ESCAPE



El harem es un caos. La noticia de que por orden del propio Sultan se ha encerrado a Ahmed no se ha hecho esperar. Todos temen. Saber que, el soberano del Imperio Otomano ha encarcelado a su propio esposo, enviaba un duro mensaje para el pueblo. Todos, sin excepción, estaban bajo la justicia del Sultan.

No así para su hija e hija de Ahmed, la sultana Halime. Ya es toda una señorita educada bajo las costumbres del imperio. Al ausentarse Ahmed, debía ser Mahfirutze o Gulfem, como la sultana de más rango dentro del harem por ser la madre de un príncipe hermano del Sultan y hermana del Sultan, respectivamente; sin embargo, fue Halime quien tomó el control del harem. Todos se inclinaban ante ella, todos obedecían sus órdenes. Esto le ha permitido ver a su padre en el calabozo de vez en cuando.

—Sumbul, ¿han preparado la comida de mi padre?

—Sí, mi sultana. He enviado a los guardias a entregárselas.

—Infórmale al nuevo has odabaşı que veré a mi padre más tarde —Sumbul fue removido de ese cargo, ahora es el encargado de las criadas del harem, en su lugar, Keran, un nuevo criado del palacio, le fue otorgado el puesto. Su deber, velar y proteger los aposentos del Sultan. Él es el encargado de todas las personas que entran y salen de los aposentos del Sultan. Halime no debía informarle que iría a visitar a su padre Habraam, es parte de su plan. Su plan de ayudar a Ahmed a salir de su calabozo.

—Sultana, perdón que me inmiscuya en sus asuntos, pero decirle al guardia de los aposentos no es buena idea, mostraría debilidad ante él.

—¿Por qué lo dices, Sumbul?

—Mi sultana, si usted le informa al guardia, entenderá que usted no tiene control del harem. Usted es la encargada ahora y no debe darle explicaciones.

—Sin embargo, es necesario, Sumbul —explicaba la sultana—. Si lo hago, sé que me hará ver débil ante ellos, nunca sospecharán de mí. Necesito que me subestimen.

Era cierto, necesitaba verse débil frente a ellos. Sospechaba de las intenciones de la sultana Mahfirutze, sabía que ella estaba detrás de todo lo que estaba pasando en el harem. Por eso, nunca dudó en ocupar el lugar de su padre en su ausencia, Ahmed le advirtió en sus primeras visitas al calabozo.

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El sonido de la puerta interrumpió la conversación en los aposentos de su padre.

—Sultana Halime, ¿cómo está?

Era ella. Era la sultana Mahfirutze. Había ingresado a los aposentos sin siquiera ser anunciada.

—Ha hecho una costumbre esto de entrar sin permiso a estos aposentos, sultana —dijo Halime.

—¿Acaso debo pedirte permiso, Halime?

—Claro que debes, ¿qué es esta insolencia, Mahfirutze? Frente a ti tienes a dos sultanas de la Dinastía de Osmanlí. No olvides tu propio nivel, eres una criada del harem, solo eres la madre de un príncipe.

Las duras palabras venían de la puerta, era la sultana Gulfem.

—Sultana, yo...

—¡Cállate! ¿Quién eres tú para hablar frente a tus sultanas? La sultana Sariye fue muy clara en su advertencia, sultana Mahfirutze, no lo olvide. Ahora, ¡sal de aquí!

La ira era evidente en el rostro de la sultana Gulfem. Todos allí estaban asombrados. Era la primera vez que veían explotar de esta manera a la sultana. Sumbul, quien es el más antiguo en el harem de los presentes, nunca había visto a la sultana así.

—Sultana.

Halime se reverenció frente a su tía, antes de tomarla en un abrazo.

—Recuerda lo que dijo tu padre, Halime. Debes ser fuerte, aquí tú tienes todo el poder del harem, incluso a mí de ser necesario, tienes la potestad de echarme.

—Lo sé, sultana. Es algo de lo que tengo que hablarle. Todo eso fue a propósito, sabía que vendría aquí.

Después de conversar, ambas sultanas salieron a los aposentos del Sultan.

—Gulfem, Halime, ¿Qué las trae por aquí? —preguntó Habraam aun con dudas en su corazón. Los últimos encuentros con su hija no han sido los mejores, este puede que no sea la excepción. Halime ha dejado en claro su postura y su posición en contra de la decisión del Sultan con su padre Ahmed. Halime ya no es una niña, entiende muy bien quien fue su verdadera madre, sabe que su madre fue una criada del harem y que antes de morir fue dejada bajo el cuidado de Ahmed. Nunca ha sentido la ausencia de su madre, Ahmed se ha encargado de eso.

—La sultana Halime quería venir a verlo, Majestad.

Habló la sultana Gulfem, mientras besaba la mano de su hermano con una reverencia.

—Padre, vengo a hablarle de Ahmed Sultan —dijo Halime sin rodeos.

Habraam no respondió se quedó observando a Halime con ojos inexpresivos.

—¿Qué quieres saber?

—Majestad, ¿no le da pena la situación de mi padre? —preguntó.

—Halime, ten cuidado, sultana.

—Es su esposo, ¿cómo es que dice amar a mi padre y le tiene encerrado? ¿a eso le llama amor? Si eso es amor, no quiero ser amada.

—¡Halime! ¡Cuidas tus palabras! —dijo Habraam—. Antes que tu padre, soy tu Sultan.

—Por desgracia, majestad.

—¡Sal de aquí! ¡No quiero verte, sultana! ¡Haz pasado tus límites, sultana! ¡Sal de mi palacio!

El tenso ambiente se respiraba aun fuera de los aposentos. Los gritos de Habraam podían ser escuchado fuera. Todas sabias lo que pasaba dentro de los aposentos de su Majestad.

—Se atreve a echarme de su palacio, ¿eh? ¡Claro! Si no tuvo piedad de su esposo, menos la tendrá conmigo.

—Halime, calma.

La sultana Gulfem intentaba calmar la ira de la sultana.

—Sepa que tampoco me iré. Si quiere quedarse con su palacio, ¡quédeselo! De aquí me iré con mi padre, de lo contrario tendrá que matarme, Sultan.

Las duras palabras de Halime se colaron el corazón de Habraam. Sabía que se había equivoca, buscaba la manera de como resarcir sus errores, sin embargo, su propia hija no confiaba en él. Su propia familia le daba la espalda, pero ¿Cuál era el problema? ¿Por qué estaba Ahmed en el calabozo? ¿Sabían? ¿Adulterio? ¿de qué era acusado?

—Ag... agua... agua —el balbuceo de Habraam mientras caía en el piso con sus manos en el pecho, no hizo que la sultana Halime se detuviera, tan pronto terminó de hablar salió de los aposentos de su padre. No se percató de lo que se avecinaba.

—¡Agas! —gritó Gulfem.

***

Suleyman fue citado a la capital, al igual que Ibrahim, tío y sobrino se encontraban allí. Por primera vez en mucho tiempo Ahmed salió. Fue libre, al menos dentro del harem. Aun en su situación mostraba el amor incondicional a su Sultan, a los ojos azules que le cautivaron hace años. Su Majestad yacía en una cama, frío. Pareciera que durmiera, por ratos había fiebre, temblores.

—Sus altezas, en estos momentos es preciso acordar la sucesión al trono otomano —dijo el gran visir a los príncipes.

—¿crees que este es el momento, pachá? —dijo indignado Suleyman. Pensar en eso, era dar por muerto al Sultan. Él amaba a su hermano y no quería que eso pasara, no ahora.

—Mi tío el Sultan, lo que dice el pachá es cierto. Ninguno quisiese que nuestro Sultan muriese. Sin embargo, hay que estar preparado. Usted es el asumirá el trono cuando mi padre fallezca, yo estaré aquí para esperar sus órdenes.

—Después, Ibrahim, después.

Luego de hablar, salió de los aposentos del gran visir.

En los aposentos del Sultan, Ahmed yacía hincado a un lado de la cama, sosteniendo la mano del Sultan. Sus lágrimas no paraban de caer, su dificultada voz le imposibilitaba casi hablar. Al salir de su prisión, todos en el harem se postraron ante Ahmed, aún era el esposo de su majestad, todos le debían respeto. Sin embargo, sus pies no se detuvieron al atravesar el harem, corrió hacia los aposentos de su Majestad, quería ver la condición de su amado.

Al entrar, vio al Sultan como estaba ahora, sus pies se debilitaron, su visión se nubló, su equilibrio fue perdido, haciéndole caer al piso. Sus gritos de dolor fueron escuchados en todo Estambul.

—Habraam, amor mío, este tu servidor, espera por usted. Su criado espera que abra los ojos y lo mire como la primera vez. ¿me escuchaste, Habraam? Yo sé que sí, sé que usted me escucha, ¡luche! ¡luche, Habraam!

—¡Valide! —gritó Ibrahim cuando vio a Ahmed. De inmediato, corrió a los brazos de Ahmed, fundiéndose en un abrazo—. Halime me ha dicho que aún no ha salido de los aposentos del Sultan.

—No puedo dejar a tu padre solo, mi león —respondió—. Él despertará pronto, lo sé.

—Venga, mi sultana, vayamos a descansar —dijo Ibrahim, levantándose a Ahmed, apoyando en sus brazos—. La sultana Sariye se quedará con él. Ella se hará cargo.

Ahmed miró a Sariye inclinando un poco su cabeza en reverencia ante la madre de Ibrahim, mientras tomaba su mano, antes de salir de los aposentos de Habraam.

—El harem está a tu cargo, Sariye.

Los inviernos pasan, las primaveras florecen las plantas. La vida se ha vuelto monótona dentro del palacio y Habraam aún sigue en cama, de alguna manera, Ahmed se ha hecho cargo del harem, del palacio, del imperio. Los ojos del pueblo se posaban sobre Ahmed, en buenos y malos términos. Incluso los príncipes, vieron la decisión impropia. Sin embargo, era su esposo, de ser una mujer, era imposible. Aunque en el pasado, hubo sultanas que gobernaron el imperio, las circunstancia eran otras, no había príncipes con la edad suficiente para gobernar. Ahora sí los hay, pero es Ahmed quien tiene el control absoluto del poder.

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—¡Adelante! —al ingresar Suleyman, vio a su cuñado donde siempre, postrado al lado de Su Majestad, sosteniendo sus manos.

—Ahmed Sultan, envió a llamarme—dijo Suleyman.

—Sabes que tarde o temprano, Alá no lo permite y tu hermano se nos va, debes estar listo para recibir el trono.

—No le entiendo, majestad —dijo confundido—. Mi hermano te encerró, te ha exiliado, ha hecho de este palacio un infierno para ti... y, aun así, sigues aquí, junto a él. ¿qué crees que haga si despierta y te encuentra aquí con él? Se lo diré, Ahmed, volverá a encerrarlo.

—Tú deberías entenderlo más que todos.

—¿Por qué?

—Dices amar a mi hermano, mi hermano es tu esposo, entonces debes saber lo que es el amor.

—Es diferente, Sultan. Yo no soy el Sultan.

—Eso quiere decir que darte a mi hermano fue un error, ¿me equivoco?

—Jamás. Mi amor por Kemankes es genuino, majestad. Sin embargo, la diferencia es que yo nunca le haría algo así a Kemankes, de ser Sultan.

—Prepárate para ir al consejo, ¿dónde está Ibrahim?

—Ha salido con Ferhat, fueron a las caballerizas jenízaras.

Sus palabras fueron dudadas, su voz tembló.

—¿Qué pasa, Suleyman?

—No lo sé, solo que... —hizo una pausa esbozando una pequeña sonrisa—. Se han vuelto muy unidos. De hecho, he sabido que se quedan hasta tarde en el despacho de su alteza.

—Tonterías —dijo Ahmed, besando la mano de Habraam y haciendo una reverencia, antes de girarse a Suleyman y salir de los aposentos—. Vamos al consejo.

—¡Destur Bas Haseki Sultan Ahmed Hazretleri!

Todos en el consejo se inclinaron ante Ahmed. Todos bajaron su cabeza, todos besaron su túnica y su mano, todos ahora le decían, Sultan Ahmed. 

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