IV
Hamburgo, 3:52 P.M.
8 de Enero de 1998
—¡Viniste!
—Claro que iba a venir, cariño. Como siempre lo hago.
—Tibor, ¿quiénes son ellos? —preguntó Walter en modo amenazador mirando a dos hombres de negro detrás de su novia.
—Descuida, son mis guardaespaldas. Con la desaparición de Ralf y Warren, mis padres han decidido que me deben escoltar en todo momento.
—¿No crees que es muy extremo?
—Yo creo que es lo ideal.
—Bueno, tengo que ir a entrenar.
—Y yo tengo que verte.
Evidentemente, Tibor tiene una mente perversa y ha probado a muchos chicos de distintas nacionalidades, pero no ha podido evitar sentirse atraída por Cedrik Cassain Klein. Moría por tenerlo junto a ella y qué mejor que una fiesta sin Walter cerca para hacerlo.
Pasó el tiempo en el que aplaudía y apoyaba hipócritamente a Walter en su entrenamiento, pero, cuando fue el momento, Tibor se excusó al baño para que no fuera seguida por los guardaespaldas, pero en realidad fue a los vestuarios y se dirigió rápidamente al casillero de Walter.
—7,2,1,3 —dijo ella para sí misma mientras abría el casillero.
El casillero se abrió. Tibor tomó una botella llena de agua y agregó el polvo que le compró a Rudolf Arnold, el polvo se disolvió rápidamente y se hizo uno con el agua, sin dejar rastro ni de olor ni color.
—Valió la pena todos esos pavos que le pague —manifestó Tibor con una sonrisa de oreja a oreja.
Cerró el casillero y regresó a la pista de entrenamiento justo a tiempo para darle la botella de agua adulterada a Walter.
—Estuviste excelente, Walter. Debes estar sediento, así que te traje esto.
—Muchas gracias, hermosa.
Por detrás se escucharon burlas que enfurecieron a Walter golpeando al primer tipo que se encontró rompiéndole la nariz y haciéndolo caer. Eso hizo que los demás corrieran a los vestuarios.
—¡Oye! —llamó el entrenador—. ¿Puedes explicarme lo que sucedió, Brandt?
—No hay nada que explicar, entrenador.
—¿De verdad?, estás suspendido.
—No lo creo.
—¿Por qué es eso?
—Le recuerdo quién le paga su buen sueldo.
Walter fue a recoger sus cosas dejando al entrenador sin palabras.
* * *
Walter esperaba a que pasaran por él, sin embargo, un horrible dolor de cabeza comenzó a molestarlo. Era bastante extraño.
Una camioneta negra se acercó a él y Walter de inmediato reconoció que era su chofer. El colérico chico se subió al vehículo reprochándole a su chofe, como siempre, su impuntualidad e incompetencia. Sin esperarlo, Walter comenzó a estornudar.
—Salud, señor.
—Cállate.
Al llegar a su mansión, Walter se fue directamente a su habitación donde permaneció dormido por varias horas. Cuando despertó el dolor persistía, ardía en calentura, su estomago dolía, no tenía fuerzas y estaba pálido vio. Comenzó a mirar a todos lados y pudo ver a Tibor parada mirándolo con una sonrisa siniestra.
—Tibor...—dijo con una voz ronca y constipada.
—No te esfuerces, cariño. No tiene caso. Eres tan débil y patético, sólo mírate. Te crees el macho alfa, pero no lo eres, estoy segura que tu ira no es más que un inútil intento de intimidar a la gente y hacerles creer que no deben meterse contigo, pero es porque eres frágil...
—... Basta.
Pero Tibor seguía diciendo palabras hirientes, lo que provocó que Walter entrara en cólera. Como pudo se incorporó de la cama y agarrándose de la pared se acercó a Tibor que seguía diciendo cosas malas, que al final eran la pura verdad. Tibor se abalanzó sobre la chica estrangulándola sin control.
Tibor seguía diciendo cosas con mayor dificultad y nunca se resistió al ataque, inevitablemente murió sin cerrar los ojos y sin dejar de sonreír. Walter era capaz de matar a su novia si esta le llevaba la contraria.
Tumbado sobre el cuerpo inerte, Walter sintió una presencia detrás de él por lo que rápidamente se giró y vio al entrenador encapuchado con un látigo en la mano.
—¡Incorregible! —gritó el entrenador antes de darle un latigazo a Walter en la cara.
Otra figura encapuchada apareció tratándose del chico que golpeó horas atrás, igualmente con látigo en mano.
—¡Colérico! —exclamó el chico antes de darle un latigazo a Walter.
De esa manera, aparecieron más encapuchados siendo gente que vivió la ira de Walter, tras un insulto iba un latigazo y eran tantos insultos al mismo tiempo que se hicieron incomprensibles. La espalda de Walter soltaba y soltaba sangre y casi podía verse su columna vertebral.
De repente, los insultos y los latigazos cesaron, los encapuchados desaparecieron. Walter lloraba y jadeaba y no podía moverse aunque quisiese, pero eso sólo era el comienzo de su tortura.
Un fuerza tomó a Walter haciéndolo flotar. Apareció una última figura, pero no estaba encapachada, se trataba del niño que Walter asesinó por molestarlo hace tantos años atrás golpeándolo con nudillos de latón. El niño se acercó amenazadoramente mostrando unos nudillos de latón en su mano izquierda.
—¡NO, POR FAVOR NO! —imploró Walter entre lagrimas.
Y el niño le dio el golpe definitivo.
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