TRUENOS Y TORMENTAS
La nieve se solidificó sobre las hierbas en los campos. La vida en el imperio continuó. Aunque muchos de los visires, muy a su pesar, no querían seguir las órdenes de Ahmed, estaban obligados a hacerlo, por el momento él era el regente oficial del estado. Ni el gran visir, ni los príncipes, tuvieron la valentía de enfrentarse a él; primero, el gran visir derivaba su poder de su esposa, la Sultana Mihrimah. Segundo, los príncipes, al igual que la sultana, estaban a las órdenes de Ahmed. Aunque por derecho, el trono le pertenecía a Suleyman, él estaba más que seguro que Ahmed tiene los conocimientos y la valentía suficiente de dirigir el estado. Los días eran grises, el viento auguraba una tormenta. El Sultan ha despertado.
—A... agua... —fueron las primeras palabras de Habraam. Ahmed quien se encontraba a su lado como siempre, rápidamente llamó a los médicos. Todos en el palacio corrieron, todos dieron las buenas noticias.
—Informen en todo Estambul que su Majestad ha despertado. Envíen la noticia a los príncipes, que vengan a la capital de inmediato. Todos debes saber que Habraam ha vuelto.
La orden de Ahmed se llevó a cabo tan pronto como sus labios pronunciaron sus palabras. de inmediato, se enviaron las respectivas cartas a los príncipes.
—Habraam, mi señor, estoy aquí —Ahmed tomó la mano de su amante mientras les decía estas palabras, sin embargo, no obtuvo respuesta por parte del Sultan.
—¿Dónde está Iskender? —preguntó Habraam, pero no fue una pregunta a Ahmed. Su Majestad soltó su mano de Ahmed y preguntó a uno de los criados dentro de los aposentos.
—Majestad, Iskender ha sido enviado al viejo palacio.
—¿Quién es Iskender? —preguntó Ahmed al criado. Nervioso, primero miró a Habraam, Ahmed también volteó a ver al Sultan, en ese momento, el criado aprovechó para salir de los aposentos.
—Salan todos, quiero descansar
Ordenó el Sultan. Todos salieron. Todos, incluyendo Ahmed, quien aún seguía preguntándose, ¿Quién era Iskender? ¿Por qué Habraam preguntaba por él?
***
—Dervis, te he mandado a llamar porque hay un asunto importante que tratar, espero que puedas ayudarme —dijo Ahmed, al ingresar a la sala del gran visir.
—Dígame, mi Sultan.
—Voy a ser muy franco, Dervis —dijo Ahmed, volviendo a mirar a Dervis—. ¿Quién es Iskender?
Los ojos del gran visir no podían ocultar el temor. Era evidente que algo pasaba, algo ocultaban todos. Entonces, lo que temía Ahmed, sucedió.
—Majestad, Iskender es el kocek que usted encontró en los aposentos del Sultan esa noche.
El corazón de Ahmed dio un salto en su pecho. Un dolor recorrió todo su cuerpo, su mente se había nublado, sus sentidos se habían perdido. Dervis tuvo que ayudarle a sentarse en los muebles dispuestos allí hasta recuperarse.
—De ser así, Dervis, la tormenta ha llegado al palacio —tomó un largo suspiro. Acomodó su caftán, su corona, se giró a ver al gran visir antes de decir, para posteriormente continuar y decir—. Los vientos soplaran fuertes, pero yo soy la tormenta esta vez. Todos temblaran por mis vientos, pachá.
Dervis soló agachó su cabeza, reverenciándose por la partida de Ahmed, comprendiendo cada una de sus palabras. Él sabía que esto llegaría tarde o temprano, ya la había hablado con la Sultana Mihrimah y han escogido el lado correcto, han escogido el lado de la verdad, han escogido sobrevivir, han escogido a Ahmed.
—¡Destur Baş Hasekı Sultan Ahmed hazretlerı!
Todos en el harem se detuvieron. Todos se inclinaron ante Ahmed. Luego de su salida del calabozo y haber dirigido el estado todo este tiempo, todos temían a lo despiadado que se había convertido Ahmed. Todos recuerda su frase ante cualquier suplica de perdón, "Mi nombre es Ahmed, Sultan Ahmed; y yo no perdono".
Los días transcurren con normalidad, pero no para Ahmed. Desde la conversación con Dervis ha empezado su juego. Para todos, Ahmed está perdiendo su poder dentro del harem, sin embargo, nadie se atreve a desobedecerlo.
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—Adelante.
—Mi Sultan, el juez Abdulah le espera.
—Puedes retirarte —ordenó. De inmediato, su criado trajo su corona más alta con todos rojizos, su gran caftán rojo bordado con oro, mostraba el poderío que aun poseía Ahmed. Su paso por el harem no pasó desapercibido, todos hablaban de Ahmed.
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—Señor juez, ¿le hice esperar mucho?
—Majestad, de ninguna manera, mientras llegaba repasa el Corán —respondió el juez—. Espero esté todo bien, Alá mediante.
—Señor juez, dicen las leyes que, una vez consumado el adulterio, puedo divorciarme con su ayuda, ¿no es así?
—Así es mi Sultan.
Ahmed estaba allí sentado, mientras tomaba café. Sacó una carta y se la entregó al juez.
—¿Incluso si el que cometiera el adulterio fuese el Sultan? —el juez parecía no entender.
—¿Qué quiere decir, Majestad?
—Lea la carta, Abdulah. He decido divorciarme de Su Majestad, el Sultan Habraam por adulterio.
Las palabras de Ahmed tomaron por sorpresa al juez. La carta que se le había entregado contenía la firma de muchos criados, así como de las sultanas, testigos del adulterio. Solo el Sultan permitiría un divorcio bajo las leyes otomanas, sin embargo, un juez también puede anular un matrimonio sin la aprobación del Sultan.
—¿Está seguro, Sultan Ahmed?
—Totalmente, señor juez.
—Debe saber que, si se divorcia del Sultan, perderá todos sus títulos y será un gran escándalo en el imperio...
El discurso del juez fue rápidamente cortado por las palabras de Ahmed.
—Entonces, me está usted diciendo, señor juez, que debo seguir bajo un matrimonio adultero, ¿no es así? ¿no se supone que debemos cumplir las leyes de Alá?
—Si así lo ha decidido, empezaré con esto de una vez, Majestad.
Ahmed se puso en pie. Antes de salir, miró al juez quien aún seguía mirando la carta, ni siquiera se había percatado de que Ahmed se ha dispuesto a salir de aquel despacho. Al abrir las puertas, los ojos de Ahmed se encontraron con aquellos ojos azules que ya no les pertenecían, el Sultan estaba a punto de ingresar.
—Majestad, de haber sabido que venía, le hubiera esperado —dijo Ahmed haciendo una reverencia para Habraam.
—¿Qué lo trae por aquí, señor Abdulah?
—Si me disculpan, me retiro.
Ahmed dijo y se retiró, dejando al Sultan y al juez allí dentro.
—Mi señor, el Sultan Ahmed, ha puesto una queja ante mí, usted comprenderá que no puedo ignorarla...
—¿Qué queja?
—Quiere divorciarse de usted, mi Sultan.
La frase siguió resonando en la cabeza del Sultan, sus pies quisieron salir corriendo tras Ahmed, pero fueron detenidos por el juez.
—Majestad, no lo haga... Tengo una carta que han firmado los testigos. Majestad, puedo preguntar, ¿Qué ha pasado? ¿ha sido usted infiel como todos afirman?
—Sí.
Respondió. Ahmed aún estaba, habría regresado y escuchó aquella conversación, de inmediato, las puertas se abrieron.
—Espero que después de esa confesión, no le queden dudas, señor juez —dijo Ahmed. Sus ojos mostraban el dolor que tenía su alma, traía un cofre consigo que colocó sobre una pequeña mesa—. Venía a devolverle esto a su Majestad, no pude evitar escucharlo.
—¿Qué es todo esto, Ahmed? —preguntó Habraam señalando el cofre sobre la mesa.
—Señor juez, este cofre contiene todas las joyas pertenecientes al tesoro del imperio, las demás cosas han sido devueltas a sus respetivos lugares, los regalos de los extranjeros han sido repartido entre las criadas y otras dadas a la caridad... —Ahmed decía su discurso sin dirigirse a Habraam, de hecho, siempre lo hizo mirando al juez.
—¡Salgan todos! ¡Déjenme con Ahmed!
Todos salieron, incluyendo el juez. Ahmed seguía parado en el mismo lugar, mirando hacia el jardín a través de la ventana del lugar, de espaldas al Sultan.
—¡Ahmed! ¡Mírame!
—¿Ahora sí quiere hablarme, Majestad?
Ahmed dijo, girándose frente a Habraam. Sus manos entrelazadas a la altura de su vientre, le daba un porte de autoridad, Habraam empezaba a temer. No temía por su trono, no temía por su vida, pero conocía bien a Ahmed, demasiado bien, sabía que, si dejase ir a Ahmed de esa forma, ninguna explicación haría que volviese junto a él.
—¿Por qué haces todo esto?
—¿Aun lo pregunta, Majestad? Mientras se acostaba con otro, ¿pensó en mí?
—Ahmed... no es...
—Si lo que quería era acostarse con alguien, pude haber venido a mí, pudo haber pedido que fuese a sus aposentos... pero, ¿qué hizo, su Majestad? Llevó a otro a sus aposentos.
—Ahmed, por favor, escucha...
—Lo peor es que se llevó una odalisca, un simple kocek... ¿lo disfrutó?
Habraam no respondía ante las palabras de dolor de Ahmed, no quería provocarlo más, quería hablar, pero prefería que él se desahogase primero.
—¡Responda, Habraam! Sabe, yo lloré, pensé que lo perdería cuando estuvo todos esos días en cama, me ocupé de su imperio, quería hacerlo bien, quería que se sintiera orgulloso de mí, ¿qué obtuve de todo eso? Su desprecio al despertar, solo para darme cuenta que mi temor desde el día que me fui, fue cierto, usted hace mucho me sacó de su corazón, Habraam.
Habraam empezó a impacientarse, sus deseos de correr y abrazar a Ahmed estaban al borde. Sin pensarlo, corrió y abrazó a Ahmed.
—¡Suélteme! ¡Suélteme, Habraam! —gritaba Ahmed entre sollozos, mientras intentaba con todas sus fuerzas de zafarse del abrazo de Habraam.
—¡No, Ahmed!
—¡Quíteme sus manos de encima, Habraam! ¡No me toque! ¡Sus manos tocaron a otros! ¡Suélteme! —la ira, la desesperación, el dolor, se apoderaron de Ahmed. Ambos cuerpos estaban en el suelo de aquel despacho, Habraam no tuvo más remedio que soltar el cuerpo de Ahmed, quien salió de allí inmediatamente.
—¡Ahmed! ¡Ahhhh! —con todo el poder de su garganta gritó su nombre y un grito desgarrador inundó todo el palacio.
***
<crac>
—¡Preparen mis cosas! ¿el carruaje está listo, Sumbul?
—Mi Sultan, como usted lo ordenó.
—¡Vámonos, Sumbul! ¡Vámonos ya!
Todas las cosas del Sultan Ahmed fueron cargadas a los carruajes que partían del palacio con rumbo desconocido. Ahmed, seguido de su hija, la Sultana Halime, Sumbul aga y todos los criados, ingresaron al harem, todos ya sabían la noticia, el escándalo no esperó, ya todos sabían que Ahmed Sultan había decidido divorciarse del Sultan. Antes de salir, Ahmed volteó a ver todos los criados y concubinas del harem y pensar en sus adentros, que esta sería la última vez que posiblemente vea sus caras, sin embargo, de algo estaba seguro, su nombre quedaría en la historia como el primer esposo legal de un Sultan y ser el primer esposo es dirigir el imperio, asimismo, como el primer esposo en divorciarse de un Sultan.
—¡Destur Devletu Ismetlu Valıde-ı saı'de Baş Hasekı Sultan Ahmed Aliyyetu San hazretlerı!
Esa fue la última vez que su nombre y título fue nombrado dentro del harem.
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