ESPECIAL PRINCIPE SULEYMAN
Estos últimos días han entristecido mi corazón. No he sabido nada de Kemankes, desde aquella triste despedida en sus aposentos mi alma no ha tenido paz. Las discusiones con mi madre no han cesado, al menos una persona está de mi lado, Haseki Ahmed Sultan.
He abierto mi corazón a Ahmed, después de los eventos recientes debo tener aliados y quien más que el esposo del Sultan.
–Suleyman, ¿puedes contarme toda la verdad? –preguntó Ahmed.
–¿Por dónde debería empezar?
–Si quieres que te ayude con tu hermano y mi hermano, debes contarme todo –dijo.
***
Todo comenzó cuando fui protector de los dominios en Estambul, en aquella campaña en la que falleció mi padre, el Sultan Kassim.
Conocí a Kemankes en los pasillos de este palacio, una persona sonriente, sus cabellos dorados en forma de rulos y sus grandes ojos verdes cautivaron mis sentidos. Es alto, no tanto como yo, pero sus grandes músculos lo hacen ver más grande.
–¡Destur Príncipe Suleyman hazretleri!
–¡Su alteza! –saludó.
–Tú debes ser Kemankes, ¿no? –pregunté.
–Lo soy, ¿usted debe ser el protector, hermano del Sultan Habraam?
–¿Cómo es que andas por estos lados del palacio solo, sin criados y a estas horas?
–No tengo miedo de andar solo, su alteza, además acabo de salir de mis lecciones, me dirijo a los aposentos de mi hermano, quiero pasar la noche allí. ¡Lo extraño!
–Creo que no es prudente que... –su personalidad rebelde interrumpió aquella oración que planeaba decir.
–No soy una criada Su Alteza, soy un hombre o, ¿quiere acompañarme?
Aquella pregunta hizo ruborizar mi cara, lo sé porque todo mi rostro se calentó. Mi habla, casi nula, hacía que se notase que, en aquella situación, estaba nervioso.
–¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera? –dije. Aunque no lo deseaba del todo, pero no podía dejar caer mi autoridad ante Kemankes.
–¿Ofendido?
–¡No! –respondí.
Me dispuse a salir de aquel pasillo, tan pronto como mis pies me lo permitiesen, pero la aguda voz con acento extranjero de Kemankes que pronunció mi nombre hizo que me estremeciese aún más.
–¡Su Alteza Suleyman! Creo que usted se dirige al lado incorrecto –decía–. Es por este lado.
–¡Ya lo sé! –exclamé.
Pude escucharlo reír, aunque mi vergüenza fue más grande, me reconforta saber en el fondo que le he sacado una sonrisa. Ya había escuchado mucho sobre él, mi hermano habla mucho sobre su cuñado valiente e inteligente, debo decir que más celos ya tenía mucha curiosidad por conocer a la persona que hacía que el propio Sultan lo elogiara una y otra vez.
Pero para mí desgracia, aquel primer encuentro no fue del todo bueno, al menos no para mí.
–¡Destur Haseki Humasah Sultan hazretleri!
–¡Madre! –saludé.
–¡Mi león! ¿no has recibido alguna carta de tus hermanos o tu padre? –preguntó la sultana. Pero mi mente estaba pensando en otra cosa, más exactamente en una persona, Kemankes. No puedo sacar el sonido de su risa de mi cabeza, sus ojos verdes y grandes, aquellos rulos color dorado que cubrían toda su cabeza.
–¡Suleyman! –exclamó mi madre.
–¡Discúlpeme madre! ¿Qué decía sultana?
–¿Qué ocupa la mente de mi león?
Una pequeña sonrisa se reflejaba en mi cara, con aquellos recuerdos que aun vagaban en mi cabeza, mientras respondía a mi madre. –No es nada mi sultana.
Como protector debo estar al tanto de todos los asuntos del estado, tengo la responsabilidad del sultanato mientras mi padre y mis hermanos están en la guerra, por lo que esta mañana me he dirigido a la junta del consejo junto con los pachás que quedaron en Estambul.
Luego de salir de la sala del consejo, me dirigí a los aposentos del Sultan, pero otra vez sonó aquella voz, era Kemankes.
–¿Apurado Su Alteza?
–¡Otra vez tú!
–Yo entre aquí primero.
–Pero este palacio es mío.
–De su padre, corrección.
–Es igual.
–No, no lo es Su Alteza.
–¿Quieres colmar mi paciencia? –mi agitada respiración fluía por el rostro de Kemankes, en aquella discusión, ni cuenta nos dimo de cuanto nos acercamos el uno del otro hasta quedar tan cerca que ambos podíamos sentir los latidos del otro.
–Creo que... debería... irme –dijo.
–Creo que sí, deberías –dije, pero ninguno de los dos daba un paso para salir de allí.
–Suleyman –susurró.
–Kemankes –respondí.
En un instante, nuestros labios estaban posados uno encima de otro, mis manos abrazaron el delgado pero musculoso cuerpo de Kemankes, mientras sus brazos se envolvían en mi cuello.
–La Madre Sultana aún no ha salido de sus aposentos... –tan pronto como escuchamos aquellas voces de criadas que se acercaban, nuestros cuerpos se separaron rápidamente. Kemankes salió de aquellos pasillos sin decir nada, siquiera volteando a verme.
El sabor de sus dulces labios ahora impregnado en mi boca hacen que mi cabeza vuele aún más.
–¡Su Alteza! –reverenciándose ante mí las criadas saludan, sin embargo, no presté atención a ello. Seguí mi camino a los aposentos, pasando a saludar a mi madre.
A la mañana siguiente volví a los mismos pasillos donde el día anterior había besado a Kemankes, pero para mí desafortunado corazón, no lo vi, ni al día siguiente, ni al siguiente.
Nuestros hermanos han regresado de la campaña. Ahora mi hermano Habraam se ha convertido en Sultan con el fallecimiento de mi padre y con su llegada a Estambul debo contarle todo lo que ha pasado, por lo que me dispuse a esperarlo antes de que entrase a sus aposentos donde todas las sultanas le esperan.
Luego de varios días sin ninguna señal de Kemankes me dirigí al gran salón donde Sahin Efendi enseña al hermano de Ahmed. Luego de todos los acontecimientos, la muerte de mi padre, la llegada de Ahmed a palacio y el regreso de mi hermano como Sultan, mi cabeza ha estado en todos lados.
–¡Buen día Sahin!
–¡Alteza! ¡Bienvenido! –saludó–. ¿Qué le trae por aquí?
–¿Por qué no está aquí Kemankes? ¿No debería estar en sus lecciones? –pregunté.
–¡Ah! Hace unos días Ahmed Sultan llevó a Kemankes fuera del palacio y aun no regresa.
–¡Es por eso! –murmuré, sin percatarme que Sahin me había escuchado.
–¿Qué decía Su Alteza? –preguntó.
–No es nada Sahin, cuando regrese dígale que me visite en mis aposentos.
–¡Como ordene mi Alteza!
Al menos ahora mi corazón estaba en paz, no ha huido de mí, está lejos a causa de su hermano.
El reencuentro con Kemankes no fue como lo esperaba, fue un reencuentro de despedidas. Los recientes acontecimientos con la muerte de mi hermano Murad, hicieron que mi hermano exiliase a Ahmed a Edirne, por lo que Kemankes se irá con su hermano.
Esa mañana lo vi, nuestros ojos fijos el uno en el otro, sentía como mi corazón quería salirse de mi pecho. Corrí hacia él, sus lágrimas brotaban de sus ojos como un rio sin poder parar.
–¿Por qué tienes que irte con Ahmed? –pregunté.
–Es mi deber, debo partir con mi hermano.
–¡No! ¡Hablaré con mi hermano! De seguro me escuchará y permitirá que te quedes... –la pregunta de Kemankes me interrumpió.
–¿Por qué? ¿Por qué debería quedarme?
–No sé qué es esto que estoy sintiendo, solo sé que me volví loco todos estos días que no te veía, necesitaba verte, poder oler tu aroma, ahora que estás aquí, ¿cómo quieres que te deje ir tan fácil? –decía, mientras mis manos abrazaban su cintura y mi rostro reposaba en su hombro, recibiendo todo su aroma.
–¿Me escribirás? –preguntó Kemankes sosteniendo mi rostro en sus manos con sus ojos verdes llenos de lágrimas.
–¡Todos los días! –dije de inmediato.
–¡Je, je, je!
–¡Estás riendo! Eso me hace feliz –dije–. ¡Prometo escribirte!
–¡Prometo responder!
Nuestros labios una vez más probaron el sabor del apasionado beso. Esta vez no fue un beso robado, un beso impulsivo, fue un beso deseado, un beso que ambos queríamos y ambos necesitábamos. Si está bien o mal lo que hacemos, no lo sé, pero lucharé por Kemankes, así como mi hermano luchó por el amor de Ahmed. Al final, no seremos muy diferentes.
***
–Entonces esa carta que encontré en Edirne, era tuya, ¿cierto? –preguntó Ahmed.
–Sí –respondí–. Pero todo cambió.
–¿Por qué?
***
Ha pasado una semana desde la última carta que he recibido de Kemankes. Mis ganas de verlo con cada minuto se hacen mayor.
–Murhan Aga.
–Ordene su Alteza.
–Haz que preparen mi caballo –ordené–. Esta noche voy a salir, nadie debe saberlo, siquiera mi madre.
Como de costumbre, mi corazón se aceleraba al saber que vería a Kemankes, en mis pensamientos solo podía recordar aquella persona risueña, respondona, fuerte, esa piel bronceada y sus pecas en todo su rostro.
Galopeé. Galopeé lo más rápido posible para llegar a Edirne, sin importar lo que me pudiese esperar cuando en la capital se enterasen de que partí a Edirne sin la aprobación del Sultan.
Sin embargo, estoy dispuesto a asumir todas mis responsabilidades si fuese necesario, al menos moriría después de haber visto el rostro de lo ocupa últimamente anhela y ocupa mi corazón.
–Alteza por aquí, lo llevaré con el joven Kemankes –decía unos de mis criados de confianza aquí en Edirne. Asentí con un pequeño gesto y seguí la figura por los oscuros y silenciosos pasillos del palacio.
–Mejor olvida todo eso, ya te lo había advertido, pero sigues empeñado en continuar –decía una voz proveniente de los aposentos de Kemankes, pero era una voz conocida.
–¡Mihrimah! –dije sorprendido.
–¡Oh! ¡Increíble hermano mío! Déjame adivinar, ¿saliste a escondida del palacio?
–aquí el que debe hacer las preguntas soy yo, ¿qué haces aquí? ¿qué es lo que Kemankes debe olvidar?
–Cumplo con mi deber de hermana, si no lo haces tú hermano mío, alguien debe de hacerlo –dijo.
–¿Hacer qué? –en ese momento dirigí mi mirada hacia Kemankes para volver a preguntar–. ¿Qué es lo que debes olvidar Kemankes?
–Termina con todo esto hermano, te espero en el jardín para partir –vi como la mirada frívola de mi hermana se dirigía a Kemankes mientras decía aquellas palabras.
–Tu regresa primero, yo tengo muchas cosas pendientes hoy aquí.
–Después no pidas clemencia hermano mío, estas advertido –diciendo estas palabras salió de los aposentos de Kemankes. Ahora solo somos nosotros dos.
Ni siquiera sabía por dónde empezar a hablar, son tantas preguntas. Las lágrimas de Kemankes brotaban a mares, todo su rostro estaba empapado.
Lo primero que pude hacer fue sostenerlo en mis brazos. Acerqué su cuerpo al mío aferrándome a él por su cintura, sin embargo y para mi sorpresa, Kemankes no respondió a mi abrazo. Yacía allí parado, inmóvil, sollozando.
–¿Qué pasó con la Sultana Mihrimah? ¿de que tenían que hablar tú y ella? –pregunté.
–No es nada –respondió.
–Y si no es nada, ¿Por qué no puedes decirme? –otra vez sus ojos vuelven a llenarse de lágrimas, esta vez sus sollozos fueron más fuertes, tanto que aferró su cuerpo al mío.
–¡Abrásame! ¡Solo abrásame!
Tan pronto como escuche aquello, mis brazos que habían dejado aquel primer abrazo volvieron a tirar fuerte de la cintura de mi amante frente a mí. Esta vez posaba su cara en mi pecho, una mano sostenía su cintura y la otra acariciaba su cabeza. Sus brazos cada vez apretaban más en mi espalda. De repente mis dedos buscaron sus labios, tome su cara con ambas manos, limpiaba sus lágrimas y nuestros labios se encontraron.
Volví a probar el sabor de sus labios, su corazón agitado se podía sentir en mi pecho. Mis manos que aun sostenían su rostro, empezaron a deslizar la camisa que traía puesta, sin resistencia laguna por parte de Kemankes.
Sus piernas temblaban, de repente todo su cuerpo comenzó a temblar. Me detuve, no podía pensar que aquello aterraba a Kemankes.
–Me detendré si deseas –susurré.
–Nunca he hecho esto –respondió.
–Ven aquí –tomé de su brazo y atraje su cuerpo a mi regazo tendido en la cama. Mis brazos rodeaban todo su cuerpo. Allí quedamos así por un largo tiempo, sin hablar, solo estando allí el uno para el otro hasta quedarnos dormido.
La mañana llegó y con ella la luz del día quien me golpeaba la cara haciendo que me despertase. Extendí mis brazos buscando la figura que anoche quedo dormida en mi regazo, pero descubrí que ya se había despertado.
–Pequeño rebelde, ¿dónde fuiste? –me decía a mí mismo con una pequeña risa dibujada en mi rostro. Pero esta pequeña alegría solo duraría esos pocos segundos.
<<Haz hecho feliz a mi corazón, siempre estaré agradecido. Pero ya no intente buscarme, sepa que, todo lo que hago es porque le quiero y su felicidad y su vida son lo más valioso. Prepárese para partir, he recibido noticias que Su Majestad está de camino a Edirne, parta antes del atardecer, así no podrán encontrase.>>
Esa nota rompió mi corazón.
Aunque quise buscarlo, también sabía que lo que debía partir, mi hermano no debería encontrarme en Edirne, por lo que tan pronto como leí aquel pedazo de papel me pare para echarle al fuego y ponerme mi ropa para partir.
***
¿Cuántos días han pasado desde que estuve en Edirne? Perdí la cuenta, ahora me encuentro nueva vez en mi provincia, tan pronto como mi hermano regreso a la capital, me envió a mi provincia.
Ha pasado mucho tiempo sin ver a Kemankes, la última vez estuvo en mis brazos, y al abrir mis ojos ya no estaba, ¿habré perdido?
Días van y vienen, he recibido noticias de la capital, pero ninguna de ellas nombra a Kemankes. ¿Estarás bien? ¿me extrañas? ¿volveré a verte algún día?
–¡Su alteza!
–Dime Murhan.
–He recibido noticias de Estambul.
–¿Algo nuevo? –pregunté sin interés.
–No mi señor... bueno han asignado un nuevo Pachá a Amasya, Kemankes el hermano de Su Majestad Ahmed.
Mi pecho sintió un calor sofocante al escuchar aquello, esta vez estaremos más cerca el uno del otro, pero tan lejos. Pensar en ir a su provincia es imposible, está prohibido, al menos sin haberle notificado antes.
Sin embargo, algo en mi interior se alegraba de que al menos, lo tendría cerca, de ser necesario rompería las reglas, lo haría por él.
–¿Dicen cuándo partirá? –interrogué.
–Debe haber salido su Alteza, esta carta salió hace más de una semana.
¿Estoy sonriendo? ¿por qué estoy sonriendo? Después de aquella amarga despedida con una simple, aun así, sigo sonriendo, mi corazón alberga la esperanza de hablar con él, de poder escuchar una explicación de sus labios, de volver a besar sus labios. Me he vuelto adicto a su aroma y al sabor de sus labios.
Los días en mi provincia transcurren como de costumbre, ir al consejo, visitar el mercado y hablar con el pueblo, recibir órdenes del Sultan desde Estambul, y en mi corazón, esperando una carta de Kemankes.
–¡Destur!
–Alteza, ha llegado esta carta de la capital.
–¿De quién? ¿Quién ha escrito Murhan?
–¡Mihrimah Sultan!
El dolor en el pecho se hizo presente luego de leer las palabras de mi hermana. Luego del incidente en Edirne ella se había disculpado, nos escribíamos, por lo que al recibir esta carta no era una sorpresa en lo absoluto.
Cada línea, cada palabra, cada frase, cada oración, dolía, dolía como cualquier disparo que hubiese recibido del enemigo, mis ojos se inundaron de lágrimas, aquellas palabras rompieron mi corazón.
En su carta, mi hermana me narró como Kemankes llegó a su provincia y se dedicaba a emborracharse, no cumplía las normas y lo peor de todos es que se había acostado con tantos hombres fue posible. No te acostaste conmigo porque estabas asustado, pude habértelo exigido, aun así, preferí respetarte y solo llevarte a mi regazo y que durmieras ahí, pero vas y te acuestas con todos los hombres posibles, pensaba para mí mismo.
Cada día lloraba y sigo llorando por el dolor. Dolor de haber sido traicionado, engañado. Esta mañana he recibido una carta de su majestad donde me pide que me preparase para ir a la campaña con él, al menos eso hará que parase de pensar en aquellas imágenes que se vienen a mi mente de Kemankes acostado con varios hombres a la vez.
El día de la campaña ha llegado, hemos partido. Conmigo van todos mis hermanos incluida mi hermana Mihrimah.
–¿Cómo estás hermano? –preguntó Mihrimah.
–¿Por qué preguntas? –dije. Mi rostro no era el mejor en ese momento, a pesar del dolor y de todavía llorar en secreto, mi ira era evidente. Estaba enojado.
–He visto a su Alteza distraído –respondió–. Solo quiero saber cómo está mi hermano.
–Debes estar feliz, ¿verdad? –dije forzando una risa–. Al final se hizo lo que la Sultana quería.
–Así debió ser desde el principio Suleyman –dijo, sosteniendo mi brazo porque me disponía a salir de la tienda de campaña donde nos encontrábamos–. Te imaginas lo que diría nuestra madre, el Sultan o Ahmed, cuando se entere que estás viéndote a escondidas con Kemankes. Además, no olvides que eres un príncipe y debes seguir las normas del imperio.
–Si terminaste de hablar, me disculpas, debo ver al Sultan –dije.
Al salir de allí me dirigí lejos, tomé mi caballo galopando tan rápido como podía bajo la lluvia. La lluvia golpeaba fuertemente mi rostro confundiéndose con mis lágrimas, el dolor en mi pecho se hacía cada vez más grande.
–¿Por qué? ¿Por qué me hiciste eso Kemankes? ¿Por qué? –gritaba. Dejaba salir todo mi enojo. Mi ropa sucia por el barro de aquel lugar, mis manos que igual fueron a parar a mi cara, cubriéndola de aquel color característico.
–¿No soy suficiente para ti? ¿Por qué tienes que ir a buscar a alguien más por ahí? –volví a preguntando con mi rostro y mis manos al cielo, quizás buscando una respuesta de Alá.
De regreso a la tienda, todos comían, todos alzaban sus voces, por la victoria que habíamos tenido. Mañana partiremos a Estambul, pero haremos una parada en Amasya. Aunque fue mi primera campaña, no fue como esperaba, no contaba con que en mi primera campaña sufriera una desilusión por amor.
Al llegar a Estambul todos nos esperan, pero mis ojos solo buscan un rostro, aquel rostro risueño que conocí en estos pasillos, aquel rostro que me burló, aquel rostro cuyo sabor de labios aún siguen en mí.
–¡Mi hijo heroico! –exclamó mi madre.
–¡Madre! –saludé, pero mis ojos seguían buscando a Kemankes–. ¡Ahmed!
Ahmed acababa de entrar a los aposentos luego de haber recibido a Su Majestad en el balcón, venía acompañado de Kemankes, mi corazón comenzó a latir más rápido, mi cuerpo empezó a empaparse de sudor, quería ir a sacarlo de aquí, quería recibir una explicación, quería que me dijera que había pasado.
–¡Príncipe valiente! –dijo Ahmed–. Madre Sultana, tenemos un príncipe muy fuerte y valioso, tanto que se ganó el elogio de Su Majestad frente a todos.
Sus palabras fueron dirigidas a mi madre, mientras caminaba para acercarse a nosotros. Nuestros ojos por primera vez en mucho tiempo se encontraron, por unos segundos el tiempo se detuvo, para mí no solo éramos nosotros dos ahí dentro.
–¿Verdad Suleyman? –preguntaba mi madre, haciéndome despertar de aquel sueño. Aquel sueño en el que solo estábamos Kemankes y yo.
–¿Qué preguntaba mi preciosa madre? –pregunté y me excusé para salir de allí–. Madre, estoy cansado, quiero ir a descansar primero.
–Descansa hijo mío –respondió sin objeción.
Volver a verlo, volver a estar cerca de él hace que mi piel se erice, pero por ahora no podía hacer más nada que volver a mis propios aposentos, caminando una vez más por aquellos pasillos.
–Gracias a Alá regresó sano y salvo a la capital Alteza –una voz que conocía muy bien resonó a mis espaldas. Mi boca esbozaba una amplia sonrisa.
–¿Por qué me seguiste? –pregunté sin girar.
–Si su Alteza no quiero hablarme, no le culpo...
–Puedes decirme, ¿por qué? ¿por qué me hiciste eso? –pregunté.
–¿Hacer que Suleyman?
–Muestra el mínimo de respeto y llámame como se debe –aunque quería conversar con él, quería verlo, mi ira, mi enojo, mis dudas se apoderan de mí–. ¿Por qué me seguiste?
De repente, sus labios se posaron sobre los míos, sus brazos tomaron cuello y se rodearon en él. No pude contenerme, cedí a mi cuerpo, mi boca se unió y respondió su beso, tomando su cuerpo por su cintura.
–Por ahora solo necesito tu abrazo –dijo entre sollozos–. Después te contaré todo.
Dentro de mi habitación yacíamos ambos sobre la amplia cama, Kemankes descansaba sobre mi regazo, aun sollozando hasta quedarse dormido.
***
Hoy Su Majestad nos ha llamado a todos a sus aposentos, quiere reunir toda su familia y que cenemos todos juntos.
Kemankes, sentado junto a mí, no permití que abandonase ese lugar. Por momentos quería parase y cambiar, pero mis ojos y mis suplicas fueron suficiente para que permaneciese a mi lado.
Luego de cenar con el Sultan, estábamos allí entre risas, su Majestad hacía unos momentos me daba la noticia de que pronto regresaría a mi provincia y me daba órdenes a implementar, luego de escuchar detenidamente cada una de ellas, volví a sentarme junto a mi amado Kemankes y le contaba todos y cada uno de los planes.
–Creo que mi hermano nos mira –dijo avergonzado.
–Mi madre también –dije, cambiando el idioma al árabe para que no entendiesen que decíamos. Fue muy chistoso ver sus expresiones, pero en mi mente solo quería irme de allí y volver a dormir con Kemankes en mis brazos.
–¡Qué alegría ver toda mi familia feliz! –decía la Madre Sultana–. Tu padre debe estar bien orgullo de ti mi león.
–¡Gracias a Alá mi sultana! –le respondió Ahmed Sultan.
–Bueno es hora de descansar, mañana es un día muy largo –dijo la sultana poniéndose en pie para salir de los aposentos.
Después de escuchar las palabras de la Sultana, nos dirigimos a mis aposentos como todas las noches anteriores, hablamos, reímos, hasta quedarnos dormidos abrazados el uno del otro.
La luz de mañana entraba e iluminada todos los aposentos, la pequeña pero fuerte figura aun yacía en mis brazos dormida.
–¡Buen día! ¡Kemankes, despierta! –susurré.
–¡Mmm! –se escuchó decir a Kemankes no muy fuerte.
–Despierta para que vayamos a desayunar al jardín –dije.
La pequeña figura se apresuró a entrar a los baños y cambiarse. Más tarde le seguí al baño y tomamos juntos la ducha. Ver nuestros cuerpos desnudos en aquel baño hace que me siente en silencio brindándole una sonrisa y contemplando cada una de las partes de Kemankes.
–Aún tenemos una conversación pendiente Kemankes –dije, haciendo que se exaltara y se apresurara a terminar, cubriendo su cuerpo y dejándome allí.
En el jardín, al parecer todos aquellos pensamientos que nublaban a mi amado antes se han ido, ahora ríe y me habla con mucha fluidez.
–¡Suleyman! –dijo, haciendo que me gire de inmediato.
–¿Pasa algo? –pregunté.
–Yo... iba a ir... Amasya... pero –balbuceaba sin poder ordenar sus palabras.
–Eso lo supe –dije con indiferencia, porque a mi mente vuelven aquellas imágenes de esos hombres tomando a Kemankes–. ¿Qué pasó en Amasya?
–¿Puedes por favor no pedirme detalles? –suplicó.
–Entonces te preguntaré, ¿es cierto que fuiste tomado por varios hombres? –al hacer aquella pregunta pude ver como sus ojos se llenan de miedo, de vergüenza, pero mi ira ciega mi razón.
–Bueno... no es así... déjame...
–Responde sí o no –ordené.
–Sí –respondió ocultando su rostro.
–¡Mírame a los ojos! –pedí–. ¿Lo disfrutaste?
–Suleyman no, no es lo que crees –su rostro cubierto por sus lágrimas no hizo efecto en mí.
–No me duele que te hayas acostados con todos los hombres que hayas querido, pero que me mientas...–fui interrumpido por un grito ensordecedor y desesperanzado de Kemankes.
–¡Fui abusado!
–¿Quieres que te crea? –pregunté con una sonrisa forzada.
–¡Suleyman! ¡Mírame! Ve la verdad aquí –decía apuntando mi corazón. El toque de sus manos hizo que quisiera abrazarlo, parte de mi quería creer lo que decía.
–¿Entonces lo que llegó a mi palacio fue una mentira? –pregunté.
–Disculpe su Alteza, Kemankes Pacha, Su Majestad los espera en sus aposentos.
***
–Usted ya conoce el resto de la historia Ahmed –dije, dejando salir un profundo suspiro con las lágrimas que ahora fluían cubriendo mi rostro.
–¡Yo lo siento, Ahmed! ¡Yo lo siento! –grité entre lágrimas.
–¡Está bien mi príncipe! ¡No te pongas así! –decía tomando mi cuerpo quien se derrumbaba de dolor para acercarlo a su regazo y consolarme. ¿Es este el fin de mi amor con Kemankes? ¿lo he perdido para siempre? Por ahora solo quiero estar a su lado, aunque él no me quiera ver, quiero demostrarle lo arrepentido que estoy de no haber creído, de poner en duda su amor, de poner en duda nuestro amor.
–Yo te amo Kemankes –dije, antes de quedarme dormido sosteniendo mi cabeza en las piernas de Ahmed.
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