Timidez

Oscar

Me encontraba saliendo del baño, cuando vi entrar a Suzan a la habitación. Sin decir una sola palabra, sacó la maleta del armario y comenzó a recoger sus cosas. Lucía pensativa, pero al mismo tiempo decidida.

—¿A dónde vas?

—Nuestra relación se acabó, así que no hay razones para quedarme donde no me quieren.

—Déjate de tonterías, Suzan. Estás embarazada de mí y, como te dije, aunque las cosas entre los dos han acabado, no pienso darte la espalda o echarte de esta casa.

Me acerqué y logré percibir un olor a nicotina en su ropa.

—Hueles a cigarrillo. ¿Estuviste fumando? ¿Has perdido la razón?

—Sí, estuve fumando, ¿y eso qué? No te hagas el más preocupado, porque jamás te habías fijado en esos detalles. Así de insignificante he sido para ti.

—Claro que me importa. Estás embarazada, no puedes fumar, eso le hace daño a nuestro hijo.

—No estoy embarazada.

—¿Qué?

—Que tienes el camino libre para irte con ella — levantó la camisa, desprendiendo una especie de cojín con abrazaderas que tenía alrededor de su barriga.

Mi cabeza no podía procesar lo que estaba ocurriendo.

—¿Qué es eso? ¿De qué demonios estás hablando? ¿Quién es ella?

—No te hagas el idiota. Ya he podido comprenderlo todo. Esa mujer te mueve el piso, tanto que ni siquiera te importó lo que hemos pasado juntos. Ahora mismo lo que te acaba de impresionar más fue que sepa sobre ella, y no lo que acabo de confesarte. Ahí es donde me doy cuenta que enterarte de esto, lo acabas de ver cómo la manera perfecta de desprenderte de mí, porque eso es lo único que te ha atado a mí; ese falso embarazo, no el amor que me juraste tener.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me mentiste con eso?

—¿Saber la verdad haría alguna diferencia? No lo creo. Incluso si algo pudiera cambiar entre los dos, a estas alturas ya me da igual. Hablaré con tu mamá para decirle que hemos dado por terminada nuestra relación. No te preocupes por nada, ahora tienes el camino completamente libre para que vayas a buscarla.

Me mantuve en silencio, viendo cómo recogía todas sus cosas a toda prisa, pero no me atrevía a articular nada, pues estaba consciente de que ella tenía razón. Me sentía horrible, al darme cuenta que cuando ella me confesó tal cosa, es como si me hubiera liberado de las cadenas que me ataban a ella. Al final, merezco todo lo que estaba pasando; su desprecio, decepción, reproche y odio. Pero al mismo tiempo, sé que la estoy liberando a ella, dándole la oportunidad de encontrar a alguien que sí pueda amarla y ofrecerle lo que yo no puedo.

Jimena

Los días fueron pasando a una velocidad inaudita. Todo estaba encajando en su sitio, luego de haber dialogado con Emmanuel al respecto y dejarle las cosas claras. Me partió el alma haberle roto el corazón, después de haberle dado esperanzas, pero dentro de mí, sabía que la mejor decisión que había tomado, era dejarle el camino libre para que fuera feliz al lado de alguien más que lo merezca. Él merece todas las cosas buenas que existen en el mundo. Lamentablemente, no soy merecedora de su buen corazón. Solo me quedaba desearle la mejor de las suertes y felicidad en abundancia que merece.

Llevo días tratando de atrapar a ese pequeño perrito travieso, pero para mí desgracia, la Sra. Collins me ha tenido el ojo encima. Siento que lo que sucedió con Suzan la otra noche tuvo que ver en eso. No sé si ella le fue con el chisme. Ni siquiera he tenido oportunidad de preguntarle a Oscar si ella habló con él. Tampoco quiero ser muy obvia. Es el deber de ella en confesarle la verdad, no pienso meterme en problemas ajenos.

Mientras estaba en mi escritorio, vi a Suzan salir del ascensor. Se veía distinta a la última vez que la vi. Lucía muy elegante y bonita con ese traje azul marino, con su figura esbelta, tacones altos y sin abrigo, solo luciendo ese bello traje que encaja perfectamente a su cintura. Su bolso era del mismo color y el maquillaje era sencillo, para nada cargado. Parecía otra persona. Su perfume inundó el pasillo, primero llegó su olor a mi escritorio, antes que ella.

¿No me digas que tiene planeado conquistar de nuevo a mi perrito y viene a declararme la guerra?

—Buenas tardes. Dichosos los ojos que te ven. La Sra. Bárbara acaba de ir al baño, puedes esperarla en su oficina— le avisé.

—No vengo a ver a la Sra. Bárbara — dijo en un tono sosegado.

—Oscar está reunido en este momento, pero puedo anunciarle que estás aquí.

Tomó su bolso con ambas manos, haciendo un gesto bastante peculiar con la boca y un movimiento con la mandíbula, donde pude ver por primera vez sus hoyuelos.

—N-no he venido a ver a Oscar— titubeó.

En ese momento lo comprendí, aunque sí me dejó estupefacta y confundida el hecho de que se esté comportando como si fuéramos cercanas, cuando solo hemos hablado una vez.

—Oh, entiendo. Entonces, ¿viniste a declararme la guerra o a modelarme? Ya sabes, para prepararme.

—Creo que fue un error — farfulló.

—Ya veo, eres tímida — me quedé pensando en una solución, y tuve una lluvia de ideas—. Dicen que la timidez se pierde cuando se entra en confianza. Entonces, dime, ¿te gustaría sentarte en mi regazo?

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