CORONAS



Cinco brillantes coronas se apresuraban al área médica del palacio, las más altas autoridades, la Valide, acompañada de las Hasekis, Ahmed, Sariye y Kemankes, además de su hija, Mihrimah Sultan. En una cama postrado se encontraba el príncipe Ibrahim, luego de haber sido envenenado en la campaña, fue rápidamente socorrido por Ferhat, gracias a esto, pudo llegar a palacio.

—¡Ibrahim! ¡Mi león! —gritó Sariye al observar a su hijo sobre la cama, cubierto hasta su pecho con una manta blanca.

—¡Cálmese, Sultana! —dijo Kemankes, quien sostenía a la sultana luego de haber perdido las fuerzas en sus piernas, impidiéndole continuar en pie.

—Alá mediante, mi hijo encontrará al culpable y sus cómplices —dijo la Valide Humasah.

—Alá mediante, Sultana —respondió Ahmed.

Luego de la partida de la Valide, el día de la despedida de la campaña, la madre del sultan fue víctima de una emboscada, al mismo tiempo que habían asesinado a su hijo Selim. El palacio estaba en llamas, todos estaban asustados. Ahmed, como protector del estado, decidió que era lo correcto que la madre del sultan estuviera en el palacio hasta el regreso de Habraam.

—Ahmed, acompáñame —dijo Humasah—. Sabes quién está detrás de todo esto, ¿verdad?

—Creo que solo hay una sola persona en este palacio —respondió.

Crac crac

—¡Sultanas! —saludo Mahfirutze Sultan.

En el campo de la campaña, la noticia del fallecimiento de Selim ya habían llegado. Sin embargo, la moral del ejército no podía decaer, debían regresar victorioso de esta nueva campaña. Habraam, como su guía, mantenía en alto la voluntad de su ejército, acompañado de su hermano Suleyman.

Las cartas no eran muy recurrentes, porque ha sido una campaña muy dura, los amantes han estado mucho tiempo sin saberse el uno del otro, pero augurando un reencuentro en lo profundo de sus corazones.

—¿Crees que fueron los mismos que asesinaron a Selim, los que intentaron con Ibrahim, hermano? —preguntó Suleyman.

—Eso es evidente, príncipe —respondió—. Esperaron nuestra ausencia e hicieron todos sus movimientos.

—¡Majestad! —saludó uno de los guardias—. El gran visir, Dervis Pachá, desea ingresar.

—Hazlo pasar —dijo Habraam. Una repentina tos se apoderó de él, aunque muy sutil, trato de no dar paso a preocupaciones, asumiendo a que se debe al clima.

—Majestad, pude dar con el culpable. Confesó que recibió órdenes de alguien de la capital —dijo Dervis.

—¿De quién? —preguntó el sultan, levantándose de su trono.

—Alguien del palacio, señor —dijo—. La carta de la prueba no tenía firma, era de esperarse, pero cometieron el error de enviarla con uno de los sellos del palacio.

—¿Quién? —preguntó Suleyman.

—La Sultana Mahfirutze, príncipe.

***

La alta figura de Ferhat había ingresado a los aposentos donde se encuentra el príncipe Suleyman. Sus ojos conteniendo las ganas de liberar todas las ganas de llorar, deben ser fuertes, prometió que no iba a llorar, sino que iba a vengar a los culpables.

—¿Cómo se encuentra, doctora? —preguntó.

—Pachá, su alteza está igual, aunque en la noche tuvo fiebre —respondió.

—¿Eso es malo?

—No, es un buen inicio, después de todos estos días sin novedades.

Luego de haber ayudado a su alteza, Habraam, permitió que Ferhat trajera a su hijo de regreso a Estambul y que lo cuidase y protegiese hasta su regreso. Ferhat, sentado a un costado con su rostro apoyado sobre la cama donde yace el cuerpo del príncipe, de repente es tocado en su cabeza.

—¿Pensabas que iba morir? ¿lloras por mí? —preguntó en un tono de burla el príncipe. Las doctoras que estaban allí, también rieron. El príncipe había despertado desde esa noche, sin embargo, prefirió hacer una broma para su amigo en complicidad con las doctoras. Era costumbre que el pachá visitase al príncipe todas las mañanas, por lo que no fue una excepción ese día.

—¿Alteza? —respondió sorprendido.

—No tienes que llorar, estoy vivo —dijo el príncipe. Sus vidas siempre han sido así, jugándose bromas el uno al otro, protegiéndose, siempre juntos—. ¡Ven acá, bastardo!

—¡Qué alegría verlos así! —dijo Ahmed, quien ingresó a los aposentos para ver al príncipe.

—Herma... ¡Majestad! —dijo Ferhat, haciendo una reverencia ante su hermano.

—¿Cómo está mi príncipe heroico? —preguntó Ahmed.

—Alá mediante, podré salir de aquí pronto, Sultana —respondió Ibrahim.

—Majestad, su Alteza, me retiraré —se excusó Ferhat para dejar que ambos pudiesen conversar en privado.

Las noticias desde el campo de batallas llegaron, los culpables fueron apresados y condenados junto con sus cómplices. Todo el harén gozaba de una momentánea calma, no hay intrigas, no hay peleas, no hay enemigos.

***

Cincos inviernos y cinco primaveras trascurrieron hasta el retorno del Sultan a la capital, ondeando la bandera de la victoria una vez más. En las calles de Estambul hay fiestas, todos en la capital celebran junto al imperio. El ejército enemigo fue vencido, aunque no fue una campaña fácil, al final el poderío de los jenízaros fue superior, junto con las destrezas del gran visir.

¡Destur Sultan Habraam Han hazretleri!

—¡Hijo mío! ¡bienvenido! —saludó la Valide Humasah.

—Madre, ¿por qué estás aquí? —interrogó, aunque saludó a su madre como era la costumbre—. ¿Ahmed?

—Mi señor, más tarde le explicaré todo —dijo Ahmed, besando la mano del Sultan y postrándose ante él—. Por ahora agradezco a Alá que lo ha devuelto a nosotros sano y salvo.

—¡Amén! —respondió Habraam y besó los labios de su esposo.

Todos allí saludaron y se postraron ante el Sultan, con él, también venia el gran visir, Dervis Pachá, quien luego de reverenciarse antes todos los presentes, fue exclusivamente a saludar a su esposa, la Sultana Mihrimah, además de una nueva integrante en su familia, una pequeña criatura que había llegado a este mundo, la pequeña Sultana Sha.

—Pachá, Alá bendijo su matrimonio y sus servicios en el imperio con esta hermosa bendición —dijo la Valide palmeando la espalda del gran visir.

—Amén, madre sultana —respondió—, Alá mediante espero sean muchos años más al servicio del imperio.

Mientras todos estaban en los aposentos del Sultan, Habraam se encontraba en su balcón, donde fue alcanzado por Ahmed.

—Mi señor, aquí está —dijo Ahmed, mientras envolvía sus brazos alrededor de la cintura de Habraam—. ¡Te extrañé amor mío!

—¡Oh mi flor de primavera, flor de mi jardín, mi piedra preciosa, la más bella rosa dentro de las rosas! —decía Habraam—, ¡Mis ojos son los más felices porque vuelven a ver su fuente de felicidad, mi sol ardiente, mi Ahmed!

Ambos amantes unieron sus labios en un apasionado beso, aferrándose con fuerzas el uno al otro. El brillo en los ojos azules de su Majestad era más que evidente, igual en los de Ahmed. Hacía mucho tiempo que no se veían a los ojos, su pasión estaba intacta, como aquella primera vez en que un beso fue robado en algún pasillo del mercado de Maniza.

—Hermano —dijo la Sultana Gulfem ingresando al balcón, reverenciándose ante ellos.

—Hermana mía, ¡acércate! —dijo Habraam—. ¿Qué te trae por aquí?

—Nuestra madre me envió a informarle que esta noche desea que nos acompañase junto a Ahmed, en el palacio de la Sultana Mihrimah —explicó la Sultana.

—Me parece perfecto —respondió—. Dile a nuestra madre que ahí estaremos.

—Con su permiso —dijo, reverenciándose nueva vez antes de salir del balcón.

Gulfem ha crecido, ahora es una bella sultana de 22 años. Ya se había casado, pero su esposo falleció, por lo que ha vuelto a vivir en Topkapi. Además, es muy apegada a Ahmed, siendo su acompañante a sus obras de caridad para el pueblo otomano. Luego de que la Sultana Sariye partiera a la provincia de Bursa junto a su hijo, el príncipe Ibrahim, Gulfem ha sido la mano derecha de Ahmed dentro del harem.

—¡Acompáñame! —dijo el Sultan tomando de la mano a su esposo, ambos cuerpos salieron corriendo como dos adolescentes por los pasillos del palacio entre risas.

—Mi señor, debo ir a prepararme para esta noche, ja, ja, ja, ¿a dónde me lleva? —preguntó Ahmed.

—Solo sígueme —respondió el Sultan.

Ambos llegaron al jardín privado dentro del palacio, en el pasado, este jardín fue cerrado y solo el Sultan tenía acceso. Luego de que el difunto Sultan Ahmed falleciera, la difunta Buyuk Valide Kosem Sultan ordenó que fuese cerrado y solo el Sultan podía ingresar desde entonces.

—Este jardín fue el nido de amor de mis antepasados —dijo Habraam besando a Ahmed.

—Aquí besó la Sultana Kosem al Sultan Ahmed por primera vez, ¿verdad? —preguntó Ahmed.

—Sí.

—Me pregunto si las anteriores sultanas estarán orgullosas de sus sucesoras —dijo Ahmed, mientras Habraam lo sostenía desde su espalda abrazado.

—Deben estarlo, todas han educado a sus sucesoras —explicaba Habraam—. Así como mi madre te educó en el pasado, todas hicieron lo mismo. Enseñaron todo lo que una futura sultana y posterior Madre Sultana del imperio debía saber.

—Yo nunca seré Madre Sultana, bueno al menos en función —dijo Ahmed, con un tono de voz triste.

—De hecho, haces las funciones de Madre Sultana, ¿por qué te quejas? —dijo Habraam en tono de broma.

—No lo sé —respondió Ahmed.

—Si tengo que otorgarte el título, lo haré —dijo Habraam, haciendo que ambos estallaran en risas.

—¡Te amo, Habraam!

—¡Te amo, Ahmed!

Sus labios se unieron una vez más en un apasionado beso, mientras el ocaso era participe de la escena. Un viento sutil también se mezclaba con el sudor y el vaivén de los cuerpos que se encontraban en aquel jardín, expresándose de la mejor manera el poder pertenencia el uno del otro y de cuanto amor se tienen. Una y otra vez hasta quedar totalmente satisfecho y tarde para su encuentro en el palacio la Sultana Mihrimah.

***

—¡Hermano, bienvenido! —dijo Mihrimah a su hermano Suleyman quien llegaba con su favorito, Kemankes, además de otra de su concubina y madre de la Sultana Dilasub, Fakrya Hatum.

—Sultana, estás muy guapo, Kemankes, ¡sentémonos! —dijo Mihrimah.

—¿Dónde están los demás, hermana? —preguntó Suleyman.

—Nuestra Madre, Gulfem e Ibrahim ya están aquí. Sin embargo, el Sultan y Ahmed Sultan, se han retrasado —dijo.

—Ya sabemos cómo son, tantos años sin verse, de seguro todavía están en los aposentos del Sultan —bromeó Kemankes, todos rieron.

—Alteza, Sultanas, si me disculpan, iré adentro con los demás —dijo Fakrya. Después de haber otorgado el título de Sultan, además de Kalfa a Kemankes, Fakrya no tuvo más que obedecer y someterse a las órdenes del favorito del príncipe.

—Adelante Fakrya, ven, vamos a saludar a la Madre Sultana —dijo Kemankes, mientras los hermanos continuaban hablando.

Destur Sultan Habraam ve Haseki Ahmed Sultan hazretleri.

—¡Majestad! —dijeron todos y se postraron ante la llegada del Sultan al palacio del pachá.

—Espero no haberlo hecho esperar demasiado, tuve unos asuntos que atender antes de venir —dijo Habraam con una sonrisa.

—¿Unos asuntos de palacio o de cama, hermano? —fingió preguntar Suleyman mientras saludaba y abrasaba a su hermano. Ambos rieron por la pregunta.

—Ahora que Su Majestad ha llegado, podemos pasar a cenar —dijo la Sultana Mihrimah.

Todos fueron al gran salón que fue preparado para la cena. Todos vestían elegantes, coronas joyas, caftanes con preciosos bordados en oro. Dos coronas competían en tamaño, belleza y piedras preciosas; las sultanas Humasah y Ahmed. Ambas coronas a los extremos del lugar, ambas joyas representativas del poder. Los ojos de ambas personas se encontraron mientras tomaban sus tazas para beber su té. Sin embargo, la taza de la Valide Humasah Sultan cayó al suelo junto a su cuerpo.

La alegre reunión familiar, se convirtió de repente, en el escenario donde una de las cabezas del poder otomano perdía la guerra, la guerra que la misma Sultana Humasah había iniciado hace años y que continuaba, aunque en silencio, había perdido. El cuerpo de la Sultana yace sin vida en uno de los salones del palacio del gran visir.

***

—Estoy muy complacido por su trabajo —dijo Ahmed, haciendo un gesto a Gul aga para que entregase una bolsa con monedas a un aga del harem.

Estamos a sus órdenes, Señor —dijo el aga.

—Bien —respondió—. Ahora sal y que nadie te vea.

Mi nombre es Ahmed, Devletu Ismetlu Ahmed Haseki Sultan Aliyyetu San. Prometí en el pasado que no permitiría que nadie me golpearía, que nadie se atreviese a meterse en mi camino. Ese fue el destino de la Sultana Humasah, en este cruel mundo así es el juego. La voluntad más fuerte sobrevive y ese soy yo.

Soy Ahmed, el esposo legal de un Sultan otomano, padre de una sultana y un príncipe. Hermano de un Bas Kadin y del guardia personal del príncipe Ibrahim.

De ahora en más, nada obstaculizará el camino de mis príncipes, ni del Sultan, porque chocarán conmigo.      

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