Debilidad

¡Maldita sea! Parece un tierno cachorro que ha sido abandonado por su dueña. ¿Cómo demonios se supone que sea dura con él estando en esas circunstancias? Es irritante saber que conoce mi punto débil y ahora lo usa como le plazca.

Se ve tan dulce, complaciente y lamentable. El famoso Oscar Collins, ese hombre estúpido, prepotente, prejuicioso y orgulloso está a mis pies, como muchas veces lo soñé. Él es la combinación perfecta que mueve y despierta tantas cosas en mí.

—¿Cómo te atreves a usar tus encantos conmigo, pequeño cachorrito? ¿Verdaderamente crees que caeré tan fácilmente en tu juego? — tomé la cadena y la enrollé en mi mano—. Si vas a hacer una petición tan indecente, es fundamental que me mires a los ojos — tiré de la cadena para obligarlo a mirarme.

Esos ojazos cafés ya no me observaban de la misma manera. Algo en ellos ha cambiado. ¿Haberse liberado supuestamente de esa mujer ha influido en sus acciones? Él no era el tipo de hombre capaz de bajar la cabeza ante nadie, al menos jamás fui testigo de algo así, no, hasta ahora. Ese mismo desprecio que emanaba por todos sus poros ese día que nos reencontramos después de tantos años, no se reflejaba en este instante en su mirada. Aunque todavía me cuesta creer lo que está haciendo, es inevitable no verse tentada con tanta obediencia y ternura.

Esta vez no solo estaba fallándole a Emmanuel, sino también a mí misma, y estaba consciente de ello, pero este algo que fluye a través de mi cuerpo cada vez que lo veo, es más fuerte que yo y me nubla la razón. No tengo remedio. Tal vez, al final, yo también me he convertido en una completa masoquista y sin dignidad.

—Te tomaré de vuelta, pero no sin antes asegurarme de cuán real son tus palabras. Como muestra de gratitud, compromiso y lealtad hacia tu nueva dueña, besa mi tacón — levanté el tacón a la altura de su barbilla.

Besó mi tacón sin titubear y fue algo que encontré muy conmovedor y estremecedor.

—Desnúdate. Muéstrame cómo te quedan esas cadenas alrededor de ese maravilloso cuerpo.

Sin quejas o perder tiempo, hizo lo que le pedí. Se quitó la ropa, quedándose únicamente en un bóxer rojo bastante ajustado que combinaba con ese conjunto que llevaba puesto. Es muy sexi para mis ojos.

—Ponte en cuatro patas, perrito — le ordené.

Es maravilloso tener el control y tener la dicha de contemplar semejante vista. Es tan provocativo y perfecto.

—Tócate para mí.

Este se ha vuelto mi juego favorito. Al mismo tiempo es una tortura, pues mi cuerpo arde de deseo por este nuevo cachorro en el que se ha transformado. Hasta cierto punto es retorcido todo lo que imagino y quiero hacer con él. Sus expresiones le son difícil ocultarlas. Disfruta tanto de esto como yo, que ya cohibirse no está en la lista.

Anhelaba hacerlo mío de nuevo, estuve a punto de caerle encima, pero nos interrumpieron en el mejor momento. Odio cuando las personas son tan inoportunas. Lo peor de todo es que se trataba de la Sra. Collins. No puedo creer que hayan regresado esas dos tan pronto.

Por fortuna, solo se trataba de ella, esa tal Suzan ya no estaba, por lo que no fue tan difícil engañarla. Es una pena que nos hayan enfriado la situación.

Duele hacerle esto a Emmanuel, pero es algo que no pienso ocultar. Él merece alguien mejor que yo, que no lo engañe, que sea fuerte de mente y cuerpo, y que lo ame como se merece. Es egoísta hacerle perder el tiempo, habiendo descubierto mi mayor debilidad. No puedo ser más hipócrita. Tengo que hablarle con la verdad, aunque esa verdad lo lastime. Prefiero que sufra ahora, a extender esta farsa y hacerlo infeliz.

A la hora de salida, cuando llegué al estacionamiento de la empresa, me topé con Suzan, se encontraba recostada del bonete de su auto y con un cigarrillo en la mano. Está comprobando abiertamente que ha estado engañando a Oscar y no le importa restregarme eso en la cara. Ahora bien, ¿qué hace ella aquí? ¿Estará pensando en buscarme problemas?

—¿Qué hace usted aquí?

Arrojó el cigarrillo a sus pies y lo aplastó con la suela del zapato.

—Sabes muy bien para qué te estoy esperando. Tenemos mucho de qué hablar.

—No tengo nada que hablar con usted.

—No tienes que fingir ser una chica cortés, amable y educada delante de mí, cuando te has estado tirando a mi marido.

—Lo hago por cortesía y para evitarte un disgusto mayor, pues no quiero ser la causante de que expulses los parásitos que cargas en tu barriga, pero si quieres que me comporte como lo haría con alguien que no es de mi agrado, entonces hagámoslo. No me responsabilizo de los traumas ocasionados y las verdades que te lance a la cara.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top