había sido una horrorosa pesadilla.
La cortina del pequeño cuarto de la clínica se movió por la ventisca y dejó entrar fuertes rayos solares que impactaron en mi visión. Ya era de día, habían pasado horas desde...
—Señorita.
La voz de una mujer hizo que abriera nuevamente los ojos. Me estaba sacando el suero y luego, procedía a hacerme un breve chequeo.
«Quería creer que todo estaría bien. Ellos debían estar bien».
Me repetía esas palabras una y otra vez en la mente, intentando creérmelas.
—Mis... mis padres, ellos —hablé nerviosa y con la voz trémula.
—El médico no tarda, él te dará toda la información que necesites. Yo no estuve en la sala de emergencias —me respondió con una fugaz sonrisa que no llegó a iluminar sus ojos ámbar.
A los pocos minutos ingresó un hombre joven y delgado; portaba una larga bata de doctor y el entrecejo fruncido debido al cansancio. Le dedicó un extraño gesto a la enfermera, quien a continuación salió de la habitación.
—Merhaba (Hola) —saludó intentando elevar sus comisuras en una sonrisa que quedó estancada en una mueca bastante rara. Lo miré seria y expectante a una respuesta que callara mis dudas internas, aunque a la vez, presentía que nada iba a estar bien. O quizás, en el mejor de los casos, solo eran los temores apoderándose de mí nuevamente.
«Ojalá solo sea lo segundo. Ojalá solo sea lo segundo...»
Y en ese instante hubiera dado todo por volver al día antes de ayer en el habíamos vuelto del viaje y las cosas marchaban bien, en el que mi padre me abrazó con mucho cariño y mi madre hizo de cena mi comida favorita, para finalizar los tres mirando películas y dejando desparramadas por el sofá las palomitas azucaradas...
Intenté evadir esos recuerdos que, por alguna razón, me comenzaban a escocer lentamente.
—¿Usted atendió a mis padres? —Sentí mi pecho contraerse con vigor. Él asintió e hice un gesto para motivarlo a que siguiera hablando.
—Debes ser muy fuerte, niña. —Mi corazón se precipitó—. Tu madre llegó sin signos vitales y tu padre, debido al intenso impacto provocado por la bala sufrió daños irreversibles en su cerebro y una hemorragia, a la cual no sobrevivió. Lamento mucho tus perdidas.
Su voz sonaba muy calmada, pero yo sentía que me acababan de herir en lo más profundo de mi ser, el sufrimiento se asimilaba a miles de agujas clavadas de un sopetón, mis ojos se aguaron hasta nublarme la vista y hacer arder mis lagrimales. Él siguió con su explicación, sin embargo, ya no lo escuchaba. Aquellas palabras eran como eco en mi cabeza y sin poder controlarlo, las lágrimas caían.
—¡No! Dígame que no es cierto... —Rogué, más solo me observó con pena y en silencio—. ¡No puede ser! ¡No es cierto! ¡No lo es! —grité y salí corriendo de la habitación.
—Sígala, por favor no permita que pueda dañarse. —Pude escuchar como el médico le ordenó a una enferma que pasaba por el pasillo.
—Dígame en qué puedo ayudarla, jovencita —me dijo dulcemente la recepcionista de la clínica cuando mis manos se aferraron al escritorio en que atendía. Su mirada irradiaba lástima, seguro estaba enterada de mi caso.
—¿Dónde están mis padres?, ¿dónde? —Repetí desbordada en llanto.
—Ellos están en... la morgue —anunció dudosa la joven, como si no hubiera estado segura de decírmelo. Lo dijo sin siquiera preguntame sus nombres o revisar un archivo, confirmando así mi teoría anterior. Hasta yo sentía lástima de mí misma.
—¡No! ¡No! ¡Esto no me está pasando! ¡A mí no!
Mis lamentos retumbaron por los pasillos contiguos, ojos curiosos y desconcertados a partes iguales se asomaron con rapidez a contemplar la escena.
En ese momento, pude discernir a un par de enfermeros que llevaban dos camillas con cuerpos inertes totalmente cubiertos. Sabía que eran ellos porque sentí una gran punzada en el pecho, además de ver cómo de una de las mismas caía levemente la mano llena de anillos de mi madre. Una de sus sortijas se deslizó del dedo anular, lo podía identificar allí y en cualquier parte: una brillante piedra turquesa se centraba en el mismo, la cual siempre presumía con todos, junto a los magníficos recuerdos de su boda.
Rodó hasta chocar con la punta de mis pantuflas rosadas, lo analicé allí, a mis pies, resplandeciente, sin poder pausar la brusca caída de mis lágrimas y el temblor de mis labios. Me agaché a tomarlo con cuidado, y no por su valor en liras, sino por lo que había significado durante tantos años para la mujer que me dio la vida.
Esa imagen jamás se borraría de mi memoria, tampoco la de anoche...
Sus voces se me habían clavado cual espinas en el alma y dolía demasiado saber que no los volvería a escuchar, ni siquiera una última vez.
—¿Tiene parientes en la ciudad, jovencita? —Apenas pude mover la cabeza en negativa—. Necesitamos el número telefónico de alguno. Alguien debe cuidar de ti...
Dos mujeres uniformadas se me habían acercado en cierto momento que no prestaba atención a lo que pasaba a mi alrededor. Comenzaron a acribillarme con preguntas mientras yo me encontraba paralizada a mitad del pasillo, con el anillo envuelto en un puño. Discretamente lo guardé en el bolsillo delantero de mi pantalón.
Pocos minutos después se acercaron más policiales y enfermeras, intentaban calmarme, sin embargo, eso era imposible. No encontraba palabras en mi garganta que pudieran desatar el nudo apretado y fijado allí. El vaso de agua que me habían dado se resbaló de mis temblantes manos haciendo que se partiera en miles de pedacitos. Podría compararme con éste: rota e incapaz de unir mis pedazos.
Cuando pude formular una frase, en un tono deformado y adolorido, hubiera jurado que no esperaban que dijera eso, simplemente había dejado salir una necesidad urgente para poder pasar —o hundirme más— en ese trance.
—¿Pue-puedo verlos? Por favor...
Se miraron entre sí y luego de consultar mi pedido con las enfermeras cercanas, me acompañaron hasta la entrada de un cuarto grisáceo, parecía ser el único que tenía algo de color, color que no fuera blanco. Tenía el conocimiento de que a esa sala se llevaban todos los cadáveres para ser limpiados antes del entierro. Solo los familiares podíamos encargarnos de eso y, en el caso de que no hubiera nadie de tal parentesco, se encargaban amigos, conocidos o enfermeras.
Ingresé yo sola. Sudaba frío hasta por los pies, pero no iba a dar marcha atrás ahora, ellos solo me tenían a mí para encargarme de limpiarlos y quizá, esa sería la última vez que podría ver sus rostros e intentar memorizar hasta sus lunares más pequeños. Me negaba a olvidar el mínimo detalle de sus existencias.
—Lamento tu perdida —dijo una mujer de mediana edad que yacía adentro ultimando datos y acomodando otros cuerpos. Se acercó a mí con una pequeña botella entre las manos y me la dio. Contenía un líquido con olor a algas y otras hierbas naturales. No necesitaba ninguna orden, sabía que debía rociarlo por las piernas, brazos y rostros de mis difuntos progenitores. Debían quedar tan limpios como si hubieran tomado un baño.
«Esta será nuestra despedida».
Lo hice comenzando por mi madre, su piel desnuda la cubría una sábana oscura, agradecía no alcanzar a visualizar la marca que debió dejar el disparo a escasos centímetros de su corazón; no era el mismo caso con mi padre. A él se le notaba detalladamente la perforación en el lateral de su cabeza. Ya ni intenté frenar el torrente de gotas que se deslizaban desde mis ojos acompañados por la inquietud de mis manos.
No me lo creía, aun viéndolos allí, me era tan difícil asimilar lo ocurrido. Sus almas ya habían volado y solo me quedaba admirar la pálida y fría piel de ambos. Me atormentaba recordar sus sonrisas en un lugar como ese.
Me pesaba hasta respirar en ese pequeño y asfixiante cubículo, me pesaba que eso no fuera una pesadilla, sino la cruel realidad. Mi realidad...
•Nota de autora:
¿Les gustó el primer capítulo?
Como habrán notado el drama es bastante intenso; a lo largo de la trama también se verá romance.
No sé si hay alguien por acá que haya leído la primer versión de esta obra, de ser así ¿notan los cambios? Yo creo que fue más la edición en mi forma de escribir que en los hechos jaja.
Si quieren ver adelantos (Ojo hay spoilers) pueden seguirme en mi Instagram: ch_wattpad_
Pregunta curiosa: ¿Cómo llegaron a esta historia?
Recuerden votar, comentar y recomendar si les gusta❤
Beshitos.
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