ESTRATEGIAS
Las celebraciones por la fiesta de circuncisión del Príncipe Ibrahim, aún se celebran en toda la capital. El Príncipe Selim y sus herederos, también están en el palacio de la corona junto a sus concubinas. Todos están alegres, bailan, cantan. Sin embargo, otro acontecimiento está a punto de suceder en el palacio.
––Gracias a Alá todo ha salido bien ––le dice Ahmed a Sariye sentada próximo a él. Todas las concubinas, esposas de pachás, sultanas, están aquí en el harem.
––Alá mediante, todo estará bien a partir de ahora, Ahmed ––respondió Sariye. De inmediato, todos allí se pusieron de pie. Ahmed Sultan, se había incorporado de su asiento.
––Todos aquí conocen el poder de Su Majestad, no hay nada en esta tierra que se escape de las manos del Sultan ––decía Ahmed––. Es por ello que, hoy por la voluntad de Alá y la de decisión del Sultan...
––¡Destur Valide Humasah Sultan hazretleri!
––Veo que has ocupado el cargo de la administración del harem, Ahmed ––dijo la Sultana Humasah.
––Gracias a Alá, sí, mi sultana ––respondió––. Además, fue voluntad de Su Majestad, incluso desde antes de su partida. Y me honra que esté aquí hoy, así se entera de las decisiones que se toman hoy.
Todos allí, postrados, ninguno se atrevía siquiera a levantar la mirada. La Sultana Humasah, quien anteriormente ha sido exiliada, se le otorgó el permiso de venir a palacio y, para continuar con su mala suerte, sigue avivando el fuego. Era el pensar común de todos los presentes.
––¿Cuáles decisiones? ––preguntó.
––Desde hoy, todos deben de respetar y hacer cumplir las órdenes de la Haseki Sariye Sultan. Desde hoy ostenta el título de Sultana de la Dinastía Otomana.
Una corona traída desde Venecia fue el regalo de Su Majestad para la nueva sultana de su harem. Cada uno de los presentes estaba obligado a besar la mano de la nueva Haseki del palacio.
––Ostentas con una posición y una corona, ¿crees que eso te hace ser parte de la dinastía? ––en un intento desesperado, preguntó la Sultana Humasah. Sariye y Ahmed, compitieron miradas a lo que Ahmed solo asintió con un movimiento de su cabeza.
––¡Este no es su palacio Sultana Humasah, si no cumple las normas del Harem, me veré obligada a pedirle a los guardias que la retiren! ––advirtió Sariye, ahora tiene el poder de una sultana. Su posición en el palacio no era diferente a lo que es ahora, siempre tuvo privilegios de sultana por ser la madre de un príncipe y única esposa del Sultan.
––¡Guardias! La sultana está retrasada, acompáñenla a su palacio ––ordenó Ahmed––. Una vez dije aquí mismo que nada ni nadie me haría inclinarme otra vez, eso la incluía a usted. Cuide sus pasos, sultana.
La Sultana Humasah, negada a ser tomada por los guardias, caminó hasta la tienda del Sultan para despedirse y marcharse a su palacio, excusándose por no sentirse bien. Habraam, sabía que todo esto pasaría, pero es su madre y, aunque haya cometido errores, es una sultana viva del imperio, tiene todo el derecho de estar en la celebración. En el harem, muchos felicitaban a la nueva sultana; otros comían delicias y tomaban jugo, había platillos de todo tipo de comidas, frutas.
––¿Cuándo tomó Su Majestad esta decisión, Ahmed? ––preguntó Sariye. Ambos habían salido del harem para dirigirse a los aposentos del príncipe.
––Antes de comenzar con los preparativos para la fiesta de circuncisión del príncipe, había hablado con Su Majestad sobre esto ––respondió Ahmed, sonriéndole a la sultana––. Además, ya te lo he dicho, ambos llegaremos arriba. Hasta que este palacio no quede en manos del príncipe Ibrahim, seguiremos luchando estas batallas y para eso necesito que tengas poder en el harem, más del que ya tenías.
Ambos Hasekis, caminaron hasta los aposentos, encontrando un príncipe dormido, pero un Sultan velando su sueño.
––¡Majestad! ––dijeron ambos al ingresar a los aposentos. Habraam, por su parte, se limitó a asentir con su cabeza en respuesta para no despertar al pequeño príncipe.
––Alá mediante serás una sultana digna de este palacio, bondadosa y, sobre todo, leal ––dijo el Sultan, mientras Sariye besaba su mano.
––Los asuntos del Estado me esperan ––continuó el Sultan––. En unos días daré órdenes para que partamos a Edirne, quiero pasar tiempo con mi familia.
––¡Majestad! ––dijeron, a la disposición del Sultan de salir de los aposentos. Desde el incidente de Kemankes, no habían salido de palacio, por lo que este viaje era una buena noticia.
***
A mediodía, un sol brillante mostraba su esplendor a través del espacioso balcón de los aposentos de Ahmed. Estos días han sido relativamente tranquilos, en comparación con días pasados. Sin embargo, aunque ya no esté la Sultana Humasah en el palacio, sabe que no debe confiar y debe tener todo bajo su control.
––¡Sultana! ––llamó una de las criadas––. Daye Hatum está aquí, desea verlo.
––Hazla pasar ––ordenó.
––¡Mi Sultan! Alá mediante espero se encuentre bien ––dijo haciendo una reverencia, haciendo un gesto para que las criadas allí presenten saliesen. Aunque Daye Hatum, ya no poseía un gran cargo dentro del harem, todos allí la respetaban, en otras palabras, le temían.
––¿Qué te trae por aquí, Daye? ––preguntó.
––Mi Sultan, después de lo ocurrido con la Sultana Humasah en días anteriores, esta humilde servidora, ha venido aquí para advertirle ––dijo Daye. Sus palabras no parecieran interesar a Ahmed, pero no puede negar la experiencia de Daye Hatum en estos asuntos al lado de la Sultana Firuze.
––A ver, dime ––ordenó Ahmed.
––Usted sabe que la Sultana Mihrimah ama a su madre y, por más cosas malas que haga, ella siempre apoyará a su madre, aunque por el momento pareciese estar de su lado, mi Sultan ––explicó.
––La Sultana Mihrimah no tiene la fuerza suficiente para enfrentarse a mí. Sin embargo, no lo puedo negar, todo lo que dices es cierto.
––¿Qué hubiera hecho tu sultana en una situación así? ––Ahmed, quien ya venía pensando en una solución, preguntó.
––El exilio, pero no hay nada para exiliar a la hermana del Sultan ––decía Daye Hatum––. Aunque, si me lo permite, sugeriría que casase a la Sultana Mihrimah. Una boda con un pachá sin mucho poder o uno a sus servicios, mi Sultan.
––Es la solución que había pensado, casar a la sultana ––respondió Ahmed––. Busca a Gul Aga, dile que investigue a todos los pachás leales a nosotros y me presente al adecuado para ser esposo de la sultana.
––Como lo desee, mi sultana ––dijo Daye, antes de reverenciarse y salir––. ¡Majestad!
––Después de todo es una sultana, debe tener un buen esposo, digno para ella ––se dijo para sí mismo Ahmed, sonriendo, saboreando los vientos de una victoria anticipada.
Pero su corazón dolía. Un dolor que quemaba su alma, esta noche sería él mismo quien enviaría una nueva mujer a Su Majestad.
––Llamen a Sumbul Aga ––ordenó Ahmed. Pensando que hacía lo correcto o al menos eso cree. Ni siquiera pasó mucho tiempo para que llegase Sumbul Aga a los aposentos de Ahmed.
––¡Ahmed Sultan! ––se reverenció––. ¿Me mandó a llamar?
––Así es, Sumbul ––respondió––. Esta noche prepararás a una de las muchachas del harem para Su Majestad.
Sumbul, sorprendido, no podía creer las palabras que acababa de escuchar. Era el propio Ahmed, quien estaba enviando una concubina a los aposentos privados del Sultan.
––Pero... usted... ––Sumbul, aun dentro de su asombro, no podía coordinar una simple oración––. ¿A quién debo enviarle al Sultan? ¿Ha pensado en alguien, mi Sultana?
––Sí ––respondió. Su corazón a punto de querer salirse de su pecho, hacía que fuera casi imposible no escuchar sus latidos cada vez más fuertes al pronunciar su nombre––. A la Sultana Sariye.
––¿¡Eh!? ––Sumbul.
***
En los aposentos de Sariye, por otro lado, no había llegado la noticia. Ahmed, pidió que se manejara la situación para no crear un alboroto en el harem. Es que luego de los acontecimientos, donde todo el harem fue expulsado, nadie ha transitado por el camino dorado hacia los aposentos privados del Sultan, solo Ahmed.
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––¡Mi sultana! ––saludó Sumbul––. Traigo buenas noticias. Debemos ir a los baños, ya están listo. ¡Esta noche irá con nuestro Sultan!
––¿¡Qué!? ––un miedo invadió todo el cuerpo de la sultana. Era inconcebible que una decisión así llegase a sus aposentos.
––Sí, mi sultana ––dijo Sumbul––. Son órdenes de Ahmed Sultan.
<crac>
El sonido de las puertas, abiertas abruptamente recorrió todo el pasillo. Era algo extraño, antes de ser sultana, todas las criadas de menor rango se reverenciaban ante Sariye, pero verla ahora con nuevos vestidos, joyas, corona, le era extraño a todos. Ahora todos aquellos a los que ella le debía reverencia, deben inclinarse ante ella.
Sus pies, tan rápidos como gacela, se dirigían a los aposentos de la Madre Sultana, aposentos que desde la salida de la Sultana Humasah ha ocupado Ahmed, como nuevo administrador de todo el harem.
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––¡Sultana Sariye! ––saluda reverenciándose, Gul Aga––. El Sultan Ahmed, no se encuentra en estos momentos. ¿Pasó algo mi sultana?
––¿Dónde está, Ahmed? ––preguntó la Sultana Sariye.
––Me temo que no lo sé, mi sultana ––respondió Gul––. Su Majestad, salió desde hace mucho tiempo y no dijo a donde iba.
Y no mentía, Ahmed, habría salido de palacio luego de dar la orden de que Sariye Sultan fuese a los aposentes del Sultan esta noche y visitar al propio Sultan.
––¡Oh, por Alá! ––exclamó la Sultana, volviendo a sus aposentos. Era un hecho. Esta noche tendría que visitar los aposentos de Su Majestad.
Los rumores no se hicieron esperar dentro del harem. La ausencia de Ahmed, daba motivos para que aquellos mal intencionados comentarios tuvieran sentidos.
––¡Sultana Sariye! ––saludó la Sultana Mahfirutze––. Alá mediante, verá al Sultan otra vez. Gracias a la bondad de nuestro Ahmed Sultan.
Sus comentarios provocativos, no hicieron más encender la ira de la Sultana Sariye. No es que no amase al Sultan, Sariye, tenía muchos años en el harem, conocía las normas del harem. Aunque en el pasado se había roto esta costumbre, era un hijo por concubina, por lo que Sariye entendía su posición. Era una concubina de Su Majestad y había cumplido su único debe; dar un heredero al Sultan.
––Usted, Sultana Mahfirutze ––advertía la Sultana Sariye––. Al parecer ha olvidado su posición en este palacio, se la recordaré. ¡No se meta donde no le corresponda! ¡Ocúpese de su príncipe!
––¿Crees que una corona te dará poder? ––preguntó Mahfirutze––. A la sombre de Ahmed, crees que, si tu hijo se convirtiese en Sultan algún día, ¿él te dejará ser la Madre Sultana?
––Son cosas que a usted no debería importarle Sultana ––respondió Sariye.
––Te diré lo que pasará; Ibrahim se convertirá en Sultan, tú serás exiliada, Ahmed seguirá ocupando el lugar la Madre Sultana y todos los demás, incluido mi hijo lamentablemente, asesinados ––dijo.
––Le advertiré una vez, sultana ––susurró Sariye muy cerca de la Sultana Mahfirutze––. ¡Ocúpese de sus asuntos!
––¡Sultana! ––se apresuró a despedirse la Sultana Mahfirutze, ante la partida de la Sultana Sariye.
***
––¡Vaya! ––exclamó la Sultana Humasah––. No pensaba recibirte en estos aposentos, pero tú mismo hiciste que me enviasen aquí.
––No es una visita de cortesía, lamentablemente ––respondió Ahmed. La visita había tomado por sorpresa a la Sultana Humasah, quien lo había recibido en sus propios aposentos, al decirle que venía con noticias que le incumbían.
––Dijiste que traías noticias, ¿cuáles son? ––preguntó la sultana.
––Seré directo, le he sugerido a Su Majestad casar a la Sultana Mihrimah ––dijo Ahmed, sentándose en uno de los largos muebles de la habitación.
––Déjame adivinar ––dijo la sultana tomando tranquilamente su té––. Una sugerencia de Daye Hatum, es típico lo que haría la difunta.
––No ha perdido su tacto, sultana ––dijo Ahmed.
––Me halaga que lo reconozcas ––con una sonrisa, respondió la Sultana Humasah––. Aunque estoy de acuerdo, Dervis Pachá será un buen esposo para mi hija. Debería agradecerte.
––Aun no, mi querida sultana ––explicó Ahmed––. Dije que se casará, pero no con Dervis, se casará con Kosrov Pachá. Ha sido un pachá leal al imperio y al Sultan.
––¡Imposible! ¡No lo permitiré! ––exclamó la sultana, dejando verter sobre sí misma el contenido de su taza, cuando escuchó los detalles del casamiento de su hija––. No dejaré que envíes a Egipto mi hija, Habraam no lo permitirá.
––Que prefiere mi sultana, ¿Una boda con Kosrov o la deshonra de que su hija se veía a escondida con Dervis en los jardines privados? ––preguntó Ahmed en un tono amenazante ante la sultana––. ¡La Sultana Mihrimah se casará con Kosrov Pachá! ¡Está decidido!
<crac>
––¡Madre! ––la voz de Mihrimah Sultan se escuchó desde las puertas de los aposentos, saludando a los presentes––. ¡Sultan Ahmed!
––No permitiré que te envíen a Egipto ––seguido la voz de su madre se escuchó––. ¡No lo aceptaré!
––¡Madre! ––exclamó la Sultana Mihrimah––. Yo lo he decidido. Yo fui quien eligió a Kosrov para que fuese mi esposo. Claro que, hasta el momento de la boda seguiré viviendo en Topkapi, una vez casada es mi deber irme a Egipto.
––Como ve sultana, no tengo nada que ver ––dijo Ahmed, incorporándose de los cómodos muebles para pararse al lado de la Sultana Mihrimah––. Fue una decisión de su propia hija.
Al salir de los aposentos de la Sultana Humasah, aún había destellos de un brillante sol en el occidente a punto de ponerse. Pero ahora un cielo estrellado se hace presente, con él, un sentimiento de dolor ocupa el alma de Ahmed. nadie sabía que pasaría la noche en el Palacio de Lágrimas, nadie, excepto su hermano Kemankes.
––¡Oh, Alá! ¿Estoy haciendo lo correcto? ––se susurraba a sí mismo, tumbado en la amplia cama de aquel palacio. Sus ojos inundados, empezaron a liberarse.
<crac>
––¿¡Habraam!? ––dijo Ahmed.
***
Antes de la partida del Sultan del palacio, su segunda esposa la Sultana Sariye, se disponía por los pasillos dorados en dirección a los aposentos privados de Su Majestad.
Su rostro palidecido a consecuencia de su excesivo miedo, era bien percibido por los presentes. Con ella, Sumbul Aga, Rassiye Hatum, Gulbahar Hatum y las criadas de la Sultana.
––¡Esto es un error! ¡Esto es un error! ––se decía para sí misma la Sultana. Sus manos entrelazadas, girándolas de una posición a otra con nerviosismo fueron sostenida por Rassiye.
––Sultana, usted es la esposa del Sultan, no debe estar nerviosa ––dijo, tratando de encontrar una manera de apaciguar los movimientos excesivos de la sultana, antes de girar al gran pasillo donde se encuentran los aposentos del Sultan––. Además, usted ya caminó por aquí antes, no debe temer.
––Aquella vez yo era la única en la vida del Sultan ––respondió Sariye––. Y como dices, es cierto que soy su esposa, pero ya he cumplido mi deber de darle un heredero. Igualmente, hay otro problema más, Ahmed.
Todos guardaron silencio, nadie se atrevió a replicar a la sultana. En parte, su argumento era cierto. Antes era solo ella, aunque cumplía con su deber de dar herederos. Ahora existe Ahmed, la persona que el Sultan eligió amar y, por sobre todas las cosas, su amigo de palacio.
––¿Crees que estarías caminando por estos pasillos si Ahmed así no lo decidiese? ––preguntó Sumbul, haciéndola dudar–– ¡Ahg! ¡Vamos que el Sultan espera!
Al doblar en aquel pasillo, los recuerdos de Maniza vuelan a su mente, donde transitó aquellos pasillos dorados para estar con Su Majestad. Era una joven inmadura, había sido traída como esclava al palacio y, aunque en el momento fuese feliz, sabía que cumplía su deber como concubina.
Una concubina no tiene derecho a enamorarse de un Sultan, no le pertenece solo a una. Las criadas del palacio, además de fungir como empleadas del harem, cumplen la función de concubinas, por lo que, el Sultan no podía casarse, al menos no de forma legal con ellas. Aunque a lo largo de la historia otomana se ha roto esta regla, al menos en este tiempo se cumplía, hasta la llegada de Ahmed.
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––Adelante ––ordenó el Sultan. Sentado en su escritorio, perdido entre las obligaciones propias de un Sultan, ni siquiera levantó la vista al ingreso de Sariye.
––¡Majestad! ––dijo Sariye, postrándose ante Su Majestad. Lucía un vestido rojo que dejaba ver un pronunciado escote que, aunque cubierto por un fino de velo que cubría toda su cabeza, dejaba mostrar la blanca piel de la sultana.
––Sariye, ¿Qué te trae por aquí? ––preguntó Habraam, dirigiendo hacia la sultana. Sin recibir una respuesta.
Sariye, aun postrada frente a Su Majestad, besó el dobladillo de la túnica del Sultan, como era costumbre en estas ocasiones. De inmediato, Habraam, se percató de aquella incómoda situación y de los propósitos de la sultana frente a él.
––¿Quién te envió aquí, Sariye? –– preguntó, tomando a la Sultana con delicadeza por su brazo y trayéndola a su regazo en un cálido abrazo.
––¡Perdóneme! ¡Perdóneme, Majestad! ––sollozaba la Sultana––. ¡Yo no quería! ¡Yo no quería venir aquí!
Sus piernas flexionadas, postrada en el suelo de los aposentos suplicando el perdón ante el Sultan, dejaban ver una mujer ofendida, arrepentida, por lo que su Majestad no dudó en tumbarse en aquel suelo y sostener a Sariye en sus brazos nueva vez.
––¡Está bien! ¡Está bien! ––susurró Habraam, llevando a la sultana a sentarse en uno de los muebles de sus aposentos––. ¡No has hecho nada malo!
––¡Ahmed! ¡Ahmed! ¡Él me envió aquí! ––explicaba la sultana––. Soy testigo de todo lo que él sufre cuando ve a Su Majestad con otras personas, ¿Por qué me envía aquí entonces? ¿Por qué a mí?
––¿Dónde está Ahmed? ––preguntó el Sultan.
––¡No lo sé, Su Majestad! ––respondió––. Nadie sabe a dónde fue, dicen que ha salido, pero nadie sabe a dónde.
––¡Sumbul!
––Ordene mi señor ––respondió, tan pronto como ingresó a los aposentos.
––¿Ahmed no regresó del Palacio de Lagrimas? ––preguntó.
––Mi señor, Ahmed Sultan no regresó, la Sultana Mihrimah dijo que él había salido primero del palacio, pero no ha regresado–– explicó Sumbul––Aunque creo que Gul Aga debe saber, quizás su hermano.
––Traigan a Kemankes ––ordenó––. Lleven a la sultana a sus aposentos.
––Como ordene Su Majestad.
De pronto, ágilmente cambió su ropa, llevaba puesta una túnica para salir de palacio. Su cabeza empezaba a imaginar numerosos escenarios, lugares, situaciones.
––¡Oh, Alá! Puedo controlar toda una guerra, pero no puedo controlar mi propio harem ––pensó para sí mismo. Aunque su rostro esbozaba una sonrisa, no parecía enojado en lo absoluto.
<toc toc>
––Adelante ––ordenó.
––Majestad, mandó a llamarme ––dijo Kemankes.
––Kemankes, mandé a buscarte porque quiero hacerte una pregunta ––comunicó Habraam––. ¿Sabes lo que hizo tu hermano?
––¿Qué le pasó a mi hermano, Majestad? ––preguntó. Su expresión cambió a un estado de nerviosismo evidente, en su mente ya imaginaba una situación peligrosa, pero ver al Sultan sosteniendo una sonrisa le desconcertaba aún más.
––Tranquilo, no ha pasado nada ––respondió Habraam––. Solo que, quiero saber dónde está y yo sé que sabes dónde está, ¿o me equivoco?
––Majestad... yo...––decía Kemankes.
––Ahmed envió a Sariye a mis aposentos a pasar la noche, ¿sabes que día es hoy? Jueves, por lo tanto, él era quien debería estar en los aposentos, no Sariye. Así que te preguntaré una vez más, ¿dónde está Ahmed?
––¡Palacio de Lágrimas! ––sin dudar, sin objeción, sin temor, respondió Kemankes.
––Puedes irte ya, Kemankes ––ordenó––. ¡Ah! No te preocupes, guardaré este secreto.
Su salida de palacio no se hizo esperar, tan pronto como pudo, tomó su caballo y galopó hasta el Palacio de Lágrimas. Era obvio que no iba solo, tras él, venían jenízaros escoltándolo.
Su llegada al viejo palacio fue silenciosa, no hubo llamado de atención, no hubo advertencias de que el Sultan se encontraba allí.
––¿Dónde están los aposentos del Sultan Ahmed? ––preguntó a uno de los eunucos del palacio, quien de inmediato condujo a Su Majestad frente a una gran puerta en una de las áreas más distante del palacio.
<crac>
––¿¡Habraam!? ––dijo Ahmed.
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