PRIMAVERA
Los carruajes nos llevaron al mar, al Mediterráneo, desde allí, navegamos toda la costa otomana hasta Estambul. Cañones fueron disparados, las calles de la capital estaban de fiestas. Celebraban la victoria del Sultan, celebran el rescate del Sultan Ahmed. Habraam abrazaba desde la espalda a Ahmed apoyado en la borda del barco, mientras miraban a lo lejos al palacio.
—Bienvenido a casa, amor mío.
En la mente de Ahmed pasaba todo su pasado. Desde el día que fue traído desde Maniza a Estambul, fue golpeado, vendido, secuestrado, pero nada de eso puede quitarle la felicidad que siente ahora. Echó a raíces en este lugar y lo llamó hogar.
En el jardín, Suleyman, Ibrahim, Mihrimah, Sariye, Halime, Gulfem, Kemankes y Ferhat, esperan al Sultan. Todos quieren darle la bienvenida al palacio a Ahmed. El carruaje se detiene en la gran área del jardín...
—¡Destur Devletu Ismetlu Valıde-ı saı'de Baş Hasekı Sultan Ahmed Aliyyetu San hazretlerı!
La voz del aga resonó en todo el jardín, todos se inclinaron ante Ahmed, incluido el Sultan quien ya se encontraba fuera del carruaje. Sostuvo la mano de Ahmed y caminaron hasta el palacio. La princesa persa, Rumeira, que había escapado con Ahmed, ahora huérfana, también viajó a la capital con ellos. Al entrar al harem, todas las criadas estaban en filas, todas inclinaron la cabeza ante el paso de Ahmed. Las dos figuras caminaron hasta los aposentos de su Majestad.
Al ingresar, Habraam notó la mirada triste de Ahmed. Sabía que estaba pensando en todo el pasado, corrió hasta él para sostenerlo en sus brazos.
—He quemado todo eso... aunque nunca estuve con él, aun así, todo ha sido quemado —Habraam se apresuró a decir. Ahmed vio el temor en sus ojos. Tomó su rostro entre sus manos.
—Ya te dije que lo sé todo, sé la identidad de ese espía, sé porque preguntaste por él ese día, se todo lo que paso ese día aquí...
Los labios de Habraam cayeron sobre los de Ahmed, un suave beso fue dejado sobre su boca. Ahmed respondió a su beso, llevando sus brazos alrededor de su cuello. Habraam levantó el cuerpo de Ahmed, quien se sostenía con ambas piernas alrededor de la cintura de Habraam. Giraban dentro de la habitación, al punto de marearse y caer sobre la cama con una fuerte carcajada. Ambos cuerpos apoyados sobre sus espaldas, pero aun así mirándose a los ojos.
—Te amo, Ahmed.
—¿Cuánto me amas?
—Daría todo mi sultanato por ti —dijo Habraam en un todo serio.
—¿Tan poco? —bromeó Ahmed.
—Es todo lo que tengo de valor, no puedo dar mi vida, porque mi vida no vale nada sin ti.
—Lléveme a Edirne, quiero respirar aire puro en Edirne.
—¿Cuándo quieres ir?
—No lo sé, ¿mañana? —bromeó. Ambos se echaron a reír.
—Habraam —llamó Ahmed a su amante.
—Sí.
—Mientras estuve en el calabozo, tú...
—¡Shhh! —interrumpió Habraam.
—No hablemos del pasado, no ahora
Ahmed asintió.
—Hágame el amor, mi señor —pidió Ahmed mirando fijamente los ojos de Habraam—. Hágame suyo una vez más.
Habraam lentamente se apoyó sobre el cuerpo de Ahmed uniendo sus labios en un apasionado beso. Sus manos acariciaban cada centímetro de Ahmed. Sus lenguas jugaban dentro de sus cavidades por tomar el control uno sobre la otra.
Habraam deslizó su mano sobre el pecho de Ahmed hasta llegar al broche que sostenía la capa de su caftán para tirar de él. Un jadeo de placer hizo que Habraam levantara la vista y viera como disfrutaba su amante el toque de su cuerpo. Sacó su caftán y pantalones lo más rápido que pudo y procedió a quitar los de Ahmed.
—No imaginas cuanto extrañaba tu cuerpo, amor mío.
La lengua de su Majestad recorrió todo el cuello de Ahmed hasta su pezón y siguió descendiendo hasta su ombligo, haciendo que Ahmed arqueé su cuerpo de placer. Con ambas manos, Ahmed tomó el cabello de Habraam del placer. Habraam no protestó, más bien le gustaba aquello.
El deseo se apodera de Ahmed, lanzando a Habraam sobre la cama para subirse ahorcadas sobre él. Sus labios recorren todo su pecho, mientras lentamente va bajando hasta llegar a la entrepierna del Sultan. En un repentino movimiento, Habraam sintió como todo su pene fue llevado a la boca de Ahmed con movimientos suaves, alternándolos con ligeros toques con su lengua sobre su cabeza. Toque que le hacían apretar las sábanas del placer.
—¡Ahhh! ¡Ahmed! —gemía una y otra vez Habraam, con cada toque de Ahmed—. No puedo soportarlo más.
Tomó a Ahmed ahorcadas sobre él y lo posicionó sobre su pene. Un fuerte dolor invadió a Ahmed, un dolor que soportó y que pronto se convirtió en placer. Ahmed tomó el control, balanceaba una y otra vez su cuerpo sobre Habraam, cada vez lo hacía más fuerte. El sonoro choque de los cuerpos era escuchado fuera de los aposentos del Sultan. Solo dos guardias allí, ninguno de atrevió a mirar al otro, ambos quedaron allí siendo partícipes de la más grande prueba de amor de estos amantes.
—Ah... Ahmed, acabaré... acaba... ¡Agghh!
Todo el semen de su Majestad fue depositado en el ano de Ahmed. Ambos cuerpos seguían conectados sobre la cama. Ahmed apoyó su cabeza sobre el hombro de Habraam. Lagrimas comenzaban a brotar de sus ojos, pero lágrimas de felicidad. Abrazó con fuerza a Habraam.
—No vuelvas a alejarte de mí nunca más. si soy terco, encarcélame otra vez, pero no aparte de su lado, mi señor —dijo Ahmed. Su voz temblaba. Los amplios brazos de Habraam respondieron al abrazo de Ahmed con más fuerza.
—Aun te fuera al fin del mundo, allá iré te traeré a tu palacio, amor mío.
***
Edirne, 1804.
Toda la familia del Sultan se encuentra en Edirne. Han pasado más de 6 meses desde que Ahmed regresó al palacio. Muchas cosas han vuelto a la normalidad, el Sultan duerme todas las noches con su amante. Ahmed dirige nuevamente el harem. Su hermano Kemankes sigue siendo terco en Maniza con Suleyman. Su hija Halime, se ha enamorado de un jenízaro, aun no hablan de casamiento, ni siquiera se lo han contado al Sultan. La princesa persa aún sigue con ellos, acompaña a Ahmed a hacer la caridad. Melek, el guardia persa que ahora forma parte de los jenízaros, ha expresado su disposición de casarse con la princesa. Gulfem contrajo matrimonio, está esperando su primer hijo, ahora vive en Bursa. Ferhat, el pequeño hermano de Ahmed, él e Ibrahim nunca se separan, van juntos a todos lados. Ahmed ha sospechado que algo pasa, pero no quiere preguntar, cuando ambos estén listos, podrán decirlo.
—¿Alguna vez soñó con algo así, Majestad?
Ahmed preguntó a Habraam, estaban sentado al final de la gran mesa que se extendía en el jardín del palacio de Edirne.
—Siempre tuve una familia numerosa. Pero si me preguntas por esta reunión así, la verdad es que no —ambos rieron con la respuesta de su Majestad.
Un largo suspiro salió de Ahmed.
—Estoy muy feliz.
—Me hace feliz, verte feliz.
—¡Ahh! —exclamó Habraam, un leve dolor en su pecho le hacía presión.
—¿Le pasa algo, mi señor?
—No, una pequeña molestia —dijo. No quería preocupar a Ahmed. Aunque ha sentido esa molestia por bastante tiempo, últimamente eran muy seguidas y cada vez más dolorosas.
—Míralos, están tan enamorados —murmuró Ibrahim a Ferhat quien estaba sentado a su lado.
—Usted también debería casarse, así pasa el tiempo mientras llega su tiempo de heredar —bromeó Ferhat. Ibrahim golpeó su estómago con su codo no muy fuerte. Ambos se echan a reír.
El jardín está lleno de tulipanes, todos los arboles están florecidos. La primavera al fin ha legado. Con todos sus seres queridos felices, riendo, comiendo. Habraam tomó la mano de Ahmed con fuerza, su dolor empeoraba, vio los ojos de su amante con tristeza, pero sonrió.
—Demos un paseo —dijo Habraam.
Habraam se apoyaba cada vez mas de su amante, con cada segundo se le dificultaba caminar. Sus piernas se debilitaban. Ahmed quería ser fuerte, quería no quebrarse frente a él.
—Me marcho, Ahmed.
Los ojos que un día enamoraron a Ahmed se volvieron a él otra vez, brindándole una cálida sonrisa. Habraam yacía tumbado en el suelo sobre las piernas de Ahmed.
—No apartes tus ojos de los míos.
Habraam juntó todas las fuerzas que le quedaban y acarició el rostro de Ahmed.
—He sido muy feliz contigo, Ahmed.
Ahmed no soportó. Abrazó con fuerza el cuerpo de Habraam.
—No me dejes, Habraam, ¡por favor! ¡no me dejes! ¿qué haré sin ti? —las lágrimas corrían por las mejillas de Ahmed. Habraam limpió con sus manos aquellos rastros del líquido.
—Debes cuidar de nuestra familia. Ellos te necesitarán.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡Habraam, no!
—¡Mírame, Ahmed! No dejes de mirarme, quiero que sean tus ojos lo último que vean los míos.
—Habraam...
—Te amo, mi tulipán, mi anatolia, mi jazmín, mi esmeralda, el sol de mis mañanas, la luna... de... te amo...
—¡Ahhhgggggg! ¡Ahhhgggggg! ¡Habraam! ¡Despierta! ¡Despierta, Habraam!
Los sollozos desgarradores rugían más fuertes que los truenos que avisaban la tormenta que se acercaba.
—Te amo, mi amor, ¿me escuchas? ¡Te amo!
Repetía una y otra vez aquellas palabras mientras aun abrazaba el cuerpo sin vida de Habraam. La lluvia comenzaba a caer sobre aquel lugar. Juntó sus labios a los de Habraam, tomó una vez más a su amante en sus brazos, mientras su alma se partía en mil pedazos de dolor. Apoyó la cabeza sobre su amante y se quedó allí, junto al amor de su vida.
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