Adiestramiento
—Es increíble cómo ninguno de los dos demuestran pudor, especialmente tú, siendo mujer— miró a Oscar—, y tú ni siquiera muestras respeto hacia mí, al momento de restregarme en la cara tu infidelidad.
—Que pensamiento tan retrógrado el tuyo. ¿En qué siglo te quedaste? Estás muy atrás y no avanzas. No puedo creer que todavía a estas alturas, la sexualidad, el sexo, la masturbación, sea un jodido tabú, y más en una mujer tan joven y hermosa. Ese es el resultado de rodearte de personas tan cerradas. Vamos, bella—descansé mi tacón en su silla, entremedio de sus piernas y las separó—. Abre tu mente y observa cómo se abrirán tus piernas.
Su reacción fue divertida, sobre todo la expresión que hizo cuando la puntera de mi zapato tocó un área sensible y privada.
—Déjala, la estás poniendo nerviosa — dijo Oscar.
—¿Cómo puedo dejar tranquila a un bizcochito que está a punto de cuajarse en mis manos? — sonreí ladeado—. Dime una cosa, ¿alguna vez este bueno para nada supo llevarte al cielo sin abandonar la tierra? Algo me dice que te sientes insatisfecha, y no existe nada peor que eso.
Miró a Oscar y luego volvió a mirarme, llevando su mano a mi zapato.
—Libérate, tócate sin pudor, hagamos de esta aburrida reunión una inolvidable — realicé varios movimientos circulares con la puntera del zapato y entreabrió los labios.
Ha podido sacar mi pierna fácilmente de esa zona, pero no lo ha hecho, por lo que a buen entendedor pocas palabras bastan.
Siempre me han gustado los hombres, jamás he sentido inclinación hacia otra mujer, pero sus reacciones son tan divinas e inusuales que me despiertan unas ansias de querer pecar y pervertirla.
—Saca tu pierna de ella — el tirón de Oscar a mi pierna me llevó a mirarlo —. ¿A ti qué te sucede?
Abofetee su pene, tras las mismas ganas de ponerlo en su sitio.
—Eres un perro malo — lo agarré, apretándolo con fuerza y se mordió los labios—. Esa expresión que estás haciendo no permite que luzca como un castigo. Mi perrito sabroso siempre tan masoquista. Asume tu lugar y no vuelvas a interferir en las cosas que hago.
—¿Qué tipo de relación es la que ustedes tienen? — la pregunta de Suzan nos sacó de concentración.
—La de un perro y su dueña — dije sin titubear, mientras que Oscar se me quedó viendo fijamente.
—¿Qué tipo de relación es esa?
—Una muy retorcida, pero ardiente como no tienes idea. Creo que debo adiestrarte para que puedas conseguir uno, a no ser que prefieras llevar el collar tú — me carcajeé.
—No, gracias — se levantó de la mesa, tomando el bolso y cruzando las piernas—. Ustedes dos son unos vulgares — dejó dinero sobre la mesa y se fue sin mirar atrás.
—¿Ves lo que provocas? — le cuestioné a Oscar.
—¿Cómo pudiste decirle eso?
—No te preocupes, ella no dirá nada, sé lo que te digo.
Tomé una servilleta de la mesa y limpié mis manos, mientras observaba cómo se cerraba el pantalón. Sabía que quería decirme algo, pues llevó su mano a la nuca.
—Me invitaron a una fiesta esta noche, y no sé, me preguntaba si te gustaría ir conmigo.
Es una buena oportunidad para pasar el rato y no haya interrupciones. En la oficina cada vez se hace más difícil.
—Está bien. Iré contigo porque, por lo visto, te sentirás muy solo si no voy.
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