II

Hamburgo, 2:54 A.M.
6 de Enero de 1998

Ralf despertó de golpe en mitad de la noche por un olor a azufre que inundó sus fosas nasales y el sentimiento de que alguien lo observaba lo invadía completamente. Mirando a todos lados intentó divisar entre la oscuridad de su habitación a alguien que lo observara, pero sólo encontró oscuridad y nada más.

—«Tal vez sean imaginaciones mías» —pensó Ralf—. «Creo que necesito comer algo»

¿Cómo es posible que coma tanto?, eso es algo que todos a su alrededor piensan cada vez que lo ven comer en exceso. Han sido años en los que Ralf come sin parar, aún tratándolo con psicólogos y terapeutas, jamás dejó de comer en exceso. Muchos pensarán que es por ansiedad, pero no es ansiedad ni nada parecido. Es por una gula infinita.

Ralf con mucho entusiasmo llegó a la oscura cocina, Ralf encendió la luz y se dirigió a la nevera para ver qué podía saquear. Antes de que pudiera tomar algo, notó que la luz de la lampara que colgaba del techo comenzaba a parpadear hasta que de un estruendo explotó dejando caer fragmentos de vidrio de las bombillas.

Ahora Ralf dependía de la luz que salía de la nevera, pero de repente escuchó en un siniestro susurro que repetían una y otra vez su nombre.

Ralf, Ralf, Ralf, Ralf...

Un serie de pesados pasos se escucharon desde las escaleras, eran lentos pero resonaba de manera terrorífica. Entonces el individuo sintió como una mano hirviente lo tomaba de la pantorrilla izquierda y lo tiró al suelo haciéndolo gritar. Una inexplicable fuerza lo arrojó por los aires haciéndolo golpearse con una de las alacenas.

El golpe fue demasiado para el obeso chico que poco a poco comenzó a ver borroso y lo último que pudo ver, gracias a la luz del interior de la nevera, fue a alguien encapuchado. Y muy poco audible eran ya los lentos pero pesados pasos que se convirtieron en eco resonando en su cabeza.

La policía de Hamburgo recibió una llamada de una desesperada mujer que entre gritos exigía la presencia de los oficiales. Inmediatamente, los oficiales llegaron a la dirección indicada y se determinó la desaparición y que Ralf Becker luchó contra su secuestrador. La noticia no tardó por difundirse en toda la ciudad de Hamburgo.

* * *

—¿Escucharon lo que le sucedió a "Cerdi-Ralf"? —inició Warren Hofmann mientras se sentaba en su pupitre.

—De seguro se rodó por las escaleras y se le salieron los intestinos —bromeó Walter Brandt.

—¡No puedo creer que estén diciendo eso! —exclamó Daphne Krause atrayendo todas las miradas hacía ella y a Daisy, su hermana gemela quien estaba al borde del llanto—. El pobre de Ralf está desaparecido, ¿cómo es posible que digan esas cosas tan horribles?

—¿Desde cuando te importa esa bola de manteca, Krause? —dijo Walter.

—¡¿Pueden callarse de una maldita vez?! —exigió Viktor Meyer.

—¿Y quién nos va a obligar? —soltó Walter de manera amenazadora.

Antes de que Walter descargara su ira en Viktor, sonó la campana que anuncia el inicio de las clases. Se podría decir que Viktor lo salvó la campana.

Todos se sentaron en sus respectivos asientos esperando que llegara el profesor de Literatura, pero en su lugar llegó un chico flacucho, de piel blanca, melena oscura que cubría parte de su serio rostro. Todas las miradas se clavaron en ese extraño chico que se sentó al fondo del aula. Los susurros del cotilleo no tardaron en aparecer.

¿Quién es él?, ¿por qué luce así?, ¿qué hace aquí?

Los alumnos estaban tan inmersos en sus preguntas que no vieron a su profesor llegar de repente.

—Buenos días, jóvenes. 

—Buenos días, profesor —contestaron todos al unísono con una hipócrita amabilidad.

—Muy bien, tal vez algunos ya se habrán enterado que su compañero, Ralf Becker, se ha reportado como desaparecido hace unas cuantas horas, es por eso que desde dirección han autorizado que los oficiales tengan una charla con ustedes. Esto es con la finalidad de obtener alguna información que ayude con el caso.

—¿En qué podemos ayudar nosotros? —inquirió Daisy.

—En sus declaraciones pueden sacar datos importantes —aseguró el profesor—. En otras noticias, hoy tenemos a un nuevo alumno. Señor Neumann, ¿le gustaría pasar al frente y presentarse?

Neumann simplemente se limitó en negar con la cabeza.

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