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KILLIAN
La oscuridad envolvía mi cuerpo. Me sentía como en una nube, veía una niebla tibia, espesa, contundente, con un olor... peculiar. Una cabellera rubia se movía a mi lado tocándome el torso desnudo mientras dormía. Aparté su brazo de mala gana, levantándome de la cama encaminándome al salón. Debía partir a Washington D.C., en unas horas sería mi presentación como capitán de la UICT. Vi una caja en el recibidor de mi pequeño apartamento, sabía perfectamente lo que era y de parte de quién venía. No había empezado el dichoso plan y ya estaba hasta los cojones. El rottweiler que vivía conmigo se acercó contento a saludarme. Acaricié su cabeza antes de que volviera a tumbarse en el suelo.
Me senté en el sofá, abriendo mi portátil para ver bien su fotografía. Debía grabarme su cara en la mente, y no podía negar la belleza innata que portaba. Era toda una diosa, un peligro para la humanidad, una tentación andante. Tenía claro que iba a tirármela antes de matarla.
Unos pasos me sacaron de mi ensoñación. Estaba tan perdido en esos ojos verdes, tan parecidos a los míos, que se me había olvidado que no estaba solo. La rubia se sentó a mi lado, sobándome la entrepierna sobre la tela del bóxer.
—Buenos días... —Saludó, mordiéndome el lóbulo de la oreja. Tenía que admitir que estaba muy buena, por algo había acabado en mi cama. No contesté—. ¿Quién es?
Cerré la tapa del ordenador de golpe. Por un momento temí habérmelo cargado, pero sinceramente me daba igual.
—Coge tus cosas y lárgate. —Dije levantándome bruscamente. Miré por la ventana, observando la ciudad de Moscú desde el último piso.
Ulises empezó a ladrar como un poseso a la mujer que estaba conmigo. No le gustaban nada los desconocidos, y menos las mujeres que me molestaban. La chica de cuyo nombre no me acordaba ni quería acordarme se ponía su ropa en mi salón y se abrigaba antes de salir. Quiso acercarse a mí, pero mi perro no le dejó. Levantó las manos para que no le mordiera y salió de mi apartamento con un último "llámame" que era obvio que no iba a cumplir. Ulises se acercó a mí, victorioso de su trabajo. Sonreí de medio lado acariciando su cabeza, felicitando su labor.
Me encaminé a la cocina para desayunar algo rápido y preparar todo lo necesario para Washington. De repente, mi teléfono sonó sobre la mesa de la sala de estar. Ulises ladró para avisarme.
—Buen chico. —Dije acariciándole el lomo.
Al ver el nombre en la pantalla, mi mañana se fue a la mierda. Contesté sin ningún ánimo.
—Vitali. —Dije dejando la llamada en manos libres.
—Killian. —Contestó—. ¿Tienes todo listo?
—Prácticamente. —Escuché un suspiro de su parte. Capullo—. ¿Algo más?
Un silencio se instaló entre nosotros, bastante incómodo a decir verdad. Ulises se asomó por la puerta y me miró con la cabeza ladeada, intentando descifrar mis pensamientos.
—En el aeropuerto te recogerá Artem. Hablé con él hace unos días, tuvo un operativo en Los Ángeles sobre una red de narcotráfico. —Datos y más datos que me importaban una mierda—. Pórtate bien. Acuérdate de nuestro plan.
—Tengo veinticinco años. No soy un crío.
—Bien, me gusta que tengas las cosas claras. Eres digno hijo de tu padre.
—Adiós, Vitali.
Colgué antes de tener que escuchar su voz otra vez. Ese hombre me tenía cogido por los huevos. Debía obedecerlo, la vida de mi madre estaba en sus manos... y en las mías. Cogí un tazón de cereales y un vaso de zumo de naranja mientras me daba algo a mi perro. Deduje que podía llevarlo conmigo, y si no era así haría lo posible por hacerlo. Ulises era lo único que tenía a parte de mi madre.
Después de desayunar y haber preparado todo lo que tenía que llevarme a Estados Unidos, decidí ir a ver el interior de la caja que aún se encontraba en el hall de mi casa. La abrí con un cuchillo, con cuidado de no romper ni deteriorar el interior. Y entonces vi el gran escudo de la UICT, que consistía en una balanza y una espada cruzada en ella. Vi una nota cuando saqué el uniforme entero. Era el lema de la UICT.
<<Menuda gilipollez>>
Una vez tuve el uniforme puesto, metí lo que sobraba en la maleta y tiré la caja a la basura, junto con la nota de mi padre. Además de cachondearse de mí incluyendo el lema de la unidad con su puño y letra, también me amenazaba con destruirme si la cagaba. Era un completo y absoluto gilipollas.
Cogí todo lo necesario, llamé a un Uber y espere a que viniera a buscarme. Cerré con llave y se la entregue al portero. Le indiqué estrictamente que no podía entrar absolutamente nadie. Asintió sin expresión alguna en el rostro, como la mayoría de la población del país. A excepción de muy pocos, los rusos éramos fríos e inexpresivos. No nos gustaba mostrarnos tal y como éramos con gente que no conocíamos de nada. Solíamos ser muy introvertidos.
Veinte minutos después, con la mala cara del taxista por haber llevado al perro conmigo, llegué al aeropuerto. Tuve que pelearme con el personal por querer viajar con mi mascota, pero era una decisión inquebrantable. Mi perro venía conmigo, y yo debía irme. Estuve casi media hora hablando con el de recursos humanos y con el jefe de dirección del aeropuerto. Al ver mi uniforme, se mostraron aún más reacios a dejarme pasar con Ulises. Estaba claro que Rusia y la UICT no se llevaba nada bien. Una hora después conseguí hacer entrar en razón al director, aunque por poco lo muelo a golpes.
Una vez dentro del avión y con mi perro sentado a mi lado, hice que se durmiera con la cabeza apoyada en mis piernas. Yo también cerré los ojos, con la esperanza de descansar un poco. Aunque las pesadillas volvían cada vez que el sueño me invadía. Esas pesadillas en las que me levantaba sudando. Pero no fue así, sino que recordé lo que había pasado quince días antes. Cuando me reencontré con mi padre.
15 días antes...
Entré en la casa con los escoltas del jefe ruso a mis espaldas. Me habían sacado a la fuerza de un after al que había ido con mis colegas de la calle. Esos con los que corría carreras ilegales y pegábamos palizas a cualquiera que se atreviera a dirigirnos la palabra. Ni siquiera se dieron cuenta de que me había ido. Estaban tan puestos que seguramente no pudieran volver a sus casas por su propio pie. Pero todo eso daba igual. El personal que tantos años me había cuidado me miraban con miedo. Eso destilaba: miedo, pavor, terror, horror... Sobretodo cuando tenía un corte en el labio en mi ya marcada cara. Vi un espejo en el pasillo, atreviéndome a mirar aquel rostro que tantos años me había costado aceptar. La cicatriz diagonal que lo atravesaba era algo con lo que me había tocado lidiar en todos los ámbitos: colegio, instituto, universidad...
Sí, aunque no lo pareciera tenía una carrera... a medias. Derecho fue algo que siempre me llamó la atención y más teniendo en cuenta el ámbito en el que se movía mi padre. Cuando se enteró me sacó rápidamente de ahí y no volví a tocar un libro en años. Fue en ese momento en el que me fui por la mala vida, tenía tan solo diecinueve años cuando fumé el primer porro y corrí mi primera carrera. Al principio me resultaba extraño, el haber empezado a estudiar el bando de la ley para después cometer esos delitos que tanto me habían mencionado en el aula.
Heme ahí, frente al espejo, recordando mi pasado y yendo a ver a mi padre. El jefe de la mafia rusa. Algo que al principio no me hacía ni puta gracia y luego me dio completamente igual. Me había criado en ese entorno, ideas criminales que quise desechar al estudiar el bando legislativo. Pero, al parecer, estoy destinado a ser como él. Un asesino.
Llamé dos veces a la puerta del despacho de Vitali. Escuché una leve risa femenina y deduje que no estaba solo. Aún así, su voz me indicó que pasara y sus escoltas me abrieron la puerta. Al principio me quedé confuso, pensando que igual fueron imaginaciones mías al ver a ese capullo sentado en la silla de su escritorio con un puro en la mano y mirándome con la cabeza girada, pues su cuerpo estaba frente a la pared de mi izquierda. Seguí su dirección y vi unas piernas y unos tacones negros sobre el suelo de madera. Mi padre sonrió aún más, el muy hijo de puta.
—Córtate un poco, Vitali. —Dije con tono asqueado. La chica ni se inmutó y mi padre siguió con su sonrisa—. Cuando acabes tus mierdas vuelvo. Hasta entonces...
—Vete. —Dijo mi padre.
¿Me había mandado ir hasta allí para luego decirme que me fuera? Me di la vuelta rápidamente con el cuerpo tenso, debido a la ira que destilaba al estar cerca de ese ser lleno de mal.
—Vete a la mierda. —Espeté llegando al pomo de la puerta.
—A ti no. —Me frenaron sus palabras—. A ella.
Me di la vuelta lentamente, viendo como la chica salía de debajo de la mesa con una sonrisa de oreja a oreja y el labial de color carmín corrido por todos lados. El hombre frente a mi debía tener la polla roja de tanto pinta labios. La mujer me dirigió una mirada lasciva, dándome a entender que le gustaba lo que veía. Iba vestido de forma casual, con unos vaqueros, una camiseta blanca, una chaqueta de cuero y una gafas de aviador que me ayudaban a controlar la el dolor de cabeza que me provocaba la resaca.
—Siéntate. —Ordenó mi padre enderezándose en la silla y colocándose los pantalones. Yo aún seguía con la espalda apoyada contra la pared y los brazos cruzados sobre el pecho. No iba a hacer ningún tipo de caso a ese pedazo de mierda—. Que te sientes, Killian.
Me quedé en mi puesto, sin moverme ni un mísero milímetro. Mi padre resopló, sabiendo que no tenía nada que hacer.
—Como quieras. —Dijo estrellando el puro en el cenicero—. Tengo una propuesta para ti.
—Habla de una puta vez o me largo.
—Un respeto. —La mirada que me dirigió habría acojonado a cualquiera. Era la mirada de un psicópata, de un asesino, de un criminal... pero a mí me la sudaba—. Seré breve. Al parecer tienes asuntos que resolver.
—Di lo que tengas que decir.
De repente, sacó una tablet y empezó a teclear algo en ella. Fruncí el ceño. ¿A qué coño estaba jugando? Apoyó la pantalla en la mesa, obligándome a acercarme. La sonrisa no abandonaba su rostro y tenía que hubiera cometido cualquier locura. Ese hombre era capaz de cualquier cosa.
En contra de mi voluntad, caminé hacia la mesa. Mis pies se movían como si pesaran diez kilos, arrastrándose por el suelo enmaderado sin gana ninguna de acercarse a ese ser. Lo que vi en la pantalla hizo que mi ceño se frunciese confuso. Al principio solo vi a una persona atada a una silla con los ojos vendados. Después, mi cerebro se enfoco en el pelo de la mujer. La ira me invadíos por dentro.
—Suéltala. —Demandé mirando a los ojos a ese animal. Éste rió como si fuera un juguete de feria el que estuviera viendo—. No pienso volver a repetírtelo, Vitali.
Apagó la tablet, dejándola sobre la mesa de cualquier manera. Le miré con los ojos abiertos, llenos de furia.
—Siéntate. —Ordenó de nuevo. Por enésima vez, no le hice ni caso. Pegó un manotazo a la mesa levantándose de la silla. Me miró con una rabia que conocía bien—. Escúchame bien, niñato. Harás lo que yo te diga, en todo momento. Me obedecerás y me tendrás el respeto que me corresponde como padre.
Me erguí, cruzando los brazos sobre mi pecho. Estaba harto de esta situación. No quería tener nada que ver con ese gilipollas y lo único que quería era irme a mi casa.
—¿O qué?
Cualquiera diría que tenía los cojones bien grandes al retar al rey de la mafia rusa. El manda más del mundo criminal de la nación. Incluso los peores asesinos le temían. Yo, en cambio, no le tenía ningún miedo. Bastante había sufrido cuando era pequeño por su culpa. La muerte de Arianna, el día de la masacre que provocaron los italianos, ese día fue el día en el que no volví a ver a mi padre igual. Si ya era un monstruo, luego se convirtió en una completa bestia. Confirmé lo que pensaba cuando me agarró del cuello, llevándome hacia él. Casi me eleva por encima de la mesa.
—O la mato. —Un escalofrío me recorrió la espalda con sus palabras.
—¿Matarías a la mujer que me ha dado a luz?
Mi voz sonaba débil por la falta de aire. Si había algo que me cabreaba a niveles cósmicos era sentirme inferior. Sonrió como un jodido psicópata ante mi pregunta.
—Mataría a cualquiera con tal de verlo sufrir.
Sabía perfectamente a quién se refería. Al italiano millonario que le quitó a Arianna, a su padre y a su hermana. No les consideraba mi familia, a la única a la que conocí fue a Arianna. Sinceramente fue un pilar fundamental en mi infancia. Fue la única persona que me trató como lo que era en esa época: un niño de cinco años que solo quería el amor fraternal de su padre.
—¿Tanto rencor le tienes? —Pregunté. Él asintió sin soltarme aún. Mi voz era un hilo de sonido, empezaba a faltarme más aire del que pensaba—. ¿Podemos hablar tranquilamente sin que me estrujes el cuello y me mates?
Me soltó, empujándome hacia atrás. Me sentó en la silla con esa acción, poniendo más cabreado todavía.
—¿Casi me ahorcas solo para sentarme en la jodida silla? —Pregunté hecho una furia. Él asintió contento por haber conseguido su objetivo. Miré hacia otro lado para insultarle por lo bajo—. Capullo.
—Solo lo voy a explicar una vez. —Me di cuenta de que mis insultos hacia él le daban exactamente igual—. Vas a formar parte de la UICT. ¿Sabes lo que es?
Negué con la cabeza. Prefería ahorrarme los sarcasmos para acabar de una puta vez y así irme a casa. Mi padre se recostó en la silla, optó una posición cómoda para hablar.
—UICT. —Continuó—. Unidad de Intervención contra el Crimen Transnacional.
—Me he quedado igual que antes. —Repliqué apoyando la sien en la punta de los dedos, ladeando la cabeza.
—Es una unidad especial del FBI. Más poderosa, incluso. Se dedican a cazar criminales como yo. —Explicó levantándose hacia el mini bar.
—¿Y aún sigues suelto, Vitali? Qué escurridizo. —Mi burla le entró por un oído y le salió por otro. Es más, en cierto modo le enorgulleció el que aún no le hubieran metido preso.
—Tengo un contacto dentro. —Sacó dos archivos de los cajones de su escritorio. Me tendió el primero, invitándome a echarle un vistazo—. Iván Zhukov, hijo de un amigo íntimo de hace mucho tiempo, además de un socio bastante importante. Se ha infiltrado en la central hace ya un año. Debía comprobar la forma de trabajo y estar al día en cuanto a los operativos. Me ha ido informando y ha sido el que nos ha ayudado a meterte ahí. En la central le conocen como el capitán Artem Ivanov.
—¿Y su expediente? —Pregunté—.
No creo que sea una joya.
—Buena deducción. Efectivamente, no lo es. —Dijo encendiéndose un cigarro. Me ofreció uno y accedí, tenía ganas de tirarme por un puente y lo único que podía calmarme era una calada—. Es un suicida y un neurótico igual que su padre. Un peligro andante, pues es un experto en armas. Siempre ha ido de puta en puta y con varios delitos de proxenetismo.
Encendió el cigarro, dando una calada. Recostó la cabeza en la silla, cerró los ojos y se quedó quieto por unos minutos. Esta situación me estaba cabreando cada vez más.
—¿Pero? —Pregunté exasperado.
—He limpiado su expediente y ahora es mi topo. —Concluyó encogiéndose de hombros.
—¿Cómo se supone que le habéis metido ahí sin experiencia previa? —Estaba bastante confuso con el procedimiento de mi padre—. Y eso también me incluye a mí.
—Por ti no te preocupes. Te ha recomendado como capitán. Se supone que te trasladas desde la central de Rusia como el capitán Killian Vólkov.
—¿Desde Rusia y con mi nombre real? —Pregunté—. ¿No será un poco cantoso?
—La idea es que, al principio, intenten relacionarte conmigo. He limpiado también tu expediente y he hecho algunos cambios. No soy el único que se apellida Vólkov en Rusia, así que te he creado una "identidad falsa".
—¿Y qué quieres que haga yo?
Le dio otra calada al cigarro mientras yo miraba a otro lado, aún con el mío en la mano. Para mi mala suerte, había una licorera bastante amplia y el reflejo del cristal me daba de lleno. Observé de nuevo la cicatriz que tanto odiaba ver en mi rostro.
—Mátala.
Giré mi rostro intentando aparentar ninguna expresión. Me había metido en varias peleas, pero nunca había matado a nadie. Aunque... supongo que siempre hay una primera vez para todo. Arrastró la segunda carpeta que había sacado, poniéndola a mi alcance. La cogí y la abrí. La foto de la chica me impactó al instante. Era terriblemente guapa. Sus facciones eran perfectas, casi podría trazar la sección áurea en esa imagen. Su mirada penetrante era de un color verde intenso, parecida a la mía. Su piel parecía pulcra, tersa. Era una jodida diosa.
—¿Guapa eh? —Intenté disimular mi impacto, aunque mi padre era muy listo.
—No está mal. —Contesté con indiferencia.
—Ya sabes lo que tienes que hacer. Entrará en tu tropa. Partirá a Washington el mismo día que tú.
—¿Cómo sabes...? —Me quedé callado al recapacitar mi pregunta—. Eres el jodido mafioso de Rusia.
—Exacto. Lo sé todo, tengo contactos hasta dónde no piensas que los tengo. Al igual que Caruso, también tengo mis recursos. Y lo mío es la gente. —Aplastó el cigarrillo en el cenicero, levantándose para ponerse a mi lado. Me levanté al igual que él, pues no me gustaba sentirme inferior. Una vez frente a mí, puso su mano en mi hombro—. Si la matas, liberaré a tu madre.
—No te importa lo más mínimo, ¿verdad?
Sabía la respuesta, pero quería escucharla. Mi madre y él tuvieron una historia. Corta pero, según mamá, bonita. Se me hacía imposible de imaginar que algo pudiera ser bonito al lado de semejante ogro, pero mi madre nunca mentía. Quise ver un atisbo de pena en el rostro de mi padre, pero era como un témpano de hielo.
—Tu madre fue una persona muy importante para mí, al igual que Arianna. Pero como todo en esta vida, acaba. Y si quieres que ella viva tendrás que terminar con la niña Caruso.
Asentí sin querer darle más vueltas al asunto. Vitali me dijo que me enviaría el uniforme y toda la información que necesitaba saber antes de ir a Washington D.C. Una vez todo planeado y dejándole claro que mi madre, aún estando secuestrada, debía tener buenos tratos, salí de la mansión. Vitali ordenó a su mano derecha, Alek Novikov, que en esas dos semanas restantes antes de partir a Estados Unidos debía enseñarme a manejar cualquier arma que usase la UICT. También debía saber desactivar detonadores y otros elementos explosivos. No podía levantar sospecha alguna y por eso estuve día y noche entrenándome para ello.
Actualidad...
—Señor... —Escuchaba la voz de alguien llamándome mientras me movían el hombro. Noté como el perro empezaba a gruñir al haberme tocado—. Señor, ya hemos aterrizado y el avión está vacío.
Elevé mis ojos hacia ella. La azafata estaba roja como un tomate, mirándome con adoración. Yo nunca negaba mi atractivo, es más era notable. Por eso podría entrar a la UICT sin problemas. Os preguntaréis por qué. La razón que me comentó Novikov era que, en esa unidad especial del FBI, las tácticas del engaño y la manipulación eran clave para sonsacar la información necesaria. Por eso, en las misiones, siempre hay incógnitos, agentes infiltrados, disfraces, papeles que interpretar...
Y pensar que yo tenía que formar parte de esa gente... Joder, en qué lío me había metido. Me encaminé al interior de aeropuerto, dejando mis maletas en la cinta transportadora, al igual que todos mis elementos metálicos incluyendo la correa y collar de cadenas de Ulises. Pase yo primero, ordenando a mi perro quedarse sentado para que luego pasase él. Los estadounidenses eran tan gilipollas que hasta mandaron pasar al animal solo por si llevaba una bomba o algún tipo de explosivo dentro. Órdenes del aeropuerto de Rusia. En fin...
Una vez todo hecho, puse las cadenas a Ulises, el cual chupaba mis manos contento por estar conmigo. Le sonreí acariciando su cabeza. Cogí el equipaje enganchando la cadena a una de las maletas. Fuera, la gente me miraba con temor por el uniforme. La mayoría observaba directamente la cicatriz que atravesaba mi cara. Vi de lejos un cartel con mi nombre y el cargo de "capitán" por delante. El hombre era alto, fornido al igual que yo, con poco atractivo pero una carisma atrayente. Sonreía y le saludaba desde lejos como si fuéramos colegas de toda la vida.
—Capitán. —Dijo una vez me acerqué a él. Ulises se puso delante de mí, gruñendo a mi "compañero de trabajo"—. Veo que ha venido bien acompañado. Rápido, larguémonos de aquí antes de que venga la prensa.
—¿La prensa? —Pregunté confuso. Él asintió.
—La UICT es un entidad muy valorada y catalogada por periodistas. Se pelean para hacernos entrevistas y secciones en los periódicos.
Caminamos en silencio mientras la gente nos miraba de arriba a abajo. En cuanto llegaban a mi cara, las mujeres se sonrojaban, cuchicheaban y me miraban interesadas. Entramos en el coche, dejando a Ulises en la parte de atrás del coche. Me costó un poco meterlo, pues al ser un lugar extraño para él desconfiaba mucho. Me senté en el puesto del copiloto mientras escuchaba las indicaciones y advertencias de la central.
—Allí soy el capitán Artem Ivanov. Reconocido por varios logros y medallas: en el servicio distinguido, operaciones encubiertas, méritos en ciberseguridad e innovación tecnológica. —Explicó—. Tú, por el contrario, estás destinado a la fuerza bruta. Eres criminólogo, rescatista y francotirador experto. Tienes una distinción innata en técnicas de interrogatorio, además de medallas de liderazgo y valor en el campo de batalla.
—Liderazgo y valor en el campo de batalla... —Repetí con burla.
—Tienes que lucirte y no cagarla, Volkov. —Advirtió con seriedad—. Tu cuello y el mío penden de un hilo. Si algo sale mal sabes lo que hará tu padre. Ya han leído tu expediente, por cierto. Eres hijo de una familia Volkov en la zona sur de Rusia. Murieron en un atentado, no tienes familia cercana.
Asentí. Debía tener muy en cuenta mi "papel" en esta situación. Era algo clave. Era un capitán, un agente, un soldado de la UICT. Debía comportarme como tal si quería liberar a mi madre de las garras de ese maldito.
En media hora llegamos a la central. Por lo que me dijo Artem, la teniente Caruso llegaría casi al anochecer. El vuelo desde Roma era largo, así que me la presentarían mañana por la mañana. Me bajé del vehículo seguido de mi perro con el equipaje en la mano y en la otra sujetando a Ulises. Entramos, viendo a más gente de la que pensaba por los pasillos. Subimos directamente al despacho del coronel, situado en la penúltima planta. Allí llevaban a rajatabla el tema de la jerarquía y los cargos. Cuando tocamos la puerta del despacho, una voz nos indicó pasar.
Una vez dentro, vimos al hombre que residía en su silla, con un cigarro en el cenicero y con las manos en la cabeza. Cuando me vio, frunció el ceño levantándose de la silla. Me vi obligado a copiar a mi compañero, proporcionándole el saludo militar a mi supuesto superior.
—Coronel Carter. —Saludé. Me aventuré a avanzar para acercarme a él y darle un apretón de manos. Accedió segundos después, con plena desconfianza en la mirada—. Soy el capitán Killian Volkov. Es todo un honor servir en su ejército.
Ni yo mismo me creía esas palabras. Soltó mi mano, con la misma expresión seria y profesional. Parecía un jodido apestado.
—Un placer, capitán. —Respondió—. Me han comentado su experiencia previa y debo decir que estoy impresionado.
No respondí. Era mi superior y me ganaría una reprimenda el primer día de trabajo. Asentí dándole a entender mi gratitud. No me daba ningún miedo, pero transmitía la apariencia de ser una persona sin escrúpulos. Un asesino en cuanto a criminales se refería. Aunque, técnicamente, yo también lo era.
—Comenzará desde hoy. —Siguió hablando, sentándose de nuevo en la silla. Miraba el ordenador de sobremesa haciendo como si no estuviera—. El capitán Ivanov le presentará a sus compañeros de rango y posteriormente a su tropa. Constará de cuatro tenientes, tres sargentos, tres cabos y demás agentes. Además, una de sus tenientes será la que trasladan desde Estados Unidos.
Bingo. La niñita Caruso.
—Si no tiene ninguna duda, puede retirarse. Si la tiene... no es mi problema. Esto no es un colegio, es un ejército. —Dijo, esa vez mirándome directamente a los ojos—. ¿Queda claro?
Asentí de nuevo, con las manos tras la espalda y erguido frente a él. Era un hombre imponente, atractivo a la vista al igual que toda la central. Un puñetero líder. Me fijé en que no había una argolla dorada que adornase su dedo. Estaba claro que era todo un semental. Acababa de llegar y ya tenía claro que ese hombre se tiraba a toda la central, si no es que ya lo había hecho.
—¿Qué pasa? ¿Os tengo que dar un manual de instrucciones, un empujón o un pastel de bienvenida? —Dijo, sacando el carácter que suponía que tenía—. Esto no es una ONG. ¡Largo!
—Sí, mi coronel. —Dijimos al unísono.
Le dedicamos el saludo militar correspondiente y salimos de allí con la espalda recta. Una vez fuera, saqué mi mal humor a la luz. No llevaba ni diez minutos ahí dentro y ya me había cabreado. Artem estuvo comentándome que iríamos a por una habitación del edificio de residencia masculina antes de ir a ver a la tropa. No tenía gana ninguna de conocer a soldados que me temerían por la cicatriz que me atraviesa la cara y por mi semblante serio y malhumorado.
Una vez pedimos la llave, Artem dejó que me instalase a mi gusto. Después de eso me dirigí al campo de entrenamientos. Allí había bastantes soldados ejercitándose, mujeres que no me quitaban el ojo de encima. Algunas sonreían coquetas, otras apartaban la mirada avergonzadas. Una incluso empujaba a otra para que se me acercara. No las hacía el mínimo caso, tenía que ir directamente al campo si no quería una segunda reprimenda por alguien a quien no consideraba ni mi jefe. ¿Realmente había caído tan bajo?
—¡Capitán! —Me llamó Artem desde el centro del campo. Frente a él había un grupo de jóvenes. Una vez llegué a su lado, todas las personas que decía me dedicaron el saludo militar correspondiente—. ¡Este es el capitán Vólkov! ¡Firmes!
Me puse frente a ellos, con las manos a mi espalda. Todos me miraban mientras yo aún no decía ni una sola palabra. Era hora de meterme en el papel. No sabía cuánto me iba a llevar esta misión, así que debía actuar como tal. Caminé lentamente observando uno a uno, a su alrededor. Parecían mi propia presa, yo el depredador. Todos estaban tiesos como una vela, todos menos uno. Me acerqué a un chico de baja estatura, pelirrojo, pecas por casi toda la cara, con ojos grandes y marrones que transmitían un miedo imponentemente fuerte.
—Nombre. —Demandé. El chico temblaba aún más al escuchar la rotundidad de mi voz. Estuve casi un minuto esperando, el resto de soldados no se movió ni un milímetro bajo la atenta mirada de mi colega, aunque alguno comenzó con expresiones de disgusto—. Nombre.
Mi voz sonaba impaciente. Algo que siempre me definía como persona era el reflejo de mis emociones en el tono de voz. Algo que nunca me gustó, intentaba controlarlo a toda costa para no parecer vulnerable. Pero situaciones como esta me desesperaban notablemente.
—Nombre, soldado. —Repetí aún con más dureza que antes.
El chico alzó la cabeza. Sus ojos color miel me miraban con puro terror. Noté la forma en la que su mirada recorría la cicatriz de mi rostro lentamente, cosa que me enfureció aún más.
—Tres. —Empecé a contar. El chico me miraba lleno de terror—. Dos...
—Ci... Cirian. —Dijo tartamudeando—. Cirian Murphy.
Genial, un pardillo en mi tropa.
—Rango. —Ordené.
—Agente de tercer grado. —Asentí con la cabeza alejándome un poco de él. Noté como el chico comenzaba a respirar de nuevo.
—Pasaré lista. —Dije con un tono de voz más alto, pero mirando aún al agente frente a mí. Tampoco apartaba los ojos de mí, como si al descuidarse fuera a arrancarle la cabeza—. ¿Ha quedado claro?
—¡Sí, mi capitán! —Dijeron todos a coro, excepto el cateto que tenía delante. Estaba a punto de sacarme de mis casillas.
—S... sí. —Repitió con voz temblorosa.
—¿Sí, qué?
—Sí, mi capitán.
—¡Más alto! —Grité en su oído.
—¡Sí, mi capitán! —Repitió elevando un poco el tono, aunque para mí no era suficiente. Me aleje y me puse frente a todos.
—¡Más alto, joder! —Demandé aún más furioso que antes.
—¡Sí, mi capitán!
El pecho se me hinchó con satisfacción. Desde pequeño aprendí a ganar, a no dejarme pisotear por nada ni nadie, a mandar. Yo era el que daba las órdenes en esta tropa y eso era lo que iba a hacer. Por primera vez en mucho tiempo tenía el control de algo serio, todo lo demás se resumía en droga, alcohol y putas. Pero esa vez no. Esa vez dirigiría una de las mayores tropas de la historia de la UICT. Sabía perfectamente el objetivo de todo esto, y al principio pretendía arreglar las cosas cuanto antes, saldar la deuda de mi padre y largarme de aquí lo más rápido posible. Ahora lo único que quería era formar a esa gente, única y exclusivamente como me habían formado a mí tanto en la vida como en mi propia casa. Mi padre me había instruido de maneras inimaginables, así lo haría yo.
Porque, tarde o temprano, tendría que sacar lo que tanto me había atormentado. El lado asesino que Vitali tanto había marcado en mi piel.
—En una semana se llevará a cabo un operativo muy importante. —Habló Artem a mi lado. Le miré sin comprender de lo que hablaba—. Se os harán las debidas pruebas de resistencia para escoger a los mejores. Este operativo será una prueba crucial en vuestra carrera y expedientes.
—Mañana empezaremos el entrenamiento. —Concluí siguiéndole la corriente—. ¡Retírense!
Me dedicaron su saludo, a lo que yo ya consideraba incluso una reverencia, y se marcharon por donde yo había venido. Una vez que se alejaron lo suficiente miré a mi compañero sin comprender una mierda de lo que había soltado hace menos de un minuto.
—¿Operativo? —Pregunté. Él asintió con la cabeza—. ¿¡Y por qué cojones no me habías dicho nada!?
—Tranquilo. —Dijo intentando trasmitirme paz, aunque lo único que me trasmitía eran ganas de partirle la cabeza de un guantazo—. No te preocupes. Habrá una reunión dentro de unas horas. Presentarán a la teniente Caruso y hablarán sobre el operativo. Al parecer quieren meterla directamente en la misión para ver de qué es capaz.
Asentí. Teniendo en cuenta que era un buen plan. La nueva teniente de mi tropa y la persona a la que debía matar. En la misión podría hacer que pareciera un accidente, o culpar a otro... El agente pardillo era la mejor opción, no sabría qué hacer o decir y se sentiría culpable por algo que ni siquiera había hecho. Eso es, un blanco fácil.
—Eh. —Dijo Artem llamando mi atención—. Deja de comerte la cabeza.
Asentí sin querer darle más vueltas al asunto. El resto del día me la pasé recorriendo la central de arriba a abajo, con Artem a mi lado en todo momento. Ni él ni yo nos fiábamos de nadie. Y si nos poníamos serios, ni siquiera de nosotros mismos. Mi padre siempre estaba con la guardia alta, y no me extrañaría que más de uno fuera uno de sus topos, a parte de Artem y yo. Decidí dejarlo pasar, centrarme en las tareas que me encomendaban y en buscar a los criminales más peligrosos de la ciudad.
Las horas pasaban y mi impaciencia era cada vez más grande. Necesitaba ver a la mujer a la que rebanaría la garganta o la pegaría cuatro tiros para acabar con esa farsa de una vez por todas. Lo único que quería era que mi padre me dejase en paz, no había dejado de mandarme mensajes a mi teléfono personal diciéndome que si ya la había visto, que qué me parecía, que si me la iba a trincar antes de matarla... Al final me decanté por apagar el móvil y guardarlo en la mesa de mi escritorio.
En eso me centraría, en mi oficina. Para ser un capitán, mi despacho no estaba nada mal. Era amplio, luminoso, con grandes estanterías y cuadros abstractos que ni yo mismo entendía. La decoración era minimalista al igual que elegante. No era un experto en decoración, pero sabía diferenciar muy bien lo simple y lo extravagante.
Ambos conceptos tan distintos y tan parecidos a la vez... Como Vitali y yo. Tan diferentes, tan complicados, tan... padre e hijo. El simple hecho de pensar en nuestro parentesco me da náuseas.
—¡Vólkov!
Una voz me sobresaltó, haciéndome pegar un bote en la silla. Miré con mala cara a la persona que tenía delante. Erguí la espalda sobre el respaldo, dándome cuenta de un momento a otro del hombre que se hallaba frente a mí. Me levanté rápidamente y le dirigí el saludo militar.
—¿Qué demanda, mi coronel? —Pregunté a la bestia que estaba frente a mí. Muy enfadado al parecer.
—¡Si un superior te llama una vez, contestas! ¿Queda claro? —Espetó con rabia.
—¡Sí, mi coronel! —Respondí con las manos a mi espalda.
—Ahora mueve el culo. Tenemos una reunión para la presentación de tu nueva teniente, y de paso la tuya. Irán todos los capitanes con un teniente cada uno. —Cerró de un portazo, dejándome solo en la oficina mientras destilaba ira por cada uno de los poros de mi piel. Cuando creí que se había ido, apoyé las manos en mi escritorio. Debía controlar la respiración para no mandarlo todo a la mierda. De repente, la puerta volvió a abrirse dejando ver al mismo hombre que se había ido—. ¡Ya!
Me apresuré a seguirle para no tener ninguna reprimenda más en lo que quedaba de día. Me di cuenta de la impotencia, la soberbia y la dureza que transmitía ese hombre. Abrió una puerta de golpe, sin pararse a mirar a nadie. Todas las personas allí presentes se levantaron para dedicarle el saludo correspondiente, excepto dos. Me erguí frente a los otros dos hombres que había en la cabeza. Deduje quiénes eran por las placas en su pecho.
—Capitán Vólkov. —Dijo uno de ellos. Extendió mi su mano para estrecharla con la mía—. Mucho gusto. Soy el general Colt Blaze, de aquí de la central de Washington.
—Encantado, señor. —Dije con seriedad.
El Segundo también se presentó. Éste no llevaba ningún tipo de uniforme militar, iba de traje y tenía más medallas que el coronel en el pecho. <<El máximo jerarca>>.
—Comandante Dorian Reid. —Dijo, mirándome de arriba a abajo. Le dediqué un saludo militar.
—A su servicio, mi comandante.
Encendieron la televisión que estaba a mis espaldas. Entonces vi en videollamada a otros dos hombres. El de la derecha parecía un gilipollas estirado, rubio, con ojos azules y cara de amargado. Por otro lado estaba el de la izquierda, con un cigarro en la mano. Irradiaba elegancia pura hasta para fumar, era un pijo empedernido. Menuda panda de idiotas con aires de poder.
—Buenas tardes. —Comenzó a decir el rubio—. Soy el general Alaric Valor, de la central de Liverpool, Inglaterra.
Británico tenía que ser...
—Bonsoir (Buenas tardes). —Espetó el otro con claro un tono sutil y de lo más asqueroso. Lo que me faltaba—. Mi nombre es Pierre Hardi, general al mando de la central de Lyon, Francia. Mucho gusto.
No sabía cuál de los dos era peor. Ambos me miraban expectantes para mi presentación. Lo único en lo que pensaba yo era en ver de una vez por todas a la mujer que me follaría y luego mataría a sangre fría. Les dediqué el saludo correspondiente.
—Capitán Killian Vólkov. —Repetí para ellos—.Criminólogo, rescatista y francotirador experto.
—Bien, ahora que nos conocemos todos, demos paso a la nueva teniente.
Por fin... me senté en una silla. La adrenalina empezaba a recorrer mi corriente sanguíneo como una bala. Un ángel negro apareció ante mis ojos. Una mujer de metro sesenta, con piernas fornidas y esbeltas, pecho voluptuoso, labios rosados, pelo rizado negro azabache y ojos verdes cruzó el umbral de la puerta con una seguridad innata. Su voz hizo eco en mis oídos.
—Teniente Caruso. —Dijo haciéndonos a todos un saludo militar. Su rostro estaba serio y su semblante era de lo más profesional. Sí que se lo tomaba en serio, sí. Puse los ojos en blanco ante la presencia de su persona.
—Preséntese, teniente. —Demandó el coronel amargado.
—Teniente Sienna Caruso. —Respondió presentándose con seriedad. Me sorprendió la forma que tenía de decir el apellido de su padre frente a la ley sin ningún tipo de pudor. Le tomé la libertad de mirar a todos y cada uno de los presentes—. Nacida en Florencia. Criminóloga, rescatista y experta en campo de tiro.
El general de Francia no puso buena cara al escuchar su apellido, el resto no mostró ninguna expresión aparente. ¿Sería que la chica no sabía quién era su propio padre?
—Soy el coronel James Carter. —Dijo el hombre robusto que ya me había reñido dos veces—. Estará en la tropa número tres, dirigida por el capitán Vólkov.
El coronel me señaló con la mano. Entonces, la chica se giró hacia mí dedicándome un saludo militar. Su rostro no cambió en ningún momento al ver el mío. Pensé que, al ver la cicatriz, abriría los ojos como platos o formaría una O con los labios. Pero no. Ni una cosa ni la otra. Solo me miraba con profesionalidad. Me levanté y me puse frente a ella.
—Mucho gusto, capitán Vólkov. Será un honor servirle.
"Un honor servirme..." Y tanto que lo iba a hacer. Porque le haría la vida imposible a ese pequeño ángel con patas. Aunque realmente de ángel... tenía muy poco.
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