CENIZAS


BOLÜM 1

CENIZAS

Era la primera vez que Ahmed escuchaba aquel nombre, el nombre de la persona que Alá mandó a cambiar su vida y la de sus hermanos, a la vez que veía sus benditos ojos, adornando su cara con una larga cabellera. Los rumores que corrían en boca de todo el mercado eran ciertos, todas las señoritas quieren pertenecer al harem del príncipe y, no era de sorprender, porque aquella silueta que los ojos vieron, era más de lo que él jamás hubiese podido imaginar. Mirarlo a los ojos mientras se hace una reverencia está totalmente prohibido, aun así, Ahmed fijó sus ojos en él. Desde aquel momento, en aquel mercado, sus ojos quedaron grabados en su mente.

—¡Destur Şehzade Habraam hazretleri!

—¿Qué haces? ¿Acaso quieres que nos corten la cabeza? —regañó Sinan Efendi quién se encontraba a su lado, mirando aterrorizado como Ahmed continuaba mirando al príncipe Habraam.

—¡No hago nada malo! ¿o sí? Solo observo para quién debo reverenciarme —respondió Ahmed. En tanto se acercaban unos jenízaros y guardias del príncipe cada vez más cerca de ellos, lo que les impidió seguir hablando y simplemente bajar mi cabeza y esperar.

Era bien sabido que venían de una campaña, o al menos eso era lo que decían todos en el mercado de la ciudad. Eran demasiadas personas las que estaban allí esperándolo, venía junto a sus hermanos, los príncipes Selim, Murad, Suleyman y Orhan, se hacían acompañar de una mujer, la Sultana de las Batallas, Mihrimah Sultan, en honor a una grandiosa Sultana hija del Sultan Suleyman y de la Sultana Hurrem, quién junto a sus hermanos y padre, el Sultan Kassim, era la única sultana que acompañaba a su padre, a los príncipes y jenízaros a las campañas. Esta vez no hubo un bando ganador, la llegada del invierno hizo que ambos ejércitos se retirasen. Era de esperar el descontento para el sultanato como para el pueblo otomano, pero ante un despiadado invierno ¿Quién pudiese con la furia de Alá y desafiarlo?

En ese momento los ojos del príncipe Habraam, enfocó un rostro que cautivó su mirada, haciendo que Ahmed quedara paralizado frente aquellos azules ojos que hasta ahora, los más claro que hayan visto sus preciados ojos. Por un segundo, todo su alrededor fue cegado en el instante en que sintió la penetrante mirada de su Alteza dirigirse hacia él, pero el acelerado paso de su caballo, cómplice del cruel destino, cortó aquel éxtasis que jamás hubiese sentido su cuerpo.

"¿Qué estás haciendo, Ahmed? ¿qué estás haciendo?", se repetía una y otra vez, aunque una cosa sí sabía, no fue la excepción al caer ante la belleza de su Alteza.

Ahmed, proveniente de una tierra muy lejana, donde no se conocían ni sultanes, ni príncipes, ni reyes, solo era el campo y los animales libres. Nacido en la lejana provincia de Ruthenia, en el Reino de Polonia. Aun perteneciendo a un reino, nunca fue del conocimiento del pueblo, al menos no para él y sus hermanos, pero las constantes batallas hicieron que los llamados tártaros los llevasen a Crimea. Desde allí, llegaron hasta donde están ahora, la provincia del trono, Manisa, con su gobernante, su alteza el príncipe Habraam.

Recién cumplió los 17 años, sus dos hermanos menores a su cuidado; Kemankes de 12 años y Ferhat de 8 años. Cualquiera pudiese confirmar que no han tenido una vida fácil, sentir la ausencia de sus padres, que se encontraron con la verdad a causa de las guerras, ha llenado de tristeza los corazones de sus hermanos y el suyo propio, quienes aún y la mayoría de veces a escondidas, los ve llorar desconsoladamente la falta de sus padres.

Pero Alá quería que estuviese en Manisa, que llegase allí y mirase a los ojos todo lo que el destino que tenía trazado para él, aquellos ojos que como llama ardiente, quemó todo su rostro y que aún no logra sacar de sus pensamientos.

—¡Ahmed! ¡Ahmed! —llamaba Sinan Efendi, haciéndole salir de sus propios pensamientos en los que me había inmerso, mostrándole el camino a seguir. Se dirigen hacia su nuevo hogar, por lo que en ese momento en el que estaba en el mercado, acompañado de Sinan, se encontraba buscando alimentos para sus hermanos. El viaje desde Crimea fue largo y recién habían llegado ese día, ese bendito día en el que Alá le mostró su futuro.

El inmenso mercado le aterraba, Ahmed, nunca habría visto tantas personas reunidas. La sola idea de pensar que tendría que vivir aquí por un largo tiempo le aterra, solo quiere que paren las guerras y volver a su tierra natal. Sinan Efendi ya está acostumbrado, es un respetado efendi de ciudad, conoció a los padres de Ahmed, durante sus visitas a esas tierras lejanas, él y sus hermanos, eran muy pequeños cuando Sinan conoció sus padres. Ahmed, Kemankes y Ferhat, consideran a Sinan como un miembro de su propia familia, se ha convertido en su padre y así.

—¡Efendi! —dice un comerciante de zapatos en el mercado— no sabía que tenías un hijo ¿Vivía en el extranjero?

—No, efendi— respondió Sinan —No es mi hijo, al menos no de sangre, es hijo de un gran amigo ¡qué Alá le otorgue el paraíso!

—¡Amén!

—Me hice cargo de él y sus dos hermanos.

—¡Qué Alá te bendiga, efendi! —respondió el comerciante.

En ese momento, Ahmed, se separó de ambas partes y camino por uno de los tantos pasillos del mercado, reconociendo el camino de regreso a casa. Él sabe que sus hermanos esperaban hambrientos, llevando leche, queso, pan fresco y carne de aves.

—¡Hermano! ¿dónde dejaste al efendi? —preguntó Kemankes, quién ya sosteniendo pan y leche en mano.

—Se ha quedado en el mercado, más tarde regresará —respondió Ahmed, mientras ordenaba todo lo que había traído del mercado.

—Seguramente, ha de estar preocupado al no verte hermano —dijo Kemankes en un tono serio.

—¡Tiene usted razón, Su Majestad! —bromeé, al tiempo que inclinaba todo su cuerpo hacia el frente, a modo de reverencia hacia su hermano.

—Deberías ir a buscarlo —dijo Kemankes.

—¿Algo más, Su Majestad? —continuó burlándose de su hermano. Por momentos olvidaba que hablaba con un jovencito de apenas 12 años. Kemankes, a su corta edad poseía un talento para aprender muy rápido, era muy inteligente.

Volver a mezclarse con la multitud no es tan sencillo para el nuevo habitante de Manisa, anduvo recorriendo los mismos pasillos por mucho tiempo haciendo que su corazón comenzase a acelerarse de tal modo que su respiración empezaba a faltarle.

—¡Respira profundo! —aquella dulce voz que jamás hubiese escuchado, acompañada de un rico aroma de flores que le fueron fáciles de reconocer, resonó en sus oídos como cánticos gloriosos generadores de placer. Las manos de la persona cuya dulce voz resonaba en los oídos de Ahmed, reposaron sobre sus hombros, haciéndole disminuir su respiración. Al girarse, vio aquellos ojos azules que ya conocía, aquel bello rostro que sus ojos ahora tienen la dicha de tenerlo aún más cerca. Era su alteza, príncipe Habraam. Ahmed, ni siquiera pudo responder, su aliento volvió a ser cortado por la desesperante sorpresa con aquel hombre erguido ante él.

—Tampoco me gustan las multitudes —se animó a decir, rompiendo el silencio que la repentina aparición del príncipe ha provocado.

—Suele no creerse —dijo Ahmed—, viniendo de una persona de la realeza.

—No somos realeza —le corrigió Habraam—, aquí no tenemos Reyes. Tenemos una dinastía, mi padre es el Sultan Kassim.

La boca de Su Alteza, esbozó una pequeña sonrisa, como si algún recuerdo jocoso hubiera llegado a su mente, antes de continuar.

—Si te escuchasen mis guardias hablarme así, ya no tuvieses cabeza alguna —se burló Habraam, tan pronto como cubría su cabeza con la túnica que traía. A decir verdad, Ahmed, siquiera notó el momento en el que, su alteza Habraam, se descubrió.

—¿Por qué ha venido aquí... su...? ¿cómo debería decirle? —preguntó Ahmed, deteniéndose con duda al no saber cómo debería referirse a la persona parada frente a él.

—Debes llamarme su alteza o príncipe, como prefieras —continuó—. Suelo salir de palacio e ir a montar mi caballo o irme a cazar. Tan lejos como pueda alejarme de los asuntos del Estado, mucho mejor —respondió y continuaba con una sonrisa en su cara—. Espero que no le digas eso a nadie, entonces yo sería quién perdiese la cabeza.

—¡Ahmed! ¡Por Alá! —la voz de Sinan interrumpió a Su Alteza, mientras hablaba amenamente con Ahmed.

—No debe preocuparse, Sinan Efendi —calmó Su Alteza al efendi—. Su hijo está bien.

—¡Oh! ¡Su Alteza! —Sinan, hace una reverencia ante el príncipe tan pronto como escuchó su voz—. ¡Disculpe si este joven le ofendió, Su Alteza! No conoce nuestras costumbres, viene del extranjero.

Los ojos de Sinan aún estaban fijos en las manos del príncipe sosteniendo las manos de Ahmed. Luego de calmar las respiraciones de Ahmed, Habraam, tomó sus manos mientras hablaban en aquel pasillo del mercado.

—No hay problemas, Sinan Efendi —respondió el príncipe, dedicándole una sutil mirada a Ahmed antes de cubrir su cabeza y mezclarse entre la multitud. Aun en la distancia, el aroma que embriagó a Ahmed de Su Alteza, seguía presente, además, sus manos también poseían el aroma. Aún resonaba en su cabeza la voz dulce que le pedía que se calmase y respirase profundo. El cuerpo del príncipe no está presente, pero él aún sentía a Su Alteza junto a él.

***

¡Destur Haseki Humasah Sultan hazretleri!

—¡La Sultana más bella que mis benditos ojos han visto! —dijo el príncipe tan pronto se apresuraba a besar la mano de su madre.

—¿Dónde estuviste, hijo mío? —preguntó la Sultana—, hemos recibido noticias de la capital.

—Estuve de visita al mercado Sultana —respondió con un tono normal, caminando hacia su propio escritorio.

—¡Habraam! —exclamó— ¿Por qué no llevaste guardias contigo, hijo mío?

—Solo fue un corto paseo madre —trató de tranquilizar a su madre. Sin embargo, no es correcto que un miembro de la dinastía salga sin ninguna protección fuera del palacio.

—Tu padre, el Sultan Kassim, ha enviado una carta de la capital —dijo la Sultana.

—¿Qué decisión tomó mi padre, sultana? —preguntó, tomando la carta que extendió su madre y empezó a leerla en voz alta—. Hijo mío, su alteza príncipe Habraam. Mustafha Pachá me ha contado los problemas que está teniendo tu preciado hermano, el príncipe Suleyman, con los persas. Es por ello que, he decidido partir en una nueva campaña para hacerle frente a los Safávidas. Alá mediante nos ayudará a traer la victoria y levantar la moral del Imperio. Inicia con tus preparativos y parte al palacio de tu padre, tu Sultan. Partiremos tan pronto sea posible. Alá guíe tus pasos y tu espada. Sultan Kassim Han.

—¿Ya lo sabías, madre? —preguntó el príncipe. En su rostro, se dejaba ver la preocupación de todo lo que había leído.

—Sí —respondió la sultana.

—No quisiera ser el protector, Sultana —dijo Habraam, antes de suspirar y volver a mirar la carta que había enviado su padre desde Estambul.

A pesar del ser el hijo mayor de su padre y por ley, el heredero al trono, el miedo se hace presente cada vez que lo piensa, además de que, en cualquier campaña, puede perder a su padre o a algunos de sus hermanos. En su interior aún no me sentía preparado para asumir el trono.

Su madre, Haseki Humasah Sultan, es la esposa legítima del Sultan, ante la ley y antes los ojos de Alá, su primer consorte, su esposa imperial. Además, tiene otras dos consortes; La Sultana Mahfirutze, madre del príncipe Orhan y la Sultana Hassan, madre de Murad. Selim y Suleyman son hijos de la Haseki Humasah Sultan. Dentro del harem, según su posición y rango están el Sultan como dirigente de todo el imperio. Valide Firuze Sultan, madre de su majestad Sultan Kassim, seguida por la Haseki Humasah Sultan, en poder y autoridad en el Palacio de la Corona, todos los demás, incluidas las hermanas del padre de Habraam, las Sultanas Reyham y Hatice, deben reverenciarse ante estas tres personas en el palacio.

—¿Qué piensas hijo mío? —preguntó la sultana.

—No es nada madre —respondió Habraam, en su cabeza, dos cosas puntuales, su padre y el rostro de la figura que ha conocido esta mañana—. Deberías ir a descansar. Da órdenes para iniciar los preparativos, partiremos a la capital.

—De todos modos, mis preparativos ya están listos —manifestó la sultana—. Recuerda que partiré en dos días.

Habraam había olvidado completamente que ya era hora de partir para su madre. Para él, quería que su madre se quedase en su palacio de Maniza, fueron muchos meses de campaña en los que su madre se hizo cargo de su harem, pero su majestad Haseki Humasah Sultan, le pertenece al padre de Habraam, por lo que sería imposible que su madre quisiese separarse del amor de su vida, su Sultan.

Tumbado en el suelo, su alteza Habraam, frente a una hoguera dentro de sus aposentos que desprendía su calor en todo el lugar, un rostro voló fugazmente a sus pensamientos. En su mente, aquella figura desafiante que le miraba fijamente cuando él cabalgaba frente al pueblo, la indefensa figura que le teme al público, con sus ojos temblando, su suave piel y aroma, todas y cada una de las partes de Ahmed, vienen a Habraam. Sin embargo, más que respuestas, con cada instante que pasa, son más las preguntas que quieren ser respondidas, pero por hoy, Habraam solo quiere descansar.

<Toc toc>

—¡Adelante! —ordenó el príncipe.

—Su Alteza, el príncipe Ibrahim y Sariye Kadin están esperando para verlo —informó Gul Ag, encargado de los aposentos de Su Alteza.

—¡Qué pasen! —dijo incorporándose del suelo para recibir a su hijo y a su concubina. Tan pronto como se levantó del suelo, vio correr a sus brazos a su primogénito, dándole un cálido abrazo que disipó toda preocupación que le aquejaba en aquel momento.

—¡Alteza! —saluda su favorita Sariye Kadin luego de reverenciarse.

—Ven mujer, acércate —ordenó, antes de volver a preguntar, para posteriormente besar su frente— ¿Cómo estás?

—Estamos bien, Su Alteza —dijo—. El príncipe Ibrahim quería verlo. La Sultana Humasah me envió aquí.

—Mi madre me conoce más que nadie —murmuró el príncipe.

—¡Disculpe si estamos robándole su preciado tiempo, Su Alteza! —se excusó Sariye.

—¡Para nada! ¡Tú y mi hijo son lo más preciado para mí, luego de mi madre! —exclamó.

—Sus palabras han llenado mi corazón, mi señor—, dijo Sariye mientras besaba la mano de Su Alteza.

—Esta noche, quédate conmigo —le ordenó. Sariye asintió con su cabeza y sonrió.

—¡Gul ag! —gritó Habraam.

—¡Mi señor! —dijo Gul ag, al ingresar a los aposentos del príncipe.

—Lleva al príncipe Ibrahim a sus aposentos, es hora de dormir —ordenó.

—¡Vamos su Alteza! —decía Gul Ag estirando sus brazos mientras esperaba al príncipe en la puerta.

Esa noche, todas las penas y preocupaciones desaparecieron de la mente de Habraam, excepto una, la curiosidad de saber quién es aquella persona que no ha salido de su cabeza, aquella persona cuyos ojos sobresalían entre la multitud y el cual no pudo dejar de ver.

Nadando en sus recuerdos llega el nombre la persona que procuro a Ahmed mientras se encontraban en aquel callejón del mercado, Sinan Efendi. Tan pronto como aquel nombre llegó a él, sus órdenes fueron citar al efendi al palacio. En su cabeza, anhelaba despejar todas sus dudas y entendía que él podría hacerlo, al menos recordaba su nombre también, Ahmed.

La mañana siguiente, luego de que se preparase, Habraam, salió como de costumbre a la sala del consejo, donde todos sus pachás les esperan. Luego de conocer todas las necesidades de su pueblo, además de ordenar las nuevas medidas, en los pensamientos del príncipe aún está el rostro de Ahmed. A decir verdad, su apuro también se debe a la reciente orden de su padre de ir a Estambul para salir a una nueva campaña, así ha sido siempre, con cada campaña no se sabe si se regresará con vida.

—Su Alteza —dice Lala Humut Pachá, mientras se reverencia ante el príncipe. Humut, ha sido el Lala de Habraam desde que ha sido asignado a la provincia de Maniza y siempre ha sido un gran aliado y confiado de su madre.

—Lala Pachá —saludó el príncipe—. ¿Qué te trae por aquí?

—Escuché que ha citado a Sinan efendi al Palacio hoy, Su Alteza —continuó—. ¿A qué se debe esa reunión mi príncipe?

—¡No debo darte explicaciones, Lala Pasha! —exclamó—. ¡Conoce tu lugar!

—¡Su Alteza! ¡Perdone mi insolencia, solo me preocupo por usted mi príncipe!

—Cité a Sinan efendi, porque quiero hacerle unas preguntas —dijo Su Alteza.

—Su madre, la Sultana Humasah, me preguntó por ello Su Alteza —explicó Lala.

—Mi madre no debe saber nada, Lala Pasha —advirtió el príncipe.

Sin saberlo, las puertas de la sala de consejo fueron abiertas. Ambas figuras se encontraban de espaldas, por lo que no se percataron de la presencia Sultana Humasah.

—¿Qué es lo que no debo saber, Habraam? —el rostro de Su Alteza se congeló al escuchar la voz de su madre. Muchas preguntas se vienen a la mente del príncipe, ¿qué tanto habrá escuchado su madre?

—¡Mi Sultana! —saludó Lala, haciendo una reverencia para la sultana.

—¿Secretos a mis espaldas? —dijo la madre del príncipe sin tomarlo muy serio.

—¡Madre mía! —se acercó Habraam a besar su mano—. ¿Qué son esas palabras? Solo son asuntos de la provincia, no tienes que preocuparte.

—¿Por eso no debo enterarme? —preguntó la sultana mirando a ambas personas a los ojos, alternativamente.

—Madre debo partir, no pienses demasiado —dijo Habraam— ¡Vamos Lala!

—Es el asunto del efendi del mercado, ¿verdad? —preguntó— Solo espero no sea otra de tus malas decisiones.

—¡Madre...! —Su Alteza trató de hablar, pero un gesto de la sultana fue suficiente para que callase.

—El pasado es bien conocido por todos, recuerda eso, hijo mío —advirtió la sultana.

Hace unos años, Habraam conoció una esclava en el mercado de nombre María, procedente de Roma. Fue comprada y llevada al Palacio y eventualmente se convirtió en su favorita y dándole su segunda descendencia, su pequeña Sultana Hafta.

La confusión se apoderó del príncipe, era evidente que su madre le recordaba el pasado. Sin embargo, Habraam, entendía que no se trataba de la misma situación de su pasado.

—¡Destur!

Tan pronto como el príncipe entró al consejo, todos sus visires le esperaban. Era de esperarse, todas las mañanas hay Junta del Consejo para conocer el estado de la provincia, hoy no era la excepción, al menos no para ellos, para el príncipe sí, esperaba la visita del Efendi.

—¡Su Alteza! —saludó Rustem Pasha.

Con una seña al levantar su mano, manda a callar al pachá. Hoy hay muchos asuntos que son prioritarios, el avance de los persas en territorio Otomano es lo más importante.

—¿Iniciaron los preparativos para la partida a la Capital? —preguntó el príncipe, mientras más rápido acabe su reunión, se acercaba a lo relativamente importante para él.

—¡Sí, su Alteza! —Sheker Pasha.

—¡Bien! —dijo—. Pueden retirarse.

—Príncipe, alguien espera por su Alteza fuera —expresó Rustem Pasha.

—¿Quién es, Rustem? —preguntó.

—Un efendi, dijo que usted lo ha citado hoy —explicó.

—¡Qué entre!

Su expresión cambio. ¿Qué sentimiento es este? En su pensar debe confesar que es extraño, mientras se dirigía hacia el Consejo, tuvo tiempo para pensar, ¿qué es esto que está sintiendo? ¿por qué tanta curiosidad por una persona?

—¡Su Alteza! —se reverencia el efendi.

—¡Sinan Efendi! —saludó.

—Me ha citado hoy su Alteza —manifestó en un tono nervioso—. ¿Acaso ayer mi familiar le ofendió, mi príncipe?

No sabía cómo empezar. Sus manos estaban húmedas, todo su cuerpo temblaba. Su voz se hacía cada vez más ronca.

—Sinan... tu hijo... ¿dónde ha vivido? —al final la pregunta de su Alteza salió.

—De Ruthenia Príncipe.

—¿Tiene mucho tiempo en estas tierras?

—No, su Alteza —explicó—, ayer fue su primer día aquí, recién llegan de Crimea —su cara cambió, se veía confundido. En su cabeza se preocupaba por lo que pudiese llegar a pensar Sinan Efendi.

—¿Puedo preguntarle por qué tanto interés mi Príncipe? —la pregunta que no quería escuchar, la pregunta que aún no tiene respuesta, le fue bombardeada.

—¡Nada, efendi! —exclamó —solo que ayer lo vi muy agitado, no debe ser fácil para él esta nueva vida.

Sus palabras se habían agotado, ya no sabía que más decir o hacer. Solo era Sinan y su Alteza, por un momento olvidó que era un príncipe.

—Creo que es todo, puedes retirarte Efendi —ordenó.

***

Efendi, venga compre

Las mejores carnes

¡El Sultan se prepara para otra campaña!

Otra vez volvió a salir a escondidas al mercado. El estar encerrado en el palacio le hacía mal, sus ideas aún no están claras. Este sentimiento le ahoga, ¿qué es?, ¿acaso lo habrá conocido antes?, ¿por qué se le acelera el corazón tan solo en pensar en él?

—Veo que ha vuelto a salir —una voz que ya conocía resonó. Tan pronto como pudo ver, era Ahmed, aquellos ojos estaban en su frente. Sentía que su corazón quería estallar, queriendo salir de su pecho. Su aroma a rosas de lavanda que perfumó todo el lugar, le generaba paz. Ahí estaba él, inmóvil y sin aliento.

—¿Le asusté, Alteza? —preguntó Ahmed.

—¡No! —exclamó exaltado—, solo que no esperaba encontrarlo por aquí otra vez.

—El mercado no es tan grande comparado con Maniza —explicó— es normal encontrarse la gente por aquí, además vivo muy cerca.

—¿Qué me has hecho? —preguntó mientras se abalanzó contra él. Sostuvo su brazo mientras sus cuerpos unidos repostados sobre una de las paredes del angosto callejón.

—¡Su Alteza!

Los ojos de Ahmed emanan miedo. Sin embargo, no quería mostrarse débil frente a él. No sabía el porqué, pero de alguna extraña manera sentía que no tenía por qué temer.

—¿Por qué no dejo de querer saber de ti?

—No lo sé —dijo— ¿Se encuentra bien, Alteza? —el estar cerca de Ahmed, le hace sentir como su corazón empezaba a latir cada vez más rápido. Todo su cuerpo temblaba, incluso su voz. De repente, su mano libre fue llevada a mi espalda.

—Al... Alteza... yo... —balbuceaba Ahmed con voz ronca.

—¡Alá! ¿Qué estoy haciendo? —Habraam soltó el cuerpo de Ahmed mientras daba vueltas en aquel callejón.

Los ojos de Ahmed buscaron los del príncipe. Habraam, sorprendido, no tuvo tiempo a reaccionar. En un segundo la voz de Ahmed se escuchó.

—¡Yo también le deseo, Alteza! —dijo Ahmed, posando sus finos labios sobre los de Habraam. Un beso suave y embriagante para Habraam fue dejado caer sobre sus labios.  

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