6

KILLIAN

—¿¡Qué cojones te crees que es esto!? —Gritó el bastardo en mi oído—. ¿¡Un puto juego de niños!?

Iba a matarlo. Iba a matar a Artem, por chivato y bocazas. El muy hijo de puta le había dicho a mi padre que iríamos a una fiesta esa noche. Nada más terminé el entrenamiento con Caruso, me fui directamente a mi habitación. Entonces, Artem llegó para recriminarme absolutamente todo lo que estaba haciendo. Era el que más le lamía el culo a mi padre y también el que más le temía.

—No te preocupes, no es para tanto.

—Killian, ¿tienes idea de dónde te estás metiendo? —Preguntó con advertencia en la voz. Me limité a quedarme en silencio—. Eres mi hijo. El futuro Vor de la Bratva. Te infiltré en la UICT por una sola razón, algo que deberías haber concluido hace ya días. ¿Y ahora te vas a una fiesta con la hija del enemigo de tu padre?

Y, aunque me costase reconocerlo, tenía razón. Cerré el puño sobre mi regazo tratando de no decir algo que pudiese condenarme a muerte súbita. Decidí hablar tras haber meditado bien mis palabras y desinstalar la bomba que haría explotar de ira a Vitali.

—Dentro de una semana tenemos un operativo. —Debía ser cuidadoso con lo que decía, ya que las misiones y la información eran secreto profesional y ningún soldado debía sacarlo a la luz en ningún momento, aunque yo no era uno de ellos. Solo hacía como si lo fuese—. Las Vegas. Vamos a por un ruso.

Pude incluso intuir el ceño fruncido de mi padre cuando le comenté que íbamos a por la Bratva.

—¿Así que piensas ir a por tu propio padre? —Me quede callado, sin saber qué decir, pues de nuevo tenía razón—. Ese es mi hijo. Nada de sentimientos, nada de emociones. Tan solo instinto. ¿Cuándo partís?

—La semana que viene—. Respondí mirando hacia la puerta, con la sospecha de que alguien estaba detrás escuchándolo todo—. El mismo hotel que él.

—Pensaba llamarle, ¿sabes? —Tragué grueso cuando escuché algo, o alguien, en el pasillo. Mierda—. Pero prefiero ver de lo que eres capaz. Al fin y al cabo eres el hijo del Vor.

Puse los ojos en blanco ante su afirmación, cosa que ya empezaba a dudar con creces. El parecido podía ser considerable, pero éramos muy diferentes. Mi padre era un hombre sadico, de muchos recursos, un vividor. En cambio, yo era su mero títere. Solo hacía todo eso por una razón.

—¿Qué tal está mamá? —Me atreví a preguntar—. ¿Cuánto llevas maltratándola?

La voz de Vitali emitió un sonido parecido a una carcajada. Fruncí el ceño, ¿qué coño le hacía tanta gracia?

—Tu madre está estupendamente. No le falta de nada, vive como una reina.

—Como me mientas te juro que te pego un tiro en la nuca.

—No jures, es pecado. —Respondió tan oreado, como si le importase una mierda lo que decía o dejaba de decir—. Ve a divertirte, quizá tengas la pequeña y mínima oportunidad de acabar con la vida de esa estúpida.

Colgué antes de seguir escuchando más gilipolleces por parte de mi padre. Me dirigí a la puerta convencido de que alguien había estado escuchando, y rezaba a los dioses para que fuera Artem quien estaba ahí fuera. Si alguien se enteraba de todo esto, estaba literalmente muerto. Intenté hacer el menor ruido posible para que la persona tras la puerta no saliese despavorida. En dos pasos conseguí abrirla de un tirón, haciendo que quien estaba espiando se cayese de bruces delante de mí. La cabellera rubia larga y las uñas postizas me dieron una pista.

—¿Qué haces? —Pregunté con dureza.

Jade se levantó de un salto intentando aparentar que no sabía de qué estaba hablando. Primero me espiaba y luego me trataba de loco. La cogí del brazo para sacarla de mi habitación, cuando ella me agarró pasando los brazos alrededor de mi cuello. Ulises gruñía a mis espaldas, pero la chica no se inmutaba lo más mínimo.

—Le echaba de menos y he venido a verle, capitán. ¿Está prohibido?

—Sabes perfectamente lo que está o no prohibido. Una de ellas es meterse en el edificio de habitaciones masculinas. —Ella me soltó lentamente y su sonrisa se desvaneció al entender a dónde quería llegar—. ¿Quiere que el general, o aún peor, el coronel, se entere de esto?

La chica se irguió ante mí, con el ceño fruncido y una expresión de decepción de lo más notoria. Mi cara de póker la dio a entender que sus sentimientos me importaban una mierda. Ulises no dejaba de gruñir detrás de mí, pero parecía que la daba exactamente igual. Me sorprendió la valentía de esa mujer ante el perro.

—Si vas a ir a esa estúpida fiesta es mejor que te largues de una puta vez.

Cortó el contacto físico para mirar al perro, el cual se puso delante de mí como si quisiera ser una especie de escudo protector. Le adiestré bien, contra algún enemigo sale disparado para morderle el cuello y matarlo si hacía falta.

—¿Cuál es la probabilidad de que ese chucho salte hacia mí si intento follarte de nuevo?

Su pregunta no me sorprendió lo más mínimo.

—Prueba. —Me limité a responder, haciendo que abriese la puerta con desdén. Aunque tuve que escuchar su irritante voz de nuevo antes de que se marchase.

—Tu teniente jefe nunca será mejor amante que yo, eso que te quede muy claro.

Antes de que pudiera decir nada, cerró de un portazo haciendo que Ulises saltase corriendo y ladrando contra la puerta. Le sujeté del collar para evitar que rompiese la madera. Una vez calmado, volvió a dormirse como si no hubiera pasado nada. Empezaba a pensar que ese perro tenía algo de bipolaridad, pero lo dejé correr por el momento. Me puse lo más elegante que tenía: unos pantalones negros de vestir y una camisa del mismo color, un tanto abierta por el pecho con las mangas arremangadas. No quise peinar el pelo, me gustaba cuando estaba rebelde. Y sabía que a Caruso también... Un momento, ¿pensé yo eso? La compañía de Jade empezaba a afectarme a la cabeza.

Salí de mi pequeño apartamento, si es que eso podía llamarse así, después de ponerle un poco de cena a Ulises. Cogí las llaves, el casco de mi moto y la chaqueta de cuero que solía ponerme para ello. La verdad es que pensaba beber muy poco, nunca sabías cuando iba a ser la oportunidad perfecta para volarle la cabeza esa cría de una vez por todas. A mis veintiséis años nunca pensé que tendría que hacer un encargo digno de un sicario para tener contento al hombre al que llamaba "padre". Muchas veces me preguntaba lo mismo: ¿realmente Vitali se consideraba un buen padre? ¿O al menos un padre, a secas?

Dejando esos pensamientos a un lado, vislumbré mi vehículo al lado de un deportivo de color negro que sabía perfectamente de quién era. El plan sólo era volarle la cabeza, pero me hacía tanta gracia la forma en la que se enfadaba que no podía resistir la tentación de hacerla rabiar. Porque sí, la tentación era fuerte, sobre todo la italiana. Me puse en marcha sin querer llegar a tiempo, todos estarían esperando en la puerta y si llegaba cuando ya había empezado la fiesta, pasar desapercibido sería mucho más fácil.


Tal y como lo deduje, una vez aparcada mi moto en el parking de al lado, todos los invitados ya estaban dentro. La música tronaba por todos lados y el alcohol se olía desde la entrada. Me jodió tener que enseñar mi carnet y mi placa para poder entrar, ya que habían reservado una zona VIP exclusivamente para los miembros de la UICT. Sin mucho ánimo, subí unas escaleras guiado por uno de los gorilas que custodiaban la entrada. Me abrió una puerta que parecía ser un espejo y entonces las risas de mis compañeros se hicieron audibles.

Alcohol, bailes y risas es lo único que podía ver ahí. Me parecían de lo más patéticos, ¿pero quién era yo para juzgar cómo se divertía cada uno? Me dirigí directamente a la barra donde una mujer ligera de ropa y bastante atractiva servía una bebida al hombre que, a excepción del ministro, lograba ponernos a todos rectos como una vela.

—Coronel. —Saludé sentándome en uno de los taburetes que había libres a su lado. El capullo ni siquiera me miró.

—Vólkov. —Imitó sorbiendo de su vaso un líquido ambarino similar al whisky—. ¿No va con el resto de capitanes?

Por primera vez giré mi cabeza para vislumbrar al grupo de idiotas que se me asemejaban en rango, pero no en inteligencia. Todos ellos bebían, reían y a uno vi bailando con la que supuse que era su novia. Si no recuerdo mal, esa pelirroja era una de las nuevas amigas de Caruso. No me sorprendió en absoluto ver al coronel mirando fijamente a la teniente. Pobre hombre, bebido, enamorado y furioso consigo mismo por no haber podido mantener una relación condenada al fracaso.

—Si me lo permite, coronel... —Comencé a decir, dispuesto a molestar un poco al hombre ebrio que estaba ante mí. Muy pronto había comenzado a beber, a mi parecer.

De repente, estrelló el vaso contra la barra haciéndolo añicos. Por suerte nadie se había percatado de la pequeña rabieta del coronel.

—No, no te lo permito Vólkov. —Espetó con rabia antes de volver a pedir otro vaso a la chica que le miraba con interés—. Y ahora lárgate.

—No me gustan las fiestas. Creo que me quedaré aquí. —Dije pidiendo lo mismo que él mientras ignoraba las miradas coquetas que me dirigía la camarera.

El coronel y yo estuvimos completamente callados durante lo que me pareció una eternidad. Para mí el silencio era paz. No había mucho de eso allí, pero en mi cabeza no sonó nada cuando mis ojos se encontraron con dos esmeraldas. Dos hermosos ojos verdes que parecían querer penetrarme el alma. Mis pensamientos me jugaron una mala pasada al mirarla. Me levanté cabreado bebiendo el contenido del vaso de golpe y pidiendo otro. Me fui a una mesa, completamente solo, sin querer aguantar las tonterías de un capitán borracho con indicios de playboy que pretende ligarse a toda la central. Y con ese me refería a Artem. Hacía bien su papel, se lo estaba pasando en grande intentando ligarse a una mujer de rango inferior que las tenientes.

—Aquí tiene. —Dijo entonces una voz a mi izquierda. De repente unos pechos enormes y seguramente operados se pusieron a la altura de mi vista. La camarera lo había hecho a posta y ambos lo sabíamos—. Si necesita cualquier otra cosa, puede llamarme.

La mujer se alejó, dejando mi vaso en la mesa. Tenía un buen cuerpo, pero se notaba que estaba completamente operado. Cuando volví a poner la vista al frente, vi como Sienna y Fiorella bailaban muy pegadas la una a la otra. Llevé mi vaso a los labios para saborear el líquido mientras observaba los movimientos de la mujer que me estaba volviendo loco. Ese trasero bien formado, esos pechos redondos, esos labios tan apetecibles, ese pelo largo y rizado y... lo que temía que fuera mi debilidad. Esos ojos. Esos que me miraban y me penetraban el alma. Esos que, mientras bebía mi copa sentado en el sofá, me observaban detenidamente. Estuve observándola durante lo que pudo ser una hora, parecía algo fuera de lo normal pero no me cansaba de ver ese cuerpo.

Entonces, un cuerpo se juntó al de Sienna de forma estrepitosa. Enzo Reid, el hijo primogénito del comandante, se restregaba de forma desesperada pero sensual a la vez contra el culo de la mujer que no dejaba de mirarme. Algo totalmente ilógico, pero real. De un momento a otro, la amiga de Sienna desapareció y se quedó sola con mi compañero. Al parecer, el alcohol que llevaba encima y seguramente la sed de venganza contra su ex de Italia la obligaban a besar al hombre que tenía delante. Apreté los puños al ver como sus rostros se aproximaban, pero la peli negra le apartó antes de que pudiera ocurrir algo más.

Sonreí de lado al ver como me miraba con culpa, confusión y desprecio. Era realmente divertido poner patas arriba la vida de la mujer que debía matar. Mi plan ya estaba hecho, lo haría en la misión de Las Vegas. La mataría por accidente y diría que había sido otro. Fácil para un soldado de la UICT, complicado para el hijo del mafioso más temido de Rusia. Debía ser precavido, no queríamos que me metiesen en la cárcel solo por hacer realidad el deseo caprichoso de un padre que jamás estuvo para mí. Me bebí todo el contenido de la copa de golpe y me puse en pie, queriendo buscar a cierta camarera que podría satisfacer mis deseos impuros al haber observado el sensual cuerpo de mi teniente. En cuanto vislumbré a la mujer que coqueteaba también con el coronel, un cuerpo fino y lleno de pecado se puso delante del mío, haciéndose que chocásemos.

Miré hacia abajo, encontrándome con esos ojos verdes que estaba seguro de que me llevarían directo al infierno.

—¿Quieres algo? —Pregunté enfocándome en esas esmeraldas brillantes.

—¿Qué pretendes? —Contestó con otra pregunta. Su ceño fruncido y su respiración agitada me daban a entender que estaba enfadada y con alguna copa de más.

—¿Yo? —Dije sonriendo de lado—. Follarme a la camarera.

—¿Por qué? —Espetó alzando el mentón desafiante.

—¿Y por qué no? —Pregunté haciéndome el tonto, sabiendo que la molestaba aún más. Acerqué mi mano a su cuello y mis labios a su oído—. ¿Acaso te importa?

—Ni lo más mínimo. Pero déjame bailar tranquila.

—Yo no he hecho nada. —Dije alejándome lo máximo posible de esa ninfa que iba a condenar mi cordura al infierno.

—¿Entonces por qué me mirabas tanto mientras bailaba con Enzo? —Preguntó de forma sensual, acariciando mi brazo—. ¿Por qué te has ido justo cuando iba a besarme?

Mi respiración se entrecortó cuando su mano acarició parte de mi piel desnuda por los botones desabrochados. Agarré su mano, la di la vuelta y presioné mi erección contra su trasero.

—¿Era esto lo que querías? —Pregunté en su oído. Noté como soltaba un suspiro entrecortado, daba gracias a que estábamos un tanto apartados del resto y nadie podía vernos—. ¿Querías saber si me ponías cachondo bailando así? Entonces aquí tienes tu respuesta.

—¿Por qué no nos vamos? —Preguntó ansiosa por meterse en mi cama, ya que su trasero se movía contra mí y eso me daba luz verde con ella. Pero no lo haría, no podía.

—Si lo que quieres es vengarte de tu ex, por mí no hay problema. Pero no conseguirás nada más que un polvo de una noche.

—No pretendo nada más. —Contestó.

La cogí del brazo, llevándola conmigo a un sitio apartado. La empujé contra la pared, poniéndola frente a mí. Metí la cabeza en el hueco de su cuello, aspirando su aroma. Quizá el alcohol me estuviera jugando una mala pasada, al igual que a ella. Nadie nos vería, nadie se enteraría de esto y mucho menos mi padre. Su hombro desnudo me tentó a morderlo delicadamente mientras apretaba sus caderas con mis manos y acercaba su estómago a mi erección.

—Killian... —Dijo con un hilo de voz. Lamí su cuello, haciendo que soltase un leve gemido.

—Capitán, para ti.

—Basta, per favore (por favor)... —Pidió poniendo sus manos en mi pecho. En vez de apartarme, acarició mi pecho.

—Apártame, teniente. —Ordené mordiendo el lóbulo de su oreja—. Antes de que sea demasiado tarde...

Ella negó con la cabeza, cogiendo mi cara entre sus manos para mirarme mejor. No sabía qué pretendía, y ella tampoco. En sus ojos se reflejaba una lucha interna entre la ira y el deseo. Y, aunque me costase reconocerlo, yo estaba igual. Aproximé mi rostro al suyo, intentando averiguar qué era lo que esa mujer quería de mí.

—¿Qué quiere, capitán? —Preguntó.

"Tu muerte", quise decir. Pero mi subconsciente me traicionó, el alcohol me hizo decir algo que no quería, y fue ahí donde supe que estaba completamente perdido.

—A ti, Sienna.

No aguanté más. Me abalancé sobre sus labios para fundirme con ella en un beso ardiente. Sus manos agarraron mi camisa para acercarme a ella mientras su lengua bailaba con la mía. Su boca se amoldaba a la mía con una perfección que incluso a mí me abrumaba. Quería más, mucho más. Quería largarme de allí y hacerla mía. Sabía perfectamente que cierto ruso se lo contaría a mi padre y yo mismo me atendría a las consecuencias. Pero no pude evitarlo, llevaba días reprimiendo el deseo y la lujuria que me hacía sentir la diosa de ojos verdes que ahora mismo besaba mis labios. Me separé de ella para tomar aire, dándome la vuelta y metiendo los dedos en mi pelo preguntándome si aquello era buena idea. Yo tenía una única regla, joder, no besaba a nadie que no me importase de verdad. Y la había mandado a la mierda con ella.

—Capitán... —Aquello sólo hizo que mi erección estuviera a punto de explotar.

—No puedo. —Dije, yéndome de allí antes de que ocurriera lo peor. Antes de llegar a la sala donde estaban todos, Sienna agarró mi brazo, frenando mis pasos. Se puso delante de mí acariciando de nuevo mi pecho. Esa vez, agarré sus manos y las aparté lentamente—. No me toques, nena, o entonces sí que la cagamos.

Dicho eso, me fui a la barra dejando a la teniente sola y confundida. Entonces, la camarera apareció en mi campo de visión. El coronel ya no estaba en la barra, deduje que se había ido a casa. La mujer que servía las bebidas me preguntó qué era lo que quería, inclinándose hacia delante dejándome sus pechos bastante expuestos. Me tensé al notar a Sienna pasar por mi lado, con los brazos cruzados y andar firme. Sabía perfectamente que se había cabreado al haber ver eso. Besarla e irme a ligar con la camarera no era el acto más caballeroso del mundo. Pero no podía continuar con ello, no por ahora. Mi mente estaba hecha un lío y su olor aún seguía en mi ropa.

—En los baños, en dos minutos. —Le ordené a la camarera.

Ella asintió de lo más satisfecha, viendo cómo el resto de las personas ni se percataban de que la camarera ya no estaría. Se marchó antes que yo, dejándome solo en la barra mientras miraba hacia atrás viendo a todos bailar y pasándoselo en grande. Sienna bailaba con Enzo de nuevo, muy pegados el uno al otro, el comandante charlaba con Fiorella y Bianca y Liam se estaban enrollando en un sofá. Entendí por qué se había marchado el coronel. Entonces, una mano se posó en mi hombro.

—¡Amigo! —Dijo Artem a mi lado. Le miré con mala cara—. ¿Te lo estás pasando bien?

—Genial. —Contesté con claro sarcasmo. Artem ni siquiera se dio cuenta, por la borrachera que tenía encima.

—¿Has visto a Caruso? —Preguntó entonces, poniéndome alerta—. Está buenísima con ese vestido...

Sujeté a Artem por el cuello, levantándolo un poco para ponerlo a mi altura.

—Como la toques, te mato.

Dicho esto, me fui a los baños donde una mujer de pechos enormes me esperaba. Patee la puerta para entrar, viéndola como retocaba su pinta labios en el espejo.

—Has tardado mucho. —Dijo con una sonrisa coqueta.

Besé sus labios con fiereza mientras la sentaba bruscamente en el lavabo y subía ese diminuto vestido hasta sus caderas. Desabroché mi pantalón y saqué un preservativo de la cartera. La bajé de allí y sin decir ni una palabra la puse mirando al espejo, me coloqué el preservativo y la penetré con fuerza, haciendo que soltase un gemido de lo más audible. Agarré su pelo rubio liso enrollándolo en mi mano mientras mis estocadas rebotaban contra su trasero.

—Más... despacio...

No hice ningún caso. Estaba cabreado, estaba cachondo, y estaba hecho una mierda. Solo quería descargar mi ira contra alguien que para mí no valiese absolutamente nada. Pensé que a la mujer no le estaba gustando nada, pero vi como echaba la cabeza hacia atrás pudiendo tirar más de su pelo y sacando la lengua.

—Eres una jodida puta... —Espeté azotando su trasero con fuerza.

Saque mi miembro de ella para ponerla sobre el lavabo de nuevo. Puse sus piernas sobre mis hombros y agarré sus pechos mientras la follaba de nuevo.

—No pares... —Decía, apoyando la cabeza en el espejo.

Fui más rápido hasta que no pude aguantar más. Acabé en su interior mientras bajaba sus piernas de mis hombros. Me puse los pantalones y me fui de allí lo más rápido posible. Cuando salí a la sala donde aún disfrutaban todos, vi como Fiorella hacia un gesto con la cabeza. Automáticamente, Sienna me miró y vio como la camarera salía detrás de mí dos minutos después. Abrió los ojos como platos y desvió la mirada hacia su amiga. Salí de la sala privada después de avisar a Artem, el cual se estaba enrollando con una soldado de su tropa. Me fui a la moto, cogiendo un poco de aire y relajándome antes de conducir. No había bebido mucho así que con suerte podría llegar a la central sin ningún problema.

Y así fue. Entre en el edificio masculino y me fui rápidamente a mi habitación. Me quedé en ropa interior y dejé mi chapa militar colgada de mi cuello. Me tumbé en la cama esperando dormir un poco, eran las tres y media de la mañana y los soldados nos levantamos a las siete. Iba a dormir una mierda, pero al menos más que el resto. O eso pensaba yo, porque con mi brazo bajo mi cabeza, mis piernas totalmente extendidas y mis ojos cerrados, lo único que imaginaba mi mente era una mujer de ojos verdes cabalgando sobre mí. Con esa imagen mental tuve los mejores sueños húmedos de toda mi vida.


A la mañana siguiente, tenía un leve pero molesto dolor de cabeza. Sabía que no había sido solo por el alcohol. Las imágenes que había imaginado mi mente mientras dormía me habían despertado hasta tres veces por la noche antes de tener que levantarme. Me fui al baño bastante molesto, la erección me duró toda la noche y no pude dormir en condiciones. Me di una ducha intentando relajarme, pero fue en vano. Con el pelo mojado me vestí con el uniforme. Me puse los pantalones cargo de camuflaje, una camiseta negra de manga corta y los cinturones con una pistola en la pierna y cintura. Ese día haríamos práctica de tiro en las salas. Todas las tropas debían hacer al menos una práctica a la semana y le tocaba a la mía. Quedaban seis días para hacerme pasar por un rico multimillonario en un casino en Las Vegas. Me preguntaba qué pasaría cuando Sienna y yo entrásemos en el hotel como una pareja.

Salí del apartamento no sin antes dejarle comida a Ulises, el cual aún dormía plácidamente. No sabía si el coronel se había percatado de mi mascota, pero dijera lo que dijera, el perro se quedaba conmigo. Los pasillos estaban desiertos, quizás estuvieran todos en la cafetería o durmiendo la mona por la resaca que tendrían después de la noche de ayer. Cuando entré, había más personas de las que imaginaba. Vi la espalda de mi teniente jefe, la cual estaba sentada, sosteniéndose la cabeza y hablando con sus amigas. Estas últimas me vieron, y desvié la mirada antes de encontrarme con la protagonista de mi insomnio.

—Capitán. —Saludó alguien a mi espalda. Vi al coronel dirigiéndose a la barra. Se puso a mi lado antes de llegar.

—Buenos días, coronel. —Respondí con muy pocas ganas de que mi primera conversación fuese con ese hombre.

—¿Ha descansado? —Preguntó antes de pedir un café a la encargada de la cafetería. Yo hice lo mismo, dejando que continuase hablando—. Si no recuerdo mal, su tropa es la que tiene práctica de tiro hoy.

—Recuerda bien. —Respondí—. Me fui poco después de usted. Deduzco que he dormido más que toda esta gente.

—Desapareció en la fiesta. —Dijo observándome directamente. Su expresión acusatoria no me gustaba nada—. Y la teniente de su tropa también.

Tragué hondo sin querer responder, aunque me vi obligado a hacerlo. Aunque con una pequeña mentira.

—Las personas necesitamos ir al baño, coronel, yo al menos. Las copas suelen hacer estragos en los sistemas urinarios.

El coronel me miraba con los ojos entrecerrados sin querer creerme, pero también sin querer continuar con el tema. Sinceramente tampoco le incumbía en absoluto, él ya tenía suficiente con su amor fallido.

—Antes de la práctica de tiro, tendremos una reunión para tener claros los conceptos de la misión. —Me informó antes de beberse su café, hacer una mueca y largarse a su despacho. Tenía una resaca de mil demonios.

—Como ordene, mi coronel. —Dije siguiéndole con la mirada.

Le vi desaparecer por la puerta de la cafetería y no tuve otra opción que observar el panorama que había a mis espaldas. Mi subconsciente me traicionó, haciendo que mi mirada conectase con una de color verde esmeralda, llena de rabia y confusión. Me senté en un taburete, solo, concentrándome en el cruasán y el café que Gladis, la encargada, me había servido con una sonrisa.

—¿A qué viene esa cara tan larga? —Me preguntó entonces la mujer, mientras le daba vueltas al café sin ningún sentido—. Muchacho, tengo la suficiente edad como para saber que algo preocupa a tu mente y a tu corazón.

Sonreí de lado al escuchar a esa mujer. Cuánta razón tenía...

—Supongo que tienes razón, Gladis. —Dije, soltándome un poco. Se parecía a mi difunta abuela en muchos aspectos, sobretodo mentales. Esa capacidad para ver qué algo me ocurría solo lo veía ella, y ahora una mujer que me servía el café todas las mañanas—. Digamos que creo que la he cagado.

—Si con eso te refieres a la chica tan guapa que no para de mirarte como si quisiera matarte, entonces puede que sí. —Volví a sonreír. En realidad la idea de ver a Caruso enfadada me causaba mucha gracia.

—¿Una morena de pelo rizado? —Pregunté.

—No, una rubia muy delgada. —Respondió, esfumando automáticamente mi sonrisa—. Y viene directamente hacia aquí.

—Mierda. —Dije, asintiendo con la cabeza hacia la anciana—. Gracias por el café, Gladis.

Me levanté antes de que Jade pudiese alcanzarme. Estuvo a punto de cogerme del brazo, pero no lo consiguió porque fui más rápido. Aún así, no pensé que fuese a montarme la escena que se atrevió a hacer frente a toda la central.

—¿Quién te crees que eres para jugar así conmigo? —Preguntó rabiosa haciendo que todos se girasen hacia nosotros. ¿Se habría enterado de que había besado a Caruso?

—No soy nadie para ti, Cooper. Vuelve a tus asuntos, que yo volveré a los míos.

Me di la vuelta para salir por la puerta, cuando una acusación me dejó clavado en el sitio.

—¡La besaste! —Espetó con rabia.

Si decía que Caruso y yo nos habíamos besado, nos arruinaría a ambos. Sinceramente, la posición de Caruso me importaba una mierda, pero la mía no. Nadie podía enterarse a menos de una semana del operativo. Pensarían que nos desconcentraríamos durante la misión y la llevaríamos al fracaso. Me tratarían de inútil mujeriego, cosa que no iba a permitir. Además, aunque era lo que menos miedo me daba, Artem se lo contaría a mi padre y entonces tendría un problema serio. Miré de reojo como Caruso nos observaba con miedo, miedo de que el chisme saliese a la luz.

—¡La camarera! ¡La besaste!

Suspiré aliviado, pasándome la mano por el pelo, mirando hacia la puerta.

—No la besé, Cooper. —Respondí nombrándola de nuevo por su apellido. Tampoco había dicho ninguna mentira—. Me la follé. Es muy diferente.

Me giré hacia la puerta, no sin antes comprobar esos ojos verdes que había mirado hace menos de diez minutos. Su espalda es lo último que vi. Sus amigas me miraban enfadadas y entonces comprobé que ellas sí sabían lo que había pasado entre nosotros. Escuché como el general mandaban a las tropas a calentar mientras los capitanes y tenientes nos reuníamos. Entré el primero, viendo como el coronel ya estaba sentado mirando unos papeles que tenía sobre la mesa.

—Vólkov. —Saludó sin apartar los ojos de la mesa. Fruncí el ceño.

—¿Cómo sabe que soy yo? —Pregunté algo confundido. Entonces, elevó sus ojos a los míos.

—Sus pasos fuertes y cabreados me han dado una pista.

Me quedé parado frente a la silla, como el protocolo mandaba. En una reunión, debíamos quedarnos de pie hasta que todos los miembros estuviesen presentes. Una vez estuviésemos todos, haríamos el saludo militar correspondiente al cabecilla de la reunión, en ese caso el coronel, y nos sentaríamos todos a la vez. Fueron entrando poco a poco. Sienna se puso a mi lado, noté su fragancia y el pequeño golpe que me dio en el brazo cuando se colocó en su posición. La reunión no había empezado y ya tenía ganas de irme.

Todos hicimos el saludo militar antes de sentarnos en nuestras respectivas sillas. Jade me miraba con cara de querer matarme. No era normal el numerito que me había montado en la cafetería pero, sinceramente, me importaba una mierda.

—Buenos días, soldados. Espero que hayáis podido dormir algo porque en estos días no vais a volver a hacerlo. Entrenaremos día y noche.

—Si me lo permite, coronel —comenzó a hablar Liam—, creo que es un suicidio.

—¿Y eso por qué, Jones? —Preguntó.

—¿No cree que deberíamos descansar más antes de la misión? Al fin y al cabo, seremos nosotros los que estén dentro de la boca del lobo.

Liam tenía los huevos más gordos que jamás había comprobado. Hacerle frente al ex de su novia y encima que fuera su superior no me parecía un acto de valentía, sino suicida. El coronel le miraba queriéndole arrancarle la cabeza, pero hizo algo mucho peor.

—Que no hayas dormido por estar follando no es mi problema, Jones. —Respondió con burla y rencor.

El capitán quiso levantarse de la silla, pero su novia le frenó antes de que pudiera hacer nada. Vi de reojo a Caruso, tensa ante la situación. Una escena de celos matutina por parte del coronel era lo que menos esperábamos todos, pero había alguno que ni siquiera se había percatado de ello. Tenían una resaca como una catedral, esperaba menos atención de lo normal.

—Y ahora todos atentos al horario. No quiero ni un solo error de reloj. Si no, estáis fuera de mi central y mi ejército. Somos soldados, no críos de cinco años.

Y así fue como estuvimos una hora y media escuchando al coronel hablando sobre horas, minutos y segundos en los que no podíamos cometer ni un solo error. A mi lado, la chica de ojos verdes parecía seria pero sabía que le había dolido en el alma lo que había escuchado en la cafetería.

La pregunta era, ¿me importaba a mí que la molestase?

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