S E I S
Erick es un idiota.
No es nada personal, ni tampoco tiene que ver con el hecho de que extrañe el programa de Kang; la personalidad de Erick es irritante: es de ese tipo de persona que hace comentarios machistas o desagradables sin darse cuenta y piensa que es gracioso. Solo lo escuché el primer día que Kang se fue, por darle una oportunidad, pero no, Erick simplemente no le llega ni a los talones; no sé cómo puede ser locutor con esos comentarios tan inapropiados.
Apenas han pasado tres días desde que no tengo mi programa favorito y, aunque estoy desmotivada, no es tan malo como pensé. Creo que los pequeños lamiendo mis manos en este momento tienen mucho que ver con eso. La vecina me deja cuidar de los cachorros de Drew, su perra, cuando está en el trabajo, mientras arreglan la cerca de su casa; no quiere que los perritos vuelvan a escapar y puedan resultar heridos.
Soy una niñera de perritos y nunca pensé que cuidar cachorros pudiera ser tan terapéutico. Me siento en el sofá y ellos enseguida escalan y se suben sobre mi regazo y a un lado. Yo les acaricio las orejas y la cabeza.
—Ustedes son maravillosos, ¿lo saben? Por supuesto que lo saben —les digo, sonriendo—. Ustedes me quieren sin importar el desastre que soy o como luzco, creo que no hay amor más sincero que ese.
Estoy de buen humor nuevamente, no sé si es por los perritos o porque he podido salir al frente de la casa sola después de lo que pasó con ellos. Un aire de normalidad es refrescante y se siente muy bien; solo falta una cosa para que todo vaya bien de lleno: Kang. No puedo creer que extrañe tanto a alguien que solo escucho por una hora, una vez al día. Supongo que su voz se ha convertido en una costumbre para mí.
#
En la hora del almuerzo, Kamila no puede evitar hablar sobre lo que más temo:
—¿Has considerado volver a la escuela?
Sigo comiendo, porque ya lo veía venir; mi hermana no puede ver la leve mejora sin querer lanzarme al mundo exterior. Y no la culpo, solo quiere que vuelva a retomar las riendas de mi vida.
—No creo que esté lista.
Andy pone su mano sobre mi hombro.
—Está bien.
Kamila se limpia la boca con una servilleta antes de continuar:
—Has mejorado mucho, creo que te haría bien volver a la escuela. ¿No extrañas a tus amigas?
Amigas... La palabra trae un sabor amargo a mi boca.
—Si te refieres a las chicas que no estuvieron para mí con lo de mi madre o lo que sufrí después de eso, creo que no las extraño en lo absoluto.
Kamila suspira.
—No seas tan dura con ellas; son jóvenes, aún están desarrollando el concepto de amistad.
—No me vengas con eso. —Meneo la cabeza—. No uses tu psicología para defenderlas.
—No las estoy defendiendo, Klara —responde con calma. Bueno, podrás encontrar nuevas amigas si vuelves a la escuela.
Bufo.
—¿Tú crees? —pregunto con sarcasmo, y me señalo a mi misma—. ¿Con el desastre de ser humano que soy?
—Klara...
Me pongo de pie.
—Seamos honestas, ¿quién querría ser amigo de alguien como yo?
Andy también se levanta.
—Klara, no...
Me voy a mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Presiono la espalda contra la misma, apretando los labios para no llorar.
Duele. Porque sí quiero hacer amigos. Quiero ser normal. Hacer todas las cosas que hacen las chicas mi edad. Lo quiero más que a nada en este mundo. Pero no puedo, y cada vez que alguien me lo recuerda, duele demasiado.
Mis ojos caen sobre la foto de mi madre, esa sonrisa tan deslumbrante. Aún recuerdo como si fuera ayer aquella noche lluviosa en la que llegó a casa y nos pidió a mi hermana y a mí que nos sentáramos en el sofá, que tenía algo que contarnos. Me imaginé miles de cosas, pero nunca cruzó por mi mente lo que ella nos dijo:
—Vengo del consultorio del médico. Hace unas semanas sentí un bulto en mi pecho izquierdo, hicieron varios estudios, incluso una biopsia. —Frío... todo mi cuerpo se puso frío al escucharla—. Es cáncer.
Esa sola palabra me dejó congelada. Siempre la oyes, pero nunca esperas que te pase a ti o a alguien que amas; es como un peligro abstracto que pensamos que no se acercará a nosotros. A pesar de que mi abuela murió de eso, fue hace tanto tiempo que nunca había considerado que pudiera pasarle a mi madre.
Lágrimas, explicaciones, consultas médicas... Todo vino de golpe, inesperado y, mientras pasaba, yo no me lo podía creer. Era como si estuviera viendo todo desde la distancia, como si no fuera parte de la escena. Cada mañana que despertaba, deseaba que todo fuera un sueño.
Luego vino la discusión de tratamientos, la quimioterapia, una *mastectomía. Observé cómo la vida abandonaba el cuerpo de mi madre en un proceso lento, tan doloroso; la vi perder su lindo cabello negro, su peso, hasta que estuvo tan delgada que me daba miedo abrazarla muy fuerte. Estuve con ella sentada horas en el piso del baño mientras vomitaba después de las quimioterapias. Sufrió tanto...
¿Por qué ella? Es una pregunta egoísta, pero ver a mi madre sufrir tanto, arrastrarse hasta su muerte, es lo más doloroso que me ha pasado en la vida; algo me marcó y que vivirá conmigo siempre.
Mi madre siempre trató de mantenerse fuerte, de luchar, aunque nunca olvidaré aquella noche: llegamos a casa después de la consulta con el médico; el cáncer se había expandido a sus pulmones, no había nada que hacer, no le quedaba mucho tiempo. Recuerdo claramente cómo se sentó en la cama con mi ayuda y me señaló un lugar a su lado. Me abrazó, pegándome junto a ella.
—Todo estará bien, Klara.
Las lágrimas me inundaron los ojos, y quise ser fuerte por ella, no necesitaba mi debilidad en esos momentos.
—Lo siento, mamá.
Besó mi cabeza.
—¿Lo sientes? Esto no es tu culpa, mi niña.
—Quisiera... —La voz se me rompió—. Quisiera poder quitarte todo este dolor, yo... —Lágrimas sin control rodaban por mis mejillas—. No sé qué hacer por ti, haría lo que fuera por ti.
—Lo sé. —Su voz sonaba tan triste. La escuché sollozar y se me rompió el corazón. —Estoy soportando mucho dolor, hija.
Apreté mis labios, llorando.
—Lo sé.
—Estoy bien con dejar este mundo, ya no quiero sufrir más, quiero que se acabe todo este dolor. Ya no puedo más. —Tomó mi rostro entre sus manos—. Quiero que sepas que me voy tranquila y quiero que sigas adelante y le hagas caso a tu hermana, ¿sí? —Solo pude asentir—. Te quiero, Klara, te amo tanto. Tú y tu hermana son el mejor regalo que me ha dado la vida.
—Yo también te quiero mucho, mamá.
Unas semanas después, mi madre colapsó. Cuando entré a su habitación con el desayuno, la escena que me recibió quedó grabada en mi memoria. Se agarraba el pecho, desesperada; no estaba respirando. Lancé todo al suelo y corrí en su ayuda, gritando el nombre de mi hermana para que viniera. No había nada que hacer. Mi madre murió, su cuerpo delgado y débil enfriándose en mis brazos mientras yo lloraba.
—Mami, por favor, te quiero mucho. No te vayas, por favor.
Kamila había intentado separarme de ella, sollozando.
—Klara...
—¡No! —le grité, apretando a mi madre, besando su cabeza—. No la voy a dejar sola, no puedo, ella me necesita.
Cuando la miré y vi su pálido rostro, me di cuenta de que no volvería a verla sonreír ni a escuchar su voz, y un dolor arrasador me quemó por dentro.
Se fue.
A la fuerza, Kamila y Andy me despegaron de ella. Grité, lloré hasta que me quedé sin aire, hasta que no pude más y me desmayé.
*Mastectomía: Operación quirúrgica que consiste en la extirpación de la glándula mamaria o de una parte de ella.
—
# Dedicado a todas aquellas personas que han perdido alguien a causa del cáncer o que tienen a alguien luchando ahora mismo. Admiro su valentía y que Dios los bendiga y les de fortaleza cada día.
Ariana G.
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