FUNERAL


FUNERAL

—Ahmed Sultan, ambos sirvientes fueron silenciados. Nadie más sabe sobre ese asunto —dijo Gul aga.

***

El pueblo está de luto, Valide Humasah Sultan ha fallecido. Asesinar, golpear, insultar a una sultana está prohibido, peor aún si dicha sultana es descendiente directa de la dinastía. Sin embargo, en muchas ocasiones como esta, deben hacerse excepciones. La primera sultana asesinada fue la Buyuk Valide Kossem Sultan, conocida como la Madre martirizada, ordenado por su predecesora la difunta Valide Turhan Hatice Sultan. Desde Inglaterra, ahora unificada como Gran Bretaña, se han recibido condolencias por parte del Rey Jorge III, así como de otros allegados al imperio.

Alá es el más grande...

Las plegarias por el alma de la sultana han iniciado dentro del palacio. Todas las sultanas en el extranjero, las del antiguo palacio, las criadas, todo el pueblo sin excepción lloraba la partida de la sultana.

—Padre, ¿por qué debemos ir? —preguntó la pequeña Halime.

—Mi sultana, debemos ir porque es la Madre Sultana y debemos ir con todos —explicó Ahmed. Halime ahora tiene 10 años, ya no es una inocente sultana.

—Con lo mucho que nos quería la difunta —murmuró.

—Halime, te he escuchado —dijo Ahmed—. ¿Qué son esas palabras?

—Es la verdad padre, ¿cuándo se acercó a mi esa sultana? ¿cuándo fue amable contigo?

—Ven aquí hija mía —dijo Ahmed, invitando a la sultana a que se sentase junto a él—. En el pasado, cuando todavía tu hermano el príncipe Ibrahim era más pequeño que tú, la sultana y yo éramos felices, ella me educó, ella me permitió esta vida que ahora tengo, aunque ya después nuestros intereses no estuvieron en acuerdo.

—Y mi padre el Sultan, ¿qué hacía cuando eso? —preguntó la sultana.

—Tu padre, él era un príncipe y estaba en Maniza, luego vino aquí como Sultan y desde entonces no nos hemos separados. Él se ha enfrentado a su madre muchas veces por nosotros —los ojos de Ahmed brillaban al decir y recordar los buenos momentos del pasado. Al terminar de cambiarse ambas partes estaban listas para ir al funeral de la sultana.

Los ojos de Habraam no podían ocultar lo devastado que estaba, a fin de cuentas, era su madre. Tomó el ataúd junto con los agas para llevarlo a la capilla de entierro. Fuera de Topkapi, los visires aguardan al Sultan para tomar parte del acarreo del féretro de la sultana.

***

<Toc toc>

—Adelante —ordenó Habraam.

—Amor mío —saludó Ahmed haciendo una reverencia.

—Mi amado esposo, ¿cómo estás? —preguntó.

—No diré que estoy muy adolorido, lo sabes, mentiría. Sin embargo, es inevitable no sentir la ausencia de la sultana, ya ha pasado el luto y aun el pueblo sigue orando por la sultana —dijo Ahmed sentándose en las piernas de Habraam, apoyándose en su regazo.

—¿La perdonaste?

—Si no lo hubiese hecho, no habría aparecido en su funeral —explicó Ahmed entre risas—. ¿Tú la has perdonado?

—Lo hice.

Ambos amantes quedaron allí sin hablar, abrazados el uno al otro, recibiendo los pocos rayos del sol del día.

—Majestad, su hermano el príncipe Suleyman ha llegado a palacio —informo el chambelán de los aposentos del Sultan.

—Hazlo pasar.

—Saludaré a su Alteza y me iré a mis aposentos, Halime cenará conmigo hoy —explicó Ahmed, Habraam asintió.

—¡Majestad! ¡Sultana! —saludó Suleyman a Habraam y Ahmed respectivamente, haciendo una reverencia.

—¡Qué alegría verles aquí! —dijo Ahmed, mientras abrazaba a su hermano.

—Alá mediante nos traes buenas noticias, Suleyman —dijo Habraam.

—¡Ven, vamos a mis aposentos! —dijo Ahmed a su hermano, invitándolo a que lo acompañase—. Dejemos a su Majestad trabajar.

Ambos hermanos caminaron hasta los aposentos de Ahmed, en espera de Ferhat. No tardó mucho en llegar, su Alteza Ibrahim aún está en palacio, era de esperarse que llegase de una vez. Los tres rieron, se abrazaron, volvieron a esos años donde eran felices, sin preocupaciones, sin obligaciones.

—Ahmed Sultan, la cena esta lista —dijo una de las criadas.

—¡Padre! —saludó la Sultana Halime al ingresar a los aposentos.

—Sultana —se reverenció Ferhat.

—Ahmed... ella es... —los ojos de Kemankes no ocultaban su asombro, muchos años pasaron desde que vio por última vez a la sultana, con la pequeña Dilasub, todo lo contrario, aún seguía siendo una pequeña sultana.

—Así es, ella es Halime —dijo Ahmed.

—¡Alá! ¡Qué grande y hermosa estás! —dijo Kemankes—. Alá te bendiga y te libre del mal de ojo.

—Halime, él es mi hermano, Kemankes Sultan, es el favorito de tu tío el príncipe Suleyman —explicó Ahmed.

—Sultana —saludó Halime haciendo una reverencia para Kemankes—. Perdone mis malos modales, no le conocía.

—Ven aquí pequeña —dijo Kemankes tomando en brazos a su sobrina, brindándole un abrazo.

—¡Vamos! ¡Cenemos! —dijo Ahmed.

—Si me disculpan, me retiro —dijo Ferhat.

—No, quédate hermano, cenemos juntos —dijo Kemankes—. Hace mucho deseaba esto, aunque la mesa no está completa.

—Visitemos su tumba mañana —dijo Ahmed.

—¿De quién hablan, sultana? —preguntó Halime.

—Cuando nosotros llegamos a esta ciudad, éramos huérfanos, pero un amigo de nuestro padre nos cuidó, nos dio comida y un techo, ese fue nuestro segundo padre, Sinan Efendi —dijo Ferhat—. Yo tenía más o menos su edad sultana cuando vine a territorio otomano. Tengo buenos recueros de Sinan.

—Quisiera tener más hermanos, así como ustedes, lástima que una persona por aquí mataría a quien se acerque a los aposentos del Sultan —dijo Halime con un largo suspiro, a lo que todos rieron después. Luego de cenar, todos fueron al balcón de los aposentos de Ahmed.

En los aposentos del Sultan, las finas sabanas fueron cambiadas, todo se preparaba para una noche de fiesta.

—¿Está todo listo, Sumbul? —preguntó Habraam.

—Sí, mi señor.

La música se dio paso dentro de los aposentos, una delgada figura ingreso a los aposentos cubierta con unas finas capas de seda blanca. Sus caderas al ritmo de la música, hacia movimientos pocos decorosos. Era un kocek, una figura masculina vestida con ropa femenina que animaba y bailaba en las fiestas, muchas veces servía para dar placer a los altos funcionario.

—¡Alá se apiade de nosotros! —murmuró Sumbul a uno de los agas a su lado—. Cuando Ahmed Sultan se entere, este palacio arderá.

En los aposentos de Ahmed, su dueño se disponía a dormir, sin embargo, el toqueteo abrupto en sus puertas le hicieron asustarse.

—Ahmed Sultan, es importante sultana. Por favor abra la puerta —gritó uno de los agas.

—¡Abre! —ordenó a una de sus criadas.

—¡Majestad! —dijo el aga agitado, su fuerte respiración le evitaba hablar con claridad—. Es un... su Majestad... tiene... kocek.

—¡Habla bien! —ordenó Gul aga.

—El Sultan, ha llevado un kocek a sus aposentos, ahora mismo están ahí dentro —dijo el aga.

Las manos de Ahmed acomodaron rápidamente su corona, había sido lo único que había retirado antes de que interrumpiesen en sus aposentos. Sus pasos, largos pero pausados, le dieron la oportunidad de pensar en las condiciones por las cuales un kocek debía pisar el palacio. Sin embargo, no encontró ninguna razón justificable.

—Sultana... usted no debería... entrar... ¡Sultana! —decía Sumbul evitando el ingreso de Ahmed a los aposentos de Ahmed.

—¡Abran la puerta! —ordenó Ahmed.

<crac crac>

—¡Esta fiesta se acabó! —gritó Ahmed tan pronto puso un pie dentro de los aposentos de Habraam.

—¡Sultana!

Todos los presentes saludaron y se reverenciaron ante la llegada de Ahmed Sultan, incluso aquella figura que danzaba en el centro de los aposentos.

—¿Cómo te atreves a venir a mis aposentos y dar órdenes, Ahmed? —gritó Habraam.

—Explícame, ¿qué hace un kocek en el palacio? —preguntó Ahmed.

—¡No tengo que darte explicaciones! —exclamó el Sultan—. Recupera la cordura, ¿has olvidado a quien tienes en frente?

—Él que parece que lo ha olvidado es usted, Majestad. Se lo recordaré, soy Ahmed, Ahmed Haseki Sultan, al menos en este palacio debería respetarme —dijo Ahmed, sus ojos estaban lleno de rabia.

—No olvides que tienes ese poder gracias a mí, sultana —dijo Habraam caminando a su escritorio.

—Mire lo que hago con su poder, entonces —la corona que traía, fue retirada y lanzada al suelo causando un gran estruendo, las piedras preciosas que una vez adornaron la corona, estaban esparcidas por todo el lugar—. Si crees que estoy aquí por el poder, que pena Habraam. Parece que no lo has entendido.

—Ahmed... —murmuró con enojo Habraam.

—¡Agas!

—Ordene, Ahmed Sultan.

—Lleven todas mis pertenencias a Maniza, desde hoy deja de haber un Haseki en este palacio —dijo Ahmed, retirando el anillo de esmeralda que una vez portó la Sultana Firuze, colocándolo en la mesa del Sultan—. No se preocupe, Sultan. No me llevaré nada de su poder.

—¡Ahmed! —gritó Habraam, su rostro rojo de ira, empezó a brotar sus venas. Su coraje le hizo golpear fuerte su mesa, derrumbando las cosas que se encontraban en ella, camino hasta donde se encontraba Ahmed, tomándolo por el brazo hacia el balcón. Ahmed se rehusó a ir, en su forcejeo, Ahmed fue a parar al suelo, su brazo se había lastimado. Ahora todos, que habían llegado, solo vieron como Ahmed cayó. Todo parecía claro, Habraam había lanzado a Ahmed.

Su ropa igual se había rasgado, juntó sus fuerzas y al levantarse de allí, tomó todo el valor necesario y golpeó, golpeó tan fuerte el rostro de Habraam que sus dedos dolieron y sangraron.

—¡Guardias! —gritó uno de los criados, era obvio, nadie podía agredir al Sultan. Sin embargo, ninguno de los guardias se atrevió a moverse.

—Después de esto, no creo que deba seguir aquí, Majestad —dijo Ferhat quien ahora se encontraba cubriendo a su hermano con una manta—. Acepte mi insignia.

—¡Salgan todos! ¡Salgan! ¡Salgan! —gritó Habraam—. ¡Tú no, Ahmed!

—¡No! —dijo Kemankes—. No permitiré que mi hermano se quede aquí un minuto más, lo siento.

Todos salieron de allí, todos acompañaban a Ahmed, todos murmuraban, todos ya sabían o creían saber que el Sultan había golpeado y expulsado a Ahmed de Topkapi.

***

El hermoso jardín que se levante en l aparte trasera de una pequeña casa en Maniza le da la paz necesaria para vivir a Ahmed. Tres meses han sido suficiente para que recobrara su paz, su tranquilidad, su libertad.

—Padre, tienes visita —dijo Halime.

—¡Mihrimah! —dijo Ahmed sorprendido al ver a la sultana con sus hijas en Maniza. 

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