CORONACION


HASEKI AHMED SULTAN

Venir a Edirne hace que afloren en mí, viejos recuerdos, recuerdos amargos. Todo el tiempo de mi exilio lo estuve aquí, estos pasillos fueron testigos de mis lamentos, mis lágrimas corrieron como caudales. Sin embargo, me hace recordar el amor que siente Su Majestad por mí.

Todos estamos en Edirne, a excepción de la Sultana Mihrimah, se quedó en la Estambul en compañía del gran visir Dervis Pasa, dirigiendo los asuntos del Estado.

Mi hermano ha sonreído, se ha animado a comer, eso me da alegría. Después de todos los días de sufrimientos, nuestra primavera ha llegado.

–¡Ahmed, acompáñame! –dijo Su Majestad.

–Como ordene –caminamos hasta un gran salón, dentro hay unos señores tumbados en el suelo, ¿será una boda?

–Hay algo que quiero enseñarte –dijo.

–¿Qué desea ensenarme Su Majestad? –pregunté con curiosidad.

–¡Acompáñame, ven! –decía. Pude ver a Sumbul Aga y a Gul Aga sentado frente a un señor quien sostenía un Corán en sus manos.

Estamos reunidos para unir en sagrado matrimonio por la sunna de Alá y su mensajero al Sultan Habraam y la Sultana Ahmed en presencia de estos testigos... –mis ojos perplejos ante aquel episodio, mi corazón comenzaba a latir cada vez mas rápido.

–¿Acepta el Sultan Habraam, hijo del Sultan Kassim, para ser el esposo de la novia que usted representa por la sunna de Alá y su mensajero?

–¡Sí, acepto!

–Levante la voz.

–¡Sí, acepto!

–Que afuera lo escuchen

–¡Sí, acepto!

–¿Cómo criado del Sultan Habraam, acepta a Ahmed para ser la esposa del novio por la sunna de Alá y su mensajero?

–¡Sí, acepto!

–Levante la voz.

–¡Sí, acepto!

–Que afuera lo escuchen

–¡Sí, acepto!

–Testigos, ¿dan testimonio de este matrimonio?

–¡Sí!

–Levante la voz.

–¡Sí!

–Que afuera lo escuchen

–¡Sí!

–Los uno en sagrado matrimonio basándome en su testimonio –todos alzaron las manos para rezar, no podía contener mi felicidad, finalmente estaba casado con el Sultan Habraam.

¡Habraam! dije tan pronto pude voltear a verlo y encontrarlo mirándome con sus ojos llenos de amor.

–Eres mi felicidad, eres todo lo que he deseado y todo lo que quiero –respondió.

Dos semanas pasan demasiado rápido. Tan pronto los rayos del sol se posan en el oriente nuestro camino a capital inicia. Esta vez no voy en el carruaje, esta vez voy cabalgando mi propio caballo.

Algo bueno puedo sacar de esta visita a Edirne, mi hermano ha podido hablar, comer y hasta reír, no tanto como antes o como quisiese lo hiciera, pero mediante Alá lo hará, no me queda la menor duda.

–¡Bienvenidos! –decía la Sultana Mihrimah.

–Mihrimah, ¿cómo está el harem? –pregunta la Madre Sultana.

–Todo está bajo control madre, no debes preocuparte –explicó. Volteó su mirada hacia mí, esperando quizás, que le dijera algo–. ¿No vas a contarme que te casaste con Su Majestad?

–Sultana –dije riéndome a carcajadas–. Pensé que todo Estambul ya lo sabía.

–Así es Ahmed, pero no todos están contentos –dijo en un tono preocupante–. Y si soy honesta, la opinión del pueblo es muy importante en este asunto.

–Mihrimah hija mía, estamos cansados, no abrumes a Ahmed con asuntos como esos, aún es muy pronto –dijo la Madre Sultana–. Ahora déjenme sola, quiero descansar.

Estoy consciente del asunto, sé que el pueblo no estará de acuerdo a esta unión, al menos no todos.

***

–Informen a Su Majestad que estoy aquí –ordené a unos de los guardias de la puerta de los aposentos del Sultan.

No tardó en salir el guardia a infórmame la decisión de Su Majestad–. Su Majestad esta en compañía del gran visir, pero aun así lo espera.

TOC TOC

–¡Adelante!

–¡Majestad! –hice una reverencia al Sultan, al tiempo que Dervis se inclinada para reverenciarse ante mí–. ¡Sultana!

–Sumbul Aga me dijo que me mandó a llamar Su Majestad –dije.

–¡Así es! –dijo–. Acércate.

–Si me disculpa Su Majestad, me retiro –dice Dervis Pasa.

–Quédate, quiero que le explique a Ahmed nuestra estrategia.

–¿De qué es todo esto Su Majestad? –interrogué.

–Este es la nueva campaña que haremos mi Sultana...–pero, fue interrumpido por uno de los guardias de la puerta, quien informaba la llegada de la Sultana Mihrimah.

–¡Hermana mía! –saludó el Sultan.

–¡Su Majestad! ¡Sultana! –saludó respectivamente la sultana.

–Continúa Dervis –ordenó el Sultan.

–¿Cuál es el nuevo plan Su Majestad? –pregunta la sultana.

Las horas pasaron y se repasó una y otra vez como se tomaría el control sobre las tierras que están siendo asediadas por los safávidas en el este.

–¡Me honra que nos acompañes Ahmed! –decía la sultana poniéndose de pie y despidiéndose de nosotros.

Dervis Pasa ya se ha ido igual, en aquellos aposentos, cálido, a la luz de la hoguera que ardía tanto o más como mi corazón, estaba allí aferrado a los brazos de mi Sultan, mi felicidad.

Una y otra vez enredaba sus dedos en mi cabello, mientras reíamos, recordando el tiempo. Hace más de 1 año que he llegado a este palacio, hace más de 1 año que este señor de ojos azules con su pelo largo me pertenece. Aunque hemos tenido días difíciles, como todos en la vida, hemos sido pacientes con lo que Alá ha escrito para nosotros, si no fuera así, ¿quién se atreviera a desafiar la furia de Alá?

El ir a la campaña y acompañar a Su Majestad ha hecho a mi corazón feliz. Hacía ya mucho tiempo que pedía a mi Sultan que me dejase acompañarlo, pero Su Majestad no me lo ha permitido, las campañas son muy fuertes y aunque me haya preparado en todo este tiempo, no tengo la experiencia necesaria para ello.

Esta vez era diferente, Su Majestad accedió a dejarme participar porque las batallas venideras supondrían que eran sencillas, el viento estaba a nuestro favor gracias a Alá.

–¡Esta noche quiero dormir en sus brazos mi Sultan! –dije–. ¡Esta noche me ha hecho muy feliz!

–No hay una noche que no quiera dormir contigo amor mío –dijo el Sultan, acomodando mi cuerpo en su regazo invitándome a dormir sobre su pecho. Al menos hoy, en esta noche, soy muy feliz.

A la mañana siguiente nuestros cuerpos desnudos entrelazados bajo finas sabanas de seda color oro, en la calidez del abrazo de Habraam. Su Majestad dormía, por lo que sigilosamente fui al balcón para recibir los primeros rayos del sol y respirar ese fresco aroma de la mañana, seguido por unos brazos que tomaron mi cintura con un susurro en oído.

–¡Buenos Días amor mío!

***

Un largo camino nos espera, nos dirigimos a una batalla, una batalla en la que por primera vez ayudaré a Su Majestad. Al frente liderando su ejército Habraam, yo seguido de él; a mi izquierda la Sultana Mihrimah seguido detrás de nosotros por los visires, y jenízaros.

Nunca hubiese imaginado ver a la sultana luchar en una batalla, es toda una guerrera como su padre el difunto Sultan Kassim y su hermano Habraam, sacando la inteligencia de su madre y la fuerza y valentía propia de los miembros de la dinastía.

Aunque dentro de toda esta felicidad, una cosa más continúa ocupando mi mente también, mi hermano Kemankes, ¿cómo estará mi hermano sin mi durante esta separación? Las guerras suelen ser largas y duras, siquiera sé si regresaré con vida, Alá mediante así sea, pero ¿qué pasa si no? ¿quién va a ocuparse de mis hermanos?

Al llegar a nuestro destino nos dispusimos a descansar, había sido un viaje muy largo de días de recorrido. Suleyman y Selim, los dos heroicos príncipes nos acompañan también, es la primera campaña del Príncipe Suleyman por lo que está muy impaciente por partir al campo de batalla.

Luego de descansar, en la carpa de Su Majestad, repasamos una y otra vez nuestro objetivo; Detener el avance de los invasores y delimitar nuestras tierras.

–Eso es todo, ahora déjenme solo –dijo Su Majestad–. Ahmed, tú quédate.

–Mi señor, ¿pasa algo? –pregunte.

–¿Cómo estás? ¿Estás cansado? –preguntaba mientras sostenía abrazada mi cintura desde mi espalda y besaba mi cuello.

–Gracias a Alá, estoy bien Habraam –respondí–. ¿Usted cómo está?

–Ahora que estás en mis brazos, mucho mejor –dijo, pero ¿por qué su mirada era extraña? Sabía que algo preocupaba a Su Majestad.

–Tus ojos me dicen lo contrario Habraam.

–Estoy preocupado con que vayas a la guerra, es todo –giro mi cuerpo y me tobada de hombros mientras decía sus palabras–. Si en algún momento, por más mínimo que sea, dudas o tienes miedo de estar allí, debes decírmelo.

–Mi Sultan, amor de mi vida, el Príncipe Suleyman en más joven, además ¿a qué edad usted fue a su primera campaña?

–Es diferente Ahmed, ese es nuestro deber –explicó.

–Y es mi deber como esposo del Sultan acompañarlo a sus batallas –dije–. ¿o prefiriese que me quedase en la capital como las sultanas y criadas? Incluso su hermana la Sultana Mihrimah está aquí, luchando para la dinastía, que ya es mía por matrimonio.

Sus manos entrelazadas a las mías que una y otra vez fueron besadas, para culminar con un cálido abrazo en aquel frio lugar.

–No quiero que nada te pase, moriría si algo te pasara.

La mañana llegó y con ella la partida hacia la guerra, si me preguntan si tengo miedo debo decir que no, aunque no puedo asegurar lo mismo de Su Majestad, mis intentos de que apaciguase su temor por mi participación en la guerra fueron casi satisfactorio.

¡A sus posiciones! ¡Uhhhh!

¡Vamos!

La guerra ha iniciado.

VALIDE HUMASAH SULTAN

Los días de guerras han empezado, aun la última campaña sigue en mis recuerdos, en ella perdí a mi esposo, el difunto Sultan Kassim.

Alá nos dio muchos años de felicidad, nos dio muchos hijos, por lo que estoy agradecida. A pesar de que esta ocasión 4 de mis hijos están ella, me mantengo calmada, Alá mediante recibiremos noticias de que todo ha salido como lo esperamos y mis hijos regresaran sanos, salvos y victorioso, han heredado la valentía de su padre.

–¡Abuela!

–¡Pequeño león! ¿Cómo estás? –decía e indicaba a la criada que trajo al príncipe que se marchase.

–Estoy bien Sultana, acabo de salir de mis lecciones. Sultana tengo una pregunta.

–Sí, dímela.

–Antes de mi abuelo estaba el Sultan Ibrahim? –pregunta confundido.

–No mi león, tu abuelo ocupó el trono cuando su hermano el Sultan Mustafa III falleció.

–Suleyman, Selim, Murad, Mehmet, Mustafa I, Ibrahim...–nombra mi nieto cada uno de los anteriores sultanes.

–Osmán I el fundador, luego pasaron muchos y llego Mehmet el conquistador, gracias a él, nuestro imperio se estableció aquí en Estambul, ¿podemos empezar desde Selim I? –pregunte, obteniendo una respuesta afirmativa–. Después del Sultan Selim I, Sultan Suleyman el Magnífico, Sultan Selim II, Sultan Murad III, Sultan Mehmet III, Sultan Ahmed I esposo de la Gran Madre Sultana Kossem, regente del Imperio.

–La Sultana poderosa, ja, ja, ja.

–Así es mi león, ella y la Sultana Hurrem han sido las sultanas más poderosas de este imperio.

–Después tenemos a mi gran abuela, la Sultana Madre Humasah –dijo entre bromas mi nieto–. Después del Sultan Ahmed, ¿quién siguió?

–Vinieron sus hijos, aquí se eliminó la ley del fratricidio, ningún Sultan puede matar a sus hermanos como se hacia antes. Sultan Mustafa I, Sultan Osmán II, Sultan Murad IV, Sultan Ibrahim I, Sultan Mehmet IV... luego vino el abuelo de tu padre, Sultan Osmán III, luego su tío, Sultan Mustafa III, tu abuelo Sultan Kassim y ahora tu padre, Sultan Habraam Han.

–Y luego yo, Sultan Ibrahim II.

–Alá mediante mi león.

TOC TOC

–¡Madre Sultana!

–¿Qué pasa Rassiye?

–Es la favorita de Su Majestad, están llamando a la partera. Su nieto está por nacer.

–¡Gracias a Alá, buenas noticias! ¡escríbanle una carta a Su Majestad!

***

–¡Sultana!

–¿Qué ha pasado?

–La favorita del Sultan, ha dado a luz.

–Mantente en silencio, por ahora deja que celebren, ya llegará nuestro momento.

–Como ordene mi Sultana, ¿usted no irá a verla Sultana?

–Puede ser, por ahora es mejor seguir en la sombra. Ahora retírate, que nadie te vea.

***

SULTAN HABRAAM HAN

Las voces de los jenízaros hacen que la gallardía en mi pecho luche sin cesar. Ver a mi ejército tan habilidoso a la hora de luchar por su pueblo me hace comprender que es la voluntad de Ala. Sin embargo, mi preocupación mayor es Ahmed. Sé que se ha preparado, es un buen guerrero, pero mi corazón no se perdonaría si le sucediese algo.

Se ha mantenido a mi lado, ha luchado a mi lado, al menos puedo protegerlo siempre que se mantenga a mi lado.

–¿Estás bien?

–Mejor no puedo estar, Majestad –respondió eufórico–. Para la próxima campaña prepararé a Kemankes para que nos acompañe, si Su Majestad lo permite, claro –al menos, por ahora sé que es feliz y está a salvo.

No fue una batalla fácil, al menos no como pensamos que sería, tuvimos mucha resistencia del bando enemigo, pero gracias a Ala, nuestro ejército izó la bandera de la victoria.

–¡AAARGH! ¡Vamos! –vociferaba una y otra vez, camino a nuestra tienda. Es hora de volver a Estambul.

Nos alcanzó la noche de camino hacia la capital, a la mañana siguiente partiremos a Amasya, pero esta noche solo quiero pasarla con el dueño de mi vida.

–¡Acércate!

–Mandó a llamarme, ¿ha pasado algo mi Señor? –preguntaba Ahmed.

–Solo quiero pasar esta noche contigo, celebrar mi victoria, nuestra victoria –dije.

–Habraam... –mis labios se posaron en los suyos interrumpiendo lo que intentaba salir de su boca.

Mis manos recorrieron cada centímetro de su rostro, memorizándolo, sintiendo cada reacción de su cuerpo a mis toques. Con cada segundo que pasaba mis ganas de desnudarlo se hacían más fuerte, por lo que cedí a mis deseos quitándole aquella camisa de seda que traía, dejando su pecho al descubierto.

¿En qué momento te hiciste tan fuerte amor mío? Sus grandes músculos eran notorios al descubierto de su piel, sus manos que recorrían mi espalda hacían que vibrara ante el melodioso toque que hacía. Mi camisa fue quitada, echándola a un lado para poder sentir el roce piel con piel.

TOC TOC

–¡Adelante! –ordené.

–¡Majestad! Esta carta, viene de la capital.

–¡Retírate! –ordené al Aga que trajo la carta.

–¿Malas noticias Habraam? –preguntó Ahmed.

En mi cabeza solo ha quedado grabado una frase de toda la carta, su criada ha dado a luz una fuerte niña gracias a Ala. Ahmed a mi lado, también ha leído la carta escrita por mi madre donde le envía sus saludos y le cuenta sobre su hermano, pero yo solo puedo ver una cosa ahora mismo, la tristeza en los ojos de Ahmed.

–¿Qué ocurre? –pregunté.

–Ya es tarde Majestad, debe descansar mañana partiremos temprano –decía colándose su camisa–. Si me lo permite, me retiraré a descansar a mi tienda –dándome la espalda y saliendo. Mi corazón también está roto, no puedo verlo así.

HASEKI AHMED SULTAN

La mañana ha llegado, hemos partido. Nos dirigimos camino a Amasia, pero yo seguiré mi camino a la capital, no me detendré. ¿Tengo derecho a sentirme así? ¿traicionado? Sin embargo, así me siento.

No puedo evitar sentir celos de pensar que Habraam está con otras, aunque sé que es su deber como Sultan, debe dar a tanto descendientes como pueda, desafortunadamente no puedo hacerlo.

–Ahmed, ¿qué te pasa? –escuché preguntar a Su Majestad.

–¿Ahmed? –decía la Sultana Mihrimah.

Sentía que me faltaba el aire, no podía respirar. Un dolo en mi pecho no me dejaba siquiera hablar. Mis ojos se llenaron de lágrimas, mientras mi cara se tornó roja.

–¡Deténganse todos! –ordenó el Sultan–. ¡Ahmed! Amor mío, ¿qué te pasa?

–No... no lo sé... no puedo respirar –alcancé a responder.

–Yo me haré cargo hermano –dijo la Sultana Mihrimah. Tomó mi mano y me invitó a caminar.

Mis lágrimas corrían sin parar por mi rostro, aun sin poder decir una palabra. Sentía que todo a mi alrededor me daba vueltas, no pude seguir caminando, ya estábamos alejados de todos.

–Ahmed... grita, tan duro como puedas. Si no lo haces no mejorarás –dijo la Sultana.

–¡AAARGH! ¡AAARGH! –grité. Grité tanto duro como puede para liberar mi dolor, para liberar mi frustración, para sacar la sensación de que estoy perdiendo al Sultan.

–¡Ahmed! –dijo Su Majestad.

Allí estaba yo, hincado en el suelo con mis manos en la cara, mis lágrimas que no se detenían, mi corazón que latía cada vez más rápido.

–¡Ahmed! ¡Ahmed! ¡Háblame Ahmed! –decía Habraam–. ¿Qué te pasa? –vi sus ojos llenos de miedo. Sus lágrimas también comenzaron a salir, mientras me sostenía abrazado a él por mi cintura.

Sus manos una y otra vez secaban mis lágrimas que no dejaban de caer, al menos mi dolor ha desaparecido, pero ver las manos del Sultan en mi cuerpo me hace sentir el dolor nueva vez, pensar que sus manos tocaron a otras mientras no estuve, hace que mi sensación regrese.

–¡Estoy aquí amor mío, tu Sultan está aquí contigo!

***

¡Destur Haseki Ahmed Sultan ve Mihrimah Sultan hazretleri!

Mi llegada junto a la Sultana Mihrimah al harem fue anunciada, todos esperaban en hileras postrados ante el paso de nosotros. Nos dirigimos a los aposentos de la Madre Sultana, ella junto a los príncipes, sultanas y mis hermanos, nos esperan.

–¡Madre Sultana! –saludé reverenciándome y besando la mano de la sultana para posteriormente abrazarla. Lo mismo hizo la Sultana Mihrimah después de mí.

–Sean ambos bienvenidos. Gracias a Ala regresaron sanos y salvos –dijo la Madre Sultana.

–Sultana si me disculpa me iré a descansar a mis aposentos –me excusé con la sultana para salir de allí.

–Regresamos, pero otros están muertos en vida, madre –escuché decir a la Sultana Mihrimah. Estaba totalmente seguro que se refería a mí.

–Gul Aga, que nadie toque mi puerta quiero descansar –ordené tan pronto como llegué a la puerta de mis aposentos.

–Como ordene Su Majestad, pero Sultana, Sariye Kadin estaba buscándolo, ¿qué debo decirle?

–Si Sariye viene, hazla pasar.

***

¡Destur Valide Sultan Hazretleri!

–¡Ahmed! Habraam nombrará su hija, debemos estar todos allí –decía la sultana indicándome salir de mis aposentos y los acompañase.

–Vamos –dije.

–Déjennos solos –ordenó la Madre Sultana.

–Deberíamos irnos, Sultana –respondí.

–Deberíamos, pero antes debes entender una cosa Ahmed –dijo–. Tu eres el esposo del Sultan, tu posición nunca va a cambiar, el Sultan es el Sultan y debe tener tantos hijos como quiera, eso no cambiará la forma en la que él te mire a ti. Tu deber como esposo de Su Majestad es ir y acompañarlo, ser el primero en estar ahí, recibiendo su hija como tuya propia, ¿entiendes?

–Sultana... yo...

–Cambia ese rostro, alégrate y sal al lado de tu esposo. Sé muy bien que amas a Ibrahim, ¿así es como lucharás para que él ocupe el trono cuando mi hijo no este? ¡Que Alá no lo permita!

Fui preparado para ir con Su Majestad. Caftán con bordados de oro, ropa de seda, una corona con esmeraldas. Todos allí abrían paso, todos allí inclinaban su cabeza, si todo es como dice la sultana, ¿por qué debo que tener miedo? Soy el esposo del Sultan, después de la Madre Sultana, todos deben cumplir mis órdenes, ¿por qué temer?

–¡Majestad! –saludé. Todos estaban allí. Todos excepto yo.

–Hiciste lo correcto. Demuestras tu lugar, tu posición al venir –susurró la Madre Sultana tan pronto como me coloqué a su lado, ocupando mi lugar como esposo del Sultan.

–En el nombre de Alá el misericordioso... –se escuchaba el Sultan recitar el Corán–. Halime, Halime, Halime. No hay otro dios que Alá, Halime, Halime, Halime –susurraba en su oído.

–En el nombre de Alá. Alá hazla buena con sus padres y devota. Hazla una creyente firme del islam. Hazla honrada Alá y una sultana de bien.

–¡Amén! –todos los presenten dijimos al unísono.

Todos se retiraban, Su Majestad fue el primero en salir, pero aun estábamos Sariye Kadin y yo en los aposentos de esta favorita del Sultan.

–Sultana Halime, espero un futuro brillante para ti, que Alá guíe tus pasos y seas una fiel seguidora de Alá –dije, colocando en su ropa un broche que hicieron especialmente para la pequeña sultana.

Tener la pequeña Halime en brazos hizo llenar ese vacío que ocupaba mi corazón. Abrazar ese cuerpo inocente, que me sonreía, descubriendo aquellos ojos azules como los de su padre.

–¡Amén Sultana! –dijo la criada–. ¡Sultana espere!

–¿Qué pasa mujer? –pregunté–. ¡Llamen a la doctora! –exclamé.

–La doctora dijo que fue un parto difícil y que debía descansar, pero no sé si Alá me permita vivir para verla crecer, sultana por favor cuídela, protéjala con su vida, la Sultana Halime es suya, Sultana –dijo la criada con lágrimas en sus ojos, dando su último suspiro de vida, entregándome a la felicidad de mis días venideros, mi pequeña Halime Sultan.

***

–¿Su Majestad no dijo que deseaba, Gul Aga? –el Sultan ha pedido verme. Ya todos saben que me he quedado con la pequeña Halime y la Madre Sultana así lo permitió.

Camino tan rápido como mis piernas me lo permiten, aun no me acostumbro a lo inmenso del palacio, sigo perdiéndome entre tantos pasillos, tantas puertas.

–Díganle al Sultan que he llegado –ordené.

–Sultana, el Sultan lo espera, puede pasar.

–¡Majestad!

–¡Acércate Ahmed! –ordenó–. ¿sabes que tengo aquí? –señalaba un cofre puesto sobre su escritorio.

–No, mi Sultan. –respondí.

–Esta es la corona de la difunta Sultana Hurrem, fue utilizada por la gran regente del imperio, la Sultana Kossem y por mi madre el día de su boda con mi difunto padre. Esta corona es símbolo de poder absoluto, fuerza, pero sobre todo amor.

–¿A qué viene todo eso Su Majestad? ¿Por qué me cuenta la historia de esta corona?

–Porque a partir de hoy, esta corona es tuya. A partir de hoy eres quien lleve el control de mi harem con mi madre. Es tu deber como esposo legítimo del Sultan –deslizó la corona que traía y colocó la corona de la Sultana Hurrem en su lugar.

–¡Destur Devletu Ismetlu Ahmed Haseki Sultan Aliyyetu San Hazretleri.

Se escucha decir el Aga del harem mi título completo, ahora soy más que un simple esposo. Hoy he sido coronado, hoy he recibido el poder que necesito para vencer mis enemigos.

Todos se postraban, como de costumbre, pero esta vez doblaban sus rodillas, no era una simple reverencia con su cabeza. En el harem me esperaban todos, inclinados, a excepción de la Madre Sultana; La Sultana Mahfiruze, la Sultana Mihrimah, sultanas de otras partes vinieron hoy a presenciar mi coronación, primas, tías, sultanas exiliadas del viejo palacio, las pequeñas sultanas Gulfem, Hafta y Halime también estaban allí, los príncipes, Sariye Kadin, Gulsah Hatum, mis hermanos.

¿Quién de todos ellos sigue siendo el traidor de Su Majestad? 

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