4
KILLIAN
—¡Dios mío! —Gritaba la rubia despampanante brincando sobre mí—. ¡Sí!
En esos dos días de reposo, la teniente jefe de mi colega y compañero en la central no se había separado de mí ni un minuto. O más bien de mi miembro en acción. Debía reconocer que follaba de maravilla. Empezaba a notar que llegaba al orgasmo a la vez que mi teléfono vibraba en la mesa. Incrementé mis movimientos para que llegase de una vez y así echarla de aquí. Como había dicho, lo hacía de maravilla, pero era un grano en el culo.
—¡No pares! —Exclamaba en mi oído. Intentó atrapar mi labio inferior, pero yo tenía unas reglas y yo no besaba a nadie que no me interesase. Ella seguía clavando las uñas en mi espalda.
Emitió un sonoro gemido que me vi obligado a amortiguar con la mano mientras mordía y besaba su cuello. Una vez acabó, me levanté de la cama como Dios me trajo al mundo y ver la llamada perdida de Vitali.
—Debo atender una llamada importante. —Avisé, viendo como la chica no se movía ni un centímetro. Se quedó tumbada en la cama tocándose los pechos, intentando torturarme para que volviera a embestirla—. Largo.
Puso mala cara pero obedeció la orden. Se vistió lo más rápido que pudo y se fue de mi apartamento de la central mientras yo aún decidía si llamar o no a quien se hacía llamar mi padre. De pronto, el intercomunicador que debíamos llevar siempre puesto en la oreja emitió un pitido, indicándome una orden del coronel.
—¡Todo el mundo a la sala de reuniones! ¡Capitanes, tenientes jefe y un sargento por tropa! ¡Ya!
Empezaba a acostumbrarme al mal humor del coronel capullo que me había tocado. Me vestí de mala gana con el uniforme ajustado y pantalones de camuflaje por encima. No me gustaba ir tan apretado por ahí, aunque era una bendición ver a las mujeres con ello puesto. Mi móvil volvió a vibrar, miré a todos lados antes de contestar.
—¿Qué?
—¿Así es como contestas una llamada de tu padre? —Preguntó sarcástico.
—Estoy ocupado. —Respondí tajantemente.
—¿La has matado? —Preguntó sin hacer caso a mis palabras—. No quiero enterarme de que el legado Caruso sigue por ahí suelto.
—¡Claro! Tengo una reunión, si quieres lo hago ahí mismo.
Intentaba por todos los medios omitir palabras que pudieran levantar sospechas, pues los pasillos siempre estaban llenos de gente. De pronto, noté unas manos alrededor de mi pecho.
—Killian, te juro que como me vuelvas a hablar así te pego un tiro en la frente. Soy tu padre, ¡trátame con más respeto! —Decidí callarme para que la rubia que parecía estar pegada a mi espalda no escuchase nada fuera de lugar—. Hazlo como te dé la real gana, como si es delante del comandante. Pero hazlo.
—Tenemos una misión importante dentro de poco, veré qué puedo hacer.
Colgué sin preámbulos y empecé a caminar antes de que la rubia empezase a preguntar cosas que no debía. De repente, vi una cabellera negra rizada delante de mí, caminando con dos chicas más. Procuraban reírse lo mínimo, aunque Sienna estaba más seria de lo normal, y veía algún que otro pequeño codazo cuando nadie miraba. Llegué hasta ellas con Jade detrás de mí. Escuchaba como intentaban emparejar a mi teniente jefe con alguno de los capitanes al mando, algo que, no sé ni por qué, me cabreó aún más. Ese día iba a estar insoportable. Carraspeé para que se detuvieran.
—El comando no es un lugar de citas, debería amonestarlas por comportarse como preadolescentes. —Repliqué mirando a la chica Caruso. Jade intentó colgarse de brazo pero la detuve antes de lo consiguiera, gesto que para Sienna no pasó desapercibido—. Hablaré con el coronel.
—Señor, no creo que hablar por los pasillos sea un delito.
Al parecer, Sienna Caruso era una persona, valiente, segura de sí misma... para nada. Era una bocazas, una engreída y prepotente. Odiaba a esa gente, porque nadie era igual que yo. Me acerqué a ella, mientras seguía erguida con las manos tras su espalda.
—Nadie me lleva la contraria, Caruso. —Dije muy cerca de sus labios. Noté como Jade se tensaba y las amigas de la niñata que tenía en frente abrían la boca y los ojos como platos—. Inténtalo de nuevo y te juro que te pongo de rodillas.
—¿Para qué? —Preguntó mirando mis labios. Sonreí de medio lado, de forma maléfica.
—Lo averiguarás cuando vuelvas a llevarme la contraria y contradigas la orden de tu superior. —Zanjé separándome un paso. Ella seguía en la misma posición, aunque su rostro me transmitía nerviosismo—. ¿Ha quedado claro?
—Sí.
Negué con la cabeza, chasqueando la lengua y volviendo a acercarme a ella. Agarré su uniforme por la pechera para acercarla a mí, algo que hizo que emitiera un sonido parecido a un gemido por la boca. Menos mal que me había puesto los pantalones holgados de camuflaje...
—¿Sí, qué? —Pregunté decidido. Ella suspiró contra mi boca, haciendo que nuestros alientos se mezclasen y tuviera aún más ganas de devorarla allí mismo, delante de las otras tres tenientes jefe.
—Sí, mi capitán.
Solté su uniforme, viendo que ella también había optado por el mismo atuendo que el mío. Aún siendo de baja estatura, ese pantalón ancho y las botas militares la quedaban de miedo. Me alejé de allí sin decir ni una sola palabra, incluso noté que Jade no había reaccionado hasta un minuto después. Yo ya había entrado en la sala de reuniones cuando vi a todos los capitanes sentados con sillas a sus lados para cada teniente jefe y sargento. Me senté en la única silla con dos a los lados que quedaban libres. Noté como Sienna se sentaba a mi lado derecho, mientras que un chico moreno, de tez oscura y ojos increíblemente negros se posaba a mi lado. Le miré, al igual que hizo Sienna, sin ningún tipo de gana. El chaval hizo el saludo militar correspondiente mirando a Sienna y luego a mí. La chica se levantó a mi lado para darle la mano.
—Soy la teniente Sienna Caruso, él es el capitán Killian Vólkov. —Dijo presentándome a mí también. Me levanté para ponerme a su lado, viendo de reojo como Jade estaba celosa por tener conmigo a Caruso—. Nos alegra que estés en nuestra tropa...
—Max. —Concluyó el muchacho, dándonos a entender su nombre. Algo que a mí me importaba una mierda—. Maverick.
—Habla por ti. —Dije sentándome de nuevo y haciendo como que no había dicho nada, aunque ambos se había percatado de ello. Al parecer decidieron hacer caso omiso a mis palabras.
—Bienvenida a Estados Unidos, teniente. —Sienna le dio un apretón de manos antes de sentarse.
Una vez todos estuvieron en sus puestos, nos enfocamos en mirar los documentos que cada tropa tenía frente a su capitán. Miré a Artem confundido, sin saber de qué coño iría esa reunión. Era muy raro que ni siquiera el coronel estuviera ya allí. Una voz carraspeó, haciendo que levantase la vista hacia ningún lado. Entonces, uno de los capitanes se levantó de su asiento. Enzo Reid, el hijo del comandante. Nos miró a todos con curiosidad, fijando su vista en Sienna y guiñándola de nuevo un ojo. Ella bajó la vista a su regazo, no parecía muy contenta.
—Bueno, mañana por la noche habrá una fiesta organizada por los capitanes de esta central. —Mi ceja se alzó en cuanto mencionó mi puesto como si también fuera cosa mía—. Sí, tú también Vólkov.
Negué con la cabeza, cruzándome de brazos. Esa gente iba a volverme loco. Yo no estaba ahí para ir de fiesta. Había entrado para matar a la mujer que en ese momento estaba sentada a mi lado. Otro de los capitanes, Liam Jones, se levantó con una sonrisa traviesa. Si ya estaba cabreado, ellos serían la gota que colmara el vaso.
—Será la macro discoteca más famosa de Washington. "Midnight".
Me tocará organizar una estúpida fiesta con unos niñatos que me caían como el culo y encima tendría que ver a la tonta a la que debía asesinar. Estupendo. Di gracias al cielo cuando el coronel y el general entraron en la sala más serios de lo normal. El último se sentó en la cabeza de la mesa, mientras que el coronel se quedó de pie. No se me pasó desapercibida la mirada que le echó éste a la teniente de la tropa de Liam Jones. No había que ser un genio para darse cuenta de que habían tenido algo, y que hasta el capitán lo sabía.
—Os hemos reunido aquí para explicaros el plan de ataque. Tenemos un enemigo que llevamos meses intentando atrapar. —Comenzó a explicar el coronel—. La Interpol aún no lo ha conseguido, ni siquiera la Policía Nacional de España. Por eso nos han pasado este asunto a nosotros.
El general apretó el botón del mando de la televisión que había en la pared frente a él. Los demás giramos nuestra silla para verlo. El coronel aún estaba de pie, paseándose por detrás de nosotros. Me percaté de la mirada que le echó Liam al pasar por detrás de su novia, aunque ésta no hizo ningún tipo gesto que delatase su nerviosismo. Mi mirada se enfocó en el hombre que había en la pantalla. Un hombre de pelo castaño, ojos marrones y dos aros en las orejas.
—Él es Mason Blackwell. —Mencionó el coronel—. Un criminal buscado por toda Europa.
Persona que conocía gracias a mi padre, y por suerte nadie me miró. Era consciente de que en mi ficha ponía que mis padres habían muerto y mi padre y yo no éramos las únicas personas que tenían el apellido "Vólkov" en toda Rusia. Me quedé mirando la pantalla sin expresión alguna, me habían enseñado a jugar muy bien al póker.
—Blackwell es un hombre que, además de tener socios dentro de la Bratva de Rusia, está involucrado en sus propios asuntos y delitos. —Explicó el general.
Puse la mejor cara de póker de todos los tiempos al escuchar la relación que Mason tenía con mi padre.
—¿Qué tipo de delitos? —Preguntó la amiga pelirroja de Sienna. El coronel la miró de una forma que hizo que el novio de la chica se revolviese incómodo en el asiento, mientras que ella le miraba firme.
—Ese cabrón está involucrado en varios delitos graves que aún sigue desarrollando—. El coronel se posó al lado de la pantalla, donde empezaban a pasar imágenes sobre el sujeto en cuestión y sus trapicheos comunes en toda Europa, sobre todo en casinos y casas de apuestas—. Lavado de dinero a gran escala, sobre todo. Además de extorsión a prominentes figuras del entretenimiento, tráfico de influencias en la industria del juego. Actualmente es el cerebro de una red de juego ilegal que opera en varios estados de América. Además tiene conexiones con organizaciones criminales de la Bratva o la Sacra Corona Unitá.
La chica que estaba a mi lado ni se inmutó, algo que me causó bastante gracia. Tuve cuidado al sonreír, pues la sola idea de que en esa habitación estuvieran hablando de las mafias de nuestros padres era algo que hacía que quisiera reírme a carcajadas. Parecía un chiste malo, por lo que me aventuré a preguntar sobre algo de lo que me arrepentiría. Puse de nuevo mi mejor cara de póker.
—¿Se conoce a los líderes de las mafias?
Noté la mirada de Artem sobre mí. Le temía a mi padre, pero yo no.
—Al de Rusia sí, sobre el de Italia tenemos dudas. —Respondió el coronel.
—¿Por qué aún no saben nada sobre el italiano?
—La central de Italia no ha querido darnos explicaciones cuando tuvieron la oportunidad de colaborar con nosotros en un operativo que nos anularon.
—¿Operativo? —Preguntó Sienna. El coronel asintió.
—Hubo una masacre en Rusia hace años entre el Vor de la Bratva, Vitali Vólkov, y el Don de la Sacra Corona Unitá. —Zanjó el coronel—. Ahora debemos centrarnos en la misión que se llevará a cabo en pocos días.
—¿No saben quién es el líder de la mafia italiana? —Siguió preguntando Sienna. Carter suspiró enfadado—. Disculpe, mi coronel.
—Bien. Como decía, los delitos de Blackwell le llevarán hasta la ciudad con más dinero del mundo. Las Vegas. —Continuó—. La idea es que algunos de vosotros os infiltréis de incógnito en el casino para capturar a ese hijo de puta. El resto estará para supervisar y apoyar a los que se encarguen de acercarse a él.
—¿Quiénes serán los que se infiltren y se acerquen a Blackwell? —Preguntó la otra amiga de Sienna.
—Caruso y Vólkov. Os haréis pasar por una pareja de amantes que trabajan juntos en una multinacional de Nueva York que quiere hacer negocios con Blackwell. —Puse los ojos en blanco—. Seréis Alexander y Olivia Harrington.
No me hizo falta mirar a Jade para saber que estaba a punto de estrangular a Sienna. Se había obsesionado demasiado conmigo.
—¿Por qué yo? —Preguntó Sienna.
—Sí, ¿por qué ella? —Preguntó Jade después que ella.
—Creo que es evidente. —Contestó el coronel—. Es la teniente jefe de su tropa, por tanto debe estar para él y protegerlo.
Jade se quedó callada. Ella misma sabía que no podía contradecir las órdenes de su superior, y mucho menos de un coronel como James Carter. Por lo que había visto estos pocos días, era una jodida bestia.
—Como decía, Vólkov y Caruso serán Alexander y Olivia. Debéis vestiros de gala, el resto también irá, os meteréis en cualquier tipo de grupo para entablar conversaciones y pasar desapercibido, pero vigilar a vuestros compañeros por si las cosas se tuercen. Actuaréis de inmediato ante cualquier amenaza.
—¿Y qué se supone que debemos hacer nosotros? —Preguntó Sienna.
—Primero hablaréis con él. Debéis sacar toda la información posible sobre la red de juego ilegal en la que están involucrados. Seréis una pareja empresarial muy prestigiosa de Estados Unidos que tendrá intereses comerciales en la expansión de la empresa a través del mundo del juego y el entretenimiento.
Todos asentimos. El general se levantó de su asiento para ponerse al lado del coronel y mirarnos con intriga.
—¿No tenéis ninguna duda? —Preguntó. Nadie dijo nada—. Entonces espero que, si lo habéis entendido todo, no haya ningún inconveniente.
—¡En pie! —Ordenó el coronel—. Todos a los campos exteriores de entrenamiento. Dentro de dos horas os mandaremos a las salas de tiro. ¡Andando!
Salimos uno a uno, dejé que Sienna pasase delante de mí para poder ver sus atributos. Soy un hombre y tengo mis necesidades, no necesitaba que nadie me juzgase por ello. Sienna se dio la vuelta para ver a no sé quién cuándo chocó contra mi pecho. Ni me inmuté en ella cuando me miró y se disculpó, tenía mejores cosas que hacer. Iba a idear un entrenamiento para la tropa en el que iba a ver sangre, sudor y lágrimas. Quería escuchar las súplicas de esa niñata para que viese quién coño mandaba en esa tropa. No me enfoque en nadie, hasta que vi una sombra posarse a mi lado.
—No quiero que me vengas con gilipolleces. —Espeté saliendo al campo de entrenamiento y quitándome la chaqueta de manga larga ajustada. Me quedé en manga corta, en primavera ya hacía mejor y no necesitaba ese estúpido uniforme.
—Debes hacerle caso a tu padre.
Artem intentaba hacerme parar y hablar antes de que las tropas y el resto de capitanes vinieran hacia nosotros. Me di la vuelta para cogerle de la pechera.
—Iván Zhukov. —Mencioné su nombre en voz baja—. Neurótico, suicida, loco, proxeneta... lo tienes todo. Por mucho que te pese, yo solo sigo órdenes de mi padre por una razón. No soy como tú. No estoy demente. Solo soy una persona que va a matar a otra con el fin de salvar a su madre. Así que deja de tocarme los cojones y métete en putos tus asuntos.
—Te recuerdo que lo que tú hagas también me afecta a mí. —Dijo Artem susurrando para que nadie escuchase—. Mi vida, al igual que la tuya, está en juego.
Le solté el traje cuando vi a los capitanes acercarse a nosotros.
—Chicos, lo primero es lo primero. Pero luego debemos organizar la fiesta. —Dijo el tal Liam Jones.
—Preocúpate más por tu novia que por una estúpida fiesta. —Repliqué mirando a ese capullo—. A no ser que invitemos al coronel...
Me fui de ahí con la cara de estupefacción de Jones grabada en la mente. Yo no quería amistades ahí dentro. Yo solo quería matar, largarme y salvar a mi madre. Volver a mi vida en Moscú. Yo siempre he vivido como un jodido rey, y allí estaba, siguiendo las órdenes de un gilipollas por orden de otro gilipollas como mi padre. Mi tropa me seguía por detrás a la vez que notaba con Sienna se posaba y andaba a mi lado.
Fui directamente hacia el área de estrategia, un lugar donde podías encontrar las peores pruebas del mundo. Un rocódromo de lo más deteriorado, una red sobre un gran charco de barro, unas cuerdas de lo más usadas, una zona donde deben ir arrastrándose para evitar cualquier tipo de rayo gracias a varas de madera...
—¡Iré pasando lista! —Grité para toda la tropa. Todos se miraron entre sí sin entender nada de lo que hacía—. ¡Completareis el recorrido de uno en uno! ¡Lo quiero en menos de tres minutos! ¡Si os pasáis de ese tiempo, iréis a la diana!
—¿A la diana? —Preguntó Sienna. Asentí mirándola ferozmente. Ella se dio la vuelta para observar las gigantescas dianas que había a un lado del campo exterior, donde se solía entrenar el tiro con arco o la puntería con jabalina—. Si me lo permite, capitán, no creo que sea buena idea...
Me acerqué a ella, haciendo que se callase antes de llegar a invadir su espacio personal.
—¿Qué te dije sobre contradecir las órdenes de un superior? —. La chica no abrió la boca—. ¿Acaso he dicho lo que iba a hacer el perdedor en la diana?
Sienna negó con la cabeza.
—¡El que supere el tiempo indicado —comencé a gritar sin dejar de mirar esos ojos verdes que me estaban matando—, se colocará en el centro de la diana y el resto practicará su puntería!
—Capitán. —Replicó Sienna—. No puede hacer eso.
—Hay muy pocas cosas que yo no pueda hacer, cariño. Y esa no es una de ellas. Así es como nos entrenan en Rusia.
—Es un suicidio.
—¡Es educación! —Grité hacia ella. Me puse a su altura para que pudiera oír lo que la iba a recordar, solo ella—. ¿Qué pasa? ¿No te acuerdas de lo que te comenté en el pasillo?
—Sí.
—Sí, ¿qué? —Pregunté. Adoraba que me llamase por el rango que me habían asignado. Ella debía saber que yo era el que mandaba.
—Sí, mi capitán.
Me separé de ella para mirar a la tropa. Todos tenían sus ojos en nosotros. Me fijé en que tanto Artem como Liam ponían sus tropas en común para los entrenamientos.
—¡Ivanov! —Alcé la voz para que me escuchara. Vino corriendo hacia mí—. Que se pongan a hacer lo que ya les he explicado. No hace falta que ellos te lo digan, pero al mínimo inconveniente o error me lo haces saber cuando vuelva.
Asintió con la cabeza antes de ponerse a mandar. Vi como me miraba confundido al ver que me llevaba a Caruso a otro lugar. Esa chica tenía que aprender quien era el que daba las órdenes. Pasamos por delante de las tropas donde sus amigas y Jade nos miraban sin entender absolutamente nada.
Nos adentramos en el interior del edificio de oficinas y me dirigí directamente al ascensor. Pulsé el botón para entrar.
—Capitán... —Comenzó a hablar Sienna.
—Entra. —Corté yo—. Ya.
Lo hizo, adentrándose sin ningún tipo de temor al elevador. Iríamos a las salas de tiro, allí vería lo que era acatar una orden en condiciones. Salí después de ella, las luces estaban encendidas y había dos sargentos y tres cabos pegando tiros a los maniquíes. No nos escucharon entrar, pues todos tenían los cascos y las protecciones puestas. Sienna no abrió la boca, pero se la veía molesta con mi actitud y a mí eso me importaba una mierda. Fui hacia la mesa de al lado y, sin ninguna protección puesta, pegué cuatro tiros a la cabeza del maniquí. Los cinco se giraron hacia mí, estupefactos.
—Disculpe, capitán. —Habló uno de los sargentos—. No le habíamos escuchado entrar.
—Largo. —Ordené, pero ninguno de ellos se movió de su sitio—. ¿Estáis sordos?
—Estamos aquí por órdenes de nuestro capitán.
—¿Quién es vuestro capitán? —Pregunté con burla.
—Enzo Reid, señor. —Respondió el chaval, el cual desvió la mirada hacia Sienna. Otro anonadado con la belleza de la mujer que estaba a mis espaldas, aunque no era para menos...—. Nos ordenó venir a practicar el tiro mientras el resto se sometía a las pruebas físicas.
Asentí con la cabeza, soltando una pequeña risa sin gracia.
—¿Piensas que me voy a creer eso? —Pregunté de nuevo acercándome a ellos como si fuese una bestia—. Fuera de aquí antes de que os mande a un exilio permanente.
—¡Sí, capitán! —Dijeron rápidamente antes de huir despavoridos.
Noté como Sienna no se movía de su sitio. Me di la vuelta de nuevo, harto de la terquedad de esta chica. Me dirigí a la puerta de cristal que separaba la zona de tiro de los maniquíes de madera. Esperé un rato hasta que Sienna se dio cuenta de mis intenciones.
—Ni de coña. —Se atrevió a decir.
—Hazme el favor de entrar, lyubov (amor). —Ordené con una sonrisa siniestra. Ella entrecerró los ojos hacia mí, sin moverse ni un milímetro.
—No me llames así. —Me sorprendí con su respuesta.
—¿Sabes lo que significa? —Pregunté. Ella negó con la cabeza—. Entonces te lo seguiré llamando.
—Suena a insulto en ruso. —Respondió caminando hacia mí.
—Algo así, y ahora a dentro. —Ordené un tanto furioso. Estaba empezando a colmar mi paciencia.
Ella entró sin ningún tipo de temor aparente. La seguí por detrás, cerrando la puerta a mi espalda y acompañándola a ponerse delante de una de esas dianas. Se abrazó a sí misma quedándose de pie junto al maniquí. Negué la cabeza y entonces es cuando vio mis intenciones. Me crucé de brazos esperando a que acatase la orden, y, como no, desobedeció. Era una niñata desobediente y maleducada, estaba claro. Pero, por alguna razón, me excitaba hasta la médula. Hasta ese momento mis intenciones eran únicamente acabar con su vida, pero al verla así... solo me daban ganas de follarla hasta que me suplicase clemencia.
—¿Y ahora qué? —Preguntó cruzándose de brazos.
—Frente al maniquí. —Ordené sin mostrar ni un atisbo de sonrisa. Obedeció y se puso mirando al maniquí—. Date la vuelta.
Estaba entre el maniquí y yo. Podía apreciar perfectamente sus mejillas ligeramente sonrosadas, sus labios carnosos que me pedían que los mordiera hasta hacerlos sangrar, una frente lisa que me tentaba a enterrar un tiro limpio entre sus cejas... Y unos ojos verdes que me miraban con una emoción que no entendíamos ninguno de los dos. Decidí hablar, esa vez susurrando para que pareciese que solo ella y yo podíamos escuchar lo que iba a decir.
—De rodillas. —Ella inhaló todo el aire que pudo, sin hacerme caso—. De rodillas.
Obedeció cuando repetí la orden palabra por palabra. No me alejé ni un centímetro y tuvo que lidiar con el mínimo espacio que quedaba entre el maniquí y yo. Lo hice a propósito, pues su rostro quedó peligrosamente cerca de una zona bastante potente de mi cuerpo, una que empezaba a hacer estragos en mi cordura. Estuve tentado de bajar la cremallera de mis pantalones y hacer que la chica que me miraba desde abajo me hiciera una mamada que me dejase sin aliento y que la hiciese llorar a mares. Pero no podía, no allí. Había cámaras por todas partes y sabía que eso traería consecuencias con el coronel, pero me daba exactamente igual. Iba a enseñarle una lección.
Muy a mí pesar, me alejé de ella para encaminarme a la zona donde podía coger cualquier arma y disparar a los maniquíes. No iba a matarla, no en ese momento. Sería algo muy obvio y quería disfrutar del sufrimiento y la pérdida de compostura de la niñata elegante y refinada que tenía enfrente. Hablé sabiendo que iba a escuchar todo lo que diría.
—Vayamos a lo fácil. —Cogí una de las armas que había en la pared, después la cargué en la mesa y puse unas balas restantes—. Beretta 9mm.
Miré a la mujer que no sabía si quiera si me escuchaba, pero me miraba con una cara de póker increíblemente buena. Quizá estaría practicando para la misión en Las Vegas, o simplemente quería hacerse la dura conmigo. Ni siquiera me entretuve en ponerme las protecciones. Apunté justo encima de su cabeza, apreté el gatillo y la bala impactó dos centímetros por encima de su cabeza. Vi como tenía los ojos cerrados, después les abrió fijándolos directamente en los míos. La calma que transmitía me abrumaba y cabreaba a partes iguales. Pegué otro disparo, esa vez un poco más arriba sin haber querido si quiera apuntar ahí.
Entonces lo hice, apunte directamente a su frente. De nuevo, sabía que si la mataba allí mismo tendría consecuencias. Por eso desvíe el disparo. Vi como movió la cara con una mueca de dolor. No quería saber ni lo que la había hecho, así que me largué de allí antes de que se pusiera en pie. Pero no sin antes decir.
—Sumas puntos por valentía, —mencioné poniendo las manos tras mi espalda— pero no tantos por el hecho de haber abierto la boca. La próxima vez que me lleves la contraria, Caruso, te pego un tiro.
Dicho eso, salí de allí dejándola sola, no sin echarle un último vistazo y ver sus ojos verdes echando fuego. Estaba claro que la había enfadado. Me largué antes de que tuviera la oportunidad de recriminarme la lección que la había dado. Y, sinceramente, el hecho de haberme sentido tan poderoso con ella me había puesto como una jodida moto. Caminé hacia los campos de entrenamiento, donde todo seguía igual. Ivanov se largó en cuanto me vio, dejándome al mando de mi tropa. Estuve un buen rato gritando a los soldados tan inútiles que, por desgracia, me habían tocado. Hasta que una figura llamó mi atención. Una chica venía andando a grandes zancadas hacia mí. El pelo se le movía con los movimientos rápidos que utilizaba para caminar, dejando ver una herida en su oreja. La sangre le chorreaba por el cuello, captando la atención de sus amigas y el resto de presentes.
Lo que no me esperaba, fue que, nada más llegar a mi altura, la chica elevó la mano y me giró la cara de un manotazo. Todo el mundo se quedó en silencio, nadie dijo nada. Sabía perfectamente que el coronel lo habría visto, si no no estaría viniendo hacia nosotros con cara de pocos amigos. Mi rostro se volvió hacia ella lentamente, mi instinto animal quería arrancarle la cabeza. No podía escuchar ninguna palabra de lo que decía nuestro superior, me limité a mirar a esa insensata a la cara antes de que fuéramos amonestados por mala conducta. La chica se fue hacía lo que supuse que consideraba su habitación, echándome un último vistazo antes de desaparecer de allí. El coronel me gritó algo de un castigo por nuestros actos esa noche bajo la lluvia. Pero lo único en lo que yo pensaba era en esa mirada felina de color verde, ese trasero bien formado que se había alejado de mí segundos antes, y en ese golpe que lo único que había conseguido era que mi enfado y mi erección creciesen a niveles cósmicos.
Más tarde, el coronel nos citó a Sienna y a mí en su despacho para contarnos el famoso castigo que nos había impuesto. Decidí no escuchar al cien por cien la conversación, ya no estábamos en secundaria. Teníamos casi treinta años.
—¿Ha quedado claro? —Preguntó el coronel—. Cien vueltas al campo, ni una más ni una menos. Si caéis será otra a mayores, si paráis, serán dos, si os rendís estáis expulsados del comando. Aquí no nos andamos con gilipolleces como vosotros.
Ambos asentimos, levantándonos de nuestro asiento y dirigiéndole al coronel el saludo militar que merecía.
—Sí, mi coronel. —Dijimos al unísono.
—Fuera, os estaré observando.
Sienna y yo caminamos en silencio por el pasillo, sin miradas, sin roces, sin palabras. La presencia de ambos creaba una tensión que podía cortarse con un cuchillo. No quería cumplir con ese castigo de mierda. Quería irme a mi habitación, a follar a Jade y a dormir un rato. No había dormido prácticamente nada en estos días, mi padre estaba más pesado de lo normal y tenía una fijación muy mala con querer matar a la hija de Caruso.
Una vez en el campo, Sienna y yo cumplimos lo establecido bajo la lluvia, sin titubeos ni actos cobardes. Era una profesional, eso estaba claro. La vi bajo un sotechado, intentando resguardarse de la lluvia mientras sacaba una cantimplora de cristal llena de agua. El coronel se había ido de su despacho al ver que habíamos completado el castigo. No teníamos ni una sola mirada encima, por lo que decidí atacar. Me acerqué a ella, girándola por el hombro y estampándola contra la pared con rudeza. Le quité la cantimplora de la mano para beber de la misma antes de sacar una navaja y arremeter contra su cuello.
—Lenta. —Dije solo para molestarla—. Podría cortarte el cuello en segundos.
—Si querías agua solo tenías que pedirla. —Contestó molesta por mis actos. Sonreí de forma burlona.
—No habría sido divertido. Además, te conozco muy poco y aún así sabía me la habrías tirado encima. —Expliqué dándome cuenta de que su mirada se había desviado a mis labios—. Ya tengo suficiente con la lluvia.
Ahí fue cuando ella sonrió de lado, con el pelo mojado pegado a su cara y el rímel un poco corrido por sus ojos. Y aún así estaba despampanante, era una jodida belleza... ¿Esperad, qué?
—Eso sí habría sido muy divertido. —Dijo arrebatándome su cantimplora de un tirón de mi mano a la vez que se colgaba la bolsa al hombro.
Pasó por mi lado con la mala suerte de rozar mi entrepierna con la mano con la que sujetaba la cantimplora de cristal. Ella se quedó parada al haber notado la erección que parecía a punto de explotar dentro de mis pantalones de camuflaje.
—Cuidado, Caruso. —Advertí respirando hondo. Ella no se movió de su sitio, por lo que me acerqué a su espalda—. No quieras jugar con fuego y quemarte en el intento.
Entonces, se dio la vuelta conectando su mirada con la mía. Una mirada que me decía de todo y a la vez absolutamente nada. Era una mujer indescifrable, pues lo que dijo después era algo que ni yo mismo me esperaba.
—Me gusta demasiado el calor —la pausa tan dramática e innecesaria que hizo en ese momento fue un jodido tormento, pero valió la pena al escuchar cómo saboreó la última palabra que dijo aquella noche—, capitán.
Desde el principio supe que Sienna Caruso iba a traerme muchos problemas, al igual que yo a ella. Lo que no sabía era que ambos nos habíamos sumido al peor pecado de todos, uno que conllevaba muerte segura: la tentación. Porque sí, Sienna Caruso era la jodida tentación personificada, era la manzana que nadie debió morder en el Edén... Y por mucho que me pesase y me costase reconocerlo, me estaba volviendo completamente loco.
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