TRAICIONES


La sonrisa que se divisaba en la oscuridad de la noche en el rostro de Su Majestad, antes de llegar al palacio, se ha desvanecido. Con un rostro inexpresivo, ha ingresado a los aposentos donde se encontraba Ahmed Sultan.

––¿¡Habraam!? ––dijo Ahmed.

Su Majestad, sin responder, se quedó a observar como reaccionaba un soñoliento Ahmed.

––¿Por qué entras aquí sin mi permiso? ¿no sabes quién soy ––preguntó Ahmed, divisando la silueta de la persona aun parada en la entrada de los aposentos––. ¿Quién eres?

––Te atreves a enviarme una mujer a mis aposentos y huyes aquí ––dijo Habraam caminando hacia uno de los sillones dispuestos allí.

––¡Majestad! ––saludó Ahmed, poniéndose de pie y reverenciándose ante el Sultan––. ¿Qué hace aquí, mi Señor?

––Estoy cansado ––respondió, quitándose la gruesa túnica que traía––. ¡Vamos a dormir! Mañana regresaremos a Topkapi.

La luz de la madrugada se hacía presente en los aposentos; Su Majestad, tendido sobre aquella cama, sosteniendo a su amante pegado a su pecho. Ahmed, por su parte, recorrió todo el rostro del Sultan con la yema de sus dedos, haciendo que Su Majestad se estremeciera y le sonriera.

––¿Por qué vino aquí? ––preguntó Ahmed. Después de que ambos se fueran a la cama a la llegada de Su Majestad, no hubo palabras. Los brazos del Sultan tomaron a Ahmed en un cálido abrazo que se convirtió en una demuestra de amor sin palabras. Quedando ambos dormidos luego de varias demostraciones.

––¿Por qué enviaste a Sariye a mis aposentos? ––preguntó Habraam, sin abrir los ojos––. ¿Sabes lo ofendida que estaba?

––Es su deber, es tu esposa ––respondió Ahmed.

––Tú eres mi esposo, ante Alá y las leyes ––replicó Habraam. Sus brazos volvieron a tomar el cuerpo de Ahmed. Quien ahora, a horcajadas sobre Su Majestad, sostenía con ambas manos el rostro de Habraam para besarlo.

Sonoros besos se escucharon en todo el lugar, ambos amantes vuelven a demostrarse cuanto se desean el uno al otro. Sus cuerpos exhaustos, empapados de sudor, yacían sobre la cama y, aunque ninguno de los dos quería irse, era tiempo de regresar. La mañana ha llegado.

<crac>

––¿Pensabas irte y no visitar a tu madre? ––preguntó la Sultana Humasah. Había sido informada de la presencia de su hijo en palacio, por lo que espero fuera de sus aposentos.

––¡Madre! ––saludó Habraam, besando la mano de su madre––. No tenía pensado venir aquí, pero surgió un...

––¡Estoy listo, Habraam! ––de repente, la voz de Ahmed interrumpió al Sultan––. ¡Oh! ¡Sultana Humasah!

––Ya veo ––dijo la sultana––. De todos modos, quiero hablar contigo sobre la boda de Mihrimah.

––Si me disculpa, Majestad, esperaré en el jardín ––Ahmed, se excusó para salir de aquella conversación, pero fue detenido por la sultana.

––¿No te interesa saber lo que tengo que decir, Ahmed? ––preguntó la sultana.

––Si quisiese saberlo, me quedara mi sultana ––respondió––. De todos modos, no hay secretos entre Su Majestad y yo.

––Habraam, he encontrado un pachá más apropiado para Mihrimah ––explicaba la sultana––. Es lo suficientemente leal al imperio y ha servido desde que tu tío era Sultan.

––Un pachá así no es digno de mi hermana, madre ––dijo Habraam––. Además, Kosrov es más adecuado y lo ha elegido ella misma. Es su derecho como una sultana de sangre.

––No sé qué juegos habrán hecho para que mi propia hija acepte algo como eso, pero no aceptaré ese matrimonio, Habraam ––replicó la sultana.

––Es una decisión de tu Sultan, no hay vuelta atrás, madre ––dijo Habraam, besando el rostro de su madre––. Ahora, si me disculpas, Ahmed me espera, debo volver al palacio.

En el jardín, un sonriente y alegre Ahmed, espera a Su Majestad. Los guardias ya habían preparado el carruaje para que Ahmed regresase a Topkapi, sin embargo, optó por otro método. A cabello, como su amante.

––¡Preparen un caballo para Ahmed! ––ordenó Habraam.

***

En Topkapi, todo marchaba bien. Con Sariye a cargo de todo el harem, Ahmed se encargaba de los asuntos del Estado que le eran asignado. Claro que, la decisión del Sultan no fue bien recibida, calificando a Ahmed de inexperto y, si bien tenían razón, Ahmed era muy astuto y había cumplido con todas sus obligaciones con exitosos resultados.

Todos habían salido de la Sala de Consejo, solo quedaba el Gran Visir, Dervis Pachá y Ahmed Sultan.

––Su reincorporación al consejo al parecer no ha sido bien recibida, sultana ––dijo Dervis.

––¿Crees que prestaré atención a lo que digan de mí? ––preguntó Ahmed. Dervis, no era torpe, sabía que Ahmed tenía algo que decirle a solas.

––Disculpe mi atrevimiento, Su Majestad, pero ¿por qué aún sigue aquí? ––preguntó.

––¡Uh! Vengo a darte la oportunidad de que elijas, Dervis ––dijo Ahmed––. ¡Toma!

Un trozo de papel fue desdoblado, una carta. Una de las tantas cartas de la Sultana Mihrimah, donde se demuestra la relación que sostenían.

––Así como esa, tengo muchas otras ––continuó––. No tengo intenciones de hablar con Su Majestad, Dervis.

––Entonces, ¿qué quiere sultana? ––preguntó Dervis. Mientras cerraba las puertas de aquel pequeño espacio, evitando que escuchasen su conversación.

––Lealtad, Dervis ––respondió Ahmed––. Lealtad absoluta, La Sultana Mihrimah se casará con Kosrov, pero lo hará con una única razón. Exponer ante Su Majestad al Pachá. Si juras tu lealtad ante el Corán, una vez divorciada la sultana, yo mismo recomendaré su matrimonio.

––¿Por qué tendría que aceptar algo así?

––Porque sé que no querrías que Su Majestad, exilie y destierre a la sultana si se enterase de esto ––respondió Ahmed, caminando a la puerta y continuó––. Además, seamos honestos pachá, la sultana hará un sacrifico por amor, ¿no puede usted hacer lo mismo por ella? ¡Piénselo!

<crac>

––¡Selim! ––exclamó Ahmed––. ¡Príncipe heroico, ven aquí!

––El dueño del corazón del Sultan ––respondió Selim, besando la mano de Ahmed y uniéndose en un abrazo con su cuñado––. ¿Cómo has estado?

––Gracias a Alá, estamos bien ––expresó Ahmed––. ¿Cómo están nuestros príncipes y sultanas? Alá mediante están todos sanos.

––¡Gracias a Alá, sultana! ––dijo Selim.

––¿Qué te trae por aquí? ––Ahmed, anteriormente había escuchado los rumores sobre unas cartas, mismas que amenazan con quitar del trono a Habraam y poner al Príncipe Selim.

A todo esto, sumándole la mala relación de hermanos, no era descabellado pensarlo siquiera un poco. Sin embargo, en los últimos años su relación ha mejorado, tanto así que Su Majestad, fue personalmente al nacimiento de su sobrino y le nombró. Pero nubes negras se ciñen sobre el palacio, la tormenta comenzará muy pronto.

La llegada del príncipe a la capital ya estaba pautada, se acerca una nueva campaña. Habraam, ha considerado dejar a cargo de su Estado a su hermano. Eso es bueno, pero existe un peligro mayor, la Sultana Humasah. Es por ello que, para evitar este tipo de situaciones, Su Majestad ha tomado medidas.

––¿Qué ha dicho el Gran Visir? ¿Lo sabe? ––preguntó Selim.

––No todavía, es una decisión que se mantendrá así hasta el regreso de Su Majestad, no hay porque incluir más personas ––respondió.

No obstante, nuestra conversación fue detenida por la llegada del Príncipe Suleyman. Días antes había partido a su provincia, pero la abrupta decisión del Sultan de ir a la campaña hizo que Su Alteza retornase a la capital.

––¡Majestad! ––saludó Suleyman––. ¡Hermano!

––¡Mi hermano valiente! ¿Cómo estás? Alá mediante no hubo problemas en regresar a la capital ––preguntó Selim.

––Gracias a Alá, así fue ––respondió Suleyman aun unido a su hermano en un abrazo. Contrario a Habraam, Suleyman y Selim, sí han llevado buena relación.

––Aunque, algo entristeció mi corazón, sultana ––dijo Selim––. La boda de mi hermana, Mihrimah.

––¿¡Qué!? ––sorprendido, Suleyman exclamó.

––Sí, su hermana la Sultana Mihrimah, se casará ––respondió Ahmed. El camino hasta los aposentos de Su Majestad desde la Sala del Consejo, no era muy distante. Por lo que, luego de unos minutos, ya estaban allí––. ¡Entremos! Su hermano los está esperando.

<crac>

––¡Majestad! ––saludó Ahmed, seguido por los príncipes. Pero los saludos fueron cortados por el Sultan.

––¡Salgan todos! ¡Tú quédate, Selim! ––ordenó Habraam.

––Mi señor, recuerde lo que hemos conversado ––dijo Ahmed––. Alá mediante es un mal entendido.

––¡Ahmed! ¡Qué salgas! ––gritó Habraam.

––¡No, Habraam! ––refutó Ahmed––. Ahora menos me iré, ¿quieres cometer el mismo error que con tu difunto hermano Murad?

––Mi sultana, es mejor que salga ––dijo Selim. En sus manos, unos anillos que entregó a Ahmed––. Entregue esto por mí a mis pequeñas sultanas, es un recuerdo de su padre.

––¿Qué estás haciendo, Selim? ––preguntó Ahmed, aunque sabía lo que eso significaba. El príncipe estaba consciente de su situación y de que no saldría con vida de los aposentos de su hermano.

––¿Te declaras culpable? ––murmuró el Sultan.

––Sobre mi cadáver dejaré que le hagas daño a Selim ––dijo Ahmed––. ¿Me escuchaste, Habraam?

––De todos modos, Su Majestad, ya ha decidido que soy culpable ––decía Selim, respondiendo a la pregunta que había hecho su hermano anteriormente––. Probablemente me ejecute aquí mismo, antes de irse a la campaña. Así se disiparían las dudas de una traición.

––¿Crees que, si te consideraría culpable, te dejaría regresar tan fácilmente a la capital? ––preguntó Habraam, teniendo razón en sus palabras. De haber considerado culpable a su hermano, habría dado la orden de ejecución mucho antes de que llegase a la capital.

En los pasillos fuera de los aposentos del Sultan, los gritos fueron escuchados por todos y, aunque nadie se atrevía a intervenir, todos y cada uno de los presentes sabía cómo terminaría este enfrentamiento, con Su Majestad perdonando a su hermano, por la sugerencia de su esposo, Ahmed. Es que ya lo decía el pueblo, ahora todo el palacio estaba consciente de ello, el Sultan era manipulado por Ahmed.

Al salir de los aposentos, Ahmed acompañado del Príncipe Selim, se encontró con los ojos de muchas personas. Desde agas, guardias y pachás que se encontraban en palacio.

––¿Por qué están todos aquí y no están trabajando? ––regañó Ahmed, aunque sin ánimos de ofender. Más bien fue producto de su avergonzada situación frente a los súbditos.

Suleyman, por su parte, al salir de los aposentos de Su Majestad, se condujo por los largos pasillos hasta donde pasó la última noche en este palacio.

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––Adelante ––dijo la voz masculina dentro de los aposentos.

––¡Suleyman! ––de inmediato, sus pies corrieron desde la puerta que da al balcón hasta colgarse en el cuerpo del príncipe––. ¿Cuándo regresaste? ¿Por qué estás aquí? ¿Su Majestad lo sabe?

Una tras otras fueron formulas las preguntas, sin dar tiempo a que pudiesen ser contestada. Sin embargo, Suleyman solo pudo sonreír sosteniendo en sus brazos a su pequeño amante Kemankes.

––Aunque solo fueron pocos días, también te extrañé ––dijo el príncipe, reposando el cuerpo de Kemankes en la cama––. ¿También me has extrañado?

––Olvidaste cerrar bien las puertas ––respondió Kemankes, sonriendo.

––Lo hice ––dijo––. Fue lo primero que hice al entrar. Entonces... ¿alguien por aquí me extraño?

––¡Cada minuto de todos los días! ––respondió Kemankes uniendo sus labios a los del príncipe. Sus cuerpos, respondiendo ante el fervor deseo de expresarse su amor, no se hizo esperar.

Ambos amantes desnudos sobre aquella cama, experimentando una vez más el dulce sabor del cuerpo del otro, hacía que la temperatura dentro de aquellos aposentos se elevara aún más.

Suleyman, quien sostenía a ahorcajadas a Kemankes, recorría con las yemas de sus dedos toda la línea central de su espalda, haciendo que su amante arqueara su cuerpo de placer al toque. El cuerpo de Kemankes, de igual manera e inconscientemente, frotaba sobre el miembro de su amante, provocando que se expandiese con cada roce.

Unos húmedos dedos se acercaron a su canal, provocando que un ligero gemido fuera emitido por los labios de Kemankes.

––¡Deseo tanto esto! ––susurró Kemankes al oído de su príncipe, incitando aún más a Suleyman a que profundizara, por lo que continuó diciendo––. Pero prefiero tenerte a ti, en vez de tus dedos.

Tan pronto como escuchó, Suleyman, retiró sus dedos del cuerpo de Kemankes para introducir su miembro en un dilatado, pero, aun así, estrecho canal.

––¡Ahg! ––un fuerte jadeo resonó en el odio de Suleyman al introducirse por completo en el cuerpo de su amante, provocando que este le besara con intensidad.

––¡Ahh! ¡Ahhh! ––gemía el príncipe ante los movimientos que hacía Kemankes sobre él.

El placer que experimentaban ambos, les hacía actuar bruscamente, halando el cabello de Kemankes, por parte de Suleyman. Por otro lado, Kemankes, enterrando sus uñas en la amplia espalda de Suleyman, produciendo arañazos no muy profundos en toda su espalda.

Kemankes, acostado sobre su propio pecho sobre la cama, apoyándose con sus rodillas, levantaba su cadera separando ambas piernas lo que permitía que Suleyman, tuviese una mejor vista del canal de su amante. Acariciaba con su lengua cada parte expuesta allí para él, mientras su amante, quien yacía sobre la cama, gemía de placer ante el jugueteo de la lengua del príncipe en su canal.

––¿Puedo entrar ahora? ––preguntó Suleyman, rozando su miembro junto al estrecho canal de Kemankes.

––Lo he esperado por demasiado tiempo ya ––respondió. Sus manos, apretaban a ambos lados la sabana con fuerza por las embestidas del vaivén del príncipe, al introducir su miembro a totalidad en Kemankes.

––¡Ahhh! ¡Ahh! ––jadeó el príncipe, mientras su varonilidad fue invadida por un cálido y apretado agujero, elevando su satisfacción. Sus manos tomaron a Kemankes en un abrazo, haciendo que separara su pecho de la cama, para posteriormente apoyarlo junto a la pared en el borde de la misma. Kemankes, supo que no tendría escapatoria. Toda la varonilidad del príncipe se introdujo en él, cada vez con más intensidad, haciéndolo gemir de placer.

No hubo dolor; ni quejas, solo placer. Kemankes, en sus intentos de tomar aire, en medio de sus fuertes gemidos, era besado intensamente por Suleyman. Sus lenguas, tan húmedas como cálidas, jugaban una con la otra en las cavidades de ambos, mientras sus cuerpos se balanceaban y dejaban escuchar el sonido característico de dos cuerpos demostrándose el amor que no puede ser expresado con palabras.

De repente...

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––¡Kemankes! ¿Por qué has cerrado tus puertas? ––la voz de Ahmed, desde los pasillos, detuvo toda acción dentro de los aposentos de su hermano.

Sin embargo, en su desesperado intento de apurarse, Suleyman retiró bruscamente su miembro del canal de su amante, lo que le hizo emitir un fuerte gemido que fue fácilmente escuchado por su hermano, aun parado fuera de los aposentos.

––¡Alá! ––murmuró para sí mismo y comunicó––. ¡Está bien! Si no quieres hablar, me iré... vendré más tarde... ¡No! Mejor visítame, ¡te esperaré!

Ahmed, nervioso, pero en su interior sonreía felizmente. Su hermano, quien los últimos meses ha sufrido, finalmente está siendo feliz y, a pesar de todo eso, quien está a su lado le quiere.

––Creo que se ha ido ––dijo Suleyman, aun con su varonilidad expandida.

––Definitivamente ––respondió Kemankes, parándose a un costado de la cama, porque se había apresurado a la puerta de sus aposentos.

Suleyman, caminó hasta él y sostuvo a su amante en un abrazo desde su espalda, tumbando su cuerpo hacia la cama para posteriormente volver a introducirse en él.

––Hay que terminar lo que empezamos, ¿no crees? ––susurró al oído de Kemankes, mientras todo su miembro se encontraba embistiendo el estrecho canal de su amante.

Los gemidos que anteriormente se habían silenciados, volvieron. El sonido de la carne que golpeaba una con la otra fue más intenso que antes.

––¡Terminaré! ¡Ahg! ¡Ahhh! ––jadeó el príncipe, una vez se liberó dentro de Kemankes. Por otro lado, Kemankes, ya se habría liberado minutos antes sin necesidad de haberse tocado.

Aquel líquido que se escurría desde su canal por toda su pierna, fue rápidamente detenido por Su Alteza, tomando una de las finas sábanas para limpiar a Kemankes y llevándolo a los baños para limpiarle todo su cuerpo.

––¡Despacio! ––se quejó Kemankes, cuando una de las manos de Suleyman limpiaban su entrepierna––. Ahora sí siento mucho dolor.

Ambos, riendo, ingresaron a los baños donde el contacto de sus cuerpos con el agua caliente, aliviaba la sensación de dolor y cansancio en ambos.

Luego de los baños y haberse vestido, ambos amantes salieron de los aposentos de Kemankes en direcciones opuestas; Suleyman, se dirigía a sus propios aposentos. Por otro lado, Kemankes, fue directamente a los aposentos de su hermano, Ahmed.

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––¡Hermano! ––saludó Kemankes, esquivando la mirada de su hermano. La vergüenza de recordar lo que ha pasado dentro de sus aposentos, hace que evitase mirar a su hermano a la cara.

––¿Qué pasa? ––curioso, preguntó Ahmed. No era tonto, pude rápidamente percatarse de la actitud de su hermano––. ¿Ha pasado algo?

––¡No! ––se apresuró a responder Kemankes––. Tú... bueno, tú fuiste y yo...

––¡Ja, ja, ja! ––Ahmed estalló a carcajadas al escuchar a su hermano intenta explicar––. Ya lo sé, estabas con el príncipe.

Los ojos de Kemankes, a punto de salirse de sus cuencas, no podía creer lo que su hermano acababa de decir. Aunque su cuerpo reaccionara así, en su interior estaba feliz de dos cosas; su hermano ya sabía lo que han hecho él y el príncipe y él ni siquiera tuvo que contarle, al menos no directamente.

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––Adelante ––dijo Ahmed, aun sosteniendo una sonrisa de la cara de vergüenza que aun poseía su hermano, sentado a su lado.

Un rostro desconocido ha ingresado a los aposentos de Ahmed. En sus brazos, una pequeña niña.

––¡Sultana! Gracias a Alá he podido verle el rostro ––dijo la criada––. En Maniza, son muchos los comentarios de Ahmed Sultan, de todo su poder y como ha logrado robarse el corazón de Su Majestad.

––Disculpe mi sultana, ella es Fakrya Hatum ––dijo Gul Aga––. Ella es la pequeña Sultana Dilasub, hija del príncipe Suleyman.

La sonrisa del rostro de Ahmed desapareció. Sus ojos, de inmediato buscaron a su hermano. Sin embargo, su hermano aun sorprendido, solo se limitó a sonreírle a la pequeña sultana y excusarse ante su hermano para salir.

Su corazón acababa de romperse en mil pedazos. La misma persona que lo ha llevado al cielo, ha sido la misma persona que ha hecho caer su corazón y romperlo en pedazos.

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