ROMANCES


HASEKI AHMED SULTAN

Con un nuevo título, nuevas obligaciones. Ahora como esposo del Sultan y luego de mi coronación, debo hacerme cargo de la administración del harem, claro que, con ayuda de la Madre Sultana, quien es la encargada de todo.

Los vientos que soplaban y nublaban mi conciencia haciéndome perder la confianza en la Madre Sultana Humasah se han disipado. Ahora más que nunca, en ausencia de la Sultana Firuze, sabemos que más enemigos querrán alterar el orden del harem.

Esta noche mi Sultan me ha llamado a sus aposentos. Su Majestad me ha llamado a cenar junto a las sultanas y los príncipes, pidió que pasase allí la noche, a su lado. Todos felices, al fin nuestra primavera ha llegado. Las maldiciones de la Sultana Firuze han quedado en el olvido.

Mi corazón brinca de la emoción al volver a ver a mi pequeño Kemankes sonreír al lado del príncipe Suleyman, mientras hablaban de los futuros planes del príncipe a implantar en su provincia cuando parta, pero algo que llamó mi atención fue que cambiaron de idioma al darse cuenta que todos estábamos pendientes a ellos, aunque no presté mucha atención.

–¡Qué alegría ver toda mi familia feliz! –decía la Madre Sultana–. Tu padre debe estar bien orgullo de ti mi león.

Dirigía su mirada a mientras expresaba sus palabras con una sonrisa que le hacía brillar todo el rostro.

–¡Gracias a Alá mi sultana! –dije.

–Bueno es hora de descansar, mañana es un día muy largo –dijo la sultana poniéndose en pie para salir de los aposentos. Todos, incluido el Sultan, nos pusimos de pie.

Cada uno de los presentes salieron de los aposentos de Su majestad. Ahora solamente éramos dos cuerpos unidos por el amor dentro de esas paredes.

El frío viento que golpea mi cuerpo siquiera pudo estremecerme como lo hicieron los brazos de Habraam al abrazarme desde la espalda, tomando mi cintura y pegando nuestros cuerpos.

–¡Mi flor de tulipán, mi violín, mi musa, mi vida entera, la música de mi felicidad, dueño de mi corazón, mi criado, mi Sultan! –recitaban en un pequeño susurro sus labios próximos a mis oídos, por lo que escuché cada palabra que decía–. ¡Oh Alá, permítele a este tu servidor no vivir el dolor de perder a este ser amado!

–Entonces seré yo quien tenga que sufrir cuando Su Majestad parta de este mundo –dije.

La respuesta del Sultan fue colocar sus labios junto a los míos en un largo y apasionado beso. Sus manos deslizándose a lo largo de mi espalda, junto al roce de la fría brisa, hacían que piel se erizara.

Su Majestad me tomó de las manos dirigiéndonos al interior de sus aposentos. Sus manos, posadas a cada lado de mi rostro, dirigiendo un nuevo, largo y apasionado beso.

–Creo que hace unos días dejamos algo pendiente –dije.

Sus labios recorriendo cada centímetro de mi cuello hacia que mi corazón saltara. Tome el cuello del Sultan alrededor de mis brazos en un apasionado beso. Era evidente que debajo de su vestimenta este beso había provocado el despertar de su miembro.

Apresurado, tiró de mi ropa Su Majestad, quien ya se encontraba sin ropa, al menos en su parte superior. Tomándome en sus brazos, cargó mi cuerpo a la cama retirando al suelo aquellas almohadas forradas de una fina tela de seda doradas que decoraban la cama de Su Majestad.

Mis piernas que flotaban alrededor de la cintura de Habraam hacían mi cuerpo temblar, no por temor, eso era obvio. Su Majestad siquiera ha penetrado mi cuerpo, pero la sensación que estaba experimentando recorría una y otra vez todo mi cuerpo.

El sonido del choque de nuestros cuerpos resonaba dentro de las paredes del lugar. Los gemidos, al unísono, cada vez más fuerte por la aceleración con la que una y otra vez lo hacia el Sultan.

Con cada movimiento sentía más y más la necesidad de aferrarme al cuello de Habraam. Esta vez mi rostro apoyado en las finas almohadas, de espaldas al Sultan, por lo que mis ojos no podían verlo, pero era innegable no sentir su presencia con cada embestida que procedía de él.

Acercando mi cuerpo al suyo, susurrando a mi oído, besando mi cuello, mi cuerpo liberó toda prueba de aquella excitación que emanaba de mí, más luego lo hizo Su Majestad.

La agitación de nuestros cuerpos que yacían uno al lado del otro en aquella cama, pareciese como si acabásemos de luchar contra un ejército. Nuestra respiración aún no se recuperaba del todo, pero ahí estaba yo recostado en el ancho pecho de Su Majestad hasta quedarme dormido.

***

–¡Buen Día mi Sultana! –susurraba Habraam.

–Siento que he luchado en contra de 20 ejércitos de los persas –dije en tono burlón.

–¡La Sultana más hermosa de mis días, al fin se ha despertado! –dijo Habraam–. Levántate y ve a los baños. Tenemos que comer algo antes de irnos a la junta del consejo.

Asentí con un ligero gesto inclinando mi cabeza, sintiendo un cálido de beso en mi frente por parte de Su Majestad.

***

Luego de salir de la junta del consejo vuelve a mi mente una imagen curiosa, porque dos gotas de aguas de agua pueden juntarse, pero Kemankes y Suleyman, lo dudo.

–Esta noche quiero que preparen dulces y den monedas a las criadas –ordené a Rassiye–. Son buenos tiempos para el Imperio.

¡Destur!

–¡Madre Sultana! –saludé.

–¡Sultana! –me saludaba Mihrimah Sultan quien acompañaba a la Madre Sultana.

–Di orden de la preparación para esta noche Madre Sultana –dije.

–Bien Ahmed –dijo, siguiendo su camino a sus aposentos.

–Creo que hoy no es el día de la Madre Sultana –susurró Gul Aga.

–El mío tampoco se arruinará –respondí–. Llama a mis hermanos y a las pequeñas sultanas, que me acompañen en mi comida en el jardín.

–Su hermano no está, Sultana –dijo–. Salió por orden de Su Majestad con los príncipes Selim y Suleyman. Recién acaban de irse.

–Bien, informa a los demás... ¡ah! ¡Sariye también y al príncipe Ibrahim!

–Como ordene mi Sultana.

Siempre es divertido comer en el jardín, desde aquí veo todo, los balcones del palacio, los jardines privados, el palacio de cristal.

–¡Sultana! –saludó Sariye.

–¡Bienvenida Sariye, toma asiento! –dije–. ¡Este príncipe heroico! ¿Cómo estás mi león?

–¡Gracias a Alá, estoy bien Ahmed! –dijo el Príncipe Ibrahim.

–¡Su Alteza! –regañó Sariye. De inmediato supe que lo hacía por la forma en la que el príncipe de nombró–. ¡Discúlpate con Su Majestad!

–Está bien Sariye, mi león no lo hizo de mala manera –dije llevando mi brazo por encima de los hombros del príncipe y abrazarlo, acercándolo a mí.

–Te gusta consentir a este príncipe rebelde –dijo Sariye en risa.

–Madre, Ahmed, me gustaría ir a montar caballo, ¿puedo?

–A mí no me mires –me adelanté a decir haciendo un gesto en dirección a Sariye.

–¡Madre, permítamelo por favor!

–¡Está bien! Pero solo un poco y no salgas del jardín.

–Gul Aga, acompaña al príncipe y no lo dejes solo –ordené.

Vi la felicidad en sus ojos, ¿en qué momento este pequeño niño se convirtió en todo un joven príncipe?

–Quiero ver el día que su Alteza Ibrahim tenga que marchase, ya no podrás consentirlo –dijo Sariye.

–Ese día, su Alteza me escribirá cartas y yo le responderé a todo que sí –no pude evitar reír antes de responder.

PRINCIPE SULEYMAN

Después de regresar de la campaña me he quedado en Estambul, pero ya casi es tiempo de que regrese a mi provincia. Hoy he sido asignado visitar la construcción de una mezquita, acompañado de varios pachás más, incluido el hermano de Ahmed Sultan, Kemankes Pachá.

Hace unos meses fui asignado a una provincia, por lo que he tratado de hacer todo lo que mi padre y ahora mi hermano, esperan que haga en mi provincia como gobernador.

Dentro de aquella mezquita, las altas paredes decoradas con bellos azulejos, incrustadas las escrituras del Corán en ellas también, pero un estruendo de las afueras del lugar hizo resonar en toda la habitación donde nos encontrábamos Kemankes y yo.

BOOM

De inmediato, Kemankes se apresuró a hincarse en una de las esquinas con sus rodillas tocando su pecho su pecho y sus manos en sus oídos. Sus lágrimas empezaban a correr por su rostro mientras susurraba una y otra vez en un tono casi inaudible.

–¡No me hagan daño! ¡No me hagan daño! ¡Por favor! ¡Por favor! –pude escuchar al acercarme a él.

No pude evitar reír mientras pensaba si estos son los pachás que mi hermano tiene en su imperio.

–¡Kemankes! –gritó uno de los criados que nos acampanaban–. ¡Estoy aquí! ¡Nadie te hará daño!

–¡Patético! –dije con indiferencia–. Cuando acaben con su romance vuelven al palacio, ¡me voy!

***

–¿Así es como cuidas a tu pueblo? –gritaba el Sultan–. ¡Exijo una explicación!

No entendía que estaba pasando, porque el enojo de Su Majestad. De repente, Ahmed Sultan ingresó a los aposentos del Sultan, sus ojos llenos de lágrimas y furia.

–¡Kemankes! ¡Hermano mío! ¡Aquí estoy! –se abalanzó a su hermano que yacía sentado al lado de Su Majestad, quien lo contenía en sus brazos.

–¿Qué pasó Suleyman? –preguntó Ahmed.

–Ahmed, más adelante te contaré –dijo el Sultan–. Ahora lleva a Kemankes a sus aposentos y que lo vea la doctora.

Ambos se pusieron de pie y salieron de los aposentos, me reverencié ante Ahmed, quien siquiera se dirigió a verme.

–Sabías todo lo que pasó Kemankes en su secuestro, sabes todo lo que Ahmed se preocupa por su hermano, aun así, no te importó nada dejarlo ahí.

–Hermano... yo no... –intenté decir, pero fui interrumpido.

–¡Cállate! –exclamó Habraam.

Ahora invade en mi interior un sentimiento de culpa. Aunque según las palabras de mi hermano, Kemankes no ha hablado con nadie.

TOC TOC

–¡Adelante! –escuché a Ahmed, quien permitía que ingresase a los aposentos.

–¡Sultana! –me reverencié ante Ahmed–. Quiero disculparme, no sabía que...

–No te preocupes Suleyman, sé que habrías hecho todo diferente de haber sabido.

–¿Cómo está ahora? –pregunté.

–Ahora está durmiendo, la medicina que le dio la doctora lo hizo dormir.

En ese momento llamaron a la puerta, Ahmed se apresuró a salir de los aposentos, al parecer Su Majestad le llamaba. No sé porque estaba allí, la verdad no sabía porque seguía allí. Me acerqué a la cama donde se encontraba Kemankes sentándome en uno de los extremos.

–Perdóname, aunque no me estés escuchando, perdóname –dije–. No sé porque reaccioné así cuando te vi con ese criado, no lo sé. Solo sé que me enojé, justo iba hacia ti, pero él apareció y te sostuvo y yo solo me volví loco.

Mientras decía aquellas palabras algo extraño pasaba por mi pecho, una sensación nueva. Pero mi corazón se aceleró aún más cuando la persona que se suponía estaba dormida respondió.

–Solo aléjese de mí, por favor... –hizo una pausa y continuó–. Actuó igual a ellos. Ahora déjeme solo su alteza.

En ese momento mi cuerpo se congeló, mis manos empezaron a temblar, ¿Qué significaba eso? ¿Cómo actuaron ellos con Kemankes?

–Sé que pasará mucho para que me perdones, pero espero que algún día vuelvas a ser mi Kemankes.

HASEKI AHMED SULTAN

–¿Qué pasó? ¿Por qué lloras Suleyman? –pregunté.

–Discúlpeme mi Sultana –se despidió y salió de los aposentos.

Mi hermano levantó su cabeza queriendo ver aquella escena, pero no pudo, Suleyman salió demasiado rápido de allí.

–Kemankes, ¿Qué pasó mientras no estuve? ¿Por qué Suleyman lloraba?

Pero mi pregunta no tuvo una respuesta.

***

–¡Destur!

–¡Sultana!

–Suleyman, necesitamos hablar –dije–. Quiero que me cuentes que pasó en la mezquita.

–Estábamos revisando, pero de repente hubo un fuerte ruido y Kemankes se lanzó al suelo, no tuve tiempo de reaccionar porque el criado ya estaba con él.

–¿Eso es todo?

–Sí.

–¿Seguro? –insistí.

–Sí mi sultana.

Estoy totalmente convencido de que esa no es toda la verdad, pero no puedo hacer nada más.

–Suleyman, eres un príncipe heroico, valiente, si dices que fue todo, no te preguntaré más nada.

Después de hablar con su alteza, me dirigí a los aposentos de la Madre Sultana quien esperaba por mi presencia para la celebración en el harem.

TOC TOC

–¡Madre Sultana! –saludé. Aun no me acostumbro a que tenga que reverenciarme ante la sultana, pero todos los demás deben reverenciarme ante mí.

–Ahmed, ya estás aquí, podemos irnos –dijo.

Con la sultana estaban la Sultana Mihrimah y Sariye Kadin. Tan pronto como la Madre Sultana inició su caminar, a su derecha estaba yo. Detrás de nosotros la Sultana Mihrimah al otro costado y, por último, Sariye, seguida de las criadas que nos acompañaban.

–¡Destur Valide Humasah Sultan, Haseki Ahmed Sultan ve Mihrimah Sultan hazretleri!

Mi preocupación por la escena vivida en los aposentos de mi hermano y posteriormente en los del príncipe Suleyman, aun ronda en mi cabeza. Pero esta noche es para divertirnos.

–Ahmed, ven conmigo –dice la Madre Sultana. Nos dirigimos a sus aposentos, aun sin saber porque me trae aquí con tanto apuro, ¿qué habrá pasado?

–¡Salgan todas! ¡Rápido! –ordena–. ¿Cómo es posible que hayas permitido algo así entre su Alteza Suleyman y Kemankes?

–¿De qué habla sultana? –pregunté sorprendido sin entender lo que significaban aquellas palabras.

–No quieras hacerte el inocente, sé muy bien que hoy hablaste con Suleyman –dijo.

–¿De qué me está acusando sultana?

–¿Acaso no sabes que tu hermano y Suleyman se han estado viendo a escondidas?

Ahora todo tenía sentido para mí, todas las piezas encajaban, una por una fueron ordenándose en mi memoria. Desde nuestro viaje a Edirne, nuestras despedidas antes de ir a la campaña.

CRAC CRAC

–¡Madre! –dijo Suleyman–. ¡Ahmed Sultan!

–¿Cómo entras a mis aposentos así? ¿Dónde quedaron tus modales? –preguntó furiosa la Madre Sultana?

–Hoy fui a tus aposentos Suleyman y te pregunté si había algo que debía saber –dije–. ¿Por qué ahora la sultana me dice otra cosa?

–Mi madre como siempre todo lo sabe, ¿verdad? –dijo Suleyman–. Esta vez no se hará tu voluntad querida Madre.

–¡Suleyman! –exclamé–. ¿Qué es esa manera de hablarle a la sultana?

–Mi madre está acostumbrada a que todos sigan sus órdenes, incluso usted Ahmed, siendo el esposo de mi hermano tienes que someterte a las órdenes de la sultana.

–Son las reglas del harem, son años de tradición que no deben romperse –dije.

–Esta vez no, quizás Kemankes no me quiera ahora, fui un estúpido al hacer lo que hice, pero ni usted madre, ni usted Ahmed, impedirán que este con Kemankes –decía Suleyman–. Y si tengo que hablar con mi hermano para que nos envíe lejos, lo haré. Que no le quede la menor duda de todo esto, a los dos.

–¡Vete a tus aposentos y no salgas hasta que yo te ordene, Suleyman! –ordenó la Madre Sultana.

–¡No, Madre! ¿No lo ha entendido sultana? –replicó–. Soy un príncipe de la Dinastía, así como usted pregona su rango en el harem, también haré valer el mío Madre.

–Suleyman, ¿estás consciente de lo que estás diciendo? –pregunté–. Esta no es la manera de conseguir las cosas alteza.

–Déjame a solas con mi hijo Ahmed –pidió la sultana.

–¡No, Ahmed! ¡Quédate! –dijo Suleyman–. Esto también le involucra Madre, ¿no lo cree?

–Te lo diré una sola vez Suleyman, ¡recupera tus sentidos! –exclamó la sultana–. ¿Qué son todas estas locuras que dices?

–¿Locuras? ¿llamas locura hacer lo mismo que hizo mi hermano? ¿o no está permitido para mí porque no soy el Sultan? O peor aún, ¿por no soy tu hijo favorito?

PLAK

El sonido de aquel golpe quedó perdido entre el canto de las criadas y los instrumentos de la fiesta que se celebraba en el harem. Unos ojos cargados de lágrimas comenzaron a brotarlas, su rostro estaba rojo. Ira, dolor, tristeza, era todo lo que el rostro del Príncipe Suleyman gritaba en esos momentos.

–Madre... –no dijo más nada, solo se marchó.

–Suleyman, hijo... –dijo la sultana–. ¿Qué he hecho Ahmed?

–Solo tengo una duda mi sultana, ¿Qué fue todo eso que dijo su alteza? –pregunté.

–Ahora, ¿también me juzgas?

–Solo quiero saber la verdad sultana.

–¿A qué verdad te refieres?

–¿Por qué permitió que me casara con Habraam?

–Lo llamas Habraam –dijo–. ¡Qué insolencia!

–Hasta ahora le he sido fiel y seguido sus órdenes sin replicar –dije–. Usted me conoce más que nadie y sabe de lo que soy capaz, no colme mi paciencia sultana.

–Aquí solo hay una autoridad y soy yo, ¿acaso te quedan dudas?

–La única autoridad es Su Majestad, Sultan Habraam Han –repliqué–. Usted, tiene poder por él, no olvide a la difunta Madre Sultana Firuze y su destino, debe servir de lección para todos.

–¿Harás que mi propio hijo me mate?

–De ser necesario, que no le quede la menor duda mi sultana –respondí devolviendo la sonrisa. No era una sonrisa amistosa, era una sonrisa pícara, con odio, es aquí cuando puedo darme cuenta de que la vieja Sultana Humasah está de vuelta, se acabaron los días de primaveras en este harem.

–¡Ah! Haz los preparativos necesarios a más tardar mañana tu hermano debe abandonar este palacio –dijo la sultana.

–¡Ja, ja! Ni lo sueñe, de este palacio no sale mi hermano.

–No te estoy preguntando, te estoy dando una orden.

–A ver mi sultana, ¿Qué parte de no, no ha entendido? –pregunté–. Solo el Sultan puede dar esa orden, a fin de cuentas, él fue quien ordeno que mi hermano viviese en el palacio.

–¡Lo quiero fuera! –gritó la sultana.

–¡No! ¡Ya le he soportado demasiado mi sultana, aun la muerte del príncipe Murad está en mi cabeza y usted sigue siendo la culpable a mis ojos!

¡Zas! Sus manos intentaron alcanzar mi rostro en un golpe, pero pude detener su mano antes de que golpease mi cara. Retirándola de un fuerte tirón de mis manos.

–No tiene un criado frente a usted para que le golpee cuando quiera. Soy el esposo del Sultan. Ni usted ni nadie puede tratarme de ese modo.

–Tu nivel siempre será el más bajo dentro del harem, no creas que tu boda cambia las cosas, ante mis ojos siempre serás un criado –dijo la sultana.

–Esos días quedaron atrás sultana, espero que lo recuerde siempre... –pero de repente, mis palabras fueron cortadas por el sonido de las puertas cerrándose. Es evidente que alguien ha escuchado nuestra conversación.

***

–Sultana, Ahmed comienza a convertirse en un problema, ¿qué debemos hacer?

–Esta vez no quiero errores, Ahmed no puede seguir viviendo.

–Pero su reciente discusión, la culparan.

–Nadie se atreverá a culparme. Soy la Madre Sultana. Soy la Madre Sultana Humasah.

***

–¡Oh por Alá! –dijo Gul Aga al escuchar aquella conversación que por error escucho en unos de los aposentos del palacio.  

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