INOCENCIA

Mi cuerpo yacía en el suelo de aquel lugar. Mis piernas temblaban, el sudor recorría todo mi cuerpo. ¿Dónde estoy? No lo sé, pero al abrir mis ojos vi su rostro, me entregué a él, me entregué al Príncipe Habraam, ahora dueño de mi corazón.

***

PRINCIPE HABRAAM

Sentir sus suaves labios hizo que mi corazón quisiese salirse del pecho. Nunca había tenido este sentimiento, aunque mi mente me pide que me detenga, mi cuerpo me pide lo contrario. No quiero apartarme de aquellos dulces labios.

–¡Su Alteza! ¡Perdóneme! –exclamó. Pude ver como brotaban las lágrimas de sus ojos. Aun con su cabeza baja, podía ver como sus lágrimas golpeaban el suelo.

–¡Ahmed...Ahmed... todo está bien! –dije.

–¡Perdóneme! No fue mi intención... ¡perdone mi insolencia su Alteza! –dijo.

Mi corazón dio un vuelco ante aquellas palabras, mis dudas ahora aumentaban más.

–¿En verdad no querías besarme? –pregunté.

–Al... Alteza... usted... –dijo–, ¡disculpe su Alteza!

–¡Ahmed! ¡Espera! –exclamé. Aquella abrupta despedida hizo que mi cuerpo se sintiese vacío. Aunque mi por primera vez mi cuerpo, mente y corazón me decían que siguiese aquel bello rostro de dulces y suaves labios que me acababa de robar un beso.

–¿Es el Príncipe Habraam?

Creo que si

¡Si, es el!

¡Su Alteza! ¿Se encuentra bien? –

Había sido descubierto por aquella multitud que se disponía en el mercado. No tuve más opción que escabullirme de allí tan pronto como pude, no podría explicar lo que allí había pasado.

Aún conservo el toque de sus labios, su olor se ha impregnado en mí. ¿Acaso es esto amor? ¿Qué tipo de amor entre hombres? Mis pensamientos cada vez vuelan más lejos, ¿Qué diría mi Padre? ¿Cómo reaccionaría mi Madre? Los enemigos del Imperio esperando ante cualquier error para poder atacar, ¿Acaso utilizarían esto como motivo para enfrentarse hacia mi Padre?

–Supe que volviste al mercado –dijo mi madre. No supe cuando entró a mis aposentos, su repentina voz me exaltó, al punto de mover todo mi cuerpo.

–¡Madre me asustaste! –dije.

–Habraam mi león, ¿Podemos hablar? –preguntó–. Olvidémonos de títulos, del Imperio, solo quiero saber lo que está en la mente de mi hijo.

Sus palabras fueron reconfortantes para mí, mi madre siempre ha sabido lo que necesita cada uno de sus hijos, como toda madre. Si tuviese que enfrentarse al mismísimo Sultan, ella lo hiciese. Todos la comparan con grandes sultanas de nuestra Dinastía; La Sultana Hurrem, La Sultana Nurbanu, La Sultana Safiye, La Sultana Kossem.

–Mi grandiosa madre, es un sentimiento que pasará –dije–, no debes preocuparte.

–¿Eres consciente que ya sé todo lo que has hecho en el mercado? –dijo.

–¡Sultana! –respiré. Mi corazón se aceleró al compás que mi respiración lo hacía.

–¿Cuál es su nombre... Ahmed, cierto? –preguntó mi madre. Pude notar como su rostro no parecía enojado, más bien tenía una sonrisa en su cara.

–Madre... por favor, no le hagas nada –supliqué–. Prometo que no volverá a pasar, solo fue esa vez.

–¿Así es como luchas por el amor? –preguntó.

Mi cara perpleja ante la pregunta de mi madre. ¿Qué me habrá querido decir? ¿Acaso sabe que he enamorado de él?

–¿Qué quieres decir madre? –pregunté.

–Hijo mío...Llevo 15 años de casada con tu padre el Sultan, he visto las bodas de tus tías las sultanas, las criadas que fueron liberadas y casadas con buenos efendi, ¿acaso piensas que no sé cómo es el amor?

–Pero... no está bien, madre –dije.

–¿Somos nosotros quien dice que está bien o acaso no es Alá?

Un leve suspiro surgió entre mis labios.

–¡Guardias! –ordenó mi madre.

En ese momento mi corazón se detuvo. Ver entrar aquel rostro por esa puerta hizo que fuese el hombre más feliz del mundo. Ahmed estaba en Palacio.

–¡Ahmed! –Exclamé.

HASEKI HUMASAH SULTAN

–¡Gul Ag!

–¡Ordene mi Sultana!

–Dile a Rustem Pasha que deseo verlo –ordené.

–Sí, mi Sultana –dijo tan pronto como se apresuró en salir de mis aposentos.

[¿Por qué debes hacer mal las cosas hijo mío?], [¿no confías en tu madre?]. En este momentos nuestros enemigos acechan nuestros pasos. Aprovecharan cada momento de debilidad para sus sucios juegos. No puedo permitir que ninguno de mis hijos cometan errores, errores que costaron vidas en el pasado.

Toc Toc

¡Adelante!

–Sultana, Rustem Pasha la espera en sus aposentos.

–Vamos Gul ag –dije.

Rustem Pasha es uno de los aliados mas leales al imperio, desde que llegó a estas tierras y se convirtió al Islam, ha sido fiel a nuestro Sultan y a mis príncipes. Su Majestad, en honor a su lealtad le otorgó el nombre de Rustem, y poco a poco gracias a su experiencia ha tomado importantes posiciones en el Estado.

–¡Sultana, buen día! –una voz chillona, casi infantil. Es Gulsah Hatum.

–¡No estoy de ánimos para tus lamentos mujer! –dije– ¿Qué es lo que quieres?

–Fui a ver a su Alteza y me han dicho que no está en Palacio –dijo.

–¿Acaso debe su Alteza Habraam pedir tu permiso? –preguntó Gul Ag. –Piérdete y no molestes ¡insolente! –, el tono de gul Ag, era molesto, era evidente su descontento, sus ojos y cuerpo no podian mentir.

Gul Ag y Gulbahar Hatum son mis ojos y oídos en este Palacio. Si quiero asegurar el futuro de mis príncipes y el mío propio, debo hacer que ninguno de mis hijos cometan algún error y que uno de ellos ascienda el trono. Aunque, no pienso en esa posibilidad aun, eso seria renunciar a mi Sultan, al amor de mi vida.

Mi cabeza solo tenía una sola preocupación en este momento, ¿qué esta haciendo Habraam fuera del Palacio?

–¡Bienvenida mi Sultana! –saludó Rustem Pasha.

–Rustem, me temo que el Príncipe Habraam este haciendo algo estúpido –dije–. No me gustan sus salidas fuera de Palacio.

–¿Quiere que lo siga mi Sultana?

–¿Acaso debo pedirlo? –respondí.

–Gazanfar! ¡Delvis! –exclamó Rustem.

–Ordene Pasha –dijo Delvis, uno de los guardias personales del Pasha–. ¡Sultana Humasah! –dijeron ambos al unísono, haciendo una reverencia ante mi.

–Su Alteza Habraam se encuentra en el mercado, necesito que me digan ¿Con quién se ve? ¿Qué hace? –ordené.

–¡Si Sultana! –respondió Gazanfar.

–¿Por qué cree que hay algo malo en las salidas del príncipe, mi Sultana? –preguntó Rustem.

–Algo me lo dice Pasha, algo me dice que mi príncipe cometerá un error y me temo no poder ayudarlo –expliqué.

–Sultana antes que se marche, lo había olvidado...–dijo Rustem, mientras sacaba de su armario una carta–. Esta carta es de Su Majestad, llegó esta mañana junto con otra para mí.

Siquiera pensé en esperar para abrirla. Recibir una carta del Sultan de mi alma, era más que felicidad. Aunque debo admitir que su llegada me tomó un poco sorprendida, si hace pocos días recibí una carta.

Estrella de la noche, mi Sol de cada día, mi jazmín, mi tulipán, mi anatolya, Sultana de mi corazón, dueña de todas mis tierras, este pobre Sultan no soporta esta larga separación. ¿Acaso no sientes pena por este siervo de Alá que te ama?

Han llegado noticias de la provincia, asumo que ya debes estar enterada. Nuestro príncipe Habraam lo han visto en el mercado, solo, sin ningún guardia.

Sultana de Sultanas, ¿Cómo puedes permitir que su Alteza Habraam haga algo como eso? Esas noticias han entristecido mi alma. Espero todo sea un mal entendido.

Sultan Kassim Khan

–¡AGGHHH! –grité–. ¡Lo que temía ha sucedido Rustem! Su Majestad ya sabe de las salidas del príncipe.

–¿Cómo pudo eso pasar mi Sultana? –preguntó Rustem desconsertado–. Aquí todos están a sus ordenes...

–No todos Rustem –interrumpí.

–¿Acaso piensa que hay un informante en el Palacio?

–¿No es evidente? –pregunté–. Tenemos un traidor en Palacio.

Toc Toc

–¡Adelante! –ordena Rustem.

–¡Sultana! –dice Lala.

–¿Qué te trae por aquí Lala? –pregunta el Pasha.

–Mi Sultana, hay detalles que debe saber.

–¡Habla Lala! –ordené.

–Hace unos días su Alteza se reunió con un efendi del mercado en el Sala de Consejo –dijo.

–¿Rustem, sabías de esto? –pregunté.

–Sí, mi Sultana pero ¿qué tiene esto que ver Lala? –preguntó Rustem, dirigiendo su mirada a Lala.

–Creo saber por que se reunieron Pasha –dijo Lala. Su voz cada vez se hacía más temblorosa, y su cara empezó a sudar. Era evidente que él sabía que estaba pasando y no quería decir.

–¡No pruebes mi paciencia Lala! –exclamé.

–El príncipe Habraam se reunió con Sinan Efendi, al parecer hablaron sobre el hijo del efendi –dijo Lala.

–Habla claro Lala –dijo Rustem.

–Creo que su Alteza está interesado en este joven mi Sultana –. Lala bajo su mirada, un silencio se apodero de la habitación. ¿Cómo que mi príncipe esta interesado en un hijo de un efendi? ¿Hubo algún problema? ¿El efendi tiene algún problema y pidió ayuda al príncipe?

–¿Cómo que interesado en el hijo de un efendi? –pregunté.

Toc toc

–¡Adelante! –exclamé.

Gazanfar y Delvis se encontraban en palacio. Mi corazón aceleró. En mis adentros sabía que algo no estaba bien. Mi único temor es perder a mi hijo.

–¡Hablen! ¿Qué pasó? ¿A dónde fue el príncipe? –pregunté.

–Sul.. Sulta..Sultana... –balbuceó Delvis.

–¡POR ALÁ! ¿Están todos probando mi paciencia hoy?

–El príncipe se encontró con un joven y se besaron Sultana– dijo Gazanfar, sin temor alguno.

–¿Qué acabas de decir? ¿Cómo te atreves a decir eso de su Alteza? –preguntó Rustem, mientras agarraba a Gazanzar por el cuello. De ser posible lo hubiese matado aquí mismo, pero Lala intervino y lo impidió.

–Es la verdad Sultana –dijo Delvis. –Es el hijo de Sinan Efendi.

–¡Traigan a ese joven! ¡De inmediato! –ordené.

–¡Se avecina una tormenta Rustem, una muy grande! –dije.

Debo pensar claramente que debo hacer, ¿qué es esta calamidad Alá? ¿no es suficiente ya? Mis pasos me conducían a mi aposentos, pero fue entonces que la tan angustiada espera llego a su fin, aquel joven había llegado a Palacio.

–¡Sultana! –Gul Ag.

–¿Qué pasa Gul Ag? –pregunté.

–Ya está aquí el joven.

–¿Dónde?

–La espera con Rustem en el jardín principal –respondió Gul Ag.

Caminé lo más rápido que mi vestido me dejaba hacerlo. Quería de una vez y por todas ver aquel rostro, quería entender que estaba pasando.

–Así que tú eres el hijo de Sinan Efendi –pregunté tan pronto como me acercaba.

¡Destur!

–¡Sultana! –todos los presentes se reverenciaron ante mí.

–No. No soy hijo de Sinan –dijo– ¿Puede decirle que me suelten me están lastimando?

–¿No sabes quien soy verdad? –pregunté.

–¿Por qué tendría? –respondió–. No soy de aquí, aunque a juzgar por su ropa, sus joyas y el palacio, no quedan dudas, es una princesa.

–¡No seas insolente con la Sultana! –dice Rustem golpeando el rostro de aquel joven.

–¡Rustem! –exclamé–. ¡Déjennos solos!

Quería saber todo sobre él. Si lo que dicen es cierto, ¿cómo debo enfrentar esta calamidad? ¿cómo reaccionaria Su Majestad?

–¿Dé dónde eres? –pregunté.

–Ruthenia

–¡Oh vaya! –dije con asombro–. ¡También soy de Ruthenia!

–Entonces ¿Debe saber nuestra lengua? –preguntó.

–¡Por supuesto! Aunque casi no tengo con quien hablar –mi ánimo cambió totalmente. Hablar con aquel joven no se sentía para nada un extraño.

–¿Por qué me han traído aquí? –preguntó.

–Hay algo que quiero preguntarte... ¿Qué pasó esta mañana en el mercado con su Alteza Habraam?

Podía escuchar los murmullos de todos los demás allí, no sé si estarán escuchando lo que estamos hablando, todo lo que quiero es la verdad.

–¡Rustem! –exclamé–. ¡Vayamos a los aposentos del príncipe.

–¡Sí mi Sultana!– dijo–. ¿Qué haremos con él?

–Él viene con nosotros –dije con una gran sonrisa.

–¡Abran la puerta! –ordené–. Ustedes esperen aquí.

–Supe que volviste al mercado –dijo mi madre. No supe cuando entró a mis aposentos, su repentina voz me exaltó, al punto de mover todo mi cuerpo.

–¡Madre me asustaste! –dijo.

–Habraam mi león, ¿Podemos hablar? –pregunté–. Olvidémonos de títulos, del Imperio, solo quiero saber lo que está en la mente de mi hijo.

–Mi grandiosa madre, es un sentimiento que pasará –dijo–, no debes preocuparte.

–¿Eres consciente que ya sé todo lo que has hecho en el mercado? –dije.

–¡Sultana! –respondió exaltado, su corazón se aceleró al compás que su respiración lo hacía.

–¿Cuál es su nombre... Ahmed, cierto? – pregunté, esbozando una amplia sonrisa.

–Madre... por favor, no le hagas nada –suplico–. Prometo que no volverá a pasar, solo fue esa vez –. Fue la primera vez que mi príncipe me suplicara por algo. Aquella acción dejaba más clara que la decisión que acaba de tomar era la correcta.

–¿Así es como luchas por el amor? –pregunté.

–¿Qué quieres decir madre? –pregunto.

–Hijo mío...Llevo 15 años de casada con tu padre el Sultan, he visto las bodas de tus tías las sultanas, las criadas que fueron liberadas y casadas con buenos efendi, ¿acaso piensas que no sé cómo es el amor?

–Pero... no está bien, madre –dijo.

–¿Somos nosotros quien dice que está bien o acaso no es Alá?

–¡Guardias! –ordené.

–¡Ahmed! –exclamó su Alteza.

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