Rienda suelta
Debería cerrar los ojos, no atormentarme a mí mismo, pero desviar la mirada sería muy cobarde de mi parte, me atrevería a decir que hasta ridículo. Sin contar que estaría dándole razones para tomarme de las pelotas después, además de alimentar su ego y no estoy dispuesto a ceder fácilmente con esta mujer.
Esta mujer nada más antojando. Siempre es lo mismo con ella. En la oficina es igual. A veces me pregunto si realmente por dentro es de hierro porque, a pesar de todo lo que me hace, nunca cruza la maldita línea. No es que esté esperando tal cosa, o tal vez sí. No, ¿por qué estaría esperando algo de esa sinvergüenza? Es evidente que todo esto lo hace con el propósito de vengarse y burlarse de mí.
Entre esos pensamientos, percibí un líquido bastante ligero y frío sobre mi miembro. Me tomó por sorpresa esa frialdad, pero sobre todo, ver el anillo de silicona que deslizó en la base de mi pene. Se sentía ajustado, jamás y nunca como el interior de una mujer, pero da la misma sensación a cuando lo agarran fuerte. Toda la energía, los escalofríos y el calor fueron desviándose hacia esa zona.
No había asimilado esa sensación tan excitante en su totalidad, cuando sentí el ardor del azote con la fusta en el muslo. El gruñido no pude aguantarlo. Jamás me habían azotado, pero duele. ¿Con qué esta será su forma de vengarse de mí?
Todavía ni me recuperaba del primer azote, cuando sentí el segundo en la entrepierna. Es como si un leve calambre y electricidad se apoderara de esa área. A pesar de que no fue duro como el primero, me sacó otro quejido.
—Has sido una zorrita muy mala. Puedo leer tus pensamientos, ¿lo sabías? — acarició mi muslo con la fusta, creando un camino hacia mi entrepierna y deteniéndose justamente en mi pene—. Sé todo lo que deseas hacerme.
Si se atreve a golpearme ahí, juro que no respondo de mí.
—Las cosas se han vuelto muy tensas y serias de repente, ¿verdad? — sonrió, descendiendo la fusta a mis testículos y mordiendo su labio inferior—. Olvidé que no puedes hablar — rio, subiéndose de nuevo a la cama, manteniéndose de pie y posicionando su tacón sobre mis genitales.
Eso me producía escalofríos y temblores involuntarios. Esa zona está más sensible de lo habitual gracias al anillo.
—Siempre tan masoquista, cariño.
Ese tono tan seductor, mezclado con ese apodo, fue un golpe muy crítico. No sé por qué demonios me gustó tanto, debo estar loco.
—Mira nada más la cara de tonto que pones cada vez que esta “perra” te toca — arrojó sus tacones hacia la nada, quedándose solamente en esas medias tan finas, las cuales se sentía increíble el roce y las caricias de ellas en la base de mi pene.
Sus dedos hacían el mismo trabajo que haría sus manos en su lugar. Era algo nuevo para mí, pero fascinante. En este ángulo se podía ver todo lo que había debajo de su falda. Viéndola desde esta perspectiva, no luce nada mal. Ahora lo entiendo, mientras la cabeza de abajo esté como antena digital, la de arriba no deja de pensar más que en puras idioteces.
Esto se supone que lo vea como un castigo, pero me encontraba en un trance donde para mí era como estar en el paraíso. Es como si pudiese volar. Esta sin duda alguna, es la mejor medicina para todos los males.
El juguete que dejó para el final fue el consolador medio negro que iba conectado a un arnés. Fue cuando comprendí sus planes, especialmente sus palabras de hacerme suyo.
Es complicado describir esa emoción que sucumbió mi corazón en ese momento. En mis más retorcidas fantasías, ella se hacía presente luego de lo que ocurrió en la oficina. Los sueños que tuvo se fueron alimentando de sus acciones y provocaciones.
Sacó el rabo del medio, posicionándose entre mis piernas y dejando ver dildo que se mantenía por obvias razones erecto. No podía decir nada o pedirle que me diera un segundo para asimilar todo lo que estaba ocurriendo en mi cabeza. Fue como una lluvia de diversas emociones, ninguna de ellas era negativa, pero sí estaba nervioso, pues al encontrarme sin posibilidades de hablar o moverme como quisiera, era razón suficiente para estar así.
Desparramó de ese lubricante y agitó su mano alrededor de ese dildo, asegurándose de que estuviese bien lubricado y flexionó más mis piernas de lo que ya estaban, dejando el camino libre por completo para embestirme despacio.
Había anhelado experimentar algo así, pero jamás fue con un hombre, en mi mente siempre estuvo una mujer. Lo que comenzó como una fantasía y deseo sin sentido, que por dentro me hacía sentir poco hombre, se convirtió en algo tan grande y real. Estaba sucediendo ante mis ojos. Me había preparado tanto para este momento.
Se siente tan distinto a todas esas veces que he tratado de hurgar mi trasero. Es una locura la presión, los lugares que alcanza, su expresión de éxtasis, ese gozo que emana por todos sus poros.
Siempre me sentí avergonzado por desear algo así. Llegué a pensar que cualquiera que descubriera esta parte de mí, iba a ser capaz de juzgarme, burlarse y sentir repulsión, y resulta que de quién he recibido esa comprensión y aceptación ha sido con la persona que jamás imaginé. Lo más increíble de todo, es que ella también parece disfrutar plenamente de esto. Es como si estuviéramos hechos el uno para el otro. Es un pensamiento ridículo y, de cierto modo, decepcionante. Los dos estamos saliendo con otras personas y lo nuestro ha escalado como no debía, y de una forma tan natural y rápida. Aunque estoy consciente que los dos estamos fallando a esas dos personas que confían en nosotros, ahora mismo esa culpa se queda corta, al lado del inmenso placer que estaba experimentando por primera vez con Jimena.
Había dado rienda suelta a este deseo y a estas ganas, que ni siquiera me importaba que estábamos haciendo tanto alboroto. Ya el estar atado no era un problema, ni siquiera el dolor en mi muñecas me importaba, siempre y cuando pudiera darle vía libre para alcanzar donde mejor se siente.
Me había puesto en cuatro patas como un animal hambriento. Empujaba tan fuerte que aún con las esposas debía por obligación sujetarme del cabezal de la cama. Las pinzas se sacudían a la misma velocidad que mi pene al estar en esta posición, mientras que Jimena tiraba de la cadena hacia ella, provocando que curvara la espalda y las pinzas en mis pezones se movieran más bruscamente. Sus nalgadas se sentían mejor que la fusta. De tantas veces que me dio nalgas, una detrás de la otra, debía tenerlas enrojecidas y con la huella de sus manos.
La miraba por arriba del hombro, pues desde esta perspectiva lucía cambiada, siendo tan agresiva y apasionada. Sus gemidos eran constantes, tanto como las mordidas en sus labios. Se ve tan sexi detrás de mí, pero también quisiera tenerla debajo.
Todo lo que pase a puerta cerrada en este lugar, va a quedarse aquí, así que, ¿por qué cohibirse y aparentar decencia, si hace mucho tiempo la había perdido? Aunque sonara como una perra en celo, me importaba una mierda.
Aunque terminé con el ojete destrozado, no se compara a cómo terminará ella cuando la tome. Cuando me liberó de todos los juguetes y pude respirar y moverme como corresponde, me quedé viéndola mientras recogía todo en la bolsa. Estoy seguro de que ahora viene el momento de tratarme con indiferencia y como una basura.
—Ahora fuera de aquí. Vete a entregarte a los brazos de Morfeo, zorrita.
Esperé a que estuviera de espalda, para atrapar sus brazos y llevarlo a su espalda baja.
—Ya se ha acabado tu turno de lucirte. Me tienes bien infladas las pelotas con andar antojándome y dejándome con las ganas— mordí su cuello y oí su respiración agitada—. Has fallado como mi dueña. Haberme soltado ha sido tu peor error, del que pienso asegurarme que aprendas la lección— empujé su cuerpo contra el borde de la cama y presioné con más fuerza sus manos a la espalda—. A este caprichoso se le ha metido un nuevo capricho en la cabeza; ese capricho tiene nombre y apellido. Y, como bien sabes, soy un caprichoso de quinta, y no estoy dispuesto a conformarme con tan poco, cuando sé que merezco tanto. Me has usado como te dio la gana, ahora ha llegado el momento de usarte como me plazca.
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