Obediente

Hoy lunes llegué más temprano de lo habitual a la empresa, quería asegurarme de que todo estuviera en orden en la oficina de la Sra. Collins antes de que ella llegara.

Recuerdo haber dejado mi escritorio organizado, pero alguien se había encargado de hacer un desastre con mis cosas.

Cualquiera diría que todos nos habíamos puesto de acuerdo en llegar temprano, pues alcancé a ver a Oscar y a la Sra. Collins pasar por el lado de mi escritorio. No hace falta investigar nada, para mí es evidente que con la sonrisa arrogante que me dedicó, él es quien está detrás de esto, pero no sabe que hoy lo lamentará.

—Buenos días, Sra. Collins— me puse de pie, tomando en mis manos mi carpeta y siguiendo a la Sra. Collins a su oficina—. ¿Cómo se encuentra en el día de hoy? Hay tantas cosas que deseo contarle — le dije en voz alta, cuestión de que ese idiota lo escuchara antes de entrar a la suya.

—Buenos días, Jimena. Todo bien. Regia como siempre.

Le ayudé a quitarse el abrigo y lo tendí en su armario.

—¿Qué ha pasado en tu escritorio?  Pareciera que una tormenta arrasó con todo — con una sosegada y calmada sonrisa se sentó en su silla.

—Estaba haciendo una limpieza profunda, pero descuide, me haré cargo enseguida.

—¿Mi hijo se presentó el viernes a la oficina?

—Sí, lo hizo.

—¿Y cómo se portó? ¿No creó más revuelo con los empleados?

—Pues…

La puerta se abrió de repente, el muy idiota tardó demasiado en aparecer. Se le notaba a leguas que estaba escuchando detrás de la puerta, pues se veía sudoroso y nervioso. 

—Lamento interrumpir, mamá, pero tengo que hablar contigo… — me miró con el entrecejo fruncido, con esa mirada que es capaz de darte la sensación de que diminutas cuchillas están atravesando tu cuerpo —. a solas — añadió.

—Seguiré cumpliendo con mis tareas, Sra. Collins. Permiso — bajé la cabeza, deteniéndome al lado de Oscar—. Con qué chico-obediente69, ¿eh? —murmuré, disfrutando de la expresión que hizo al darse cuenta de que ya lo sabía todo.

Con una quisquillosa sonrisa abandoné la oficina. Sé perfectamente que él mismo vendrá a mí, sin tener que buscarlo. Dicho y hecho, no tardó mucho en salir de la oficina de su madre y acercarse a mi escritorio con un malhumor que ni él mismo se soportaba.

—¿Qué quisiste decir con ese comentario?

—¿Así que es momento de hacer el papel de idiota? — lo miré por arriba de mis espejuelos, deleitándome con su amargura—. Has convertido tu oficina en un cine para adultos.

—¡Baja la maldita voz! No puedo creer que llegues a tanto con tal de fastidiarme. ¿Qué tipo de acosadora eres tú?

—Lo tenías todo bien guardado. ¿Quién diría que te convertirías en un hombre tan distinto cuando juegas contigo en cuatro patas?

—¿Así que planeas continuar con esto?

—Por supuesto. Es divertido.

—Eres la única que se divierte de esto.

—Eso no me pareció el viernes. Recuerdo que estabas bastante contento ahí abajo. Cuéntame una cosa; ¿cuánto es el récord de dedos que has logrado tragar en una sola noche?

Su rostro se enrojeció con suma facilidad, creo que incluso hasta sus orejas.

—A mí parecer, eres muy flojo para esto. Debes ponerle más emoción, intensidad y proponerte batir récord cada vez que transmites. Para aprender a ser obediente se necesitan dos. ¿No crees, pequeña perrita?

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