VALIDE-I SA'IDE


Un cuerpo tumbado en el frío suelo de su balcón, abrazando sus propias piernas, sollozaba descontroladamente. Su corazón había sido precipitado desde lo más alto. Kemankes, no estaba ajeno a la condición de que su amante es un príncipe, y como tal, tiene normas que seguir. Sin embargo, duele, le destroza internamente todo su ser.

Una vez Kemankes, logró salir de los aposentos de su hermano, se dirigió a sus propios aposentos primero, sin emitir una sola palabra. Su rosto, aunque inexpresivo, causaba que los criados temieran.

Keman... —una de las criadas del harem pretendió hablar, a lo que con una simple mirada del pachá fue silenciada.

Sus funciones en palacio habían sido pausadas, pero todos seguían llamándolo por su anterior cargo, además de que le respetaban por ser el cuñado del Sultan. Era tratado como si se tratase de un príncipe de la dinastía.

Al ingresar a sus aposentos ordenó que todos saliesen y lo dejasen solo. Necesitaba llorar. Aunque su corazón estaba destrozado, su mente aun le hacía recordar que Suleyman, es un príncipe. Por lo que se cuestionaba el porqué de sus lágrimas. Pero era inevitable, una vez se repetía en su mente la voz de Gul Aga, anunciando que era la favorita del príncipe, sus ojos volvían a estallar en lágrimas.

"¿Por qué tiene que dolor tanto? ¿así es como te sientes, hermano?", se preguntaba Kemankes. Sus internas interrogantes fueron interrumpidas por el fuerte sonido que provenía de las puertas de sus aposentos.

—¡Disculpe! —dijo la criada—. Pensé que eran los aposentos de la Sultana Mihrimah.

Un rostro conocido estuvo en sus puertas, ¿casualidad? ¿provocación? Sin embargo, no estaba lejos de la realidad, seguido de los aposentos de Kemankes, están los aposentos de la sultana, por lo que podemos decir, al menos por ahora que ha sido una casualidad.

—Creo que se ha equivocado, señorita —respondió Kemankes de modo cortante.

—¿Le molesté, efendi? —con una pequeña reverencia, volvió a preguntar la criada—. Parece que ha estado llorando, mi señor.

No hubo respuestas. Las manos de Kemankes, solo tomaron ambas puertas y fueron cerradas frente a la cara de aquella criada de nombre Fakrya. La favorita del Príncipe Suleyman. Una sonrisa se formó en el rostro de la Hatum mientras se dirigía a la puerta de los aposentos de la sultana.

La noche ha llegado a Estambul, en Topkapi hay fiesta. Aunque se aproxima una campaña y se debe ahorrar el oro del tesoro de la corona, se ha decidido dar una fiesta en el harem. Todos están presentas, a excepción de Ahmed y su hermano, aun no se unen a la celebración.

Luego de unos minutos, dos figuras entraban al harem. Ahmed, portando un caftán rojo adornados con toques dorados y una corona con piedras preciosas incrustadas. Kemankes, portaba un caftán azul con bordados hasta la altura de sus botas, un cinturón que entallaba su esbelta figura. Su cabellera dorada no traía los acostumbrados rulos, hoy estaban totalmente estirados a ambos lados de su cabeza. Ambas figuras caminaban una al lado de la otra, todos en su camino se postraban en silencio.

¡Destur Haseki Ahmed Sultan ve Kemankes Beyfendi hazretleri!

Todos se apresuran a ponerse de pie, todos se reverencian a la llegada de Ahmed. Una vez ocupa su lugar, con un gesto de sus manos, ordena que continúe la fiesta. Todos están felices, pero en su interior todo el harem sabe que habrá una campaña y que cualquier cosa puede pasar.

El encargado de los aposentos de Su Majestad, ha entrado y comunicado la voluntad del Sultan a su esposo. Quería que fuese a sus aposentos, le esperaba. Sus pies apresuraban su marcha, al mismo tiempo que lo hacia su corazón.

—¡Majestad! —saludó Ahmed, al ingresar a los aposentos del Sultan, seguido de correr para envolverse en los brazos de su amante.

—¡Amor mío! —respondió Habraam, besando ambas manos de Ahmed—. Acompáñame, ven.

Ambas figuras salieron al balcón de los aposentos. Un pergamino que se sostenía bajo una daga para proteger de que sea levantada por el viento, dejaba ver el sello del Sultan impregnada en ella.

—¡Léelo! —ordenó Habraam. A lo que Ahmed, asintió. Tomó el papel en sus manos y leyó. Sus manos comenzaron a temblar, aunque su rostro mostró una sonrisa, de repente desapareció.

—Habraam, ¿no es lo mismo a lo que ya tengo? —preguntó Ahmed.

—No lo es —dijo, mientras se sentaba en los muebles dispersos en el balcón, sentando en su regazo a Ahmed—. Es cierto que diriges el harem, pero lo haces de manera extraoficial. Este, es una orden de tu Sultan, donde te otorgo oficialmente el título de director del harem (valide-i sa'ide). Ahora eres bajo los ojos de Alá y bajo las leyes del imperio, el director absoluto del harem.

—Quiere decir que ahora no puedo partir a las campañas, ¿no es así? —preguntó Ahmed. En su mente corrió la idea tan pronto leyó aquella orden del Sultan—. Ya tenía mi señor todo esto planeado, ¿verdad?

—¡Qué cosas dices! —dijo Habraam entre risas, mientras abrazaba la delgada figura de Ahmed en su regazo—. Si quisieses ir, te dejaría. No porque seas el director del harem, te prohibiré ir a las campañas. No me gusta la idea, debo admitir, pero si son tus deseos, adelante.

—¡Gracias! —susurró Ahmed, besando la mejilla de Su Majestad.

Una fría mano empezó a recorrer todo el cuerpo de Ahmed, mientras su cuerpo se estremecía por aquel toque. Desde el incidente en sus aposentos, Habraam, no había tocado a Ahmed. No porque no quisiesen, los asuntos del Estado han contribuido a que pasase.

—Si Su Majestad, sigue tocándome así, debo advertir que no me haré responsable de todo lo que pase aquí —dijo Ahmed.

Los labios de Habraam, se unieron a Ahmed en un apasionado beso. Ambos cuerpos, uno frente al otro tumbados sobre aquel mueble, empezaban a experimentar el deseo de unirse en algo más que un simple beso. La ropa de Ahmed, fue sutilmente retirada mientras sus labios continuaban besando a su Sultan.

Las manos se Ahmed, posada sobre el pecho de su amante, sostenía su cuerpo ahorcadas sobre el Sultan. Su cuerpo totalmente desnudo era recorrido con las yemas de los dedos de Habraam.

—No espere más, Su Majestad —susurró Ahmed—. ¡Tómeme aquí mismo!

De inmediato, Habraam se incorporó y se quitó toda su ropa, dejando al descubierto todo su cuerpo frente Ahmed. Sus labios volvieron a unirse en un apasionado beso que elevó aún más la temperatura del lugar. Una mano de Su Majestad se deslizaba por todo el cuerpo de su amante, hasta que llegó al orificio de Ahmed, provocándole emitir gemidos, al sentir los fríos y húmedos dedos de Habraam jugar con él.

Sus dedos entraban y salían del pequeño orificio de Ahmed, haciendo que los gemidos sean cada vez más constantes y fuertes. Con su otra mano, tomó el miembro de Ahmed y le movía al ritmo que sus dedos entraban al canal de su amante.

—¡Ahg! ¡Habraam! ¡Ahh! —se apretaba con fuerzas sus labios evitando jadeas más fuerte, pero con cada toque de Habraam, esto se volvía cada vez más imposible.

La varonilidad de Habraam empezó a humedecerse y goteaba sobre la pierna de Ahmed, haciendo que lo tomase en su mano e iniciara a moverlo al ritmo que su amante movía el suyo.

—¡Ahhh! ¡Despacio! —jadeó Habraam. Su cuerpo vibraba con cada movimiento que le hacía Ahmed a su miembro.

No pasó mucho tiempo para que Su Majestad girara el cuerpo de Ahmed y empezara a jugar con su cana con su propia lengua, haciendo que las piernas de su amante se volvieran débiles con cada roce.

El miembro de Su Majestad no podía expandirse más, dolía, por lo que tomó su propio pene y lo apuntó en el canal de Ahmed.

—¡Ahhh! ¡Ahg! —gritó Ahmed, cuando Habraam ingresaba en su canal. No eran gritos de dolor, no del todo. Eran gritos de placer, el placer que le generaba sentir el miembro de su amante dentro él.

El sonido del golpeteo de la carne resonó en todo el balcón junto con los gemidos de ambos.

—Ven —dijo Habraam, sentándose en aquel mueblo, subiendo a Ahmed sobre él. Ambas piernas se apoyaban sobre el mueble, pero su canal quedaba justo encima del pene de Su Majestad, lo que facilitaba que le penetrara sin problemas.

Las embestidas contra el orificio de Ahmed, se hacían más fuertes. Su cabeza apoyada en el hombro de Habraam, gimiendo de placer en el odio de Su Majestad, hacían que las embestidas sean más brutales que antes.

—¡Ahg! —gimió fuertemente Ahmed, cuando Habraam haló de su cabello para besar los labios de su amante, mientras continuaba embistiendo su orificio.

Lágrimas de placer empezaron a correr por el rostro de Ahmed, él mismo movía su cuerpo contra las embestidas de Habraam, lo que provocaba que el miembro penetrara aún más profundo.

—¡Oh! ¡Habraam! —jadeaba mordiendo sus labios—. ¡Sigue! ¡No pares! ¡No pa...!

Ahmed se corrió sobre el cuerpo de Su Majestad sin necesidad de haber tocado su propio cuerpo, las fuertes embestidas lo habían provocado.

—¡Terminaré! ¡Voy a terminar! —susurró Habraam— ¡Ahhh! ¡Ahhhhh!

Todo el líquido expulsado de Habraam, quedó dentro de Ahmed. Ambos quedaron allí, sobre aquel mueble, sin fuerzas. Los brazos del Sultan, sostenían a su amante en un fuerte abrazo, aun con su pene dentro del orificio de Ahmed. Sí, su varonilidad aún estaba expandido.

—¡Ahg! —jadeó Ahmed, cuando su amante se retiró de su pequeño canal, ocasionando que todo el líquido en su interior cayera sobre el pene Su Majestad. Ahmed lo supo, provocando que escondiera su rostro en el hombro de Habraam, avergonzado.

—Vamos a los baños —ordenó Habraam, sosteniendo sobre él a su amante.

Luego de haberle limpiado todo el cuerpo, Habraam llevó a un exhausto Ahmed a la cama, que en seguida quedó dormido. Su Majestad, cambio su toalla por una fina capa de ropa para dormir, deslizándose junto al cuerpo de Ahmed, atrayéndolo en un cálido abrazo hasta quedar totalmente dormido también.

En otros aposentos, unos ojos hinchados de llorar siguen derramando lágrimas sin cesar. Yacía apoyado sobre su lado izquierdo, de espaldas a la puerta de los aposentos, por lo que la pequeña figura no supo cuando habían ingresado a sus aposentos.

La otra figura se tumbó al lado de Kemankes, tomándolo en un abrazo por su espalda, provocando que este se asustara. Todo su cuerpo comenzó a temblar, el sudor comenzó a correr por su rostro, sus manos abrazaban su cuerpo junto con sus piernas.

—¡Kemankes! ¡Mírame! —dijo Suleyman—. ¡Soy yo!

Los ojos del pachá buscaron la voz que le hablaba para confirmar que se trataba de lo que creía haber escuchado, abalanzándose contra su fuerte pecho. Sollozando, se aferraba cada vez más fuerte a Suleyman, quien nunca dejo de corresponder a su abrazo.

—¡Estoy aquí! ¡Soy yo! —susurró—. ¡Mírame!

Tomó el rostro de Kemankes en sus manos, limpiando las lágrimas que recorrían sus mejillas y las besó. Kemankes, saltó del abrazo de su amante al extremo de la cama cubriendo su cuerpo.

—¡Salga, Su Alteza! —dijo Kemankes.

—¿¡Qué!? —dijo el príncipe—. ¿Qué pasa, Kemankes?

—No debe estar aquí —respondió—. Su favorita, ella... ella... vino... su hija... yo...

Las lágrimas comenzaron a fluir nuevamente por el rostro de Kemankes, de modo que Suleyman alcanzó el cuerpo de su amante y lo atrajo en un abrazo.

—Es cierto, Fakrya es mi favorita, pero ¿te has preguntado cuando fue la última vez que estuve con ella? —susurró—. Desde que nació mi pequeña sultana, nunca he tocado a Fakrya, ni a ninguna otra persona.

Suleyman volvió a tomar el rostro de Kemankes y nuevamente secó sus lágrimas, pero esta vez no fue él quien que besó sus labios. Los brazos de Kemankes rodearon el cuello del príncipe en un fuerte abrazo, apoyando su cabeza en hueco de su cuello.

—Perdóneme, Su Alteza, —murmuró Kemankes.

—¿Por qué te disculpas? —preguntó el príncipe.

—Por asustarle cuando me abrazó —dijo—. Además, por lo que dije antes. Yo no debí...

Los labios del príncipe silenciaron las palabras de Kemankes con un beso. Un beso que fue amorosamente correspondido.

—¿Quieres irte conmigo a Amasya, Kemankes? —preguntó Suleyman.

—¿¡Eh!? —su rostro palideció ante la propuesta de Su Alteza—. ¿Cómo será eso posible?

—Solo hay que decirle a mi hermano, él estará de acuerdo —explicó.

—¿Y mi hermano? —preguntó Kemankes—. ¿Crees que lo permita?

—¿Por qué no lo haría? Él ha sido el único aliado que hemos tenido —respondió—. Ahora vamos a dormir, estoy cansado. ¡Ven aquí!

—Ve a ducharte —dijo Kemankes, sonriendo y dirigiendo sus dedos hacia la puerta de los baños.

—Como ordene mi sultana —respondió—. Pero tengo una condición.

—¿Cuál? —dijo Kemankes, negando con su cabeza. Sabía la condición que le pondría el príncipe, por lo que ya está listo para hacerla.

—Que te duches conmigo, estoy muy cansado y no quiero hacerlo solo —dijo, haciendo un rostro triste, no muy serio.

—Está bien... vamos —respondió Kemankes. Ambos amantes limpian sus cuerpos entre besos y abrazos. Una vez terminado, una fina prenda de seda cubre ambos amantes acostados sobre la amplia cama. Suleyman sostuvo en sus brazos y apoyado en su propio regazo el cuerpo de Kemankes, hasta que ambos quedaron totalmente dormidos.

El sonido característico de la mañana hizo que dos parejas que yacían acurrucadas, despertasen. Una fría mañana de primavera, los arboles comenzaron a florecer, el jardín del palacio empieza a ver tan colorido como siempre. Los tulipanes del palacio comienzan a florecer.

Luego de desayunar, tanto el Sultan como el príncipe, se dirigen a la Sala del Consejo por sus respectivos caminos. En cambio, Ahmed volvió a sus propios aposentos, mientras que su hermano seguía en su balcón.

Un cielo azul cubría la ciudad de Estambul, los pájaros volando de aquí para allá sobre el palacio, el dulce aroma que emana desde jardín hace que todos tengan un agradable despertar.

Kemankes, recordó la conversación de la noche anterior con Suleyman, por tanto, se apresuró en ir a los aposentos de su hermano para contrale. Desafortunadamente, fuera de sus aposentos y de casualidad esta vez, estaba Fakrya Hatum.

—¡Kemankes Pachá! —saludó la criada haciendo una reverencia.

—Parece que le gusta este pasillo, señorita —respondió Kemankes—. De lo contrario no nos habríamos encontrado dos veces seguidas, en un palacio tan grande.

—Al parecer, sí, mi señor —respondió sonriendo. Kemankes, se obligó a fingir una sonrisa para despedirse, pero su marcha fue detenida.

—¿Crees que él hará lo mismo contigo? —preguntó Fakrya Hatum.

—Hable claro, señorita —respondió Kemankes—. No tengo todo el día.

—¿Crees que Su Alteza, hará lo mismo que hizo el Sultan, casarse contigo? —volvió a preguntar.

—¡Insolente! ¡Conoce tu lugar, señorita! —exclamó Kemankes, no muy fuerte—. Lo que haga o deje de hacer el príncipe, no son problemas tuyos. Su función es simple, servirle al imperio...

Todas las palabras fueron dichas en un tono serio, no muy alto, de manera que muy pocos de los criados de Kemankes pudieron escuchar. El brazo de la señorita era sostenido por Kemankes, balanceándola con cada frase que decía.

—... además, Su Alteza pasó la noche conmigo y, ¿sabe que me dijo? Que hace mucho tiempo no la toca, eso debería responder a su pregunta, señorita.

—...eh —un intento por hablar de Fakrya fue cortando por Kemankes.

—Ocúpese de su hija y deje de meterse donde no le corresponde, Fakrya Hatum. Es mi primera y última advertencia.

Después de la acalorada discusión frente a los aposentos de Kemankes, Fakrya Hatum, se marchó a sus aposentos, avergonzada, juró vengarse. Sin embargo, su posición en el harem del príncipe estaba muy por debajo de Kemankes, quien es un pachá del imperio. Del mismo modo, dentro de Topkapi era aún peor, era una simple criada.

—¡Hermano! —saludó Kemankes, basando la mano de Ahmed—. Tengo algo que hablar contigo.

—¿Algo como irte a Amasya? —preguntó Ahmed. El rostro de Kemankes se sonrojó al escuchar de labios de su hermano lo que se supone nadie sabría, pero no había pensado en la otra parte—. Esta mañana, Suleyman, fue a los aposentos de su hermano y solicitó el permiso para llevarte con él, como su amante.

—¿¡Ahmed!? —exclamó su hermano.

—Yo lo sé todo, Kemankes —respondió sonriendo su hermano—. En este palacio no vuela una hoja sin que yo lo sepa. Pero quiero saber, ¿quieres irte? ¿estás seguro?

—¡Qué dijo el Sultan? —preguntó Kemankes. Lógicamente, al final todo es decisión del Sultan, el decidirá si lo considera correcto o no.

—Bueno, Habraam dijo que es decisión tuya. Si quieres irte, él te dejará partir a Amasya con Suleyman —explicó Ahmed.

—¿Y tú que dices, hermano?

—Yo solo quiero que mi hermano sea feliz, si eres feliz al lado del príncipe, puedo dejarte ir —dijo Ahmed.

—Pero... — susurró Kemankes, porque sabía que su hermano pondría condiciones.

—Pero... debes saber que no será fácil, Kemankes. Has visto lo que he pasado hasta el día de hoy. Todos estos años solo han sido de luchas y luchas, debes ser fuerte. Si llegas a Amasya, llegarás como el Haseki de Suleyman y eso traerá consecuencias para ti.

—Lo sé, hermano. Estoy consciente de ello —respondió Kemankes abrazando a su hermano.

En la mente de Ahmed, aun no puede hacerse a la idea de que su pequeño hermano ya es todo un hombre que está a punto de alzar su propio vuelo. Sus ojos se llegan de lágrimas, pero lágrimas de orgullo, de felicidad.

—¡Oh! ¡Mi pequeño hermano! ¿Cuándo creciste tanto? —dijo Ahmed, mientras sostenía en sus brazos a su hermano—. ¿He sido un buen hermano para ti?

—¡El mejor! —respondió Kemankes besando ambas manos de su hermano—. ¡Te amo, Ahmed!

—Tú y Ferhat son todo para mí, nunca lo olvides —sollozó, aunque su rostro mostraba una sonrisa—. Ven conmigo.

Ahmed, condujo a su hermano al borde de su cama. En uno de sus cofres donde resguarda sus más ostentosas coronas y abrió, dejando ver todas las joyas que poseía en su interior. Muchas de ellas han sido regalos de Su Majestad, otras han sido enviadas por aliados extranjeros.

—Escoge una, ahora eres Haseki, debes vestir como tal —dijo—. Cuando estés en Amasya, serás el encargado del harem del príncipe, debes ser justo.

—¡Esta! —escogió una corona en plata, con piedras rojas rodeadas de ocho diamantes brillantes a su alrededor, incrustadas en cada punta de los doce pilares en ella. Había sido un regalo de un comerciante veneciano, pero no fue impedimento para cedérsela a su hermano.

—Ven, ¡póntela!

El tiempo pareció pasar volando, al salir de los aposentos de su hermano, todos en el harem sabían la decisión de Su Majestad. Ya no era Kemankes, el pachá o el hermano de Ahmed.

¡Destur Valide-i sa'ide Haseki Kemankes Sultan hazretleri!

Ahora era el director del harem de Su Alteza, ahora era el Haseki principal del Príncipe Suleyman. Ahora es una sultana del glorioso Imperio Otomano.

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