9
KILLIAN
Estuvimos una hora más en la sala de tiro. Los disparos sonaban y sonaban, los de Sienna y los de Vettori también. Veía como el capullo que la había engañado se acercaba a ella descaradamente. Cualquier oportunidad era única para él, se acercaba a la mínima que podía y le tocaba la cadera, el estómago, el trasero, incluso la zona baja de los pechos mientras hacía como que la ayudaba con las posiciones. Me estaba poniendo enfermo, pero ¿qué podía hacer yo? Nada. No podía hacer nada porque mi cometido era matarla, vengar a mi padre y liberar a mi madre. Y en cambio me estaba obsesionando con la mujer que ponía mi mundo interior patas arriba. Cada vez que movía su cuerpo, andaba o corría la sangre se me acumulaba en un solo punto. Joder, era como ver a una diosa moverse por el olimpo. No me extrañaba que Enzo estuviera detrás de ella. No podía hacerle pensar a mi padre que estaba colgado por esa mujer, porque entonces la mataría. Él mismo lo haría.
Sabía perfectamente que no me lo podía permitir. No podía permitirme pensar día y noche en la mujer que tenía la obligación de matar. Cada día era una puta tortura, aparecía en todos lados, hasta en mis sueños más profundos. Y en todos ellos, Sienna y yo estábamos sin ropa y sin ningún tipo de vergüenza. Tenía que reconocer que, aunque no quisiera, Sienna me atraía como un imán. Pero a mí y a toda la central. Los hombres se la quedaban mirando con deseo y lujuria. Las mujeres la observaban de dos formas muy distintas, algunas con adoración y otras con una envidia que se notaba a kilómetros. Sienna Caruso era la mujer más atractiva que había tenido el honor de contemplar: piernas largas y bien formadas, un trasero de infarto, pechos no muy voluminosos pero tampoco pequeños, pelo largo y rizado que tenía ganas de agarrar de mil formas diferentes... Y sus ojos. Esos ojos que te podían teletransportar a cualquier parte, esos que podían llevarte al cielo o al mismísimo infierno.
Una vez terminó la práctica de tiro, fuimos a la cafetería para la hora de la comida. Todo era muy rápido, pues debíamos ponernos a entrenar cuanto antes. Comimos a la velocidad de la luz y pasamos al campo de entrenamientos, donde había que escalar un rocódromo enorme. Había escuchado que la amiga de Sienna, la pelirroja, se había hecho un corte en la pierna al escalarlo esta mañana. Pude comprobar la macha de sangre en una zona alta de la roca. Sienna y yo fuimos los primeros en subir, se movía como un reptil, pero notaba que no miraba al suelo. Le daban miedo las alturas. Hubo un momento en el que se la resbaló la mano y fui ágil al sujetarla del brazo.
—Sigue. —Ordené para que subiera delante de mí. Una vez llegó arriba, tocó el botón que había para indicar que ya habíamos llegado y bajó antes de que yo lo hiciera. Me estaba evitando.
Noté como el imbécil que aún tenía por novio corría hacia nosotros y se ponía en el medio para evitar que pudiéramos mirarnos. Eso me cabreó aún más, me solté los arneses y me dirigí a la tropa antes de ver cómo el rubio besaba delicadamente a la mujer que había subido ahí conmigo. Empezaba a hartarme, mucho más de lo que imaginaba. La actitud de ambos era una completa mentira, pero lo que había pasado entre Sienna y yo en el pasillo había sido real. ¿No quería reconocerlo? Yo haría que lo hiciera.
De repente vi la tropa de Artem a lo lejos, en la zona de tiro con arco. Les tocaba esa sección por la tarde, así que me acerqué a Jade. Ésta, que estaba de espaldas y no me vio llegar, dio un pequeño respingo al notarme contra su cuerpo. Ladeé la cabeza viendo de reojo como la chica Caruso me miraba sin que su novio se diera cuenta. Empezó a ordenar a la tropa que subiera, dejando al mando a su novio mientras veía como caminaba hacia nosotros. Bingo, una vez que estaba a nuestro lado carraspeó con fuerza y vi la furia reflejada en sus ojos.
—Capitán, le estamos esperando.
Cuando se dirigió hacia mí como "capitán" mi erección creció a niveles cósmicos. Me separé de Jade con una sonrisa ladeada mientras ella se giraba hacia Sienna con mala cara.
—Nos has interrumpido. —Espetó la rubia con cabreo.
Ésta se puso frente a Sienna, a punto de arrancarle la coleta de un tirón con sus uñas postizas de color fucsia. Pero la italiana fue más rápida, retorciendo la mano de Jade. La rubia le pegó a Sienna una patada en el estómago, haciendo que se retorciera de dolor. Fui a apartar a Jade, pero la cara de Sienna fue suficiente para quedarme en mi sitio y dejarle a ella el trabajo sucio. Se abalanzó contra Jade, sacando la navaja de entrenamiento que tenía en la pantorrilla e inmovilizándola. Ambas terminaron en el suelo, Jade intentando salir de los brazos de Sienna y la italiana presionando la navaja de madera contra el cuello de Jade.
Entonces, vi como Artem y Vettori venían corriendo hacia nosotros. Miré hacia la ventana del despacho del coronel, rezando para que no hubiera visto nada. Por suerte, no había nadie. Sienna soltó a Jade con fuerza, haciendo que su pelo se quedase hecho una mierda. Se levantó rápidamente, mirándome con rabia.
—¿¡No vas a hacer nada!? —Me gritó.
—Jade, lárgate. —Espeté mirando hacia su tropa. Artem la indicó que se fuese mientras miraba a Sienna con la respiración agitada, las mejillas sonrojadas y el ceño fruncido con expresión de rabia. Miré a Artem de nuevo—. Yo me encargo.
Vettori aún seguía con ella, a pocos pasos de mí. Me dirigí hacia ellos.
—¿¡Qué te pasa!? —El tono que usó su novio contra ella no me gustó nada, aunque parecía que no le temía. Le miraba con rabia acumulada. Claro, él precisamente no tenía derecho a recriminarle nada—. ¿¡Te has vuelto loca!? Llevas pocas semanas en esta central y ya estás comportándote así.
—No eres mi padre, Francesco.
—No, no lo soy. Y debería llamarlo para que viera tu puta conducta. ¿Qué crees que es esto? ¿El patio del colegio?
Sienna me miró fugazmente mientras me acercaba. Una vez estuve a su lado, hablé.
—Vettori—comencé, haciendo que el aludido me mirase con el ceño fruncido—, debo hablar con mi teniente. A solas.
Eso último lo dije mirándola a ella, la cual se limitaba a observar el campo de grava y arena que nos rodeaba. Vettori asintió no muy convencido, aunque acatando la orden. Se fue con mi tropa mientras indicaba a la mujer que me siguiera hacia el interior del edificio. No habló en ningún momento, se limitó a andar detrás de mí con la cabeza gacha y los brazos cruzados sobre su pecho. Abrí una puerta, entrando en la cafetería. Si quería llevar a cabo mi plan, debía estar en un lugar donde no hubiera nada pero desde el que pudieran vernos. No podría besarla ni tocarla como me gustaría. Pero nadie oiría lo que la diría. Eso que tanto la provocaría y la obligaría a ir a buscarme.
—¿Qué has hecho? —Pregunté buscando sus ojos—. ¿Lo sabes?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Sabes que no ha estado bien? —Pregunté de nuevo. Ella volvió a asentir, mirando hacia la ventana a punto de perder los nervios—. Entonces sabes que me has puesto como una jodida moto, ¿verdad?
Sienna abrió los ojos, dirigiendo la mirada a su regazo. Vi como tragaba saliva y se frotaba la comisura de los labios, nerviosa.
—No comprendo a dónde va todo esto, capitán.
Sonreí por escuchar el nerviosismo y la agonía en su voz. No sabía si me tenía miedo o la ponía cachonda.
—Lo que quiero decir es que ese espectáculo que ha montado ha estado bien. Una buena maniobra de defensa. —Aclaré con una sonrisa de medio lado—. Pero sabe que voy a tener que castigarla por ello, ¿verdad teniente?
Elevó la vista hacia mí. Sus ojos verdes esmeralda se clavaron en los míos con miedo y a la vez con una excitación que la tenía a punto de explotar.
—¿Qué... qué tipo de castigo? —Preguntó con voz temblorosa.
—Eso lo tendré que decidir más adelante. Ahora volvamos al campo de entrenamiento. La misión es dentro de poco, teniente. Seis días, concretamente. No quiero ni una falta de respeto más.
Asintió, sin decir ni una palabra. Me levanté haciendo que me siguiera. Cuando salimos de allí nadie podía vernos, por lo que la estampé de cara a la pared pegando mi erección a su trasero. Ella se sobresaltó, pero no hice fuerza para evitar hacerla daño. Lo suficiente para que pudiera notar lo cachondo que me había puesto ahí fuera.
—¿Te ha quedado todo claro? —Pregunté, esperando que me llamase por aquel apodo profesional que me ponía a cien.
—Sí... —Respondió ella en un susurro.
—¿Sí, qué? —Pregunté de nuevo, frustrado por no escuchar lo que tanto quería.
—Sí, mi capitán.
"Mi capitán"... Con eso me fui de allí, avanzando por el pasillo y notando cómo la teniente se recomponía rápidamente y venía a mi lado.
Quería que fuera ella quien admitiera lo que sentía. Lo que no tuve en cuenta en ese momento, es que la mujer que tenía delante tenía muchos más ases en la manga de los que me imaginaba. Terminé siendo yo el que cayó en la tentación.
—Déjame en paz, Vitali. —Espeté contra el teléfono móvil.
Las conversaciones con mi padre empezaban a frustrarme cada vez más. Insistía en que debía continuar el legado, que si moría yo tenía el deber de matarla. Debía hacerlo, debía salvar a mi madre. Vitali me tenía entre la espada y la pared. O mataba a Sienna y salvaba a mi madre, o dejaba vivir a la mujer que habitaba mis fantasías y mi madre moría por mis caprichos. Tiré el móvil contra la cama, harto de esta situación. Los entrenamientos de tiro habían terminado, mi tropa debía hacer primeros auxilios por la noche y tenía un rato para ir a boxear. Haría tiempo y así no me quedaría dormido en el intento. El sol empezaba a ponerse, así que cogí mi camiseta de tirantes, me quedé los pantalones de camuflaje puestos y me llevé conmigo los guantes de boxeo de color negro. Me agaché para acariciar a Ulises.
—Pórtate bien, colega.
Salí rápidamente, si me quedaba encerrado en la habitación me volvería loco pensando en cosas en las que no debería. Por ejemplo: ¿qué estaría haciendo Sienna con su "novio" en esos momentos? Un cretino, si se me permitía decir. Me parecía rastrero el hecho de venir a ayudar en la misión del casino cuando le había puesto los cuernos a su novia.
Pero... ¿por qué me preocupaban a mí esas cosas? Joder, me estaba volviendo loco. Fui corriendo a la sala de gimnasio situado en la última planta de la central. Solía haber varias salas insonorizadas y con cristales vinilados para dejarlos opacos y para que los capitanes pudiéramos aislarnos. Entré en una y decidí no cerrar con pestillo, no había mucha gente entrenando así que podría estar tranquilo. Comencé a dar puñetazos al saco reproduciendo mil y un escenarios en mi mente: Sienna y yo en la sala de tiro, en la discoteca, en el pasillo de la cafetería, en el rocódromo, en la prueba inicial...
En todas y cada una de esas situaciones tuve la necesidad de follarla hasta la saciedad, hacerla gritar mi nombre; pero también tuve intención de matarla en todas ellas. Y ahora... ni siquiera sabía que debía hacer. Alejarme de ella sería la opción más viable, ella no moriría y yo podría encontrar otra forma de liberar a mi madre de las garras del despiadado hombre que me tenía agarrado por los huevos. Me quité la camiseta cuando empecé a sudar, dándole puñetazos más fuertes al saco. Cada vez estaba más furioso y no podía concentrarme con el rostro de Sienna en mi mente. Mis puñetazos no eran certeros, eran débiles, torpes, sin sentido. Me quité la camiseta y los guantes, harto de no conseguir mi objetivo, y comencé a darle al saco únicamente con las vendas enrolladas en mis manos.
Estaba perdido y lo sabía. La tentación era muy fuerte y mis intenciones de alejarme de ella se vieron hechas trizas cuando la vi apoyada en el umbral de la puerta. Sin querer, hizo un ruido que me obligo a desviar la mirada hacia la puerta. Y allí estaba. Se había soltado el pelo y se había puesto un top deportivo blanco y unas mallas verdes que iban a juego con sus ojos. La toalla que llevaba en el hombro y la botella de acero que colgaba de sus dedos y que yo ya había usado me dieron a entender que quería hacer ejercicio, igual que yo. Se incorporó para poder hablar, pero fui más rápido que ella.
—¿Quieres una foto?
Mi pregunta la dejó con los ojos abiertos y la respiración entrecortada. Pensaba que si era borde y un capullo con ella conseguiría alejarla de mí, pero no conseguí más que el efecto contrario. Se adentró en la sala sin decir ni una palabra. Fue directa a la cinta de correr y tuve el privilegio de ver su increíble cuerpo por detrás.
—¿No puedes largarte a otra sala? —Pregunté, pero no me hizo ni caso. Me di cuenta de que estaba con cascos porque hasta yo podía escuchar su música. Me acerqué hasta quedar a su lado y se asustó cuando le quité el casco y así pudiera oírme—. Que te largues.
Me miró mal durante lo que me parecieron siglos, pero me quitó el casco inalámbrico de la mano, se lo volvió a poner y se puso a correr de nuevo como si nada. Suspiré cabreado por tener que aguantar la presencia de esa mujer, pero se me ocurrió algo. Fui hacia la puerta y miré a todos lados, el pasillo estaba desierto hasta que vi aparecer la cabellera rubia de su novio. Cerré rápidamente sin que me viera y conseguí llamar la atención de la mujer que corría en la cinta. Se paró y fue a beber agua antes de hablar.
—¿Se puede saber qué haces? —Preguntó enfadada.
—Ayudarte. —Respondí. Por supuesto que me había dado cuenta de que huía de su obsesionado ex—. De nada.
Me miró mal antes de poner unas vendas alrededor de sus manos y ponerse a pegar puñetazos al saco sin técnica alguna. La miré en silencio frunciendo el ceño, lo estaba haciendo de pena y ambos sabíamos que podía hacerlo mucho mejor.
—Los golpes no son certeros. —Dije, haciendo que parase y me mirase con confusión.
—¿Qué?
—Que lo estás haciendo muy mal. —Respondí encogiéndome de hombros.
—¡Vaya! Muchas gracias, capitán. —Dijo ella con un sarcasmo notable.
Me puse detrás de ella, cogí sus muñecas a pesar de sus quejas y comencé a hacer movimientos lentos con sus brazos hacia el saco.
—Estómago, garganta, barbilla, boca... —Comencé a decir—. Los puntos clave para inmovilizar a un contrincante.
Noté como su respiración era cada vez más acelerada. Pegué mi cuerpo mucho más al suyo. Mis manos se deslizaron por sus brazos y terminaron en sus caderas. Mis labios rozaron su hombro, mis fosas nasales inspiraron ese aroma a limón que desprendía su cabello mezclado con el poco sudor que había en su cuerpo.
—¿Qué... qué haces? —Preguntó con la voz entrecortada. Suspiré contra su piel.
—No lo sé.
Se dio la vuelta para mirarme a los ojos. No pude resistirme. Me abalancé contra sus labios para darle uno de esos besos que te succionaban el alma. Su espalda chocó contra el saco, así que la cogí por las piernas haciendo que las envolviera alrededor de mis caderas y la tumbé en el banco de hacer abdominales. Sus manos recorrieron mi torso desnudo y mis abdominales bien formados, notaba que la encantaba tocarme, así que la dejé que hiciese lo que quisiera. Comencé a besar su mandíbula, su cuello, su pecho, el hueco entre sus senos...
—Killian... —Dijo. Elevé la vista, observando un brillo peculiar en sus ojos—. Estoy llena de sudor...
Sonreí de lado.
—Me da igual.
Elevé su cuerpo, sentándola en el banco para poder quitarle el sujetador. La miré haciendo el amago para ver si realmente quería hacerlo. Dudaba, por supuesto que lo hacía. Lamí su clavícula, pasando por el cuello hasta llegar a su oreja. Y el suspiro entrecortado que salió de su boca me dio luz verde para arrancarle la ropa de un tirón. Rompí el top en dos mientras volvía a tumbarla. Se separó de mí mirándome con mala cara al verme tirar el top por el suelo. Sonreí bajando hasta su cuello, besando y mordiendo. Estuve tentado de hacerle un chupetón en el cuello, pero decidí dejarlo para más adelante. Sabía que está no iba a ser la última vez.
Sienna no tardó en reaccionar. Dejó que la quitase esas mallas que la marcaban el trasero para luego empujarme hacia atrás. Me sentó en el banco y se sentó sobre mi regazo, frotándose como toda una profesional sobre mi erección. Joder... si seguía haciendo eso iba a correrme más pronto que tarde. Puse las manos en sus caderas para evitar que siguiera moviéndose. Sus bragas de encaje la hacían ver mucho más sexy que con ropa. Desabrochó el cinturón de mis pantalones, cogí mi cartera antes de quitármelos y desgarré el envoltorio del preservativo.
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto?
Su pregunta me dejó con el preservativo en la mano y el pantalón aún puesto pero con un bulto que iba a hacerlo explotar.
—¿Y tú? —Pregunté—. Te recuerdo que tu novio está por ahí cotilleando.
—No lo digo por él. —Dijo de pronto con una sonrisa siniestra y malévola. Aquello hizo que mi erección fuera aún más grande—. Lo digo por ti y por mí.
—¿Por ti y por mí?
Me puse en pie y me bajé los pantalones y la ropa interior de un tirón. No aparté los ojos de ella, ni siquiera para ponerme el preservativo. Su garganta pasó saliva al ver mi miembro, lo que me hizo sentir orgullo de mí mismo. Al menos mi padre había hecho una sola cosa bien. Me senté de nuevo en el banco antes de que alguien tocase la puerta.
—¿Capitán Vólkov? —Preguntó una voz no muy conocida para mí, pero el ceño fruncido de Sienna me lo decía todo.
—Sí, soy yo. —Respondí desde el interior.
Pensaba que Sienna iba a vestirse y esconderse como una niña de quince años a la que sus padres habían descubierto con un chico en su habitación, pero lo que hizo me puso aún más cachondo. Se colocó sobre mi regazo y me introdujo en su interior de una estocada, soltando un gemido ahogado.
—¿Está bien? —Preguntó el puto Francesco. Agarré las caderas de su supuesta novia y me introduje completamente en ella. Introduje mi lengua en su boca antes de que pudiera montar un escándalo. Vettori tenía un botón apretado que veía desde dentro por una luz verde en la puerta, de esa forma escucharía lo que estaríamos haciendo.
—Shh... —Susurré contra sus labios señalando la luz—. Si está verde nos escucha.
La sonrisa que me proporcionó no presagiaba nada bueno. Me hizo salir de su interior, pero volvió a meterla de una estocada que me hizo echar la cabeza hacia atrás.
—Joder Si... —Me tapó la boca antes de que pudiera decir su nombre. Me hizo un gesto con la boca y me señaló la luz aún en verde—. Sí, estoy bien. Tranquilo.
—Está bien... —Respondió no muy convencido. Me entretuve con los pechos de Sienna mientras aún veía la luz verde—. Si necesita algo...
—Tranquilo. Puedes irte.
Mi respuesta le hizo soltar el botón. Al ponerse la luz roja Sienna soltó una carcajada mientras miraba a la puerta.
—¿Te hace gracia estar haciendo esto? —Mi pregunta fue en un tono bastante más serio del que me había gustado, pero era la verdad.
—Mucha...
Comenzó a botar de forma deliciosa sobre mí. Sus pechos se movían y mi instinto me decía que si no la frenaba esto iba a terminar ya. Cogí su cuerpo, presionándola contra mí, mientras hacía que envolviese sus piernas a mi alrededor y la tumbaba en el suelo. Puse sus manos sobre el suelo y comencé a embestirla de forma brutal. Ella puso los ojos en blanco sin dejar de gemir, algo y claro.
—Joder, Killian... —Dijo mientras arqueaba la espalda.
—Aguanta, lyubov (amor)...
La besé profundamente sin dejar de moverme. Solté sus manos mientras me envolvía el cuello con los brazos y la cadera con las piernas. Agarré su muslo izquierdo mientras embestía más rápido.
—No pares... —Dijo ella. Algo en mí se encendió, necesitaba preguntárselo.
—¿Qué soy para ti, Sienna? —Ella me miró con deseo, confusión, y algo más que no supe descifrar.
—Mi capitán. —Entonces sentí lo que sintió ella en el pasillo. Debía darme igual, y así lo transmitiría, pero en el fondo no era así—. Solo mío.
Cuando recalcó esa parte, algo en mí se encendió y no pude aguantar. Mis embestidas eran fuertes, terminé dentro de ella y del preservativo. Notaba como su interior estaba cada vez más mojado y me di cuenta de que ella también había llegado al clímax. Me aparté para quitarme el preservativo y ponerme la ropa. Miré el top, hecho pedazos en el suelo. Sienna se levantó sin decir nada y supe que estaba enfadada. Era lo mejor. No podíamos tener nada, no por el trabajo, sino por la situación en la que nos habíamos metido. Se puso los pantalones y le tiré mi camiseta para que se la pusiera.
—Tu novio está rondando por allí, ten cuidado.
La vi quedarse parada mientras me ponía los guantes de boxeo de nuevo y su pelo desaliñado la hacía parecer muy adorable. Espera... ¿adorable? ¿Dije yo eso?
—¿No vas a decirme nada más?
Me puse a pegar puñetazos al saco. No podía darme la vuelta y verla. No podía hacerme esto. Me estaba ablandando. Escuché sus pisadas irse y un dolor en el pecho me atravesó. No sabía que me estaba pasando, no me gustaba. Me sentía débil, me sentía vulnerable y no me gustaba sentirme así. Pero...
—A la mierda.
Fui hacia ella, tiré de su brazo y estampé mi boca contra la suya. Esa vez decidí darle un beso lento, delicado... La estaba cagando. Le estaba dando esperanzas que no podía dar. Yo no podía estar con ella, no podía tener nada. Y estaba siendo un capullo. Tenía que haberlo sido desde el principio, pero me ha cegado. Le abrí la puerta para que saliera. Me miró con confusión, y era normal. Salí mirando a todos lados, viendo que no había nadie. La miré de nuevo, dándole un casto beso en los labios.
—Ten cuidado. —Fue lo último que la dije antes de que saliera. Asintió con la cabeza no muy convencida de mis acciones. Ni siquiera yo estaba convencido.
Allí estuve el rato que tuvimos libre. Las prácticas de primeros auxilios empezarían dentro de poco, debía darme prisa. Salí sin mi camiseta de la sala. Había unas pantallas en las puertas de las salas que decía quién había sido el que había cerrado la puerta, por eso Vettori supo que yo estaba dentro. No había absolutamente nadie en el gimnasio, ni una pantalla encendida, pero yo sentía una presencia. Llamadme loco, pero sabía que no estaba solo. Me di la vuelta viendo la sombra de alguien. Ya era de noche, pero la iluminación de esa planta era suficiente para ver que alguien se había escondido en la esquina.
—Sal de ahí. —Dije. Mi paciencia se agotaba por momentos y me cabreaba que alguien me estuviera espiando. Caminé harto de que esta gente se comportara como niños de cinco años, así que hablé de nuevo para que me entendiera de una vez—. No estoy de humor, así que sal y deja de tocar los cojones.
Una vez doblé la esquina, no vi a nadie ahí escondido. Esta daba a una escaleras de emergencia que había en caso de incendio o derrumbe del edificio. Fruncí el ceño, sin querer entrar en el juego de un adulto con la mentalidad de un niño de cinco años. Me fui al ascensor y bajé al vestíbulo y me encamine hacia el edificio de habitaciones masculinas. Dentro estaba Ulises, el cual estaba muy revoltoso. Intenté tranquilizarlo porque había empezado a preocuparme, y cuando vi que ladraba hacia la mesa del escritorio supe que me había metido en problemas. Un papel doblado decía las siguientes palabras:
"Deja de perder el tiempo, Vólkov".
Rompí el papel y lo tiré a la basura. Acaricié al perro y fui al centro de entrenamiento médico de combate. Allí ya estaban Sienna y Vettori. ¿Ese tipo nunca se cansaba de molestar? Me puse al lado de mi teniente mirando a la tropa.
—Buenas noches. —Dije, provocando un escalofrío a Sienna. Se había dejado el pelo suelto, aún un poco revuelto. Sonreí al verlo—. Todos, a los maniquíes. Ya.
Sienna se encaminó rápidamente delante de la tropa. Sabía que no quería estar cerca de mí y tampoco de su no novio, o lo que fuera esa relación. La miré fijamente antes de empezar a andar.
—Capitán.
La irritante voz de Vettori me hizo frenar en seco. Puse los ojos en blanco antes de darme la vuelta.
—¿Sí? —Pregunté con la poca paciencia que me quedaba.
—Quería darle las gracias por lo que hizo antes con Sienna—. Por poco me atraganto con mi propia saliva. Le miré sin comprender qué narices decía, hasta que supe que su novia le había contado una mentira como una catedral de grande—. Vi a Sienna entrar en su habitación con su camiseta. Me dijo que se enganchó el top con una máquina que estaba en la sala de al lado y le dio su camiseta cuando la vio salir con ello roto. Le doy las gracias. Sienna siempre ha sido una mujer que destaca por su belleza. Odio que otros la miren y me alegra que usted la haya ayudado sin otros fines.
Si él supiera...
—De nada. —Me limité a decir antes de ponerme a andar.
Entramos en una de las salas de entrenamiento médico. Estaba en la sala de simulación de trauma. Esa sala estaba equipada con maniquíes avanzados y simuladores de heridas. Allí se permitía a los agentes practicar el tratamiento de lesiones graves como heridas de bala, quemaduras y trauma por explosiones. Sienna se paseaba de un lado a otro viendo las prácticas, corrigiendo y ayudando a los soldados. Le hice un gesto con la cabeza para que viniera. Ella negó con la cabeza sutilmente. Vettori se acercó a dos chavales que no tenían ni idea de lo que estaban haciendo, les miré con mala cara pero Vettori fue el más amable. Puse los ojos en blanco mientras veía a Sienna acercarse.
Nos situamos alejados del resto pero lo suficiente para ver a los soldados practicar. Vi a Maverick hacer el capullo con una bolsa que derramaba sangre falsa y vendas, asustando a unas chicas que estaban a su lado.
—¡Maverick! —Chillé una vez que Sienna estuvo a mi lado. Ella miró en la misma dirección—. ¡Como no te lo tomes en serio das vueltas al campo toda la puta noche! ¿¡Ha quedado claro!?
El chico se puso pálido cuando le grité y se puso a hacer sus tareas con manos temblorosas. No suavicé el gesto cuando la miré, y ella ni siquiera lo hacía. Parecía estar concentrada en la tropa.
—Así que se te rompió el top con una máquina, ¿eh? —Pregunté con recelo. Ella se giró hacia mí.
—Eso es exactamente lo que pasó, capitán.
Asentí cruzándome de brazos, soltando una sonrisa sarcástica.
—¿Y por qué no le dices la verdad y punto? —Pregunté. Me miró con los ojos abiertos por la impresión.
—¿Te has dado un golpe en la cabeza? —Preguntó sorprendida.
—No, Sienna. No me he dado un golpe en la cabeza. —Respondí—. Y delante de toda esta gente me tratas de "usted". Que soy tu superior, no tu colega.
Esa vez sí me puse serio.
—Discúlpeme, capitán. —Respondió con el mentón en alto. Vi la confusión reflejada en sus ojos—. ¿Necesita algo más?
Me quedé pensando en sus palabras. ¿Necesitaba algo más de ella? Sí. No sabía por qué pero necesitaba tenerla entre mis sábanas esa noche, necesitaba respirar ese aroma a limón que tanto me había hipnotizado en el gimnasio y sentir de nuevo esos labios contra mi piel.
—No. —Respondí más serio de lo que me habría gustado. La decepción pasó fugazmente por sus ojos, pero lo disimuló bien.
Asintió con la cabeza yendo de nuevo a ayudar a los soldados. Me quedé apoyado en la pared, mirando el panorama. De vez en cuando, Vettori me miraba con desconfianza. La verdad, me daba bastante igual lo que pensase. Si quería pensar que me follaba a su novia, que lo hiciera. Total, era la verdad. Y qué bien había estado...
Dos horas y media después nos encontrábamos en el último entrenamiento médico. El laboratorio de simulación de intervenciones médicas era la parte en la que tocaba pinchar con agujas en brazos de plástico. La central tenía muy claro que no quería problemas ajenos por soldados desmayados o desangrados por incompetentes. Brazos de silicona estaban llenos de sangre falsa para poder practicar. Sienna hizo una demostración bastante buena de lo que habría que hacer en caso de tener que cortar un miembro a una persona desangrada. La parte de amputar nunca había sido mi punto fuerte, la verdad, pero no me quedaba otra opción.
—¿Alguna duda? —Preguntó Sienna. Nadie formuló nada, así que siguió hablando—. Entonces a trabajar.
Me fijé en el reloj y ya eran las dos de la mañana. Era muy tarde y ni siquiera habíamos cenado. ¿Sería cierto lo que dijo el coronel Carter? ¿No podríamos dormir? En ese caso estaba con Liam, me jodía estar haciendo un trabajo que ni siquiera era real para mí, en el que estaba infiltrado y encima tener la desgracia de no dejarme descansar. Lo peor era que esto me lo podría haber ahorrado. Si la hubiera matado, no estaría preocupándome a estas alturas por querer dormir. Estaría en un lugar perdido de Las Maldivas tomándome un cóctel y disfrutando de alguna mujer que quisiera hacerme disfrutar, sabiendo que mi madre estaba a salvo y mi padre muerto. Porque sí, después de todo esto, tenía claro que iba a matarlo. Me fijé en como Vettori se acercaba a ella por la espalda y colocaba su mano en su cadera. Me estaba poniendo enfermo. De repente, un pitido nos sobresaltó a todos, haciendo que el rubio se alejase de su novia por el susto.
—"A todas las unidades, coronel Carter al habla. Todo el mundo a la cafetería y a sus dormitorios en cuanto terminen los entrenamientos. Nos levantaremos a las siete de la mañana para seguir con los entrenamientos".
La voz se cortó haciendo que mirase a Sienna con confusión. Ella tampoco entendía qué era lo que le había hecho cambiar de parecer al coronel. Deduje que su amiga pelirroja había tenido algo que ver. Paseé alrededor de los soldados, que murmuraban sobre lo que había dicho el coronel hace pocos segundos.
—¡Diez minutos y nos vamos! —Voceé para que todos me escuchasen. Un "sí, mi capitán" se escuchó por todo el lugar.
—¡Capitán!
Me giré hacia una pareja de chicas que tenía problemas en la práctica. Ambas me miraban con sonrisas inocentes, pero en el fondo lo único que querían era mi presencia con ellas. Vi como Sienna nos miraba de reojo, así que me pareció la oportunidad de oro. Me acerqué a las chicas ayudándolas, mientras me tocaban los brazos o me agradecían con sonrisas encantadoras. Los diez minutos pasaron y mandé a la tropa recoger y ordenar la sala antes de salir. Me quedé en la puerta esperando a que todos salieran, incluido Vettori. Cuando Sienna pasó por mi lado le agarré del brazo para girarla hacia mí. Parecía enfadada. Sonreí de medio lado cantando victoria.
—¿Celosa? —Pregunté. Entonces hizo algo que no me esperaba. Ella sonrió también, de forma siniestra y a la vez muy sexy.
—¿De quién? ¿De usted? —Preguntó ella sin responder a mi pregunta.
—Ya te lo dije una vez, Sienna. No juegues con el diablo o te quemarás. —Respondí recordando nuestra pequeña charla bajo la lluvia.
—Y le responderé lo mismo que la otra vez: me gusta demasiado el calor, capitán.
Se fue como la última vez, con la cabeza en alto y contoneando sus caderas para que viera el cuerpo de escándalo que tenía. Estaba claro que a Sienna le encantaba jugar.
¿Lo quería? Lo tendría.
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