Diferencias
—Mucho mejor.
Acepté venir con ella a un parque cercano de la empresa, donde a esta hora todavía había gente caminando de un lado para otro. No quería estar en un lugar donde me encontrara a solas con ella. Es mejor prevenir. Los celos son capaces de enloquecer a cualquiera.
—Espero que estés dispuesta a soltar los sapos y culebras que llevas atragantados, porque si me has traído aquí a hacerte de nuevo la víctima, déjame decirte que no estoy para esos cuentos que ni tú misma te crees.
—¿Desde cuándo te ves con Oscar?
—Desde hace unas cuantas semanas, pero no creo que ese sea el motivo que te haya traído a mí.
—¿Sabes cuántos años llevamos juntos?
—¿Has venido a mí para dar lástima? Lo único que me provocas es vergüenza ajena. Cuando pienso que no puedes caer más bajo que haberle mentido con un supuesto embarazo, ahora resulta que puedes hacerlo mejor. Dime una cosa, dejando a un lado que me he convertido en lo que odio ser, la villana del cuento; ¿por qué te empeñas en retener a alguien que no te quiere a su lado?
—No es algo que alguien como tú entendería. Después de todo, solo eres una mujer que no le importa destruir hogares o familias.
—Ya comenzamos con el pie izquierdo. ¿No te has puesto a pensar que si una familia o un hogar se viene abajo tan fácil, es porque ya dependía de un hilo? — sonreí ladeado—. ¿Por qué te molestas conmigo, cuando quien decidió dejarte fue Oscar? Si realmente quisiera estar contigo, hubiera renunciado a mí para intentar arreglar las cosas contigo sin dudarlo, sin presiones o mentiras de por medio. No puedes obligar a alguien a quedarse a tu lado, porque acabarán contigo las dudas, los miedos, vivirás engañada e infeliz. ¿Eso es lo que quieres?
Se mantuvo cabizbaja y en silencio.
—Ahora bien, siempre la culpa es de la amante, pero no se dan cuenta de que a quien le corresponde respetarte y serte fiel, es a ese que quieres mantener a tu lado, a pesar de conocer que anda cojeando de una pata.
—Me sentía presionada — murmuró.
Percibí que tenía un nudo atorado en la garganta por su tono débil de voz.
—¿Qué?
—Yo no quería mentirle, pero todo se juntó. La Sra. Bárbara me ha presionado mucho para que tengamos un nieto antes de que ella abandone este mundo, diciendo que no merezco a su hijo, porque a estas alturas no he podido darle un bebé. Además, él había estado de acuerdo, por eso me sacrifiqué tanto, pensando que un hijo le haría feliz y mejoraría nuestra relación, más la Sra. Bárbara también sería feliz y mis padres.
Eso sí que no lo esperaba. Ya veo. No la justifico, pero en gran parte la entiendo y la compadezco.
—¿Y tú ibas a ser feliz también, o la felicidad para ti la obtienes cumpliendo los caprichos de los demás? ¿Tú ibas a ser feliz trayendo al mundo a un bebé que nació por caprichos ajenos, no porque su padre o su madre lo desearan?
Se quedó en silencio, mirándome sorprendida.
—Desde pequeños nos hacen creer que un hijo es la felicidad absoluta, el remedio santo para que una relación sea sólida y duradera, hasta llegan a decir que si uno como mujer no incluye en sus planes futuros el convertirse en madre, ya eso nos convierte en una mala o poca mujer, pero eso no es así. Ya no estamos viviendo en esos tiempos de antaños, rodeados de mentes cerradas, aunque aún existen unos cuantos, por lo que veo. El caso es que cada quien es libre de hacer con su vida lo que se les dé la gana, siempre y cuando no afecte a alguien más.
Sus ojos se veían brillosos, en su expresión era bastante notorio que en cualquier momento podría quebrarse en llanto, por eso aproveché nuestra cercanía y entrelacé un mechón de su cabello en mi dedo.
—Es una lastima que una mujer tan hermosa como tú, pierda su tiempo en un hombre que no te quiere ni un poco — llevé mi dedo índice a su mentón y elevé su cabeza—. Si él no puede quererte como mereces, entonces quiérete y valórate tú, querida.
Debía hacer algo para cortar con ese ambiente tan incómodo que se había formado, por eso le sonreí.
—¿Sabes? Si fuera hombre te daba.
Mi comentario la puso roja como un tomate y retrocedió, casi tropezando con sus propios pies.
—T-tú… — me señaló—. ¿Cómo te atreves? Eres una sinvergüenza.
—Me caes mal, niña, pero te daré una oportunidad para entrar a mi lista de «personas que ya no me caen tan mal», siempre y cuando le cuentes la verdad a Oscar. Estará en él decidir si intentará una vez más que la relación entre ustedes funcione o no. Sea la decisión que tome, te exijo que la respetes y no te conviertas en un grano en el trasero para él y mucho menos para mí, o me tocará castigarte — sonreí ladeado—, y créeme, no querrás conocer mis castigos.
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