8
BIANCA
La noche anterior había sido una auténtica locura. Había bailado, bebido, besado y llorado a escondidas. Cuando el coronel me miraba bailando con mi novio me sentía bien y a la vez como la persona más rastrera del mundo. Le prometí mil y una veces a Liam que había superado mi historia con James, que ya no significaba absolutamente nada. La forma en la que James habló a mi pareja no me gustó nada, y por eso decidí dejar las cosas claras de una vez, levantar una muralla entre ambos si así dejaba de ser tan capullo. Una vez nos quedamos solos, él siguió escribiendo cosas en la pizarra como si nada.
—¿Piensas quedarte ahí todo el día?
Su pregunta llena de resentimiento, el cual no entendía, no me pilló por sorpresa. Más bien me la esperaba incluso peor. Me dirigí hacia él en un intento de hablar cordialmente, como personas civilizadas. Aunque nuestras conversaciones siempre se habían resumido en gritos y resueltas con sexo salvaje e insano.
—Pienso quedarme hasta que hablemos de lo que acabas de hacer.
Me sentía como una madre regañando a un crío, pero era eso o irme con el orgullo por los suelos. Y no lo iba a permitir. James se giró hacia mí, mirándome con los ojos abiertos por mi contestación. Podría ser mi superior en todos los aspectos, pero también había sido algo más que mi coronel.
—No tienes ni idea de con quién estás hablando. —Respondió dando tres pasos hacia mí. Dos centímetros separaban nuestros cuerpos.
Mi ojos se desviaron a sus labios de forma inconsciente. Esos labios que tanto había besado y mordido. Esos labios que habían recorrido mi cuerpo años atrás, que se habían adentrado en zonas que ni siquiera creía posibles. Me fijé en que estaba mucho más fuerte que antes, mucho más ancho y sus brazos más musculados. No se parecía en nada al hombre del que me enamoré, pero era una versión muy mejorada.
—Sí sé con quién hablo. —Repliqué mirándole a los ojos negros que me mataban por dentro—. Hablo con el hombre que me folló y me dejó tirada como una puta colilla. Hablo con el hombre que me juró amor eterno y luego me abandonó en el altar.
La confesión de algo que creíamos enterrado se quedó suspendido en el aire como una mota de polvo. Era algo que no le habíamos contado a nadie, fue algo de lo más íntimo, algo a lo que ni siquiera nuestras familias iban a asistir a excepción de nuestros dos hermanos. Y cuando creí que la llama de nuestro amor era más fuerte que cualquier otro sentimiento... el deseo le llevó al error, al rencor y al abismo.
—Así que sí, sé con quién hablo —repetí sin haber escuchado palabra alguna por su parte—, coronel.
No me había dado cuenta de lo cerca que estábamos hasta que no me separé para salir corriendo de allí. Una lágrima bajó por mi mejilla mientras caminaba a paso rápido por el pasillo, pero entonces una mano se aferró a mi muñeca, haciendo que entrase en un cuarto de la limpieza. Supe quién había sido al instante. El coronel encendió la luz y me acorraló contra la pared mientras veía como las lágrimas bajaban por mis mejillas.
—Deja toda esta mierda, Bianca. —Espetó, llamándome por mi nombre después de tanto tiempo.
—No después de como tratas a mi actual pareja. No tienes ningún derecho a montar una escena de celos como la que has hecho nada más empezar la reunión. —Dije con rabia, sus ojos estaban clavados en los míos—. A nadie le importa lo que haga o no con mi novio en la intimidad y mucho menos a ti, James. Me lo dejaste todo muy claro cuando me vi sola, vestida de blanco y un ramo de rosas rojas que me había comprado mi hermana para la ocasión. Desde ese momento supe que no eres la clase de hombre que se compromete con nadie. Tú no te enamoras, James, tú haces que se enamoren de ti para después echarlos a la basura.
El coronel se irguió. Había herido su orgullo con creces, y lo sabía. No me arrepentía de nada de lo que había dicho porque era la verdad, era lo que llevaba queriendo decirle durante mucho tiempo.
—Si sabías que era así no debías haber aceptado mi petición de matrimonio. —Espetó con veneno en la voz. La rabia no hacía más que crecer en mi interior y lo único que deseaba en ese momento era darle un puñetazo.
—No te atrevas a echarme a mí la culpa de tu falta de compromiso. —Abrí la puerta con furia y le miré antes de salir—. Le espero en la pista de entrenamiento, junto a mi tropa. Y espero que esto no vuelva a repetirse, señor.
Una vez dicho eso, comencé a caminar de nuevo, pero una voz de freno en seco. No me atreví a girarme y mirarle a la cara, no le iba a permitir ver como las lágrimas volvían a rodar por mis mejillas tras su confesión. Fue algo que jamas me habría imaginado. Podría haber sido cualquier persona, pero no ella.
—Si aún te preguntas por qué ese fin de semana tu hermana no estuvo en casa, creo que puedes imaginar la respuesta.
Dicho eso, caminó de vuelta a su despacho mientras que yo aún seguía parada en el pasillo sin saber qué decir, qué hacer, o cómo reaccionar. Me habría esperado que se hubiera tirado a cualquier persona, pero no a mi hermana. Esa hermana que me ayudó tanto para la boda, esa hermana que siempre estuvo pendiente de que estuviésemos en nuestro mejor momento, esa que se preocupaba tanto por nuestras peleas o disputas...
De pronto, noté como unos pasos venían rápidamente hacia mí. La vista la tenía cada vez más nublada y los sentidos me fallaban mientras notaba como iba cayendo poco a poco al suelo.
—¡Bianca! —La voz de Fiorella llegó a mis oídos después de un rato. Al parecer entré en una especie de estado de shock—. Bianca, cariño... Llamaré a Liam.
Eso hizo que mi cerebro volviera a funcionar de golpe.
—¡No! —Grité, asustando a mi pobre amiga—. No, Fiorella. No le llames. Yo...
—No estás bien, Bianca. Liam me mandó a buscarte cuando veía que no llegabas.
—Tenemos la misión dentro de nada. Debemos trabajar. Yo... te lo contaré, pero necesito tiempo.
Asintió sin decir ni una palabra más. Se preocupó por si me volvía a caer, pero insistí en que estaba perfectamente. Ahora todo cuadraba, todos los recuerdos encajaban de forma perfecta.
Seis años antes:
La incertidumbre me consumía por dentro. Daba vueltas y vueltas en el hotel de la playa donde iba a ser la mujer, definitivamente, de James Carter. Bianca Carter. No sonaba nada mal, o al menos en mi mente. Mi hermana me miraba desde su sitio desde hacía media hora.
—¿Podrías calmarte un poco? —Preguntó mirando su teléfono móvil—. Me estás poniendo nerviosa hasta mí.
—¡En media hora voy a casarme, Brooke! —Chillé mirando el pelo corto y anaranjado oscuro de mi hermana. Por su parte no tenía tantas pecas y los ojos marrones los había heredado de nuestra madre—. ¿¡Cómo quieres que esté tranquila!?
—Si sigues así por todo el hotel vas a conseguir el efecto contrario.
No paraba de dar vueltas. James estaba en otra de las habitaciones del hotel, y, por supuesto, no podíamos vernos. Según Brooke, había que respetar la tradición y ver a la novia antes de la boda daba mala suerte. De un momento a otro, ya tenía casi todas las uñas comidas y mi hermana se levantó de un salto. Llegó la media hora, y una de las mujeres que organizaron la boda en ese hotel de Miami en el que nos habíamos alojado vino a por nosotras.
—¿Todo listo? —Preguntó la mujer de piel morena y pelo negro. Al verme, sus ojos brillaron—. Está preciosa, señorita Wood.
—De ahora en adelante seré la señora Carter, o eso espero.
Dicho esto, salí con una sonrisa de la habitación, seguida de mi hermana. Me entregó un ramo de rosas rojas diciéndome que eran el símbolo del amor y la fidelidad. Yo, como una tonta, la creí. La relación que tenía con el capitán evolucionó en pocos meses. Como recordé, nos enrollamos en una fiesta, salimos un par de veces, casi todos los fines de semana me llevaba al cine o a comer a algún restaurante lujoso. Era el hombre más caballeroso y atento que había conocido en mi vida.
Cinco, diez, quince minutos y James aún no estaba en el altar. Era yo la que debía salir después que él. ¿Dónde narices se habría metido? ¿Y si se había arrepentido de esto, de lo nuestro?
—¿Sabes qué? Voy a ver qué pasa. —Concluyó mi hermana, levantándose del sofá de recepción.
Ella sería la que me acompañaría al altar y nos habíamos quedado ahí pensando en la locura que iba a cometer, pero que iba a hacerme feliz de por vida. Qué equivocada estaba. El novio no se presentó a la boda, mi hermana desapareció como por arte de magia, y yo me vi rodeada de extraños que me felicitaban cuando aún no había dado el sí quiero. De pronto, una hora y media después de estar esperando, un hombre se acercó a mí.
—¿Señorita Wood? —Asentí, teóricamente aún no había perdido el apellido—. El señor Carter...
Me puse alerta en seguida, levantándome y tirando el ramo de flores al suelo. Mi hermana no estaba por ninguna parte y ahora más que nunca necesitaba su presencia.
—El señor Carter ¿qué? —Pregunté comenzando a enfadarme.
—El señor Carter acaba de partir a Washington D.C, señorita. —Explicó nervioso.
Y allí supe que, por primera vez en la vida, los corazones rotos existían. Yo había escuchado el mío romperse de forma estruendosa. Tuve que sentarme, ver a toda la gente que esperaba única y exclusivamente a que me casase para poder catar la comida del banquete que habían preparado en cocina. Lo odiaba, con todas mis fuerzas. Y lo peor era que debía volver a verlo en la central. Me tragué las lágrimas dispuesta a irme a mi habitación justo cuando veía a mi hermana venir corriendo hacia mí, con la boca llena de pinta labios y el pelo alborotado. En ese momento, los detalles se me pasaron desapercibidos porque el cabreo y la ira que irradiaba hacia James era mucho más grande que cualquier otra cosa.
—¿Qué ha pasado? —Preguntó Brooke mirando de un lado, intentando buscar algo. O en ese caso, a alguien.
—Nada, Brooke. Nos vamos a Washington D.C.
Actualmente...
Esas palabras fueron las más sensatas que dije en toda mi vida. Mi hermana Brooke terminó siendo una persona muy amigable, demasiado diría yo. Se acostó infinidad de veces con mi ex prometido, cosa que empezó a cuadrarme tras la confesión de James en el pasillo. En ese instante empezaba a entender de verdad todos esos días que no pasaba en casa, esos fines de semana de viaje con amigos sin motivo alguno. Viajes, he de decir, que no les hacía ni pizca de gracia a nuestros padres. Pero claro, lo importante era follarse al coronel, el ex de tu hermana, a sus espaldas.
—¡Bianca!
Una voz me llamaba, una voz que me sonaba de lo más familiar. Una voz que, meses después de mi boda secreta y fallida, me sacó del abismo en el que me encontraba. Salí de mi trance en cuanto vi a Liam agarrándome por los hombros. Le miré a los ojos sin comprender que le pasaba.
—Liam... —Respondí—. ¿Qué pasa?
—¿Cómo que qué pasa? —Preguntó incrédulo, sin creerse mis palabras—. Fiorella se marchó hace un buen rato, tuvo que irse con su capitán y te dejó a mi lado mientras explicaba los entrenamientos.
Le escuché atentamente. Había estado tan absorta en mis recuerdos que ni siquiera sabía que estaba en el campo de entrenamiento.
—Perdóname... —Dije, recibiendo un abrazo por su parte. Liam siempre había sido tan comprensivo y tan atento... no le merecía.
—Está bien, tranquila.
Giré mi cabeza un poco y vi al coronel saliendo del edificio, enfocándose en nosotros con muy mala cara. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal al verle venir con paso firme. La tropa esperaba órdenes y nosotros nos abrazamos como una pareja normal y corriente. Me separé de Liam con una expresión de terror en el rostro, la cual no le pasó desapercibido al moreno de ojos azules. Asintió mientras me giraba hacia la tropa y ordenaba correr durante media hora, dando vueltas al campo. Me recogí el pelo en una coleta alta para que no me molestase. Le tenía muy largo y la coleta me llegaba hasta mitad de la espalda.
Comencé a correr en cuanto tuve al coronel a mis espaldas, dirigiéndose a Liam para hablar de nuestra conducta. El muy capullo nos iba a amonestar por un puñetero abrazo. No porque estuviese mal, que no lo estaba, sino por sus celos enfermizos. Ni come ni deja comer, así era el coronel, él no quería nada conmigo pero tampoco dejaba que yo fuera feliz al lado de alguien que sí tenía intenciones de crear una historia a mi lado.
Liam se unió a nosotros en cuanto terminó de hablar con el coronel. Le miré de reojo, con unas inmensas ganas de llorar. Me puso la mano en la espalda dándole absolutamente igual que mi ex prometido, cosa que él no sabe, nos viera. Entonces giré mi cabeza hacia él, viendo cómo me sonreía dándome todo su apoyo.
—Tranquila, todo irá bien.
Asentí con la cabeza brindándole una sonrisa que no llegaba a mis ojos, pero que se creyó porque era la persona que más confiaba en mí ciegamente. Continuamos el entrenamiento con flexiones de brazos, abdominales, sentadillas... un poco de calentamiento para preparar a los soldados para los obstáculos.
—¡La teniente y yo os diremos qué hacer primero y os haremos una demostración! —Gritó mi capitán para que, además de la tropa, el coronel nos escuchara—. ¡A los muros de escalada! ¡Ya!
—¡Sí, mi capitán! —Respondieron todos con un saludo militar.
Dicho eso, la tropa se dirigió a los muros de escalada. Alguno más empinado que otro, con salientes y arneses para la práctica. Debía ser duro y a la vez efectivo. Como dijo Liam, él y yo haríamos previamente la demostración. Lo que no sabía era que, la verdadera razón de hacerlo, era que Liam quería demostrarle al coronel de lo que éramos capaces. Tanto él como yo. Me puso un arnés invisible y unos guantes de escalada bajo la atenta mirada de nuestro superior. Luego se los colocó él y le miramos para que nos diera permiso para comenzar. Asintió con la cabeza en nuestra dirección mientras me miraba fijamente a los ojos. Cogí aire, y comencé a subir. La piedra era natural, para poder hacer la práctica lo más real posible. Comencé a escalar mientras Liam iba un poco más atrás, cosa que no entendía. Se suponía que era yo la que debía cubrirle las espaldas al capitán, al ser teniente jefe de la tropa. Conseguí pasar el saliente de un salto que hizo que la tropa murmurase con admiración, siempre me había gustado la escaldada y el hombre que iba tras de mí lo sabía.
Pero en cuanto miré abajo y me crucé con unos ojos negros, mi pie resbaló y el arnés no me sujetó. Mis manos no pudieron alcanzar la sujeción manual más próxima que había y me vi cayendo al vacío en cuestión de segundos. Sabía que bajo nosotros había una colchoneta que amortiguaría la caída, pero no podía no temer al momento en el que quedas suspendido en el aire sin poder hacer nada. Cerré los ojos para recibir el impacto, pero un brazo se envolvió en mi cadera y me sujetó contra algo más duro que la propia pared de piedra. Al abrirlos, me encontré con los ojos azules de mi novio mirándome con una sonrisa y a la vez con preocupación.
—¿Estás bien? —Preguntó mirando a todos lados para ver si me había hecho una herida. Noté como la sangre se esparcía por mi pierna y supe que me había raspado en la caída—. Pequeña, estás sangrando.
Miré hacia abajo y vi un río rojo correr por mi pierna descubierta. Nos habíamos puesto pantalones de deporte para la práctica y los míos eran como unas mallas que llegaban poco más por debajo del culo. Liam hizo que envolviera mis piernas alrededor de sus caderas y me sujetase de su cuello para no caerme. Bajamos hacia abajo con cuidado de no tocar la herida con la piedra y pudiera infectarse. Le miré a los ojos, pensando en cómo podía ser capaz ese hombre tan apuesto, atento, educado y fiel estar con una persona como yo. Una persona que solo removía el pasado en su cabeza y no dejaba de atormentarse día y noche. Al parecer, Liam me leyó la mente, pues cuando llegamos abajo, me dijo lo siguiente:
—Creo que deberíamos hablar, pequeña.
Asentí mientras notaba como el coronel se acercaba. Cerré los ojos e intenté respirar mirando hacia otro lado, o más bien, hacia mi herida.
—¿Y ahora qué pasa, Jones? —Preguntó el coronel con una actitud cansada—. Creo que ya puedes bajarla.
Oculté la herida para no tener que lidiar con la soberbia de ese hombre.
—Voy a llevarla a la enfermería. —Contestó Liam, manteniendo la mirada del coronel. Noté como todo el mundo miraba en nuestra dirección.
De un momento a otro, Liam me bajó y James aprovechó para girarme y así poder ver la herida que me atravesaba el muslo de arriba a abajo, en el lateral. La sangre ya me llegaba al tobillo. Pude ver un atisbo de preocupación en la mirada del coronel, pero la ocultó muy bien. Quizá solo fueron imaginaciones mías.
—Id ahora mismo. —Contestó James mirando a la tropa—. ¡El resto, arriba! ¡Os entrenaré yo mientras el capitán está ausente! ¡Ya!
Coloqué un brazo alrededor de los hombros de Liam para poder cojear sin problema. En cuanto di dos pasos me di cuenta de que no podía caminar, me dolía horrores. Dejé de caminar y me caí al suelo cuando me solté del cuello de mi novio. Miró hacia mí preocupado mientras yo me quejaba del dolor, pero observé cómo dirigía la vista a mis espaldas. Los pasos del coronel lo delataron, empezaba a hartarme. Liam me cogió por el brazo, pero no pude ponerme en pie. De pronto, noté como unas manos se posaban bajo mis axilas y me subían hacia arriba desde mi espalda. Liam tenía muy mala cara y vi como quiso irse, harto de la situación.
—Liam, acompáñame, por favor. —Pedí mientras el coronel aún me sostenía con sus grandes manos.
Liam nos miró a ambos como si estuviera en un partido de tenis, pero al final cedió. El coronel se apartó suavemente para que no me cayera mientras Liam me cogía por debajo de las rodillas y me llevaba como una princesa. Vi la expresión de algunas de las soldados que había en la tropa, esperando que otros hombres hiciesen lo mismo por ellas. Miré al coronel con el ceño fruncido mientras se dirigía a la tropa, echándonos un último vistazo. Le hice un gesto con la mano haciéndole entender mi poca gratitud hacia él, cosa que solo le hizo sonreír de lado. ¿Qué le hacía tanta gracia?
—¿Sigues enamorada de él?
La pregunta de Liam me pilló por sorpresa. Abrí los ojos al escuchar algo que nunca pensé que me volverían a preguntar. Quedó en el aire, ninguna de mis neuronas era capaz de crear una respuesta coherente, por lo que el silencio fue lo único que podía darle. Fue incluso peor. Su cabreo era notable desde la otra punta de la central, y, en cuanto llegamos a la enfermería, se fue. Intenté pararlo, intenté por todos los medios evitar una disputa que ya habíamos tenido en su momento. El médico oficial de la central me desinfectó la herida y me vendó la pierna en silencio. Las lágrimas que rodaban por mis mejillas en ese momento no eran por la herida que tenía en la pierna, sino la que se había vuelto a abrir en mi corazón.
Unos golpes en la puerta nos sobresaltó al médico y a mí, haciendo que éste apretase de más el bote de alcohol y me echase más de lo necesario. Me quejé notablemente, viendo al coronel entrar a la consulta. Le miré con los ojos abiertos, sin poder creer que tuviera la desvergüenza de ir allí.
—Coronel. —Saludó el médico. Me limité a desviar la mirada hacia la ventana—. Buenos días.
—Buenos días. —Su rotunda y grave voz me dejó un tanto descolocada—. ¿Podría hablar con la teniente a solas, por favor?
¿James Carter pidiendo las cosas "por favor"? El mundo iba a acabarse en ese mismo instante. ¿Desde cuándo el coronel era tan educado? Por supuesto, el doctor no le negó la petición, por mucho que yo rezase a los dioses para que no me dejase a solas con semejante ser. El médico terminó de vendarme la pierna y se marchó de la consulta, dejándome en la misma posición que había tenido desde que el corónele entró por la puerta: sentada en una camilla, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza girada hacia la ventana. Noté como se quedaba a los pies de la cama.
—¿Piensas quedarte ahí todo el día?
Le hice la misma pregunta que me hizo él cuando quise hablar cordialmente la cosas en la sala de reuniones. De reojo pude ver un atisbo de sonrisa en sus labios.
—Hasta que hablemos de tu conducta, sí.
—Mi conducta... —Repetí en un susurro, mirando a todos lados menos al hombre que había frente a mí. Me senté con las piernas colgando, esta vez enfocándome de lleno en la ventana—. ¿¡Mi conducta!?
Mi voz se elevó a niveles que ni siquiera yo sabía que podía. La situación ya me estaba colmando la paciencia y lo único que quería era ser feliz por una vez en la vida.
—No me levantes la voz, Bianca. —Dijo tajantemente.
—¿Ahora soy Bianca, no? ¿Ahora ya no soy la teniente Wood? ¿Esa a la que ni dirigías la palabra después de...?
Tuve que quedarme callada porque si no las lágrimas comenzarían a rodar por mis mejillas de nuevo, y no iba a permitir que el coronel me viera llorar. Le vi suspirar con resignación, agarrándose el puente de la nariz, como si él también estuviera harto de esta situación.
—Bianca. —Me llamó, pero lo único que podía hacer era mirar a la ventana—. Bianca, te estoy llamando.
—Y yo te estoy ignorando.
Un silencio se instaló entre nosotros. Entonces, noté unos pasos venir hacia mí, haciendo que mi corazón saltase dentro de mi pecho. Mi respiración comenzó a acelerarse y yo solo quería salir corriendo de allí, lo más pronto posible.
—¡Pues deja de hacerlo, joder! —Espetó asustándome con su grito, pero la ira era más fuerte que el miedo. No temía a ese hombre y no lo temería jamás. Mi cara se transformó en cuanto me giré para mirarlo—. Mira sé que cometí un error. Y lo siento, pero siempre seré ese hombre que nunca supo valórate y te dejó en el altar.
—Tú no eras así. —Comencé a decir—. Tú eras atento, amable, cariñoso, a veces un poco capullo...
Cuando puse los ojos en blanco, una sonrisa de medio lado apareció en su semblante. Ladeé la cabeza para mirarlo de nuevo.
—Y eras el hombre del que me enamoré por completo. —Confesé al fin—. Te quería, te amaba. Pero la cagaste, James. Me abandonaste y me ignoraste todas aquellas veces en las que quería hablar contigo, aclarar las cosas. Pero no era nada fácil y al final desistí.
No dijo nada. Por primera vez en mucho tiempo, el coronel James Carter se había quedado sin palabras.
—Solo quiero vivir en paz. —Dije cansada de toda esa situación—. Quiero ser feliz con un hombre que tenga en cuenta mis sentimientos.
—¿Y Jones lo hace? —Preguntó cruzándose de brazos. Me levanté de un salto, arrepintiéndome al instante por el dolor de la pierna. Me tuve que sujetar a la camilla para no caerme, a la vez que los brazos del coronel me sujetaban de pronto por la cintura. ¿Cómo había llegado tan rápido hasta mí?
Cuando me elevó, sus labios rozaron los míos y una corriente eléctrica me atravesó de arriba a abajo. Me dolía, o más bien, me cabreaba que aún tuviera ese efecto en mí después de tanto tiempo. En cuanto su cabeza se inclinó hacia delante, mi mente reaccionó y lo empujó hacia atrás, haciendo que ambos nos tambaleásemos.
—No... —Dije—. No, no y no. ¡No! ¡No te atrevas a tratarme como una de tus putas! ¡No lo fui, no lo soy y nunca lo seré!
—¡Para mí no eres una puta, joder! ¿¡Es que no entiendes que aún siento cosas por ti!?
Un pinchazo atravesó mi pecho, pero no iba a ceder. No me iba a ablandar con sus trucos baratos. Me erguí todo lo que pude, caminé hasta la puerta bajo la atenta mirada de mi superior y, una vez sujeté el pomo, dije:
—Lo que usted y yo tuvimos fue solo un sueño. Un sueño del que usted debería despertar ya. No le deseo el mal, coronel. Ni a usted ni a nadie. Así que hágame un favor, y siga con su vida como yo lo hago con la mía.
Estaba claro que mis palabras le afectaron, pero al no decir nada fui yo la que dio el último paso y salí de la enfermería con el corazón encogido. Encogido por la última mirada que le eché y verle decaído pero a la vez igual de orgulloso que siempre. Era un capullo, y siempre iba a serlo. Conociéndole, su venganza consistiría en follarse a otra para intentar darme celos.
O eso creía yo. Porque lo que hizo en forma de venganza parecía más una puñetera tentación.
Así era el coronel James Carter. Una tentación inevitable.
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