HERIDAS
Un cuerpo yacía en el suelo de aquel lugar, un cuerpo desnudo con signos de golpes, atado de manos y pies, temblando por el frío, su expresión irradia miedo. No sabe cuántos días ya lleva aquí, un dolor insoportable recorre todo su cuerpo.
–¡Despiértenlo! –vocifera uno de los hombres que allí se encuentran. Eran 5 en total dentro de aquella tienda, no muy grande de hecho, por lo que estaban muy cerca uno de otros.
–La zorra está despierta –responde otro de ellos de forma burlona.
–¡No... no... no me toque! –suplicaba sollozando–. ¡Por favor no me toque!
–Suplicas por tu vida, ja, ja, ja.
–Hagámoslo ahora –decía otro de ellos mientras posaba su mano en la pierna del joven, rozando con sus dedos desde los pies hasta su cintura.
El dolor se hizo presente en su parte baja, aquellos hombres, uno tras otro utilizaban el cuerpo del joven para satisfacer sus necesidades. La sangre que brotaba de su cuerpo manchaba toda la fina sábana, todos allí eran inmunes a sus gritos desgarradores que embargaban todo el lugar.
HASEKI AHMED SULTAL
Una semana, hace una semana que aún no he recibido noticias de la llegada de mi hermano a su provincia, ya es extraño, al menos una carta de que han acampado en algún lugar del camino y se han retrasado, pero no hemos recibido nada.
–Madre Sultana –saludé a la Sultana Humasah.
–¿Aún sin noticias de Kemankes Pasa? –preguntó.
–Ya es extraño no haber recibido nada sultana, ¿no lo cree?
–Seamos pacientes, Allah mediante llegaran sanos y salvo.
–Madre Sultana, Sultan Ahmed –saludó la Sultana Mahfirutze.
–¿Qué hace esta mujer en el palacio Sultana? –pregunté a la Madre Sultana–. Las normas del harem son muy claras y no hay excepciones.
–¿A qué se refiere mi Sultan?
–No sé qué haces en el palacio o que intentas hacer Mahfirutze, pero desde ya te lo advierto, si creas el más mínimo alboroto en el harem no vivirás para contarlo –secreteó la Madre Sultana a Mahfirutze haciéndola temblar de temor–. ¡Vámonos Ahmed, tenemos muchas cosas que hacer!
–Sultanas –se reverenció Mahfirutze.
Ese día la Sultana y yo teníamos que ir al mercado, visitaríamos las nuevas mezquitas que se están construyendo, pero la tal esperada noticia desde el palacio de Amasia llegó, habíamos recibido una carta.
–¡Mis Sultanas! –saludó Sumbul Ag–. Ha llegado una carta de Amasia para el Sultan Ahmed. También llegaron otras para el gran visir y para el Sultan.
–¡Ábrela! ¡Ábrela de inmediato Sumbul! –exclamé. Mi cara de felicidad no podía ocultarse, ya era hora de tener noticias de mi hermano.
–Como ordene mi Sultana.
Allah mediante espero que usted y Su Majestad, el Sultan Habraam se encuentren bien. Le he escrito porque nos hemos preocupado debido a que su querido hermano, Kemankes Pasa, Bey de Amasia no hay llegado a palacio. He escrito a Su Majestad para informar de la situación, mediante Allah espero recibir buenas noticias de la capital.
–¡Ahmed! ¡Ah...med! ¡Ah...! –escuchaba a la Sultana y Sumbul decir, pero yacía en el suelo de los aposentos de la sultana.
–¡Gracias a Allah ha despertado mi señor! –dijo Sumbul.
–Sultana mi hermano, mi her... –siquiera pude terminar de hablar porque mis lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos sin poder detenerlas.
Crac crac
–¡Destur Habraam Sultan hazretleri!
–¡Majestad! –se reverencia Sumbul ante el Sultan.
–Madre, ¿Cómo está? –pregunta.
–Ya está mejor –dijo–. Solo fue un susto.
–¡Ahmed, amor mío! ¿Cómo estás?
–Habraam mi hermano, tenemos que ir a bus...–he sido interrumpido por la sultana Mihrimah, quien acababa de llegar a los aposentos de la sultana.
–Siquiera puedes pararte y, ¿piensas ir a buscar a tu hermano? –pregunta–. ¡Majestad! –hizo una pequeña reverencia para su hermano.
–Ya he enviado mis guardias a buscar a tu hermano –dijo Habraam–. Regresará sano y salvo al palacio, Allah mediante.
Toc toc
–¡Adelante! –ordena el Sultan.
–¡Su Majestad! ¡Madre Sultana! –saluda Ferhat tan pronto entra a los aposentos de la Sultana–. ¡Hermano! ¿Cómo estás?
–¡Majestad! ¡Sul...! –intentaba hablar, pero mi sorpresa era mayor. ¿Cómo mi hermano podía estar en el harem de Su Majestad? Era imposible siquiera imaginarlo.
–Si lo que te preocupa es que Ferhat esté en el harem, no debes preocuparte, porque yo mismo lo autoricé a pasar y quedarse aquí con nosotros –dijo Habraam–. No quiero que te preocupes por nada, ahora solo debes descansar y yo iré a buscar a tu hermano.
Los labios de Su Majestad se posaron en mi frente despidiéndose, besó la mano de su madre quien se encontraba parada al pie de la cama.
–Te encargo a Ahmed, Ferhat –dijo el Sultan antes de salir. Todos allí se postraron ante la salida de Su Majestad.
–Madre –la Sultana Mihrimah pretendió hablar, pero su madre le invitó a salir de los aposentos en dirección al balcón.
–Él aún no lo sabe, ¿verdad? –preguntó Mihrimah.
–Ya ves que no, aun él está... –pero interrumpí aquella conversación, la vida de mi hermano está por encima de cualquier norma del palacio.
–¿Qué es lo que no sé Sultana? –pregunté.
–Ahmed, ¿Por qué te has levantado? –pregunta la Madre Sultana–. ¡Regresa a la cama, aun no estás en condiciones!
–Dígame lo que no se Sultana, es sobre mi hermano, ¿verdad –preguntaba mientras mis fuerzas eran cada vez nulas, mi corazón empezó a latir cada vez más fuerte, mi paciencia se estaba agotando, en un abrir y cerrar de ojos tenemos otra calamidad en nuestra vida.
–¡Ahmed, ven! Yo te contaré hermano.
–Tú también lo sabes, ¿Qué le pasó a mi hermano? ¡Díganme! –exclamé.
–Ahmed, tu hermano Kemankes fue secuestrado por los Safávidas –dijo la Madre Sultana–. Aún estamos tras ellos, Allah mediante lo encontraremos.
Mis rodillas pareciesen que fueron golpeadas por aquella noticia, los frágiles brazos de mi hermano Ferhat no fueron suficiente para soportar mi peso, por lo que caí al piso con todo mi alrededor dando vueltas. No cumplí mi promesa de proteger a mi hermano y estoy aquí sin poder hacer nada.
***
Dos semanas, dos semanas más sin poder encontrar a mi hermano. Los asuntos del Estado no se detienen, pero su búsqueda aún continúa. Cientos de jenízaros aún continúan con la búsqueda de mi hermano, sin imaginarme lo que el destino tenía preparado para mí.
–¡Su Majestad! ¡Su Majestad! –decía un jenízaro mientras corría hacia mi tienda–. Su... su hermano Majestad, ha sido encontrado con vida.
Sus palabras me hicieron abandonar aquel lugar dejando a tantos papeles allí sobre la mesa, cartas de Su Majestad, las Sultanas y de mi hermano Ferhat. Era un palacio en ruinas, un lugar sucio, frio, oscuro. Allí yacía mi hermano tirado en el suelo, amarrado de manos y pies como un animal salvaje, una fina sabana cubierta de sangre cubría su cuerpo desnudo, sus ojos llenos de dolor quebraron mi corazón y todo signo de paz que auguraba; su inocencia fue robada.
–¡Ya estoy aquí! ¡Estoy aquí! –le susurré. Siquiera podía reconocer a su hermano, ¿esto es de humanos?
–¡Háblame Kemankes! ¡Por favor! ¡Háblame! –le decía con mi cara perpleja ante aquel cuerpo irreconocible en el que habían convertido a mi Kemankes. Sus ojos solo se quedaban mirando al vacío, una vez, solo una vez se giró a verme.
Todo el camino de regreso al palacio estuvo abrazado a mí, todo le asustaba, unos simples gorjeos de los pájaros le hacían asustarse y acurrucarse más fuerte junto a mí, ¿Qué te han hecho hermano mío?
–¡Destur Haseki Ahmed Sultan hazretleri!
–¡Gul Ag! Lleva a mi hermano con Ferhat, que se duche, pasaré a verlo más tarde.
–Como ordene Su Majestad.
–¡Ahmed! –una voz agitada decía a mis espaldas, era Sariye Kadin–. ¡Gracias a Allah están aquí!
–Sariye, ¿puedes chequear a mi hermano? No sé qué le hicieron esos traidores a mi hermano, no quiere hablar, ni comer, todo le asusta, no sé qué hacer.
–¡Por supuesto! –decía mientras tomaba mi mano–. Debes calmar tu ira antes de ver al Sultan y ver esos hombres que tenían a tu hermano, el Sultan sabrá que hacer con ellos y aplicará su justicia.
–¡Gracias Sariye! –exclamé.
–Sultan...a... –interrumpí de una vez a Gulsah Hatum quien se encontraba en el jardín.
–Gulsah, ¿sabes? Los secuestradores de mi hermano aún están en el calabazo y mi ira aún no se ha ido, hasta que no corte sus cuellos, uno a uno, así que mejor cierra la boca y sin mi permiso no vuelvas a salir de tus aposentos, evita ser comida de los peces en el Bósforo, tu sabes que yo no amenazo en vano.
–Pero... la Madre Sul... –objetó.
Una sola mirada fue suficiente para callar su boca y saliera de allí tan rápido como sus cortas piernas se lo permitieron.
SULTAN HABRAAM HAN
–¿Quién dio la orden de este secuestro? –preguntaba mi gran visir Dervis Pasa, a lo que ninguno de los secuestradores se atrevía a responder–. Volveré a repetir la pregunta, ¿Quién dio la orden para que secuestraran a un miembro de la dinastía?
Esta vez Dervis corto uno de los dedos de los secuestradores, aun así, todos seguían sin decir una palabra. Ahmed acababa de llegar, nadie lo anunció, no me supe desde que momento estuvo metido en el calabazo junto a nosotros.
–Permíteme Dervis –dijo Ahmed.
–¡Ahmed! –exclamé. No quiero que Ahmed manche sus manos de sangre, pero no puedo negarle su derecho, después de todo Kemankes es su hermano. Para mi sorpresa, siquiera de volteó a mirarme.
–Así que ustedes no hablaran –dijo, golpeando a uno de ellos hasta hacerlo sangrar. Su cara refleja toda la ira, todo el rencor contra estos hombres–. Ahora le preguntaré otra vez, ¿Quién les dio la orden?
–Fue el Shah Buzud, lo juro –dijo uno de los prisioneros.
–¡Mentiroso! –gritó Ahmed–. Te preguntare a ti, veremos si tienes el valor de hablar –dijo y tan pronto como obtuvo la misma respuesta corto la oreja de este hombre. Todos allí quedaron sorprendidos, ver al pacifico Ahmed, actuar de esta manera era un asombro para todos.
–Ahmed creo que es... –fui interrumpido al escuchar a unos de los bandidos gritar por el corte en su cuello que le fue provocado por Ahmed. ¿Dónde quedó mi Ahmed? El pacifico, el amoroso, el bondadoso.
–Fue la Sultana Hassan... la Sultana Hassan... perdóneme Su Majestad.
–Ella solo es una pieza, ya todos sabemos quién es la culpable –dijo Ahmed en mis oídos.
–¡Mi abuela!
***
–¡Sultana! ¡Sultana!
–¿Qué ha pasado mujer?
–Han capturado los hombres. Me temo que digan su nombre.
–No lo harán.
***
Los pasillos del palacio parecían que estaban en llamas, todos corrían, todos trataban de esconderse. Ahmed, que de camino y por mala suerte, se encontró con Gulsah dando órdenes en el harem colmaron su paciencia.
–¡Apúrate! ¡tráeme mis manzanas!
–¡Destur Haseki Ahmed Sultan hazretleri!
–Al parecer no has entendido, ¿verdad? –dijo Ahmed–. ¡Guardias! ¡llévense a la señorita Gulsah al calabozo! Siquiera le den agua, a ver si aprendes de una vez y por todas.
–¡Sultana! ¡perdóneme! –gritaba.
–¡Cállate mujer! Mi nombre es Ahmed y yo no perdono.
–Su Majestad, ¿Qué hacemos con la Sultana Hafta? –pregunta una de las criadas.
–Ven acá pequeña –dijo Ahmed, llevándose a la pequeña a sus brazos–. Ahora vas a ir con ella a mis aposentos con Sariye y mis hermanos y me esperaras allí –dándole un beso en la frente y dejando que la criada se llevara a la pequeña Sultana Hafta a sus aposentos.
Sus pensamientos estaban claros, antes del incidente en el harem con Gulsah Hatum, ir a ver a la Sultana Firuze y arrestarla. Tiene que ser veloz si quieres detener a las Sultanas antes de que escapen del viejo palacio, aunque no sería una novela que ya hayan llegado las noticias.
SARIYE KADIM
Soy Sariye, una concubina del harem del Sultan Habraam. Su favorita. Madre de su primer hijo y príncipe heredero al trono del imperio. Soy una esclava como todas, traída desde muy joven a este palacio y fui dada al harem del palacio de manisa del que fuese el príncipe en ese entonces, Habraam. Fui golpeada, encerrada, me gane el odio de muchas, pero nunca he perdido bondad.
A tan poca edad fui a los aposentos del príncipe, él también era joven. No puedo decir que me enamore de Su Majestad, mi lealtad y mi corazón les pertenecen, pero aquí somos concubinas, nuestra tarea es servirle a Su Majestad.
Más tarde nace mi hijo, Príncipe Ibrahim, heredero al trono. Con el pase a ser nombrada Kadin y ganarme el respeto de todo el harem. Soy Sariye, favorita del Sultan Habraam, madre de un príncipe y heredero al trono. Soy Sariye la bondadosa, la criada, leal, la que siempre ríe.
Toc toc
–¡Adelante!
–¡Madre Sultana! –para mi sorpresa estaba la Madre Sultana con Kemankes, no esperaba encontrarla aquí–. Ahmed me ha enviado a cuidar de Kemankes.
–Eso es bueno, pero no olvides que tienes otras responsabilidades –decía la Sultana caminando hacia la puerta.
–¿A qué se refiere mi sultana? –pregunté sin obtener respuesta alguna, solo una pequeña reverencia y mirada de desaprobación.
Pero mis preocupaciones sobre la Sultana desaparecieron al ver estado en el que se encuentra el hermano de Ahmed, ¿esto es una persona? ¿qué tantas cosas le hicieron para que quedase en ese estado? Tuve muy pocos encuentros con ese jovencito en el pasado, pero esos pocos fueron los suficientes para conocerlo y saber lo valioso que es.
–Kemankes, soy yo, Sariye –dije sin respuesta alguna, siquiera volteó a verme, momentos en lo que una de las criadas dejaba caer aquella bandeja de metal repleta de vasijas causando un estruendo en los aposentos de Ahmed, para mi sorpresa, Kemankes se abrazó a mi vestido tan fuerte que hizo me estremeciera.
–¡Madre! ¡Madre!
–¡Pequeño león, estás aquí!
–Gul Ag no quería traerme madre –se detuvo, observando a Kemankes aferrado a mi cuerpo–. ¿Qué le pasa a Kemankes madre?
–Él está un poco enfermo, pero se pondrá mejor.
–Mejórate pronto, así podemos ir al jardín y practicar con las flechas –dijo el príncipe a lo que, para mi sorpresa, Kemankes respondió asintiendo con un pequeño gesto.
HASEKI AHMED SULTAN
Mi corazón, tan rápido como galopeaban los caballos, así lo hacia él. Íbamos camino al viejo palacio, quería ver a los ojos a la causante de todo lo que tuvo que pasar mi hermano, quería respuestas, pero sobretodo, quería castigo, quería venganza.
–¡Destur Hasek...! –no pude siquiera dejar que anunciasen mi llegada al palacio como dicen las normas, tan pronto como llegamos fui directo a los aposentos de la sultana.
Crak Crak
–¡Sultana Firuze! –gritaba su nombre al ingresar a sus aposentos, pero no estaba allí.
–¡Sultana Cálmese! –decía una de mis criadas–. La sultana está en el jardín.
Muchas de las criadas que vivían allí desconocían quien era exactamente, pero todas incluidas las viejas sultanas exiliadas se paraban y reverenciaban tan pronto como pasaba por el harem.
–¡Ahmed! Te esperaba –dijo la Sultana apenas salí al jardín.
–Le advertí una vez que no se metiese en mi camino Sultana, aun así, se atrevió a tocar a mi hermano y, ¿cree que va ha quedarse sin castigo? –su mirada desafiante hacia a todos temblar allí. No se podía negar, la Sultana Firuze posee una belleza envidiable, su larga cabellera color dorada y sus ojos verdes, ¿quién pudiese pensar que detrás de esa belleza se esconde una persona cruel?
–Viniste a llevarme, ¿no es así? –preguntó.
–¡Guardias! ¡acompañen a la sultana!
–¡Insolente! ¡No me toques! ¡Aun soy una Sultana, tu Sultana! –replicaba la Sultana–. ¡Conozco el camino!
–Veremos si después de hoy sigue siendo una Sultana –dije.
***
–Dicen que van a ejecutar una sultana.
–¡Sí! Por orden de Su Majestad.
–¿Qué habrá hecho esa sultana?
–Es la primera vez que se ejecutara una Sultana por orden de un Sultan.
–Dicen que dio órdenes de secuestrar a un Pasa.
–¡Allah perdone sus pecados!
La ejecución de la Sultana se ha esparcido por todo el imperio, amigos y enemigos se han enterado. En el palacio todos están en silencio, nadie se atreve tan solo a levantar un poco la voz, las favoritas, las criadas, los agas, todos sin excepción están empezando a temblar cada vez que ven o escuchan la voz de Ahmed.
No es para menos, llegar como un criado, convertirse en el favorito del Sultan y obtener el título de Haseki, solo las grandes sultanas lograron eso, desde la Haseki Hurrem Sultan hasta la última gran Haseki poderosa del imperio, la Haseki Kossem Sultan y ordenar la ejecución de dos sultanas, solo lo hacen las grandes e influyentes sultanas.
Ha pasado una semana desde la orden de captura de las sultanas, hoy es el día de su ejecución. Las hijas de la Sultana Firuze, las Sultanas Reyham y Hatice presentes en aquel día pidiendo por la vida de su madre a su sobrino.
–Una vez le dije que tuviera cuidado Sultana, pero no me hizo caso –dijo la Valide Humasah Sultan.
–¿Vienes a besarme la mano y pedir mi bendición Humasah? –respondía la Sultana Firuze en un tono burlón.
–¡Ría Sultana! Sus días sobre esta tierra se han acabado –dijo Humasah.
–Sí, me iré, pero ¿crees que verdaderamente fui yo? El invierno acaba de comenzar, recuérdalo siempre.
–Diga lo que diga no quita el hecho de que perdió Sultana, admítalo. Yo la Sultana Humasah he ganado esta guerra que usted misma empezó –comentó la Sultana–. Ahora si me disculpa debo ir a prepararme, hay una ejecución que debo ver.
***
Los llantos de dos desgarradoras mujeres se esparcían por todo el palacio, aunque tenían la entrada prohibida hoy estaban aquí, a pesar de todo, son Sultanas y pertenecen a la Dinastía Otomana.
Eran las hijas de la Sultana Firuze, rogando por el perdón de la vida de su madre. El Sultan no las recibió.
–¡Ahmed! –grita Reyham.
–¡Clemencia para mi madre! –solloza vocifera Hatice.
Crac Crac
–¡Ahmed! ¡Por Allah! ¡Detén todo esto! ¡Te lo suplico! –decía la Sultana Reyham.
–¡Salgan todos! Déjenme a solas con las Sultanas –ordené.
–¿Por qué haces todo esto? ¿qué es lo que quieres? –pregunta la Sultana Hatice.
–¿De veras quieren saber? Pues les diré –dijo Ahmed después de que se parase de su asiento–. Su preciada madre había ordenado que secuestrasen a mi hermano, ordenó que lo violasen y lo torturasen. Mi hermano apenas puede moverse postrado en una cama, no come, no habla, todo le asusta, ahora les pregunto yo, ¿qué le hice yo a su preciada madre para que le hiciera eso a mi hermano? ¡No! ¡No habrá perdón! Y escúchenlo bien sultanas, ¡Mi nombre es Ahmed, Haseki Ahmed Sultan y yo no perdono!
La vida de las Sultanas Firuze y Hassan fueron tomadas a mano de verdugos frente a los jenízaros y el pueblo otomano, ahora queda claro que nadie, incluida las personas de la propia Dinastía debía meterse con el dueño del corazón del Sultan, Ahmed.
SULTAN HABRAAM HAN
Aunque haya cometido un error que no podía perdonarse, era mi abuela, era parte de mi familia, de mi dinastía y no, no estoy arrepentido de haber impartido la justicia de Allah.
–Majestad, Ahmed Sultan está aquí, espera para verlo.
–¡Qué entre! –dije.
–¡Majestad! –se inclinó ante mí. Allí estaba el dueño de mi vida, el dueño de mi corazón, mi alegría en este mundo gris.
–¡Amor mío! ¡Ven aquí! –nuestros brazos entrelazados en un cálido abrazo que recargó mis fuerzas.
–Con tantos problemas últimamente me había olvidado de preguntar, ¿Cómo está el dueño de mi corazón? –dijo Ahmed.
–Ahora, contigo aquí en mis brazos, estoy bien. Eres la fuente de mi energía.
–¡Vayámonos a Edirne Su Majestad! Quiero llevar a Kemankes, le hará bien estar allí.
–Si la felicidad de mi vida quiere ir a Edirne, iremos a Edirne. –dije–. Ordenaré que inicien los preparativos.
Caminamos al balcón de mis aposentos, Allah nos regalaba uno de los más bellos atardeceres que hubiese visto. Los rayos del sol golpeando nuestros cuerpos al compás de una fina brisa y el cantar de las aves. Esta es la vida que deseo, pacifica, sin problemas, reír con la persona que he elegido para amar, ¿es mucho pedir?
–¡Disculpe Su Majestad! –dijo mi favorita Sariye–. Si están ocupado podemos volver después.
–No Sariye –dijo inmediatamente Ahmed, cargando al pequeño Ibrahim en sus brazos–. Adelante, de hecho, iba a llamarte.
–Nos iremos a Edirne en unos días Allah mediante –dije.
–Quiero llevar a Kemankes a ver si con la ayuda de Allah mejora, los doctores dicen que debe descansar.
–Ahmed quiere que tú y el pequeño Ibrahim nos acompañen, ¿Qué opinas? –pregunté.
–¡Me honra que Su Majestad haya pensado en mí!
–Majestad, ha llegado una carta de Dervis Pasa.
–La felicidad de Su Majestad es mi felicidad también, y si él está feliz yo también lo estoy. Además, este pequeño príncipe debe ir a cazar en Edirne –decía Ahmed. ¿Cómo no ser feliz cuando mi harem está en paz?
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