6. Melancolía Decisiva
(Francis Scott Key Fitzgerald/ John Steinbeck)
(Ooc, amor correspondido, Angust, Universo paralelo, Zelda es hermana menor de Fitz)
Capítulo VI.
Melancólica Anomalía
Fue tan bonito imaginar que era posible caminar descalzos por el tiempo.
—La Oreja de Van Gogh, Abrázame.
Manzanilla.
Ese era el aroma que desprendía la boina entre sus manos.
Quizás sea la esencia del chico al cual le pertenece su corazón, o tal vez de alguno de los jabones genéricos que venden en las farmacias. Agacha la mirada por momentos a la boina, mientras la aprieta entre sus dedos. Pero hay otros en los que simplemente su mirada se pierde en la nada y lágrimas se escurren por sus mejillas.
El viento helado sopla, escucha el silbido de los veleros que no están muy lejos de la costa. El crujir del cielo cetrino lo hace suspirar adolorido, mientras un cigarrillo se mueve levemente entre sus labios.
Su mirada después de tanta lucha interna decide permanecer perdida en la espectacular escena que está delante de él, el inmenso mar que lo acompaña. El barandal del muelle perteneciente a su mansión lo hace pensar; pasado, presente y lo que pudo haber sido el efervescente futuro con su amante.
Una risa amarga y corta se escapa de sus labios, retirando el cigarrillo de mala calidad de entre ellos, mala costumbre que le había dejado su amor. Sin temor lo deja caer en la madera, el sonido del agua apagarlo violentamente no le sorprende, la lluvia no tardaría en hacer presencia y azotaría con fuerza el muelle, la costa y todo a su paso.
Sus cabellos se mueven por la fiereza del viento, despeinando sus hebras color girasol. Melancólico se coloca la boina mientras saca de entre su saco una pequeña cajita, decorada con tela aterciopelada del color de la misma sangre.
Un pequeño pero distinguido anillo se encuentra en su interior, su brillo a pesar del escaso sol no mengua en ningún instante, demostrando su valor en quilates posiblemente. Sostiene el anillo con cuidado, dejando de lado aquella pequeña caja.
La escritura grabada en el interior lo hace suspirar enamorado, el nombre de aquel extraño y malhumorado chico lo hace delirar como nunca antes lo había hecho, las infinitas posibilidades de ver su rostro sonrojado por el detalle tan lindo así como una posible respuesta, ya sea en aceptación o un comentario anticapitalismo. Ambas partes para él serían buenas, pues no importaba, solo con ver su sonrisa él sería feliz.
Una última lágrima rueda por su mejilla sólo para caer al mar y hacerle compañía al agua salada.
~°°°~
Sonríe enternecido al contemplar a su pareja dormir en el sofá en una posición incómoda desde su punto de vista, su sonrisa aumenta al ver que su pareja está abrazando con fuerza uno de sus tantos sacos, al parecer era el último que utilizó en la noche pasada, lo había dejado en el comedor por descuido, pese a ello, su amante parece a gusto con la esencia que probablemente permanece intacta en la tela; escucha atento la música en el gramófono, es clara y romántica, no le cabe duda de que se trata de una bella melodía nacida en la adorada época del jazz; un leve pero sutil aroma dulce lo hace espabilar de su ensueño, gira su mirada curiosa a la cocina.
Sus pasos resuenan en la madera decorativa del suelo; su mirada se asombra al entrar y ver una gran bandeja en la mesa, el aroma ha aumentado y sólo provoca que el antojo de dichas golosinas aflore en su interior; chispas de chocolate y fresas con arándanos, son los ingredientes que llevan las galletas.
La cocina está ordenada pero el aroma a galletas y té de chai es todo lo que puede oler, no termina de entender cómo es que su pareja a pesar de ser una persona que detesta hacer las labores del hogar, puede cocinar tan bien como un chef profesional. Inquiere en que era más para consentir a su hermanita que a él mismo.
—No están mal John —susurra satisfecho mientras degusta una de las galletas, la textura es perfecta, no era muy porosa y tampoco era muy difícil de tragar. Con cuidado coloca la taza de té completamente llena en la piedra de mármol, toma un sorbo del té, disfrutando el sabor—, es dulce.
Sabe que hubiera preferido probar el té caliente en aquella fina taza de porcelana pero eso sólo despertará al bello durmiente que descansa en el sillón de la sala principal.
Que encantador querido muchacho, piensa dejando la taza vacía y colocando las galletas en una pequeña cajita, quizás John estaba esperando a que se enfriaran para poder comerlas o enviarlas como regalo a Ruthie.
Todo avanza tan rápido que no sabe en qué momento se encuentra parado a la mitad de la sala, mientras su vista se pierde en la imagen de su amante, y es que una parte de si no puede parar de pensar en lo adorable que se ve dormido y relajado, aún siente curiosidad en cómo es posible dormir tan cómodamente en un sofá ya sea nuevo o incluso viejo—claro que todos los muebles de la casa eran nuevos, de lo contrario los hubiera dejado de lado—, y casi al borde del mismo, cierra los ojos por unos instantes, recordando la vieja pero querida camioneta que siempre acompañó al ahora ex-granjero. Niega al entender después de tantas vueltas en su cabeza el porque estaría tan tranquilo e incluso cómodo en un maldito sofá.
Francis rápidamente recupera la compostura, para separar con cuidado a su amante del saco, no desea despertarlo y enfrentar esos ojos color cielo. No le tiene miedo, después de todo es más fuerte que John pero tampoco desea pelear por la hora y su reciente sabor a chocolate en los labios.
Lo adora, eso es todo lo que puede pensar al tomarlo y llevarlo directamente al cuarto que ambos comparten. Su cuerpo pequeño encaja a la perfección en su pecho y brazos. Intenta no moverse brusco, pues adora ver aquellas facetas dulces pero tranquilas de John, esas en donde no lo miraba dudoso de sus acciones y sólo confiaba en él.
Busca a tientas la cama king sized, en donde después de mucho logra acomodar con cariño a su amante. Quien parece sentir el relajante confort del colchón pues su cuerpo termina de relajarse por completo. Sin embargo, pese a eso puede ver como entre sueños pareciera buscar algo, pues sus manos se mueven lentas pero seguras en busca de algo que parecieran haber perdido.
Aquella acción sólo hace que Francis sonría gustoso, sabe lo que busca; el hombre se acuesta a su lado y cuando finalmente es encontrado por las manos, estas dejan de moverse, mientras se aferran a su torso. Scott no intenta removerse del agarre contrario. Disfruta del tacto gentil y desesperado de Ernst¹, quien por muy difícil que sea y por mucho que odie aceptarlo, también terminó enamorado de un demonio.
Observa a su alrededor, acepta que si bien la casa no es del todo de su gusto, es suficiente para cubrir las necesidades de los dos por al menos esa última semana, antes de finalmente ir a su gran castillo, aquella mansión en la que viviría el resto de sus días. Deposita un beso en la frente de Jonh, la fragancia a manzanilla es fuerte mezclada con la Leche y chocolate, con eso comprueba que fue él quien hizo las galletas; desliza su brazo por el hombro de John acariciando despacio, regalando un poco de su propio calor corporal, esperando así que este descanse mejor, el día siguiente le esperaría con mucho ajetreo.
—Dulces sueños John.
Es su última oración, antes de poder caer dormido y olvidar por unas cuantas horas quién era.
Una sonrisa se forma en los labios de John, jamás pensó que Francis lo llevaría a la cama por su propia cuenta y tampoco que lo arrullara como si nada en sus brazos. Tal vez no era tan malo como pensó.
~°°°~
Aprieta el pequeño anillo entre sus manos, por un momento piensa en tirarlo al mar y perder sus esperanzas, sueños así como memorias en las que juraba al amor de su vida algo más que un simple sueño.
Pese a ello, la idea jamás traspasó la delgada línea de un simple pensamiento. En su lugar se coloca el anillo en el dedo anular, jurando así lealtad a sus sueños, a su ilusión… A lo que tal vez se pueda convertir en su única obsesión de vida, una que le prometía un futuro efervescente de vivir lo que más deseó.
La mirada melancólica de Louisa se posa en la lejanía del muelle, observando así a su jefe, quien ahora sabe la verdad de su nuevo mundo. Desea hablar con Francis, para intentar consolarlo de cualquier mal, sin embargo, sabe que la felicidad de su jefe se ha desvanecido como la niebla mañanera ante el sol del verano.
Niega al rememorar el ver sus ojos cansados, rojos por tanto llanto, y es ahí cuando ella gira su vista a la gran alberca, cerca de esta se encuentra en el piso frío un pequeño libro de estrategias, todas escritas por ella en donde le daba ideas para conquistar a Steinbeck, quien a diferencia de Francis, disfrutaba más de los detalles sencillos y humildes en lugar de las exageradas extravagancias y excentricidades de la vida millonaria que Fitzgerald estaba acostumbrado a vivir.
—Lo siento mucho Lord Francis.
Es todo lo que puede decir antes de volver al interior de la mansión, llevándose consigo el cuadernillo, esperando que su jefe pueda superar todo el dolor que ahora se alberga en su corazón al perder por segunda vez lo que más ha amado en este mundo.
Notas Finales.
1.- El nombre completo de John, es John Ernst Steinbeck.
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