DESPEDIDAS
–¡Mira bien mi cara! ¡Mírala! Porque será la última vez que me veas...Habraam.
***
¿Bajar la cabeza? Siquiera ante el Sultan, esos días quedaron atrás. Hoy se ha convertido en un extraño a mis ojos. Todo el harem espera mi salida del palacio, no es para menos, todos sin excepciones, ya se han enterado de mi exilio. Pero no es tiempo de lamentos, un imperio no se gobierna con lágrimas.
No me sorprende que nadie ha venido a verme a mis aposentos, todos esperan la caída del lobo para poder atacar al cordero, pero están muy equivocados, porque este cordero se ha convertido en un invencible león.
En aquel magno silencio de la noche se escuchaban unos sollozos, una voz desgarradora, pude darme cuenta que se trataba de la Sultana Hassam, mis temores aumentaron, ¿Qué has hecho Habraam?
–Ebusud... ve a ver, ¿por qué hay tanto alboroto? –ordené.
–Si mi señor.
–Habraam que no sea lo que presiento, si es así, haz cavado tu propia tumba Sultan –dije a mis adentros preocupado por alguna decisión que pudiera haber tomado, respondiendo a sus impulsos.
No tardó mucho en regresar Ebusud Ag, y mis temores se hicieron realidad, el príncipe Murad y su pequeño Osmán fueron ejecutados. Mis piernas temblaron, fue imposible mantenerme de pie. El coraje, la rabia, la impotencia, corrían dentro de mí, quería gritar, quería maldecir, quería acabar con todo en aquel momento, pero debo ser realista, por cualquier mínimo error puedo perder la cabeza.
–Trae mi ropa Ebusud... me iré de este palacio, pero el Sultan me va a escuchar.
–Mi señor tengo cuidado de lo que pueda decir, no haga que el Sultan se enoje más con usted... –el sonido de la puerta que bruscamente se abrió corto las palabras del Ag.
Crac crac
–¡Ahmed! ¡Ahmed! ¿Cómo es esto posible? ¿Por qué hizo eso? –gritaba la Sultana Hassan.
–Sultana, cálmese. Me acabo de enterar también.
–¿Por qué tuvo que matar a su propio hermano? ¿Por qué? –el llanto de la sultana era cada vez más fuertes y dolorosos.
–Lo mismo me pregunto Sultana, lo mismo me pregunto y el Sultan me va a responder, Alá mediante –dije con furia en mis palabras.
–Ebusud, lleva a la Sultana a sus aposentos, que sus criadas la bañen y la preparen, que no salga de sus aposentos hasta que regrese.
Tan pronto salí de allí me dirigí a los aposentos del Sultan, no había quien se parase en mi frente y me impidiese llegar hasta el Sultan. Pude, fugazmente, ver a las Sultanas Mihrimah y la Valide Humasah, pero, siquiera ellas se atrevieron a impedir continuar.
–¡Majestad...No puede...!
–¡Apártense de mi camino! –les ordene a los guardias de la puerta de los aposentos del Sultan.
Crac crac
–Puedo aceptar que me exilies, puedo aceptar que me destierres de Estambul. Hasta de Anatolia, pero, matar a tu propio hermano Habraam...
–¡Ahmed! ¡Recupera tu cordura! ¿Cómo entras así a mis aposentos, encima a reclamarme cosas que desconozco?
–¡No sabes! ¿acaso no fue usted, Sultan, quien dio la orden de ejecutar al príncipe Murad y al pequeño Osmán?
–¡Que! –dijo el Sultan con voz sorprendida. En ese momento no sabía si estaba mintiendo o no, pero su expresión cambio del enojo a la tristeza enseguida.
–¿Qué culpan tenían? ¿Qué pecado cometieron para que los tratase así de esa manera tan cruel?
–¡Guardias! –gritó el Sultan.
–Ordene Su Majestad.
–Traigan a Dervis, ¡ahora!
–¡Mira bien mi cara! ¡Mírala! Porque será la última vez que me veas...Habraam –dije–, no puedo seguir al lado de un asesino de su propio hermano, si no tuviste compasión por él, menos la tendrás conmigo.
–Ahmed... ¿Qué estás diciendo?
–¿No lo recuerda Su Majestad? ¿No recuerda que me ha exiliado? –dije.
–¡Recupera la cordura Ahmed! De este palacio no sales, mucho menos en la noche.
–¡Míreme! ¡Míreme muy bien Sultan... será la última que me vea en su palacio y en su vida! –hice una reverencia como correspondía y salí de sus aposentos–, ¡Sultan!
–¡Ahmed! ¡Ven aquí! –ordenaba el Sultan, pero yo ya me disponía en la puerta para salir–. ¡Ahmed! ¡Es una orden! ¡Guardias, tráiganlo!
–Aquel que te atreva a ponerme un dedo encima, perderá su cabeza y veamos quien me desafía –dije a los guardias del Sultan.
–¡Ahmed! ¡vuelve aquí! –escuchaba los gritos del Sultan quien se encontraba en el pasillo, fuera de sus aposentos.
–¡Destur Haseki Ahmed Sultan hazretleri!
En estos momentos me encontraba en el harem, todos se posicionaban para darme una reverencia, pero siquiera me detuve a ver quién o no se reverenciaba ante mí.
–¡Sultan Ahmed! –dijo la Sultana Humasah.
–¿Usted sabia lo del príncipe Murad? –pregunté.
–Acabo de enterarme como todos los demás, pero si fue la decisión del Sultan, ¿Quiénes somos para oponernos?
–Y, ¿Qué culpa tenía el pobre de Osmán, apenas es un niño? O, ¿acaso fue usted Sultana? Y lo hizo por la reunión del príncipe con la Sultana Firuze.
–¿Qué reunión madre? –confusa, pregunta la Sultana Mihrimah.
–¿Has escuchado tus palabras? ¿Cómo me acusas de algo como eso? ¿Tienes pruebas? –grito la Sultana.
–Solo fue una simple pregunta Sultana –le respondí–. Si me disculpa tengo un largo camino que recorrer, ¡Sultana!
–Puse la serpiente en la cama de mi hijo y de mi propio palacio... –pude escuchar como la Sultana Humasah me maldecía por las palabras que sostuvimos.
Era la primera vez que le respondía de esta manera a la Sultana, pero no puedo confiar en nadie de este palacio en este momento. Aunque mi corazón está roto por dentro y creo que ya nada podrá volver a repararlo.
Todos, criados, guardias, pashas, visires que se encontraban en el palacio se inclinaban ante mi mientras me dirigía hacia el jardín principal del palacio para tomar el carruaje que me llevará a Edirne, pero antes debo hacer una parada, debo llevarme mis hermanos.
No puedo partir y dejar a mis hermanos en Estambul, deben irse conmigo. Sé que mi león, Kemankes, no le gustará la idea, él está tan entusiasmado con ir a gobernar una provincia que estoy seguro que se le romperá el corazón.
–Ahmed, ¿estás seguro que haces lo correcto? –preguntó Sariye.
–Es lo mejor Sariye, si no me voy ahora no podré volver después –decía mientras volteaba a mirar al palacio. Muy adentro deseaba ver que saliese mi señor a detenerme, pero eso nunca pasó–. Cuida bien del príncipe Ibrahim.
–Alá mediante volverás pronto.
–Alá mediante Sariye, Alá mediante.
El sonido de las ruedas por aquel camino de piedras, el relinchar de los caballos que conducían mi carruaje, aquella noche fría bajo la luna hacían que el camino fuese más largo de lo que era. La mañana nos alcanzó y nuestro destino final esperaba, luego de días llegamos a Edirne y para mi sorpresa, una bienvenida inesperada, la Sultana Firuze.
–¡Bienvenido Ahmed!
–No sé si sentirme bienvenido Sultana –dije–, se suponía que usted debería estar en el viejo palacio ¿o no? –pregunté.
–Así es, el viejo palacio es mi nuevo hogar, luego de muchos años, pero no podía dejar de visitarte aquí para hablar. Nunca hubieses aceptado una invitación a mi palacio, mucho menos recibirme en el palacio del Sultan.
–¿Por qué tendríamos que hablar Sultana?
–Algunas te has preguntado, ¿por qué quise enviarte lejos del palacio? Admito que no fue la manera correcta y me arrepiento de ello, pero ¿Quién no comete errores en esta tierra?
–Sultana hable sin rodeos.
–Intente salvarte del infierno en el que estabas a punto de quemarte, como ya ves, tu amor no fue suficiente y te exilió.
–Al menos no fui exiliado por traición, a diferencia de usted Sultana.
–Ser acusado de adulterio es mil veces que ser acusada de traidora, y eso se paga con la muerte, de todos modos, el Sultan te perdonó la vida y te exilió –decía la Sultana, mientras me acompañaba por el jardín en dirección al palacio–. Pero tengo una duda, ¿qué hizo tu Sultana para salvarte Ahmed?
–¿A qué viene todo esto Sultana Firuze?
–¿Sabes quién asesino al príncipe Murad? –preguntó.
–¿A qué está jugando Sultana?
–Tráiganla –ordena la Sultana a uno de sus criados–. Esta criada me sirvió por muchos años, pero sabes que, era una espía de tu sultana, gracias a que le perdoné la vida me conto el plan de matar al príncipe, pero lastimosamente no pude llegar a tiempo para salvar a mi querido nieto.
–¡Daye! –dije.
–Pregúntale, debes de saber que ella no mentiría –mientras escuchaba a la Sultana vino a mi mente, aquella escena en la que sin intención de hacerle daño lance al suelo a Daye. Más tarde me disculpe porque sabía que ella servía para la Sultana Humasah.
–¡Su Majestad! Es cierto, todo es cierto, quien ordeno la muerte del príncipe fue la Sultana Humasah –dijo Daye Hatum. Sus palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez.
–¿Qué quiere conseguir diciéndome esto Sultana? –pregunté.
–Quiero que veas que no soy tu enemiga, tampoco quiero seas mi aliado, pero si me aceptas un último consejo –decía la sultana mientras se alejaba hacia puerta–, no confíes en nadie Ahmed, siquiera en tu sombra, ayer fue Murad, mañana puede ser tu –la Sultana se detuvo y volteo para decirme –, o quizás sea uno de tus hermanos el próximo, ¡Ahmed! –se reverenció la Sultana y salió.
–¡Eso nunca! –exclamé.
Pero no podía no pensar en esa posibilidad, la Sultana tenía razón, así como asesinaron al príncipe Murad, pueden ser uno de mis hermanos o yo, sea por orden de la Sultana o peor aún, de Habraam.
Estar en este palacio hace que mis días sean eternos, entre salir a montar mi caballo llamado Nur y recorrer todos y cada uno de los rincones del lugar. Mi corazón aún espera escuchar el relinche de los caballos de Su Majestad viniendo a buscarme, pero eso está lejos de suceder, no nos hemos despedido de la mejor manera.
Las noches son las más intentas, siquiera puedo acostarme, no puedo dormir. Me despierto a media noche escuchando su voz, lo siento en mi cama y como me abraza, pero despierto a la realidad que solo era un sueño, un triste sueño que se repetía una y otra vez.
De vez en cuando he recibido cartas de la Sultana Mihrimah y de Sariye Kadin, perdí la cuenta de los días que llevo en este palacio, ¿es posible que no haya preguntado por mí? ¿no sentirá curiosidad de como estoy?
Hoy es uno de esos días donde la lluvia moja todo mi cuerpo y mis lágrimas pueden disimularse con facilidad, cabalgo lo más lejos posible del palacio bajo la fuerte lluvia que golpea con ferozmente sobre mí, mis sollozos se disimulan por los estruendos provenientes del cielo.
–¡Majestad, Ahmed! –dice uno de los guardias que me acompaña. Por lo que detengo mi caballo.
–¡Aaaaahhgg! ¡ahhgg! –por cada uno de mis gritos sentía como se desgarraba toda mi alma–. ¿Por qué me haces esto Habraam? ¿acaso no confías en mí en lo absoluto?
–Majestad, regresemos... se va a resfriar.
–Así que tú eres el esposo del Sultan Habraam –de repente se escuchó esa voz que se acerba. Eran muchos, con espadas en manos, a juzgar por sus palabras si sabían quién era yo–. Así que tu Sultan te ha enviado aquí, ¡que pena! Lástima que no volverás a verlo.
–¿Qué quieren de mí? ¿quieres mi espada? ¿mi caballo? ¿mi corona? –continué diciendo aun sin poder pararme de aquel suelo–, ¿Qué más quieren?
–¡Infieles! ¿Cómo osan atacar a un miembro de la dinastía? –esa voz pude reconocerla, pero ya no tenía las fuerzas necesarias para poder levantar la cabeza.
–¡Ahmed mi amor! ¡Ahmed!
–¡Habraam! –dije.
–¡Perdóname! ¡perdóname! Te envié aquí, te aparté de mi lado, no imaginas lo difícil que han sido estos días para mí.
–¿Para mi no? –intenté recostarme del lado contrario al Sultan, pero sus brazos detuvieron mi movimiento.
–¡Ahmed! Mírame por favor, ¡Te lo ruego amor mío! ¡Perdona a este pobre hombre que cometió un error y está aquí contigo porque te ama!
–¡Habraam! –mis brazos se entrelazaron entre los suyos mientras besaba sus labios.
–¡Vámonos! Te llevaré de regreso a tu palacio, de donde nunca debiste haber salido.
***
–¡Sultana! El Sultan fue hasta Edirne, los hombres que fueron enviados no pudieron hacer nada.
–Así que el Sultan fue a buscar a su esposo a Edirne, entonces preparémonos, hay que darle la bienvenida que merece.
***
–¡Destur Sultan Habraam Han ve Haseki Ahmed Sultan hazretleri!
Nigar al frente como la nueva tesorera del harén, todas las criadas detrás, los guardias al costado del camino, visires, las sultanas, los príncipes, todos estaban postrados ante la llegada nuestra al palacio, estoy de vuelta al palacio, de vuelta en mi palacio.
–¡Su Majestad, Ahmed! La sultana Humasah lo espera en sus aposentos –dijo Sumbul.
–Dile a la Sultana que más tarde iré, por ahora preparen los baños, quiero descansar.
–Pero... Su Majestad, la sultana lo espera ahora –insistió Sumbul Ag.
–¿No escuchaste Sumbul? Iré cuando haya descansado, si la sultana quiere verme que vaya a mis aposentos.
En este momento no creo en nadie, en especial las personas de este palacio. Luego de los baños pude descansar, no sé cuánto tiempo estuve dormido, la noche ya caía sobre nosotros, así que me preparé para ir a visitar al Sultan a sus aposentos.
Volver a estar en los aposentos privados de Su Majestad hacen que mi corazón lata tan rápido como aquella primera vez en el mercado, donde toque tus labios por primera vez. Quien hubiese podido imaginar que años más tarde sería el consorte del Sultan.
Han preparado de todo, yo lo pedí. El harem está de fiesta y no es para menos, he regresado, amigos y enemigos deben saber que Ahmed ha vuelto y más fuerte que nunca.
–¡Madre, adelante! –saludó Habraam.
–Ahmed, esperaba verte en mis aposentos, pero ya veo porque no fuiste –dijo la sultana.
–Quise descansar del largo viaje sultana –continué diciendo desde mi lugar, siquiera me pare a reverenciar a la sultana–, pero más tarde iré a sus aposentos sultana, hay muchas cosas que debemos hablar.
–Siento que no pertenezco a esta conversación, si me disculpan mis sultanas –bromeó el Sultan. Era evidente la tensión que se respirada entre las palabras con la sultana. Habraam sabía que, de alguna u otra manera, su madre sabía algo sobre el fallecimiento de su hermano Murad, de camino a Estambul tuvimos el tiempo suficiente de conversar, así que le conté todo lo que me había dicho la Sultana Firuze.
Sin acusar a la Sultana Humasah, pero Habraam también siente que, en la muerte de su hermano, están ambas sultanas, ¿aliadas? Lo dudo, así que una de las dos está mintiendo.
Su Majestad invitó a la sultana a sentarse con nosotros. Era la primera vez que comíamos los tres juntos. Debo admitir que se siente extraño.
–¡Oh, Ahmed! Quiero que Kemankes venga mañana a verme al consejo.
–¿Has pensado a dónde vas a enviarlo hijo?
–Sí.
–¿A dónde? –pregunté.
–Amasya. Era la provincia de mi hermano, ahora que él no está, creo que Kemankes está listo para enviarlo a Amasya.
La sola idea de enviar a mi hermano a Amasya hacía que mi cabeza explotara. ¿Tendría que irme con el cómo lo dicen las leyes? Pero, ¿aplicaría para mí? No soy una sultana como tal, no soy madre de un príncipe.
–Tendrás que ir lejos esta vez Ahmed, Alá mediante tu hermano gobernará muy bien Amasya –dijo la Sultana.
–¿Quién dice que Ahmed partirá Sultana? –preguntó Habraam.
–Seria lo que dicen las normas... –Habraam interrumpió a la Sultana.
–Y yo digo que Ahmed se quedará, querida madre. Ahmed no saldrá de este palacio.
–Majestad no me gustaría que... –su gesto hizo que callara.
Su Majestad pronto se puso en pie y partió, mientras la sultana y yo estábamos allí parado. Yo me dispuse a salir primero, pero la voz de la sultana me detiene.
–Parece que tu exilio en Edirne te hizo perder la razón.
–¿Por qué Sultana?
–¿Quién crees que eres para no ponerte de pie y reverenciarme?
–Sultana, sepa que, mi respeto por usted no ha cambiado, pero al igual que le dije a la Sultana Firuze, se lo digo a usted, eso días de inclinar mi cabeza han acabado, solo inclinare mi cabeza ante Alá y el Sultan.
–¿Acaso escuchas tus palabras?
–Sí. ¿Por qué?
–Así como permití que fueras al harem de mi hijo puedo hacer que desaparezcas de él, no lo dudes.
–Como lo hizo con el Príncipe Murad, ¿verdad? Su preciada criada Daye me conto todo en Edirne. Ya no tiene que fingir Sultana.
–No puedo creer lo que escucho de ti Ahmed. Creí que eras más inteligente, me decepcionas.
–Al parecer no lo soy, Sultana. La subestime.
–Entonces, ¿qué? ¿estás en mi contra?
–No estoy con nadie mi Sultana, mi lealtad es absoluta para el Sultan. Sultana –saludé y partí.
¿Me ha declarado la Sultana una guerra? ¿de veras quiere la Sultana ir en contra de mí? Mil y una preguntas que rondan mi cabeza.
Todas bailan en el harem, hay dulces, se reparte oro, esta fiesta en mi honor así que debo estar ahí. Salí directo de los aposentos del Sultan hasta el harem, aun no me he acostumbrado a lo grande de este palacio.
–¡Destur Hakesi Sultan Ahmed hazretleri!
–¡Bienvenido Majestad!
–¡Alá lo bendiga Majestad!
Di la orden de sonar la música y continuaran bailando. Me acompañaba la Sultana Mahfirutze, no me hacía nada de gracia que estuviese allí, se ha vuelto muy cercana a Gulsah Hatum.
–¡Guardias! –grité. Todos allí se detuvieron–. ¿Quiénes se creen que son para no llamar a atención cuando entra la esposa del Sultan? ¿Acaso olvidaron que es la madre un príncipe?
–Majestad disculpe... nosotros...
–¡Calla! –exclamé–, que sea la última vez que cometan un error como este y eso va para todos.
Mi ira contra la Sultana Humasah fue descargada al ver que ninguno de los guardias de la puerta respeto la entrada de Sariye Kadin al harem, quien se sentó a mi lado.
–Ahmed, ¿no crees que fue muy duro? –me susurro.
–Es lo correcto, eres una sultana de la dinastía, eres la madre de un príncipe, el príncipe heredero de la corona. Mientras yo esté aquí no permitiré que nadie toque ni al príncipe ni a mis hermanos, eso te lo puedo jurar –dije mientras movía mis brazos al compás de la música.
Pudo escuchar los susurros de la Sultana Mahfirutze y de Gulsah, aún no he descargado toda mi ira así que le les pedí que se marchasen. Pero todo eso cambio cuando un pequeño y hermoso niño entró corriendo al harem, el príncipe Ibrahim. No pude evitar pararme e ir a alcanzarlo y sostenerlo mis brazos. Fue mucho el tiempo que dure sin recibir ese abrazo puro e inocente de mi pequeño Ibrahim.
–¡Mi pequeño héroe!
–¿Por qué no me has visitado? ¿ya no quieres jugar conmigo?
–Nunca mi león, solo que no estaba en este palacio, pero ya nada nos va a separar.
–Príncipe vamos, es hora de dormir –dijo Sariye–. Majestad –decía mientras se reverenciaba.
–¡Destur Reyham Sultan hazretleri!
–¡Sultana! –dijo Sariye.
–¿Qué es este alboroto Sariye? ¿así es como cuidas el harem del Sultan?
–Sultana... yo...
–Tengo entendido que usted, sus hermanas y su madre tienen prohibida la entrada a este palacio –dije.
–Ahmed...
–¿Cómo te atreves a pisar este palacio sin mi permiso? –continué–, Siquiera muestras el mínimo respeto por mí. ¡Guardias!
–¿Qué crees que haces? Soy una Sultana de la dinastía no puedes hacerme nada.
–¿Eso cree?
–¡Atrévete!
–¡Guardias! saquen a la sultana del palacio y tiene totalmente prohibida la entrada.
–¡No se atrevan a ponerme un dedo! –exclamó.
–No lo haga más difícil Sultana, sepa que, Su Majestad fue muy piadoso a salvar la vida de su madre.
–¿Quién crees que eres para ordenarme? No eres nadie, solo eres un criado.
–Soy el esposo del Sultan y no permitiré que vuelva a faltarme el respeto, ¡insolente! –grité–. ¡Sáquenla del palacio!
Los ojos de mi león Ibrahim están llenos de lágrimas, estaba asustado, lo sostuve en mis brazos y lo llevé a sus aposentos a descansar, hasta que se quedó dormido.
–Sariye, este palacio cada vez es más peligroso para Ibrahim, debemos tener más cuidado. Alá no lo permita, pero si un día está destinado, Ibrahim es el que debe subir al trono.
–¿Cómo sería eso posible Ahmed?
–De eso me ocuparé yo, tu solo preocúpate por la seguridad del príncipe.
–¿Por qué te ocupas de nosotros Ahmed?
–Sabes... desde que llegué aquí nunca me viste como un enemigo, bien pudiste hacerlo, fui un llegado que entró a quitarte la atención del Sultan, y tu simplemente me abriste tus brazos cuando todos me rechazaban. Solo quiero devolver ese cariño dándote el lugar que mereces, eres la esposa del Sultan.
Recordar esos días hicieron que mis ojos colapsaran, las lágrimas comenzaban a recorrer mi rostro.
–Ya verás mi Sariye, este palacio será nuestro algún día y cuando llegue ese momento nunca más estarás detrás mí, vas a caminar a mi lado.
Se acerca el día de la partida de mi hermano Kemankes a su provincia, siquiera he tenido tiempo de felicitarlo y hablar con él. Con todos los preparativos, pocas veces lo veo, por lo que lo he invitado a desayunar conmigo en mis aposentos.
Pasar tiempo con mi hermano hace que olvide mis preocupaciones, no es que tengo un favorito, para mi ambos son iguales de importantes, Ferhat está viviendo conmigo desde antes de mi exilio.
Aunque no tenga un preferido, es importante que ahora me ocupe de la seguridad de mi hermano Kemankes, los enemigos del imperio pueden aprovechar cualquier oportunidad para atacar a los miembros de la dinastía, de la cual ya formábamos parte.
Su Majestad vino a desayunar con nosotros, al igual que la Sultana Humasah, la Sultana Mihrimah, Sariye Kadin y el príncipe Ibrahim. Todos reímos, hacía ya mucho tiempo que no teníamos un encuentro tan familiar como este, el ambiente en el jardín del palacio fue perfecto para ello.
–Espero que Su Majestad y las sultanas puedan algún día visitar la provincia y tengamos otro encuentro como este –dijo Kemankes.
–Alá mediante, así será –dijo Habraam–. Si me disculpan debo volver al consejo –. Todos nos pusimos de pie para reverenciarnos ante el Sultan.
–Que Alá guíe tu camino y tu espada. Espero que apliques la justicia conforme a la ley de Alá –dijo el Sultan dirigiéndose a Kemankes, extendiéndole su mano para que la besase.
Más tarde, llegaba hora de partir. Mi corazón sabe que algo no está bien, este presentimiento está conmigo desde la mañana. Me aferré a mi hermano antes de que se marchase y bese su frente, sus ojos buscaron los míos y me sonrió.
–¡Se feliz Ahmed! Este es tu hogar, este es tu palacio, el Sultan te ama... Alá mediante nos volveremos a ver muy pronto hermano.
–¡Mantente con vida Kemankes! ¿Me escuchaste? Pase lo pase, mantente con vida –le susurraba en su oído.
–Ferhat debes de cuidar de Ahmed, aunque es el mayor es muy débil –bromeó.
–Lo haré hermano –dijo Ferhat.
–Ya es hora, debo partir Ahmed.
–Ven aquí...–me aferré nuevamente a mi hermano mientras mis lágrimas empezaban a caer con fluidez.
El galopeo de los caballos hacía que mi tristeza aumentase más, pero ver a mi hermano montado en su caballo, partiendo a su provincia me llenaba de orgullo, es su sueño desde que llego a Estambul.
–Majestad, hemos recibido una carta, no tiene remitente, pero a juzgar por el sello debe de venir del viejo palacio –dijo Ebusud.
Ahmed, espero no sea demasiado tarde, debes venir a verme, quien mato al príncipe Murad no fue la Sultana Humasah ahora tu hermano corre peligro.
Sé que no confías en mí en lo absoluto, pero tengo las pruebas que te darán las respuestas a ti y a Su Majestad.
Buyuk Valide Firuze Sultan.
–¡Preparen mi caballo!
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