3

SIENNA

Entré al comando pensando en que mi presentación sería únicamente con mis superiores. Y con superiores me refería al comandante Dorian Reid, el coronel al mando de la central James Carter, y el general y mano derecha del coronel, Colt Blaze.

Nunca pensé que tendría a todos los capitanes del comando delante de mí, sus mejores tenientes al lado y al nuevo capitán  heal mando de la tropa en la que me han asignado. En cuanto entré en la oficina, más de tres personas me recibieron. Sí, el comandante, el coronel y el general estaban presentes. A parte de ellos, había otras nueve personas. Doce personas en la sala de reuniones. Doce. Por poco me da algo cuando entré decidida al ver a tanta gente. Mantuve la compostura, presentándome delante de toda esa gente. Todos me miraron sin expresión alguna, hubo una chica que me sonrió amablemente.

Luego, vi a un capitán completamente solo. Nuestros ojos se encontraron y algo se removió en mi interior. No sabía que era, pero no presagiaba nada bueno. Me miraba con ira e interés a la vez. La cicatriz que le recorría la cara despertó en mi una curiosidad que nunca había sentido por nadie. Parecía un hombre solitario, un hombre que había sufrido.

—Teniente Sienna Caruso. —Dije, apartando los ojos de él, concentrándome en los superiores presentes—. Nacida en Florencia. Criminóloga, rescatista y experta en campo de tiro.

Todos miraron al coronel. Era un hombre atractivo a la vista, uno de esos que con una mirada te mojaba las bragas. Debía reconocer que su atracción era inevitable, pero era fiel a mis principios, a mi novio y a mi dignidad. Los actos llevados por la lujuria, teniendo a alguien a tu lado que realmente quieres, me parecía algo vil y rastrero. No debía apartar la mirada cuando hablaba con mis superiores, por lo que me obligué a mantenerla mientras ese hombre me miraba. Todos eran atractivos, en realidad. Uno de los requisitos de la UICT era tener un rostro y cuerpo adecuados a las maniobras de manipulación.

—Soy el coronel James Carter. —Respondió—. Estará en la tropa número tres, dirigida por el capitán Vólkov.

Entonces, el coronel hizo lo que yo ya había deducido. Me presentó al capitán de la tropa a la que pertenecería. Me preguntaba si ya tenía teniente jefe en la tropa. El teniente jefe era, por así decirlo, la mano derecha del capitán. Le acompañaba a las reuniones y estaba junto a él en todo momento en los operativos. El capitán en cuestión se levantó de la silla, posándose frente a mí. Me atreví a hablar, dedicándole el debido saludo militar.

—Mucho gusto, capitán Vólkov. Será un honor servirle.

Vólkov sonrió de medio lado. Una sonrisa siniestra y atractiva a la vez. Respiré hondo, dejando que mis pulmones se llenasen de aire. ¿Cuando había dejado de respirar? Un carraspeo nos llamó la atención.

—Tenientes, preséntense e indiquen la tropa a la que pertenecen junto al capitán al mando. —Ordenó el coronel.

Una mujer rubia, se levantó sin expresión aparente. Su profesionalidad era alta. Notaba al capitán Vólkov a mi lado, ambos frente a la mesa donde estaba el resto. A nuestra espalda estaban los dos generales por videollamada.

—Teniente Bianca Wood. —La pelirroja con pecas y ojos azules se presentó, su expresión era totalmente seria—. Teniente jefe de la tropa uno, perteneciente al capitán Liam Jones.

El capitán también de levantó, mirándome con curiosidad en sus ojos. Notaba su atractivo también, sin embargo no encendió nada en mi interior. Me preocupé al estar mirando de reojo todo el tiempo a mi capitán, deduje que era solo la emoción del momento y de pertenecer a una nueva tropa. Noté como empezaba a mojar el tanga con la sola presencia del hombre a mi lado. ¿Qué narices me estaba pasando? Carraspeé al notar la mirada fulminante que me dedicaba el coronel al no haber prestado atención a la primera presentación.

En este caso, un chico de mi edad se levantó de la silla. Se le escapó una sonrisa, desvanecida completamente al desviar la mirada de mi rostro al del capitán a mi lado. Parecía que le daba miedo. Carraspeó al igual que yo por el nerviosismo.

—Teniente Noah Clark. —Dijo el muchacho rubio de ojos marrones—. Teniente jefe de la tropa dos, perteneciente al capitán Enzo Reid.

El capitán se levantó y me pareció aún más atractivo que el anterior. Me di cuenta de que el apellido coincidía con el del comandante, al igual que el físico. No había que ser un genio para deducir que eran padre e hijo. El capitán de la segunda tropa me guiñó un ojo, sonriendo hacia mi capitán con arrogancia. El comandante se dio cuenta de lo que había hecho y le miró intimidante, pero éste no hizo caso a la advertencia.

La chica que me había sonreído anteriormente se levantó de un salto. Me sobresalté un poco con su actitud alegre, pero hizo que esbozara una pequeña sonrisa sin querer. Hizo un saludo militar, al igual que sus compañeros, aún con la sonrisa en la cara.

—Teniente Fiorella Lombardo. —Espetó la morena con mechas cobrizas. Tenía un pelo de infarto y unos ojos de lo más inusuales. Uno de ellos era azul, el otro era marrón—. Teniente jefe de la tropa cuatro, perteneciente al capitán Blake Moore.

El capitán se levantó después que ella, cruzando los brazos sobre su pecho. Era guapísimo, alto, moreno de piel y pelo negro azabache. Todo un semental, mostró su dentadura blanca haciéndome un gesto con la cabeza.

Por último, otra mujer se levantó, en este caso la que me miraba con desconfianza. No mostré molestia, al contrario. Me parecía lógico que desconfiase al haber entrado así de repente a la central.

—Teniente Jade Cooper. —La chica era realmente guapa, una rubia despampanante con aires de grandeza y superioridad que empezaba a molestarme. Fruncí aún más el ceño al escuchar su irritante voz, estaba claro que no íbamos a llevarnos nada bien—. Teniente jefe de la tropa cinco, perteneciente al capitán Artem Ivanov.

El superior en cuestión se limitó a mirarme con frialdad.

—Bien, ahora que están todos los capitanes y tenientes jefe aquí concretaremos el operativo que llevaremos a cabo dentro de una semana.—Me senté confundida en una silla libre, al lado de la tal Fiorella. El coronel vio mi expresión—. ¿Ocurre algo, Caruso?

—No, mi coronel. Pero no llevo aquí ni una hora y... ¿ya soy teniente jefe de la tropa del capitán Vólkov?

Ese era uno de mis defectos. No media mis palabras correctamente, supuse que por eso era que los superiores de la central de Roma me odiaban tanto. El coronel, en vez de dirigirme una mirada asesina, me observó sorprendido.

—¿Acaso quiere hacer una prueba para ver si merece el puesto, teniente? —Preguntó.

Una idea bastante prometedora. Si querían buenos resultados los iban a tener.

—No es mala idea.

Miré al hombre que había hablado. Mi capitán tenía una sonrisa ladeada que hizo que mi humedad se empapase en menos de dos segundos. Carraspeé mirándole de mala gana. No quería sentir esas cosas y eso me cabreaba aún más.

—Entonces así será. —Dictó el coronel—. Capitanes, tenientes. A sus formaciones. Entrenen para lo que se nos viene encima. Vólkov y Caruso, conmigo.

Todo el mundo salió de la oficina, dejándonos solos al comandante, coronel y general con Vólkov y conmigo. La mirada del capitán no se separaba de mí en ningún momento y eso empezaba a hastiarme más todavía. Sabía perfectamente que iba a ser mi compañero de trabajo y también que me vería ahora en la prueba. Aún así... joder tenía algo que me ponía muy nerviosa y no me gustaba nada. Al salir al campo de entrenamiento todos nos miraban con curiosidad. Había dos tropas dirigidas por el capitán Ivanov, supuse que una de ellas sería la de Volkov. Notaba su mirada en la nuca, pero no quise darme la vuelta.

Pasamos por el campo de entrenamiento, llegando a una zona privada, alejada del resto de soldados. Allí había diferentes tipos de armas, chalecos, cascos, protectores...

—Coge todo aquello que necesites. Irás a una misión ficticia en un edificio abandonado de Battalion Way.

—Battalion Way... —Repetí en voz alta—. Uno de los peores barrios de Washington.

—Exacto. —Respondió el comandante. Me erguí cuando deduje que seguiría hablando—. Esto no es un colegio, es un comando. Aquí nos preparamos para lo peor, y he de decir que la central de Italia me ha dado bastantes dolores de cabeza con sus preocupaciones por los soldados. Aquí te buscas la vida, ¿queda claro?

Asentí.

—Bien. —Habló entonces el general—. Coge lo que necesites, Vólkov irá contigo. Tendrás que proteger a tu superior y hacer ver que vales la pena para formar parte de nuestras tropas.

—Si no hay más preguntas —comenzó a hablar el comandante—, preparaos y subir a la camioneta.

Me dispuse a ponerme el chaleco antibalas, un casco, protectores para los ojos y las armas necesarias. Granadas, pistolas, balas, una metralleta. Con todo eso, dediqué el saludo militar a mis superiores y me encaminé a la camioneta. Noté como el capitán al mando de mi tropa terminaba de prepararse, viniendo a mis espaldas.

—¿Solo eso, Caruso? —Preguntó con sorna—. En una misión normal, te matarían en dos segundos.

Su altivez me exasperaba, pero no podía decir nada. Después de todo, era mi superior. Estuvimos sentados uno frente al otro dentro del vehículo, sin decir ni una sola palabra y cada uno mirando a la ventana. Battalion Way empezaba a aparecer sobre nosotros. Edificios casi en ruinas, drogadictos por las calles y robos a cualquiera. Entendía la necesidad de hacer un entrenamiento en un lugar frío y lleno de escombros, uno nunca sabe lo que se va a encontrar en cada misión. Pero... ¿y si se me aparecía un civil?

—¿Nerviosa?

Vólkov me penetraba con sus ojos grises. A pesar de su cicatriz en la cara, era muy, pero que muy atractivo. Tenía una melena corta masculina negra, como los típicos playboys de los años ochenta. Tenía una barba incipiente que lo hacía más interesante, unos labios carnosos muy apetecibles y... Sacudí la cabeza al notar que me había quedado embobada con su aspecto. ¿Qué narices me pasaba? Como era de esperar, se dio cuenta de mi ensoñación con él. Carraspeé antes de hablar.

—Para nada, capitán.

Sonrió dejando caer la cabeza en el asiento. Llegamos al edificio, nos soltaron en la calle y vi como la camioneta desaparecía calle abajo. Miré al hombre a mi lado, decidido, sin ningún tipo de miedo.

—¿Y usted? —Mi pregunta quedó en el aire. Vólkov tardó unos segundos en darse cuenta de que me estaba dirigiendo a él. Levantó una ceja buscando una explicación—. Que si está nervioso.

Agarró mi brazo y me empujó hacia delante para que avanzase. Le miré sin comprender la forma en la que me acababa de tratar.

—La de la prueba eres tú, Caruso. No yo. —Dijo empezando a caminar a mis espaldas—. Andando.

Un pitido en nuestro oído hizo que me frenase y que el capitán chocase contra mi espalda. Me aparte rápidamente antes de cargar mi metralleta y esperar órdenes.

—Caruso. —Comenzó a hablar alguien por el pinganillo—. Coronel Carter al habla. ¿Me escuchan?

—Sí, mi coronel. —Respondí apuntando a la puerta para comprobar mi puntería.

—Os estaremos observando una vez crucéis la puerta de entrada. Hay cámaras por todos lados y os escucharemos, pero no podréis hablar con nosotros. Solo entre vosotros. ¿Entendido?

—Sí, mi coronel. —Respondimos Vólkov y yo al unísono.

—Adelante. Demostrad de lo que sois capaces.

Avancé delante del capitán, pegándome a la puerta. Cerrada con candado. Miré a todos lados pensando en que podía hacer, buscando algo con lo que abrir esta cosa. El capitán me miraba con impaciencia. Me di cuenta que en la pared había un temporizador. Teníamos quince minutos para llevar a cabo la prueba.

—Se nos va el tiempo, nena. —Alegó mi capitán impaciente.

Tras dirigirle una mirada asesina, decidí usar la táctica más cavernícola de la historia. Estaba harta de que este tipo me subestimase sin conocerme en absoluto. Podía ser todo lo superior a mí que quisiera, pero a mí nadie me rebajaba a la altura del betún. Reventé la cerradura con un golpe limpio gracia al culo de arma, pegando una patada a la estructura de madera y así poder entrar. Miré a mi capitán con cierto aire egocéntrico cuando llevé mi mano al pinganillo.

—Estamos dentro. —Informé a nuestros superiores.

No me giré para ver la expresión de Vólkov, solo seguí mi camino hacia el interior del frío y húmedo edificio al que debíamos entrar. No sabía que me iba a encontrar allí dentro, pero seguramente me llevase algún que otro susto. Otro defecto de mi persona: me da miedo la oscuridad, y por ende me asusto con cualquier cosa que se me atraviese por delante. Notaba los pasos de Volkov detrás de mí. De pronto, un sonido hizo que me diese la vuelta y le apuntase directamente a la cabeza.

—¿Puedes dejar de hacer el tonto? —Espetó el ruso.

Me di la vuelta, soltando un suspiro cansado.

—Menudo tiro tienes en la frente... —Susurré para mí, aunque sabía que me había escuchado perfectamente.

—¿Cómo has dicho? —Preguntó el capitán con la ira emanando de su voz.

—Que hay que estar alerta, capitán.

Seguimos andando por el interior. Tuve que esquivar algunos rayos láser y cordones invisibles que activaban trampas. Hubo un momento en el que el capitán me empujó, activando el cordón que hizo que un hacha saliese disparada hacia nosotros. Me tiré al suelo, mientras veía como el capitán seguía de pie en sus sitio, con una sonrisa maléfica.

—¿Pero a ti qué coño te pasa? —Espeté levantándome del suelo y quitándome el casco que ya había empezado a apretarme en exceso.

Él también se quitó el suyo y el pelo le caía sobre los ojos. Esa melena despeinada y tan, pero que tan, masculina me cortaba la respiración. Carraspeé elevando el mentón, haciendo como que no me importaba lo más mínimo que me dijera. Se acercó a mí, desafiante.

—No vuelva a hablarme así, teniente. Soy su superior. —Me cogió del cuello, acercándome a su rostro rebosante de ira—. Si la ordeno que avance, avanza. ¿Entendido?

—Sí. —Dije, sin poder pronunciar más palabras por la fuerza que ejercía en mi cuello.

—Sí, ¿qué? —Preguntó mezclando su aliento con el mío.

No podía hablar con su mano cortándome el aire. Al parecer se dio cuenta, pues aflojó un poco el agarre.

—Sí, mi capitán.

Notaba como sus labios empezaban a rozar los míos. Una sensación que nunca pensé que iba a volver a sentir. Se alejó de golpe, saltándome el cuello y cogiendo su arma.

—Espabila, aún queda mucho edificio por inspeccionar. —Espetó molesto.

Estuvimos subiendo y bajando escaleras un buen rato. Era un edificio alto y mis piernas ya empezaban a notarlo. Aún así, no iba a darle a entender a mi capitán el cansancio que estaba acumulando, por el simple hecho de que sería capaz de darme un tiro en la nuca si le desobedecía. Cogí mi arma, los cascos desparecieron por arte de magia al haberlos tirado al suelo y anduvimos por el resto del edificio sin peligro aparente. O eso fue lo que pensé.

En el cuarto piso esperaba cualquier cosa menos lo que nos encontramos de frente. Se suponía que, aún al ser un edificio abandonado, era propiedad de la UICT por ley. Además, las instalaciones eran propias de la central, eran pura supervivencia militar. Y esa gente no podía recorrer el edificio. Estaba completamente prohibido.

—¿Quién cojones sois? —Preguntó uno de ellos.

Intenté comunicarme con mis superiores, pero recordé que ellos podían escucharnos a nosotros, pero nosotros no podíamos comunicarnos con ellos. Apunté a los vagabundos llenos de droga que nos amenazaban con machetes y pistolas que seguramente no supieran ni manejar en ese estado. Noté como mi capitán apuntaba a esas personas a mi espalda.

—No pueden estar aquí. Retírense ahora mismo antes de verme obligada a sacarles a la fuerza.

Mi amenaza sólo consiguió que uno de ellos se riese, otro se acercase con un machete y otro quisiera acorralarnos por detrás con un par de armas en la mano.

—¿Tú? —Preguntó el que me venía de frente con un cigarro en la mano y una jeringuilla colgando de su brazo. Su sonrisa de color negro me provocaba arcadas—. Cariño, lo único que me gustaría provocarte son orgasmos. Ese uniforme...

De pronto el del machete me rodeó el cuello, haciendo que me cayese de bruces contra el suelo. Me estaba inmovilizando. Vólkov luchaba contra otros a puño limpio, no podíamos matar a personas inocentes y menos bajo los efectos de la mierda que se habían metido. El que estaba detrás mío intentaba estrangularme, pero fui más rápida haciéndole una llave y tirándole al suelo.

Vino otro hombre hacia mí, por lo que cogí mi arma para darle con el culo de la misma en la cara. Conseguí tumbarle con el golpe, el otro quiso levantarse, así que hice lo mismo y se desmayó con la cara ensangrentada. Vi como una chica con una jeringa en la mano se acercaba al capitán por la espalda, así que fui hacia ella, tirándola al suelo y clavándola su propia arma en el cuello. La chica empezó a sangrar como un cerdo, la dejé ahí tendida en el suelo. El capitán me miró anonadado.

—De nada. —Dije burlona mirando a sus espaldas. Un hombre más grande que el resto iba hacia él con un hacha—. ¡Cuidado!

Vólkov se dio la vuelta, apartándose para inmovilizar al drogadicto. Aún siendo más grande, el capitán pudo con él. De pronto, me dieron una patada en la garganta que me dejó tendida en el suelo, sin aire. La mujer que sangraba consiguió recomponerse y me dio tal golpe que no sabía si iba a volver a respirar. Vólkov se dio cuenta y le propinó un golpe en la cara.

Un pitido se hizo presente en mi oído.

—¡Teniente! ¡Coronel al habla! ¡Informe de la situación! —Espetó cabreado.

—¡Nos han saboteado, coronel! Son vagabundos que se han colado en el edificio. No podemos disparar contra civiles, señor.

—¡Salgan de ahí ahora mismo! ¡Llegan más!

Asentí sabiendo que me veían a través de las cámaras. Cogí el brazo del capitán y le indiqué con la cabeza que nos fuéramos de allí. Se me quedo mirando un buen rato, sin hacer ni decir nada. Su expresión fría y siniestra me daba a entender lo enfadado que estaba. Solté su agarre con lentitud, para después ponerme a andar sin querer mirarlo a la cara. Me confundía y no me gustaba esa sensación. Yo estaba con Francesco, le quería, le amaba y siempre pensé que algún día nos casaríamos.

Salimos de ahí rápidamente, aunque tuvimos problemas por el camino. No dejaban de salir drogadictos con cualquier tipo de arma en la mano. Eso era lo malo de Estados Unidos, que cualquier persona podía tener un arma sacándose una licencia. Eso en Italia no pasaba, pero era mi gran oportunidad y no iba a desaprovecharla. Un disparo resonó cuando Vólkov forcejeaba con un hombre de pelo canoso largo y cuerpo extremadamente delgado. Me preocupe al verlo con expresión de dolor. Salimos de ahí rápidamente, viendo como el comandante y el coronel se dirigían rápidamente hacia nosotros.

—¡Equipo de médicos! ¡Atiendan a los soldados! —Ordenó el general, que venía detrás de los otros dos hombres—. ¡Lleven al capitán a la central, a la enfermería! ¡Ahora!

Empezaba a notar golpes que me habían propinado. Me cogí el cuello, sintiendo un dolor atroz en el momento en el que me había estrangulado. Ni siquiera me di cuenta de que me había cogido del cuello con la mano y lo había apretado. De eso me enteré cuando vino el general a por mí y me vio sobándome la zona que me estaba matando. Me alzó la cara para examinar mi piel, su cara me lo dijo todo.

—¡Trasladen también a la teniente Caruso! —Ordenó, ayudándome a levantarme—. ¡Vamos, vamos, vamos!

Dos chicos me cogieron de los hombros. Me faltaba el aire, quise localizar al capitán. Le vi sentado sobre una camilla, gritando a todo el que se le acercaba. Decía que estaba bien, que no necesitaba ayuda, pero la sangre le escurría por la mano mientras intentaba taponar el corte que le habían hecho. Me subieron a la camioneta en la que había venido mientras se empeñaban en meterlo en la ambulancia.

—¡No quiero una puta ambulancia! —Chilló hacia el comandante—. ¡Dejadme en paz, joder!

El coronel Carter fue rápidamente hacia el capitán. Le cogió del cuello.

—¡Las órdenes de un superior se respetan! ¡¿Entendido?!

Vólkov se quedó completamente callado. Desvió su mirada hacia mí, llena de ira pero a la vez tan atractiva y seductora que hizo que me mojara de nuevo. Joder, no me gustaba nada esa sensación. Carraspeé y dejé que me metieran en el furgón.


Pasaron dos días desde el incidente en el edificio. Debido a una contusión en mi cuello que podía haber afectado a la columna vertebral, me mandaron reposo durante dos días. Este sería el último día allí encerrada, y ya eran las ocho de la tarde, debía preparar el uniforme para mañana. Mi habitación se sentía vacía y sola al no tener al hombre que más quería conmigo. En esos dos días no había hablado con Francesco, aunque él tampoco hizo un esfuerzo por querer comunicarse. Unos golpes en la puerta me distrajeron. ¿El capitán? No, no podía ser él. Los hombres tenían prohibido el paso al ala de dormitorios femeninos.

Abrí la puerta y vi a dos personas delante de mí. Si no recordaba mal, eran dos de las tres tenientes que se presentaron cuando llegué al comando. Ambas me sonreían con amabilidad.

—¿Cómo estás? —Preguntó la más alegre. Si no recordaba mal, su nombre era italiano.

Carraspeé ante su entusiasmo, un poco incómoda por la situación.

—Mejor, grazie (Gracias). —Respondí. Me quedé pensativa mirándolas sin saber qué hacer. Decidí apartarme—. ¿Queréis pasar?

—¡Claro! —Dijo la chica alegre—. Soy Fiorella, y ella es Bianca. Te hemos traído un poco de comida, sabemos que hace días que no sales de aquí.

—Sí... solo dos. —Acepté el tuper que me habían llenado de comida—. Grazie mille (Muchas gracias).

Me senté en la silla del escritorio que había allí. Lo único que había era eso, además de un frigorífico bajo, una televisión y una cama y un armario empotrado. Levanté la tapa y vi cantidad de comida que hizo que mi boca se convirtiera en agua. Las chicas rieron sentadas en la cama. Me sonrojé al haber expuesto demasiado entusiasmo en ello, por lo que volví a cerrarlo sintiéndome realmente avergonzada.

—No te preocupes por nosotras. —Dijo Bianca—. Nosotras ya hemos comido. Tú lo necesitas y se te ve hambrienta.

Cogí el tenedor que me habían dejado junto al tuper y me puse a engullir la comida como si no hubiera un mañana. En esos dos días de descanso no me había comunicado con Francesco y eso me preocupaba, además de su actitud cuando me fui.

—¿Ocurre algo? —Preguntó Fiorella poniendo una mano en mi rodilla.

Ladeé la cabeza.

—Puedes contárnoslo, si quieres. —Dijo Bianca con una sonrisa sincera—. Así empiezas a confiar en nosotras.

Solté un suspiro cansado. No quería empezar a confiar demasiado pronto en gente que conocía poco, pero necesita sacarlo. Esa angustia me estaba matando. Tenía alguna sospecha desde que había tenido el accidente, incluso había soñado algo muy raro sobre Francesco. No quería anticiparme y equivocarme pensando cosas que no eran. Aún así...

—Estoy preocupada por mi novio. —Solté de repente, llamando la atención de ambas chicas. Parecían muy buenas chicas. Quizás podía llegar a considerarlas mis amigas—. Desde que llegué no he sabido nada de él.

—Igual está ocupado. —Mencionó Bianca—. Yo tampoco hablo mucho con mi novio.

—¿Tu novio está aquí dentro? —Pregunté cogiendo la botella de agua. Ella asintió con la cabeza—. ¿Quién es?

—El coronel. —Respondió Fiorella, con una sonrisa traviesa.

Me atraganté con el agua y tuve que toser unas cuantas veces antes de volver a mirar a Bianca, la cual estaba roja como un tomate.

—Que dejes al coronel tranquilo. Ese hombre no es de una sola mujer, tiene una reputación muy poco caballerosa. —Espetó Bianca.

—¿Y por qué sigues poniéndote roja? —Preguntó Fiorella de nuevo. La pelirroja se cruzó de brazos sin querer hablar más del tema. Fiorella me miró dispuesta a explicarme lo que yo aún no comprendía—. El novio de Bianca es el capitán Liam Jones.

—¡Oh! ¿Eres la teniente jefe de la tropa de tu novio? —Pregunté curiosa. Bianca volvió a asentir.

—Y le quiero mucho. —Concretó mirando a Fiorella. La italiana puso los ojos en blanco.

—No niegues los sentimientos que aún tienes hacia el coronel.

Abrí los ojos como platos al haber escuchado eso. Sabía que Fiorella estaba hablando más de la cuenta de algo que ni siquiera la incumbía.

—No te preocupes. —Dije poniendo mi mano en su rodilla—. No hables si no quieres.

Se quedó callada durante unos minutos.

—Cuando entré en la central tenía diecisiete años. Nos formaban aquí durante un año para pertenecer al ejército. Conocí a Fiorella durante los entrenamientos y nos hicimos muy amigas. Yo hablaba con el que en aquel entonces era mi novio, pero lo terminamos dejando por la distancia. Había muchos chicos guapos aquí y Fiorella estaba empeñada en que debía acostarme con todos y así olvidar al capullo que según ella me había dejado.

Hizo una pausa mirando a su amiga mientras yo seguía comiendo la pasta de colores con lechuga, atún, tomate que me habían llevado las chicas.

Per favore (Por favor). Gracias a mí conociste al amor de tu vida.

Bianca suspiró negando con la cabeza antes de continuar hablando.

—Entonces conocí al coronel. —Dijo Bianca—. Era y sigue siendo un hombre muy atractivo a la vista, un hombre sin compromisos con ninguna mujer y un ser increíblemente bueno en la cama.

El rostro triste de Bianca me dio a entender que lo que había sentido por él era algo mucho más fuerte que un simple tonteo.

—Una vez salimos todos a beber a un pub. A Fiorella y a mí no nos había invitado nadie porque tan solo éramos unas sargentos estudiantes que no tenían nada de experiencia en prácticamente nada. Pero esta loca —dijo señalándola con la mano y riéndose al recordar la anécdota—, nos coló en la fiesta y terminamos bebiendo y bailando con los capitanes. Liam era teniente en esa época.

—¿Y fue ahí donde te enrollaste con el coronel? —Pregunté curiosa. Ella asintió.

—Ese fue mi gran error. —Dijo con más tristeza que antes—. Si no me hubiera acercado a él no estaría contándoos esto.

—¿Tan mal acabó? —Pregunté. En ese momento me di cuenta de que me había pasado, pues el suspiro de Bianca fue de absoluta devastación—. Yo... Sono spiacente (lo siento), no quería...

Ella negó con la cabeza, mostrando una sonrisa que no llegaba a sus mejillas.

—No pasa nada.

—Bueno. —Dijo Fiorella de pronto, levantándose de la cama y con una sonrisa radiante—. Hola capitanes han hablado sobre una fiesta nocturna mañana por la noche. ¿Qué decís?

Bianca y yo nos miramos. Ella sonrió y me guiñó un ojo, pero me limité a negar con la cabeza dando a entender que no quería saber nada de esa fiesta.

—Vamos, cara (querida). —Espetó Fiorella levantándome de la silla y dándome una vuelta como si estuviéramos en medio de un vals—. Será divertido.

—Que hables en mi idioma natal no me convencerá. —Dije cruzándome de brazos y mirando hacia otro lado. Por desgracia, una pequeña media sonrisa me delató.

—¿Eso que veo es una sonrisa? —Preguntó curiosa como una niña pequeña. Miré su rostro de forma seria y negué con la cabeza—. A mi no me engañas, cariño. Mañana nos vamos a la fiesta, no se hable más.

Dicho eso, Fiorella y Bianca de despidieron de mí no sin antes amenazarme de muerte si no me presentaba en la dichosa fiesta de los capitanes. Accedí para que ninguna de las dos me clavase el tenedor con el que había comido en el ojo. Me di una ducha refrescante para estar lista y comenzar a trabajar al día siguiente, y entonces mi teléfono móvil empezó a sonar. El nombre de Francesco estaba en la pantalla.

Ciao (Hola), Fran. —Contesté alegremente por escuchar la voz de Francesco.

Pero no escuché su voz. Eso no fue lo que el altavoz de mi móvil emitía. Lo que me daba a entender claramente eran gemidos. Gemidos que yo había escuchado antes, gemidos sonoros y placenteros de mi propia pareja, junto a otra mujer. El nombre de Fran salió de la boca de la persona que estaba con él.

Francesco, mi novio, mi mejor amigo, mi confidente, mi pareja más estable, el amor de mi vida... con ella. Con Gianna, mi mejor amiga.

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