❤️ El Abismo de la Desesperación ❤️
Las luces frías del hospital iluminaban con una intensidad despiadada la pequeña sala de espera. La noche había caído horas atrás, pero el tiempo parecía haberse detenido para los tres hombres que aguardaban allí, presos de la angustia y la incertidumbre. El aire estaba cargado de un silencio tenso, solo interrumpido por los sollozos ahogados y las respiraciones entrecortadas.
En una fila de sillas de plástico gris, dos hombres se aferraban a la mano del otro como si fuera la única cosa que los mantenía conectados con la realidad. Tee, de piel clara y cabello ligeramente encanecido en las sienes, no dejaba de llorar, su rostro arrasado por una tormenta de lágrimas que no parecía tener fin. Su esposo, Tae, con su expresión endurecida y los ojos enrojecidos, sostenía a Tee contra su pecho, intentando infundirle un consuelo que él mismo no sentía.
—¿Por qué...? —Tee repitió por enésima vez, su voz un susurro quebrado que apenas podía sostenerse. Las palabras parecían vaciarse en el aire como si fueran un grito silencioso— ¿Por qué nuestro hijo tuvo que llegar a esto?
Tae no tenía respuestas. No sabía qué decir, y las palabras se le ahogaban en la garganta. Lo único que podía hacer era apretar la mano de Tee con más fuerza, con la esperanza absurda de que, al aferrarse uno al otro, el dolor sería menos inmenso. Pero nada podía mitigar el peso que les aplastaba el pecho. Era como si estuvieran ahogándose en un océano oscuro, sin poder respirar, esperando un milagro que nunca llegaba.
—Te juro que lo vamos a recuperar —susurró Tae, aunque no estaba seguro si hablaba para sí mismo o para Tee. Sus palabras eran apenas un eco débil en la inmensidad de su propio miedo.
Mientras tanto, al otro lado de la sala, Beam se encontraba solo, sentado en una esquina, con los brazos cruzados sobre su pecho como si tratara de contener algo que amenazaba con desgarrarlo por dentro. Sus ojos, antes brillantes y llenos de vida, ahora estaban apagados y hundidos, su piel de porcelana manchada por las lágrimas que no dejaban de brotar.
La culpa lo devoraba. Su mente no dejaba de repetir las mismas preguntas una y otra vez: ¿Por qué no me di cuenta antes? ¿Por qué no estuve ahí para él? ¿Por qué no lo puede proteger? ¿Por qué lo llevé hasta este punto? Las imágenes de Forth, postrado en la cama de hospital, con su cuerpo pálido y frágil, lo perseguían como un fantasma que no podía alejar. Beam se cubrió la boca con las manos para no gritar, para no dejar que el dolor que lo consumía lo desbordara por completo.
—Forth, por favor... No te vayas... —susurró entre dientes, una súplica dirigida a cualquier Dios que lo estuviera escuchando aúnque ni siquiera estaba seguro de creer— No te vayas, no me dejes solo...No me dejes vivir con esta culpa... —Su voz se quebró, y sus sollozos volvieron a resonar en la sala vacía.
A pocos metros, Tee levantó la cabeza al escuchar los lamentos de Beam. Por un instante, una chispa de furia atravesó su mirada, pero se desvaneció tan rápido como había llegado. No tenía fuerzas para culpar a nadie en ese momento; solo quería que su hijo volviera a abrir los ojos, que regresara con ellos. Que todo este dolor no fuera más que una horrible pesadilla de la que pronto despertarían.
Tae notó el cambio en la expresión de Tee y lo envolvió en sus brazos con más fuerza, como si quisiera protegerlo del dolor que se cernía sobre ellos como una sombra. Sus dedos temblaban, y el nudo en su garganta se apretaba cada vez más.
—Cariño, por favor, respira... —Tae le murmuró al oído, tratando de calmar el temblor en el cuerpo de Tee. Sabía que, si él mismo se dejaba vencer por la desesperación, los dos se hundirían por completo.
La puerta de la sala de emergencias seguía cerrada, implacable, como una barrera que les impedía saber si su hijo seguía vivo. Cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad, un golpe silencioso que retumbaba en sus corazones. El reloj en la pared marcaba las horas con un tic-tac ensordecedor que se volvía insoportable.
Tee apretó los labios y cerró los ojos con fuerza, tratando de acallar las horribles imágenes que su mente le proyectaba: Forth, su pequeño, ese niño que había crecido tan lleno de luz y esperanza, ahora luchando por su vida. Recordó sus primeros años juntos, cuando él y Tae habían decidido adoptar a ese niño de ocho años con una sonrisa que podía iluminar el mundo entero. Lo habían visto crecer, superar sus desafíos y convertirse en un artista excepcional. Y ahora... ahora todo podía desmoronarse en un instante.
A unos pasos de ellos, Beam seguía suplicando en voz baja, con los ojos cerrados y las manos juntas en un gesto desesperado. En toda la sala se apodera un gran silencio y se puede escuchar con claridad los sollozos de los tres hombres que esperan noticias de su ser amado.
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Hola, esta es una historia corta que he estado escribiendo desde hace muchos... mucho años. Pero no la he podido terminar, pero ahora ya estoy cerca de darle un final por eso la estoy publicando ya que lleva demasiado tiempo en mis borradores.
Les agrazco siempre que lean mis historias.
❤️❤️ ¡MUCHAS GRACIAS! ❤️❤️
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