PROMESAS


Los nuevos amores en la cima de su éxtasis se juran amor eterno, amor eterno que muchas veces sí es posible, otras no tanto por cuestiones del destino. Aunque al final del camino lo importante es amar con todo el corazón, sin importar cuantas promesas hayas hecho en el pasado o cuantas promesas te hayan hecho, que al final, no fueron cumplidas. Lo que sí es importante saber, a quien debes hacerle una promesa de amor.

***

Los síntomas de un silencioso Kemankes se han desvanecido de a poco, desde la distancia observado y ayudado por aquel que dice amarlo, Príncipe Suleyman. Su situación aún continúa siendo la misma desde hace meses, aún vive el rencor, el resentimiento dentro del corazón de Kemankes hacia el príncipe.

––¡Desde aquí veo todo el jardín hermano! ––con ojos brotados de alegría decía Kemankes, quien visitaba por primera vez sus nuevos aposentos en Topkapi––. ¡Muchas gracias Ahmed!

––Así es como quiero verte siempre mi león, sonriente ––respondió Ahmed Sultan y continuó––. Aunque hay algo más que deseo hablar con mi valioso hermano.

––¿Uh? ––dijo Kemankes sorprendido ante la petición de su hermano.

––¡Déjennos solos! ––ordenó que todos los presentes, criadas y agas que ayudan en la preparación de los aposentos esperasen fuera, mientras los hermanos conversaban en el balcón.

––Hermano, quiero que hablemos del príncipe Suleyman ––dijo Ahmed sin rodeos, haciendo que Kemankes tensara su cuerpo tan solo con escuchar mencionar el nombre de Suleyman.

––¿Qué... qué quieres saber? ––preguntó Kemankes.

––¿Por qué nunca me contaste sobre lo que hizo la Sultana Mihrimah? ––Ahmed quien acomodaba su cuerpo sobre unos de las grandes bolsas de plumas dispuestas en todo el balcón para reposar en ellas.

––¿Crees que fui muy ingenuo al pensar que Sule... el Príncipe Suleyman estaría conmigo? ––expresó Kemankes ocultando su rostro de Ahmed, era notorio que hablar de aquello con su hermano le generaba vergüenza. Era la primera vez que ambos hermanos tenían una conversación de este tipo.

––Ingenuo y estúpido ––respondió Ahmed. Ambos rieron a carcajadas––. ¡Acércate! ¡Ven!

––¿Cómo cuando era un bebé? ––decía mientras reposaba en el regazo de su hermano, hundiendo su cabeza en su pecho––. Aunque quisiera, ya no soy digno de estar junto a él.

––¿Quién dice que no? ––Ahmed.

––Ser tomado por muchos hombres no es algo que tendría que pasar un concubino del príncipe ––respondió.

––¿Sabes cuantas mujeres fueron abusadas antes de traerlas al harem y aun así se convirtieron en madres de príncipes? ¡Muchas, Kemankes! ––reconfortó Ahmed acariciando la cabeza de su hermano.

––¿Has pensado en irte realmente de palacio y no regresar? ––Kemankes preguntó porque ya había escuchado a su hermano quejarse varias veces antes de querer marcharse de Topkapi.

––Hace unos años le hice esa misma pregunta a una persona de este palacio ––explicaba Ahmed, en su mente aquel encuentro en el jardín con la Sultana Humasah––. Creo que puedo decir la misma respuesta que ella esta vez.

––¿Cuál? ––Kemankes.

––Si me he querido ir, sí. ––contestó––. Sin embargo ya no. Aquí ya formé una familia, por más que quiera irme, este palacio es nuestro hogar, con inviernos y tormentas o ya sea con una floreciente primavera, este palacio es y será nuestro hogar.

––¿Estás enojado conmigo por no luchar con esos hombres y dejar que me hicieran... eso? ––preguntó Kemankes.

––Kemankes mírame ––ordenó su hermano, sosteniendo su rostro con ambas manos––. ¡Tú no tienes la culpa de nada! ¿entiendes? Y no, no estoy enojado contigo.

Ambos hermanos se fundieron en un abrazo sincero, un abrazo bajo el dolor que aún posee Kemankes de haber sido abusado.

––Los verdaderos culpables pagaron por todo tu dolor hermano mío ––continuaba diciendo Ahmed con lágrimas en su rostro.

Y es que los verdaderos culpables aún estaban sin enfrentarse a la justicia del Sultan, aún paseaban por los pasillos de palacio.

El envío de Kemankes a una nueva provincia ya se había tocado, pero el mismo Kemankes ha rechazado la idea de irse nuevamente a gobernar una provincia. Hubo muchas propuestas, Edirne, Bursa, provincias muy cerca de Estambul, pero Kemankes se opuso.

Por el contrario, el príncipe Suleyman quien aún se encontraba en Estambul, ha recibido la orden de Habraam de partir a su provincia. Tan pronto como todos los preparativos estén listo, debería de partir.

––¡Sultana! Disculpe, pero el Príncipe Suleyman desea verlo–– dijo una de las criadas que caminó hasta la puerta del balcón para informar.

––Hazlo pasar ––ordenó Ahmed.

––Hermano, me voy... ––se apresuró a decir Kemankes tan pronto como la criada salió de balcón en busca del príncipe.

––Quédate, necesito hablar con los dos ––explicó Ahmed––. Ambos deben hablar en algún momento.

––¡Sultana! ––saludó Suleyman, haciendo una pequeña reverencia para Ahmed Sultan. Aunque su boca nombraba a Ahmed, sus ojos buscaban los ojos de Kemankes, quería volver a ver los ojos que hacen palpitar su corazón.

––¡Acércate! ven a sentarte con nosotros Suleyman ––dijo Ahmed. Suleyman aceptó sentándose allí con ellos.

––Si Su Majestad está ocupado, puedo volver después ––expresó Suleyman.

––Para nada, de hecho, quería llamarte Suleyman ––comunicó Ahmed––. Creo que es tiempo de que tú y Kemankes hablen.

Ambos jóvenes avergonzados, con rostros palidecidos, no se atrevieron a decir una sola palabra, luego de lo expresado por Ahmed.

––Ambos son adultos ya, ambos saben las circunstancias en la que pasaron las cosas, ¿no creen que es tiempo de una tregua y aclarar las dudas? ––preguntó Ahmed.

––Hermano, yo...––intentaba decir Kemankes, pero fue interrumpido por su hermano.

––Déjame terminar primero Kemankes ––continuó––. Para bien o para mal, lo que ambos decidan, siempre tendrán mi apoyo y haré todo lo posible frente al Sultan.

––¡Gracias Ahmed! ––dijo Suleyman.

De repente, Ahmed se incorporó, por lo que ambos también se apresuraron en ponerse de pie.

––Me iré primero ––dijo––. Ustedes tienen muchas cosas de las que necesitan hablar a solas.

Ambos se reverenciaron ante la salida de Ahmed de aquel balcón. Ahora solo quedaban dos almas unidas por el amor, dos cuerpos atraídos por el deseo de estar unido el uno al otro.

––Hoy no fue a cabalgar ––se atrevió a romper el incómodo silencio Kemankes.

––Tu tampoco fuiste al jardín privado esta mañana ––dijo Suleyman.

Y es que ambos sabían lo que hacía el uno y el otro cada día, donde iban, donde estaban en el palacio, que comían, sin que la otra parte se enterase. Ambos rieron por aquellas avergonzadas confesiones.

––Partiré a mi provincia en unos días ––informó Suleyman––. Ya he recibido la orden de mi hermano.

Kemankes, congelado ante la noticia que acababa de escuchar, se abalanzó tomando el cuerpo de Suleyman en un repentino abrazo sin decir una sola palabra. Por su parte, Suleyman, quien estaba apoyado sobre el borde del balcón fue sacudido cuando fue tomado por su espalda, con ambos brazos de Kemankes alrededor de su cintura.

Las manos de Suleyman se posaron sobre ambas manos de Kemankes sobre su propio abdomen, correspondiendo a su manera, aquel abrazo, sin que ninguno de los dos tuviera que decir una sola palabra.

––¿Por qué debes irte tan rápido? ––preguntó Kemankes con lágrimas en sus ojos––. ¿Por qué no puedes quedarte un poco más?

Suleyman, quien se giró aun sosteniendo ambas manos de Kemankes, para luego recostarlo en su regazo y abrazar su cuerpo, apoyando Kemankes su cabeza en el ancho pecho del príncipe, respondió.

––He estado mucho tiempo en Estambul, mi provincia está sola, no podemos dejarla sola por mucho tiempo ––explicó Suleyman––. Además, mi harem me espera, por lo que debo regresar pronto.

––¡Ahg! ––se quejó Kemankes intentando separarse del abrazo de Suleyman empujando al príncipe, pero ambos brazos fueron tomados nuevamente y llevados al regazo del príncipe nuevamente.

––Solo es una broma ––se burló Suleyman y continuó diciendo en un tono más serio––. Sin embargo, es cierto que debo volver pronto.

––¡Lo siento! ––susurró Suleyman besando la cabeza de Kemankes––. Perdón por no haber creído en ti, perdón por no estar ahí para i cuando me necesitabas, perdón por no merecer tu amor, per...

Un beso fue el causante de la interrupción del príncipe. Ahora dos bocas unidas saboreando el poder del amor, elevando la temperatura de sus cuerpos y de aquel balcón.

––Me temo que, si continuamos, esta vez no podré parar Kemankes ––advirtió el príncipe.

––¿Por qué tendría que detenerse? ––preguntó Kemankes.

––Esta vez será tu primera vez ––susurró Suleyman––. Haré que olvides ese pasado.

Ambos, tomados de la mano, corrieron hacia el interior de los aposentos. Cada prenda de ropa fue sutilmente retirada, besando cada parte del cuerpo de Kemankes, sin prisas, sin violencia.

––¡Ahh! ––jadeó Kemankes.

Dos cuerpos envueltos entre las finas sábanas de seda blanca que adornaban la amplia cama de los aposentos, unidos en un caliente y apasionado beso, imposible de querer separarse el uno del otro.

Suleyman por su parte, empezó a recorrer con su lengua, alternando con pequeños besos cada parte del cuello de su amante, provocando que Kemankes se estremeciera y arqueara su cuerpo de placer cada vez más. Kemankes nunca ha tenido intimidad con nadie, a excepción de aquel desagradable recuerdo que lleva en su conciencia. Es por ello que, con cada roce, con cada beso, con cada toque que le da Suleyman, este pequeño principiante tiembla de placer.

––¿Puedo? ––solicitó Kemankes a su príncipe, quería poner la varonilidad de Suleyman en su boca, tenía deseos de generar el mismo placer que anteriormente le fue proporcionado. De hecho, para ser novato, se debe admitir que no está mal, logrando que el príncipe gima de placer.

––¡Ahhh! ¡Ahh! ––cada vez más fuertes y recurrentes son los jadeos del príncipe por aquel movimiento constante, al compás del uso de su lengua. Lo que provoca que Suleyman sostenga la cabeza de Kemankes y empiece a embestir suavemente su varonilidad en su boca.

Acto seguido, Suleyman, apoyando su amplia espalda en los impresionantes azulejos que decoraban las paredes de aquellos aposentos, con su cuerpo sentado al extremo superior de la cama, colocó a horcajadas sobre sus piernas a Kemankes. Otro largo, caliente y apasionado beso resonó en todo el lugar.

Las lágrimas comenzaban a recorrer el rostro de Kemankes. Eran lágrimas de alegría, eran lágrimas provenientes de la felicidad que estaba experimentando su cuerpo.

––¿Quieres que me detenga? ––preguntó Suleyman al notar las lágrimas que empezaban a golpear sus hombros y pecho.

––¡No! ––jadeó Kemankes––. Estoy listo para entregarme a su Alteza.

––Kemankes, si no estás listo, aun puedo esperar por ti ––dijo Suleyman––. No quiero que hagas esto solo por complacerme a mí.

Dijo estas palabras sellándolas con un beso en la frente de su amante. Por su parte Kemankes, reposó sus labios sobre los del príncipe.

––¡Estoy listo! ––comunicó––. ¡Quiero entregarme a ti!

Sutilmente tomado por su cintura, Kemankes fue apoyado sobre la amplia cama arqueando su cuerpo una y otra vez más por la excitación. Suleyman lamió cada parte del cuerpo de su amante, haciendo dilatar su pequeño orificio.

––¡Ahhh! ¡Ahg! ¡Ahh! ––fuertes jadeos se dejaron escapar de la boca de Kemankes, mientras Suleyman acariciaba con su húmeda lengua su canal.

––¡Entra! ¡Entra en mí, Suleyman! ––suplicó. El príncipe aceptó, colocándose tras de su amante, para posteriormente penetrar con su varonilidad en su pequeño canal.

––¡Hmm! ––gimió Suleyman al sentir la calentura en su varonilidad, una vez se insertó completamente.

––¡Su... Suleyman! ¡Ahg! ––jadeó Kemankes recibiendo las suaves embestidas en su canal.

El sonido de sus cuerpos chocando, hacía competencia con los gemidos de ambos amantes en sus fervientes deseos de entregarse el uno al otro.

––¡Duele! ¡Suleyman! ¡Duele! ––decía Kemankes. Por lo que el príncipe se retiró del interior de su amante inmediatamente.

––¿Estás bien? ––preguntó Suleyman sosteniendo el cuerpo de Kemankes en su regazo.

––¡Sí! ––respondió––. Inténtalo una vez más.

––¿Estás seguro? ––dudó el príncipe de continuar, prometió a su amante hacerle olvidar el pasado, por lo que esta vez debe ser especial para ambos.

––¡Hmm! ––asintió Kemankes.

Esta vez fue mejor para él, no hubo dolor, solo placer. Su cuerpo se acostumbró al vaivén del miembro de Suleyman, exigiendo por su parte más y más cada vez.

––¡Terminaré! ¡Voy a terminar Kemankes! ¡Ahhh! ––jadeó Suleyman liberándose en el estrecho canal de su amante, eventualmente Kemankes también terminó liberándose sobre su propio abdomen.

Toc toc

––¡Apresúrese! ––ordenó Kemankes saltando de la cama para cubrir su cuerpo––. ¡Ve a los baños!

<Crac>

––¡Hermano! ––saludó Kemankes, quien a duras penas pudo enrollarse en una de las sábanas––. ¿Qué te trae por aquí de nuevo?

––Pensé que había olvidado mi anillo aquí ––dijo Ahmed, observando una de las prendas aun en el suelo, reconociendo al dueño de inmediato.

––¡Oh! ¡Sorpresa! ––exclamó Ahmed. Caminando hacia su hermano para besarle la frente––. ¡Lo llevo puesto!

––No olviden ordenar estos aposentos ––ordenó––. Los criados no deben saber que ha pasado aquí.

Esta vez Kemankes corrió a cerrar las puertas para que nadie más pudiese ingresar a sus aposentos. Suficiente vergüenza tenía con que su hermano haya entrado y lo haya encontrado en esa situación.

––¿Por qué habló en plural? ¿olviden? ––se susurró a sí mismo Kemankes––. Ya puede salir Alteza.

––Creo que Ahmed ya sabe que he tomado a su hermano ––bromeó Suleyman abrazando la cintura de Kemankes desde su espalda––. Su Majestad es muy inteligente.

––Deberías partir ahora, Suleyman ––advirtió Kemankes.

––¿Tan rápido quieres separarte de mí? ––preguntó el príncipe fingiendo estar indignado––. Me has faltado el respeto.

Ambos rieron y sellaron sus labios en un simple beso cargado de sentimientos, de pertenencia, un beso de amor verdadero. Estaba en la puerta de los aposentos dispuesto a salir, Suleyman volvió hacia su amante para besar otra vez sus dulces labios. Repetidas veces realizando esta acción hasta que por fin se escuchó cerrar las grandes puertas de los aposentos.

<crac>

––Te dije que ya no lo hicieras más Suleyman ––dijo Kemankes pensando que quien había ingresado a sus aposentos era su amante––. No más besos por...

––Veo que estás dispuesto a enfrentarte a mí, ¿o me equivoco? ––preguntó la Madre Sultana Humasah.

––¿Me está amenazando sultana? ––preguntó Kemankes sin mostrar el más mínimo respeto o miedo a la persona frente a él.

––¡En este palacio nadie mueve una pluma sin que yo de la orden! ––exclamó la sultana.

––No diga palabras que no puede cumplir sultana ––replicó Kemankes––. Aquí todos saben, incluido el Sultan, lo que ha hecho. Ni su propio hijo está a su favor. Nadie la respeta, su poder se ha ido.

<zas>

––¡No, sultana! ––exclamó Kemankes––. ¡Ni piense en ponerme una mano encima! ¡No tiene un criado frente a usted! Soy el hermano del esposo del Sultan, soy un pachá de Su Majestad...

––¡Además, es mi amante! ––dijo Suleyman, quien se paraba junto a Kemankes tomando su mano para besarla––. No se atreva nunca a ponerle la mano otra vez madre.

––¡Destur!

––Esta vez no puedo aceptarlo madre ––dijo Habraam––. ¡Guardias!

––Ordene Majestad.

––Acompañen a la sultana a empacar sus cosas ––ordenó el Sultan––. Desde este momento la Sultana Humasah estará en el Palacio de Lágrimas, y sin mi permiso no poda salir de allí, nadie puede visitar a la sultana a menos que yo de esa orden.

––¿Qué significa esto Habraam? ––preguntó la sultana exaltada.

––Ya has sobrepasado todos los límites madre ––dijo Mihrimah Sultan, quien acaba de ingresar junto a Ahmed––. Tu deseo de poder te ha cegado, y has perdido lo más importante para la dinastía... ¡Lealtad! Lealtad absoluta al Sultan.

––Mis propios hijos me envían al infierno, ¡eh! ––dijo––. ¡Se les olvida que soy la Madre Sultana!

––Al parecer a usted se le olvidó que su hijo es el Sultan, sultana ––dijo Kemankes.

––¡Saquen a la Sultana Humasah! ––ordenó Habraam.

***

Ya han pasado varios días desde la expulsión y exilio de la Madre Sultana Humasah fuera de Topkapi, sin embargo, el pueblo no ha visto con buenos ojos la decisión de Su Majestad.

A ojos de los otomanos, la Sultana Humasah es una sultana caritativa, bondadosa, piadosa, es por ello que, no creen en los rumores que abundan en el gran mercado de la capital.

Y muy lejos de la realidad no estaban los comerciantes, la sultana sí es caritativa, preocupada por su pueblo, pero ¿qué no haría una persona que quiere poder?

En los jardines de Topkapi, un carruaje aguarda al Haseki Ahmed Sultan. Es día viernes, y junto a todos los príncipes, sultanas, pachás, irán a la mezquita del difunto Sultan Suleyman para rezar.

––¡Larga vida al Sultan Habraam! ¡Larga vida al Sultan Ahmed! ¡Larga vida al Sultan Habraam! ¡Larga vida a los príncipes! ––una y otra vez eran las voces de los fieles seguidores de Alá que enviaban sus bendiciones, a pesar de que no todos allí compartían el sentimiento.

Esta es una de esas pocas veces en las que ambos, tanto el Sultan Habraam y el Haseki Ahmed Sultan aparecían ante el pueblo, por lo que todos allí quedaron maravillados al poder presenciar con sus propios ojos lo que decían de Ahmed.

Una persona alta, de ojos verdes, portando un traje de caftán rojo con adornos dorados, una corona dorada llena de piedras preciosas (la corona de la difunta Sultana Hurrem) y por supuesto, el anillo de esmeraldas del que todos en Estambul ya conocían al igual que la corona. Por su parte Habraam, vestía un caftán color rojo sin adornos, y es que no era necesario, la sola aparición en aquel lugar hacía que todos los presentes lo notasen.

Delante de todos Habraam nunca dudó en tratar a Ahmed como lo que es, su esposo. Tanto así que, en varias ocasiones donde Ahmed salía de aquella sala donde todos compartían luego de la oración, el propio Habraam se ponía de pie junto a los demás para despedirlo. Ante aquello, no quedaba dudas dentro de los pachás allí presente, los rumores eran cierto, el Sultan está siendo dominado por aquel que se hace llamar Ahmed.

Todos parados a ambos lados del camino postrándose ante el paso de Ahmed quien se dirigía de regreso a su carruaje. Un solemne silencio se apoderó del lugar, pero todo esto cambió en un solo pestañeo.

Una lluvia de rocas de abalanzaron sobre Ahmed, procedentes de todos lados. De inmediato, todos los guardias, criados, se apresuraron en proteger al esposo del Sultan, quien desde su caballo logró ver a la distancia como aquellos presentes empezaban a alzar sus manos para lanzar aquellas rocas sobre la cabeza de su amado Ahmed. Sin mediar palabras, sin preguntar, Habraam llegó allí con su espada en mano, enfrentado aquellos que iniciaron aquella rebelión en contra de Ahmed.

Todos aquellos que quedaron bajo la justicia de la espada del Sultan sufrieron las consecuencias, muchos de ellos fueron apresados para investigar quien había dado la orden de cometer aquel acto, pero todo era más que claro de quien había dado esa orden, al menos Ahmed sabía, la Sultana Humasah.

––¿Estás bien amor mío? ––preguntó Habraam.

––Sí, mi señor ––respondió Ahmed, sonriendo––. Mejor regresemos primero al palacio.

––¡Oh, por Alá! ––suspiró el Sultan––. ¿Cómo puedes estar tan paciente?

––Gracias a Alá no fue nada grave mi señor ––tranquilizó Ahmed.

––¿Cómo puedo estar paciente cuando han intentado golpearte en mi presencia? ––los ojos de Su Majestad ahora son invadido por una profunda tristeza.

De regreso a Topkapi ya se había esparcido la noticia del ataque a Ahmed, por lo que todos le esperaban en la entrada de palacio.

––¡Destur!

––¡Rassiye! ¡rápido! ––exclamó el Sultan––. ¡Lleven a Ahmed a que lo vea la doctora!

––Como desee Su Majestad.

Aunque Ahmed no sufrió heridas graves, más allá de simples rasguños, accedió a dejar que lo llevasen a la enfermería para que lo revisase la médica, además de darle paz al atormentado corazón de su amado esposo.

En los aposentos del Sultan se gestaba la iniciación de las investigaciones. La ira se había empoderado del Su Majestad y no es para menos, ver como su pueblo se levanta contra su esposo, le hace pensar que es una falta de respeto hacia él.

<Crac>

––¡Majestad! ––saludó Ahmed, con vendajes en porciones de sus brazos debido a los golpes.

––Mi sol de verano, ¡oh, cielo mío! Perfume de mi mañana, este servidor de Alá que no puede vivir sin ti sobre este mundo ––recitó Habraam mientras conducía a Ahmed a sentarse en los grandes sillones del balcón.

––¿Ya dio la orden de que iniciasen la investigación, verdad? ––preguntó Ahmed, dudando no tener una respuesta por parte de Habraam.

Es que ambos ya sabían quién había estado detrás de esta rebelión, pero sin las pruebas necesarios no podían hacer nada.

––No tienes que preocuparte, ya mis hombres se están haciendo cargo de todo ––respondió. Ahmed asintió recostándose en el regazo de Su Majestad.

––Por ahora déjeme descansar en su regazo mi señor ––pidió, a lo que Habraam solo correspondió a abrazarlo y ajustar el cuerpo de su amante a su regazo.

***

En el viejo palacio las cosas no son las mejores, ahora todas las antiguas sultanas, esposas de anteriores sultanes, hijas, hermanas, que allí vivían, deben someterse a las órdenes de la Sultana Humasah.

Aunque según las normas, una vez enviadas allí, todas tenían el mismo estatus, eran sultanas exiliadas la mayoría. Sin embargo, muchas de esas sultanas si guardaban buenas relaciones con la Sultana Humasah.

––¿Cómo te llamas jovencita? ––preguntó la sultana a una de las criadas que le servían en sus aposentos.

––Sadika, mi sultana ––respondió.

––Sadika, ve a llamar a Gulsah Hatum, tráela a mis aposentos ––ordenó. Desde el exilio de todos los criados y agas del harem, solo los de ciertos rangos importantes fueron dejados de Topkapi, no así una de las concubinas del Sultan, Gulsah.

A pesar de su embarazo, y de que Ahmed pidió que la dejasen en Topkapi a raíz de ello, el Sultan se negó haciendo que también fuese exiliada con su pequeña sultana, una vez naciera la criatura, de ser un príncipe seria llevado a Topkapi para ser criado por los eruditos del palacio de la corona, de no ser así, seguiría bajo el cuidado de su madre.

––Sultana, la señorita Gulsah espera afuera ––informó Sadika. Ordenándole con un simple gesto de manos que la dejasen pasar.

––¿Cómo estás mujer? ––preguntó la sultana.

––Ahora que me llama a su presencia, mucho mejor mi sultana ––respondió haciendo una pequeña reverencia.

––Alá mediante te estás cuidando bien, no olvides que llevas al hijo del Sultan ––advirtió la sultana––. Rézale a Alá que sea un príncipe, así nada te detendrá de regresar a Topkapi.

––Alá mediante mi sultana ––respondió Gulsah.

Las palabras de la sultana estaban en lo correcto, de nacer un príncipe esto le permitía a Gulsah regresar a Topkapi y estar al lado de su hijo, sin embargo, no es lo que Su Majestad tiene pensado para el destino de Gulsah. Por ahora, solo le queda rezar. Rezar para poder tener un príncipe.

***

En el palacio de la corona se prepara un banquete, es la fiesta de circuncisión de Ibrahim. Todos los hijos de comerciantes, pachás, extranjeros que pasaban por estas tierras fueron agradecidos por la bondad de Su Majestad, por lo que todos aquellos de la edad de Ibrahim fueron circuncidados también.

Se repartieron muchas cabezas de ganados, dulces, monedas de oro, al pueblo para costear las fiestas que se celebran.

––¿Estás asustado mi león? ––preguntó Ahmed sosteniendo la mano del pequeño príncipe recostado en su cama.

––¡No! ––dijo entusiasmado––. ¡Al fin tendré una espada como mi padre y podré ir a la guerra con ustedes, Ahmed!

Todos los presentes no pudieron evitar dejar salir unas carcajadas por las ocurrencias del príncipe, pero sus palabras eran ciertas. Luego de la circuncisión de Su Alteza, deberá empezar su entrenamiento con espadas, armas, para acompañar a su padre y ejercito en las campañas.

––¡Destur!

––¡Majestad! ––saludó Sariye, postrándose y besando la mano del Sultan.

––¡Querida mía! ––saludó––. Tenemos mucho que no conversamos, ¿cómo estás?

––Gracias a Alá, estoy bien mi señor ––respondió Sariye avergonzada, volteándose a ver a Ahmed que se encontraba aun sobre la cama del príncipe. Sí, ni siquiera se levantó para recibir al Sultan.

––No me mires a mí, yo no he dicho nada ––respondió Ahmed sonriendo––. No he dicho nada, además la única persona que puede entrar a esos aposentos eres tú Sariye.

––¿Cómo está mi príncipe valiente? ––preguntó el Sultan acercándose a la cama, por lo que Ahmed se apresuró a pararse junto a Sariye.

––No tienes que pedir mi permiso para ir a ver el Sultan, eres su esposa también ––susurró Ahmed, haciendo que Sariye lo mirase sorprendida.

––¡Ha llegado el doctor!

––¡Salgamos! ––dijo el Sultan.

Luego de realizada y dejando al príncipe descansar en sus aposentos, todos fuimos al jardín donde nos esperaban para la celebración. Una gran mesa colocada en el centro del jardín para todos, al fondo una carpa con el trono para el Sultan. En un gran sillón acolchado con plumas y lleno de piedras preciosas, digno de un Sultan. Pero solo el Sultan puedo sentarse allí, está prohibido que otras personas lo usen.

––¡Destur Haseki Ahmed Sultan Hazretleri!

Todos se pararon y postraron ante la llegada del Haseki. En el jardín se encontraban los miembros de la familia del Sultan, los pachás y sus esposas e hijos, criados, algunos mercaderes que fueron invitados por Su Majestad.

Al llegar, Ahmed camina directo a la carpa del Sultan, dedicando una reverencia y parándose a un costado observando a todos los presentes quienes les saludaban. En cambio, Habraam miró fijamente a Ahmed palmeando su trono, indicándole que se sentase junto a él. Todos los presento vieron aquel suceso, solo dos personas en el pasado lograron sentarse en el trono sin ostentar el título de Sultan de Imperio Otomano, La Haseki Hurrem Sultan y la Gran Madre Sultana Kossem.

Es tiempo que amigos y enemigos sepan que, Ahmed Sultan ahora se sienta en el trono otomano.   

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