Premio
Al haber estimulado sus dos pezones y dejarlos lo suficientemente húmedos, fue una tarea sencilla ponerle las pinzas. Como es la primera vez que lo hacemos, no quise ajustarlo demasiado para que fuera a lastimarlo, a pesar de que se lo merece. Es demasiado sexi ver a un hombre con esas pinzas en sus pezones. Cada vez que se endurezcan o la camisa roce con ellos, alguien va a mantenerse levantado.
—Bien, ahora vamos a la mejor parte — le mostré la mariposa que va justamente dentro de su bóxer, acomodado entre el valle de su ano y sus testículos.
No puedo esperar para ver su expresión cuando sienta la vibración.
—¿Esto qué demonios es?
—Solo déjalo puesto.
—Es incómodo.
—Te acostumbrarás. Vístete.
—¿Con todo esto puesto?
—He dicho, vístete — le miré molesta, y entre protestas se fue vistiendo.
El control inalámbrico lo traía en mi bolso, no podía esperar para usarlo. Caminamos por el pasillo, y sus pasos eran como los de una tortuga. Parecía como si hubiera estado montando a caballo. Era divertido verlo esforzándose en no cerrar tanto las piernas mientras caminaba.
—¿Cómo se siente?
—Te dije que es incómodo.
—Cierra las piernas y se va a acomodar.
—No.
Activé la vibración de golpe, escuchando el resoplido que soltó. Se recostó de la pared, cruzando las piernas y tratando de palpar la zona.
—¿Qué mierda?
—Eso te pasa por desobediente. Ahora se siente mejor, ¿verdad?
No respondió mi pregunta, no hacía otra cosa que no fuera apoyar su espalda contra la pared y mantener las piernas unidas, por esa razón volví a activarlo, pero esta vez en su máxima potencia y casi cae de rodillas jadeando.
—¿Qué ejemplo le estarías dando a tus empleados si te ven en este estado tan deplorable a mitad de pasillo? Ahí andas, prensando las piernas como si fueras una chica con deseos de ir al baño. Debes mantenerte firme, como un hombre lo haría. Espalda recta, levanta la cabeza y esas buenas nalgas, y camina. Déjame ver cómo se mueve esa cola.
—Mierda... — murmuró, tratando de enderezarse y despegando un poco la camisa de las pinzas.
No se notaban las pinzas, pero sé que sus pezones debían estar endurecidos con esas vibraciones y escalofríos que su cuerpo estaba experimentando. Su caminar fue distinto, no eran pasos firmes, pero su buen trasero se movía como debía en ese apretado pantalón. Le acompañé a la cafetería de la misma empresa, donde la mayoría de los empleados se reúnen a esta hora de almuerzo.
—Reúnanse, por favor, tengo un mensaje para darles — les dije en voz alta, dándoles tiempo de reunirse como les ordené—. Como bien saben, la Sra. Collins ha estado presentando problemas de salud y tiene pautado un viaje la semana entrante, por lo que para no desatender la empresa y sus funciones, con la ayuda de esta servidora, hemos estado adiestrando al Sr. Collins para que tome el lugar de su madre cuando esta esté ausente.
—Yo en ningún momento… — llevó su mano a la frente, y la frotó con rudeza al sentir la vibración.
He encontrado el método perfecto para silenciar sus imprudencias.
—¿Decía, Sr. Collins? Si tiene unas palabras que compartir con sus empleados, siéntase libre de hacerlo, por favor — me acerqué, rozando mi hombro con el suyo—. Discúlpate con todos ellos ahora o aprovecharé la oportunidad y les haré una interesantísima charla en tu nombre.
—Eres una perra. Esta sí me las vas a pagar. Vas a lamentarte de haberte metido conmigo.
—Llevas mucho tiempo diciendo esto, y ahí estás, como siempre, sin hacer nada y hablando demasiado. Te crees muy hombre, ¿no? Entonces demuestra que eso eres. Un hombre de verdad pide perdón si se equivoca y admite su falta. Demuéstrame que tus testículos no están de adornos, ¿sí?
Tragó saliva, y se mantuvo unos segundos en silencio.
—La Sra. Jimena tiene razón. Estaré a cargo mientras mi madre regresa. Siéntanse libres de presentarse a mi oficina con cualquier duda o situación que se les presente, que con mucho gusto les estaré ayudando. Deseo aprovechar la oportunidad para pedirles una… — me miró de reojo, al sentir la vibración que de forma intermitente le estaba azotando en ese momento—. Quiero dirigirme a ustedes para pedirles una disculpa formalmente por lo ocurrido hace unos meses. Les prometo que no volverá a ocurrir. Espero puedan aceptar mi sincera disculpa.
Todos se quedaron haciendo cruces, incluso yo misma, a pesar de haberlo forzado a que se disculpara. Es tan fácil, es lo mismo que esperé hace tantos años atrás. Una maldita disculpa, aunque estaba clara de que eso no cambiaría las cosas, pero su orgullo y maldad es tan fuerte que ni siquiera le sale hacerlo.
Hicimos la ronda por los departamentos que le tocaba y que mayormente evade por perezoso. Disfrutaba de verlo caminar con sus piernas temblorosas y cruzadas cada cierto tiempo. Cuando regresamos a su oficina, volvió al ataque.
—¿Satisfecha? Ya hice lo que me pediste, ahora déjame quitarme esta porquería — caminó a su escritorio y él mismo se bajó los pantalones.
Me aproximé a él y lo empujé contra el ventanal.
—¿Y quién dijo que hemos terminado?
—¿Has perdido la cabeza? Aquí nos pueden ver — me miró por arriba del hombro.
—No me importa — le bajé el bóxer hasta la mitad de su muslo—. No verán nada más que un miserable perrito recibiendo su premio por haber sido obediente.
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