16

SIENNA

Secuestro: Día 1

Nunca pensé que un alto rango podría caer tan bajo. Pero así fue. La primera misión que hacía con la UICT en Estados Unidos. La primera. Y la mafia rusa ya me había drogado y secuestrado. ¿A quién quería engañar? Era un fraude. Un completo y absoluto fraude. Me gané el título con honor, con sangre, sudor y lágrimas. Había hecho muchas misiones, muchas con éxito, otras las conseguí a base de pequeños errores que resultaron ser la clave para el éxito. Pero jamás me había ocurrido algo semejante. Ser atada y amordazada por el enemigo. Aún seguía bastante adormilada, pero debía defenderme. Tenía que hacerlo. Era una teniente jefe, joder.

—Vaya... ¿tan pronto despiertas?

Tenía los oídos un poco taponados y no escuchaba las palabras con claridad, pero lo que sí oía perfectamente era el sonido de unas hélices sobre mí. Tenía la boca amordazada y la lengua dormida. Si hubiera querido hablar tampoco habría podido. Un chico rubio, alto y fuerte con barba se acercó para acariciarme la cara.

—Novikov, mira quién se ha despertado.

Me agarraron la mandíbula y pasaron la lengua por mis labios de forma repugnante.

—Voy a divertirme mucho contigo, querida.

Elevé mi cara un poco hacia atrás para pegarle un cabezazo en la nariz y hacerle sangrar. Se sostuvo la cara con una mano mirándome con rabia, para después pegarme una bofetada insultándome en ruso. Me volvió la cara de un revés. Me ardía la mejilla de una forma inimaginable. Le ordenó al otro delincuente algo en ruso que no conseguí entender. Iba a tener que ponerme a aprender el idioma enseguida. Aún con la boca amordazada, intenté morder al matón que me tenía atada y que me acercaba un paño a la cara. El hijo de puta me agarró por las mejillas con fuerza, haciéndome daño en el golpe que Alek Novikov me había propinado anteriormente. El muy cabrón estaba de pie, riéndose, mientras su secuaz intentaba drogarme de nuevo.

—Se resiste la muy zorra... —dijo el que estaba arrodillado delante de mí—. Me encanta. ¿Puedo divertirme con ella antes de dejarla inconsciente?

Novikov le miró, encongiéndose de hombros. Le miré con terror. ¿No iba a parar al macabro que quería violarme antes de drogarme? Una tercera voz se metió en la conversación, murmurando algo que hizo que ambos se mirasen con disgusto. Se levantaron no sin antes irse de la cabina de avión donde me habían metido. Pero entonces, el tipo que estaba arrodillado ante mí se giró rápidamente hacia mí con el paño en la mano y me lo puso en el rostro. Perdí el conocimiento poco después y... si me hicieron algo, no sentí absolutamente nada.

Abrí los ojos como pude, aunque la cabeza me palpitaba y dolía como nunca. Me encontraba recostada en una cama con sábanas de seda rojas, ningún tipo de ventana y una sola puerta. Hacía un poco de frío y allí estaba yo, con un vestido de tirantes, espalda abierta y una raja que me llegaba casi al nacimiento del muslo. Carraspeé para aclarar un poco mi garganta, completamente seca. Inspeccioné el lugar, intentando buscar algo con lo que desatarme. Mi respiración se agitaba con el paso del tiempo. Apoyé la cabeza contra el cabecero de la cama, cerré los ojos e intenté pensar con claridad. Pero todo estaba muy nublado, lo último que recuerdo en Las Vegas fue esperar a que Killian me diera un vaso de agua. Y ahora solo esperaba que viniera a por mí.

La saliva se me escurría por los labios mientras respiraba. Tosí al atragantarme y maldecir entre dientes a los que me tenían retenida. Escuché voces al otro lado de la puerta. Mis oídos se empezaban a acostumbrar al ambiente y mi cabeza captó el sonido amortiguado de la música bajo mi cuerpo. ¿Me habían metido en un club nocturno? De repente, la puerta se abrió dando paso al hombre que me empezaba a tener harta. Me dirigió una sonrisa burlona mientras se encendía un cigarro y se sentaba del revés en una silla de escritorio que había allí.

—¿Es de su gusto la habitación, señorita? —preguntó el ruso mientras le daba una calada al cigarro. Intentaba mirarle por todos los medios con furia, pero los párpados jugaban en mi contra. Querían cerrarse y no volver a abrirse en dos o tres días como mucho—. Cierto, no puedes hablar.

La ira recorría mis venas de forma vertiginosa. Iba a matarles a todos. Alek se quedó en silencio un rato, mirándome con sonrisa traviesa, mientras yo intentaba buscar algo afilado por la estancia para poder desatarme.

—Tu madre y yo tuvimos una historia, ¿sabes? —Algo en mi cabeza hizo que me girase hacia él. Abrí los ojos como platos. ¿Mi madre? ¿Por qué iba a tener mi madre relación con la mafia rusa?—. Ya sabes, lo típico. Nos conocimos en una discoteca, la invité a una copa. Salimos juntos, se metió en mi deportivo y entramos en el hotel donde ella trabajaba.

Entrecerré los ojos intentando saber a dónde quería llegar. Se levantó de la silla apagando el cigarro en la misma, se sentó en el borde de la cama junto a mí y me acarició la cara.

—Iba a ser su mejor noche, te lo aseguro. La habitación no estaba mal, y he de reconocer que tu madre en ropa interior estaba más buena de lo que imaginaba... —continuó acariciando mis mejillas, mi barbilla, mis labios y mi cuello. Me retorcía con asco para que me quitase la mano de encima, pero entonces algo oscuro atravesó su mirada, haciendo que me agarrase de la mandíbula con fuerza. Lo tenía tan adolorido que no sentía nada-. Y entonces apareció tu querido padre, como siempre, para salvar a su "principessa". Me ponía enfermo.

Entonces, me agarró del cuello, tumbándome en la cama y él se colocó sobre mí para evitar que me moviera. Tenía las manos atadas a la espalda y las piernas inmovilizadas por las suyas. Era demasiado fácil el hecho de liberarme, pero la pistola que de repente me apuntaba a la cabeza hizo que me echase para atrás en el último momento. Novikov sonrió con suficiencia.

—¿Te da miedo que pueda dispararte, preciosa? —Preguntó pasando su nariz por mi cuello—. No te preocupes, es lo último que quiero hacer. Aunque la oferta sea de lo más tentadora.

Apartó la pistola de mi cabeza, guardandosela en la parte de atrás de los pantalones. Se levantó de encima mío y cogió un vaso de agua de la mesilla de noche que antes no estaba.

—Debes estar sedienta —comentó de nuevo el ruso—. ¿Quieres un poco de agua? Te irá bien.

Entrecerré los ojos en su dirección. No me fiaba ni un pelo, así que aparté la cara. Se volvió a sentar en el mismo sitio de antes.

—Vamos cielo. Es un vaso de agua.

Se acercó a mí para dirigir su mano al paño que me envolvía la boca. Me lo quito de un tirón, me escocían las comisuras de los labios y seguramente las tuviera en carne viva. Me negué en rotundo a beber un vaso de cualquier cosa que me diera él. La sonrisa burlona fue, de nuevo, sustituida por una más oscura, tétrica, la cual hizo que un impulso le llevase a abrirme la boca con la mano presionando mi mandíbula. Me echó el contenido en la boca aún resistiéndome, y cuando me soltó conseguí tragar muy poca parte del contenido y escupirle el resto en la cara. Mierda, el agua no solía estar dulce.

—¿Pensabas que iba a tragarme la mierda que hubieras puesto ahí dentro, Novikov?

De nuevo, sonrió de lado. Otro impulso le llevó a estrellar el vaso contra la pared. Se limpió la cara con la camiseta, dejando a la vista su torso trabajado. Tendría la misma edad de mi madre, y se conservaba muy bien debía reconocerlo. Pero no dejaba de ser quien era. La mano derecha del Vor. Mi enemigo. Su mirada se dirigió a mí, y conseguí subirla a sus ojos antes de que se diera cuenta.

—¿Ves algo que te guste, preciosa?

Aparté la cara de inmediato.

—No te lo creas tanto.

Emitió una risa ronca antes de seguir hablando.

—Debo admitir que tu madre era toda una diosa... —dijo haciendo que me entrasen arcadas—. Pero tú... tienes algo más. Eres salvaje, una fiera. Y no me quiero imaginar lo que debes hacer con la boca.

Casi vomito con la confesión. Me daban arcadas de solo pensarlo.

—No vas a comprobarlo —advertí con fuerza—. Te lo aseguro.

Su sonrisa de medio lado hizo que mis piernas se comprimiesen y un calor se instalase entre ellas. ¿Qué me estaba pasando?

—¿De verdad? Eso ya lo veremos, cielo. Algo ha tenido que colarse por tu garganta.

Alek salió de allí, no sin antes dirigirme una sonrisa traviesa. Entonces empecé a notar unas descargas en mi cuerpo que terminaban directamente en mi centro. Notaba el clítoris hinchado y frustrado, el interior de mis muslos ardiendo y mi respiracion entrecortada hacía que mi mente se moviese a otros lugares. Necesitaba algo, o más bien a alguien. A una persona de pelo negro que le caía sobre la frente, los ojos grises y mandíbula recta. Con una cicatriz que le recorría el rostro. Pero no estaba allí. Y mis deseos solo se podían satisfacer de una forma.

Intenté desatarme, necesitaba tocarme. No aguantaba más. Miré cuerpo, empezaba a tener espasmos. Entonces me di cuenta del espejo que había en el techo. Empecé a retorcerme por las ansias que tenía de tocar y así calmar mis deseos. Empecé a gemir por la fuerza con la que el calor avasallaba mis nervios y por la frustración de no poder hacer nada. No me quedaba alternativa. Necesitaba algo, alguien, que pudiera calmar mis impulsos. Me levanté de la cama, doblándome en el proceso. Intenté quitarme las cuerdas que me apretaban las manos a la espalda, pero no pude. Entonces, vislumbré un punto rojo en la parte más alta de un rincón de la habitación. Sonreí de lado al darme cuenta de lo que era: una cámara. Novikov estaría mirándome al otro lado, fijándose en todos mis movimientos. Y si eso era lo que quería, lo haría. Porque mi cuerpo no pedía otra cosa.

Estaba totalmente despierta. La excitación dejó mis neuronas adormiladas por el cloroformo a un lado. No sabía qué coño me había metido el ruso, pero estaba tan caliente que no podía aguantar. Vislumbré un pico de madera sobresaliendo de la cama. Pasé mi vista de la cámara al saliente, de uno a otro como tres veces antes de sonreir e intentar por todos los medios desatarme. Me puse de espaldas al saliente, lo enganché y tiré con todas mis fuerzas hasta que conseguí romperlas. Froté mis manos emitiendo un sonido de alivio por la boca a la vez que cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás.

Miré a todos lados. Estaba sola. Completamente sola, a excepción de las personas que podrían estar viéndome a través de la cámara de seguridad. Miré hacia allí, sabiendo que Alek Novikov estaría mirándome. Mi vestido estaba intacto, así que me lo quité por la cabeza para dejar mi cuerpo expuesto. Solo llevaba una tanga de encaje de color negro que no dejaba mucho a la imaginación. Me tumbé en la cama, cerré los ojos y empecé a pensar en el hombre que quería que atravesase esa puerta y me hiciera suya como ya lo había hecho. Manoseé mis pechos, pellizqué mis pezones y masturbé mi feminidad con facilidad por lo húmedo que estaba. No sabía cuanto tiempo me había pasado gimiendo descontroladamente.

Boca arriba, boca abajo, de rodillas, sentada con la espalda contra el cabecero. Estaba sudorosa, cansada y todavía demasiado cachonda como para parar. El puntito rojo de la cámara no se apagó en ningún momento, por lo que deduje que habían estado viendo todo lo que hacía. No supe cuanto tiempo me habia pasado así, pero hubo un momento en el que no pude mas y tuve que parar. Descansé unos minutos, pero unos golpes en la puerta hicieron que abriera los ojos y me fijase en ella. La voz de una mujer al otro lado me hizo coger el vestido y metérmelo por la cabeza antes de abrir. Una chica rubia de ojos azules y embutida en un vestido lleno de correas de color morado me tendió un conjunto.

—Póngaselo, señorita —ordenó la chica com voz seductora—. El jefe la espera en la sala cinco.

—¿El jefe?

Ella asintió con la cabeza.

—La toca bailar.

La chica se fue dejándome con la palabra en la boca. No me había dado cuenta de que había dos matones custodiando la puerta de la habitación en la que me encontraba. Coloqué el conjunto que venía con zapatos encima de la cama, viendo de repente una carta sobre él. La cogí viendo el remitente. En ella decía lo siguiente.

"Colócate este conjunto y sé una de las mujeres de mis fantasías. No es una sugerencia, es una orden. Si quieres sobrevivir debes complacer a la Bratva, y en ella se me incluye a mí. Sé con certeza y sin miedo a equivocarme que estarás tan bella como una diosa."

Firmado: Alek Novikov.

Puto lunático... Miré el conjunto, extendiéndolo sobre la cama. Consistía en un body palabra de honor con mangas abullonadas finas de color verde menta y pedrería en el pecho, a juego con una falda con aberturas en ambos lados y de lo más translúcida. Para terminar había unos tacones color menta con la misma pedrería y un antifaz para los ojos. Me lo puse y me quedé extasiada con lo bien que me quedaba la ropa. Pero no pensaba salir ahí con eso. Ni de coña. Hasta que uno de los matones abrió la puerta de golpe, me cogió del brazo y tiró de mí hacia fuera.

Intenté soltarme, ganándome un empellón por su parte y consiguiendo que me cayese hacia la pared. Volvió a cogerme del brazo y entonces no puse resistencia. Llegamos a la famosa sala cinco, donde un hombre estaba sentado en un sofá chester, fumando un cigarro con los ojos cerrados y la cabeza apoyado en el respaldo. La rubia que me había dado el conjunto le daba un masaje en los hombros mientras le daba un vaso de whisky que él sujetaba con la mano. La rubia le dijo algo al oído antes de marcharse. Novikov levantó la mirada hacia mí y los hombres que me acompañaban se retiraron cerrando las puertas, dejándome a solas con el Sovetnik de la Bratva. Me indicó con la mano que avanzase hacia él.

—Estás preciosa.

No contesté. Él rió ante mi actitud indicándome que me sentase a su lado. Lo hice, no por miedo, sino por supervivencia. En cualquier momento podrían pegarme un tiro en la cabeza. Con la Bratva nunca se jugaba. Cuando toqué el cojín, crucé mis piernas dejándolas expuestas a la vista de Novikov. Me ofreció un vaso de whisky, el cual rechacé mirando a otro lado.

—¿De verdad vas a rechazar una copa gratis? —Preguntó riéndose.

—¿De verdad crees que voy a volver a caer en la trampa?

—Antes solo quería ver tus dotes —dijo pasando su lengua por sus labios—. Ahora quiero charlar.

—¿Y para qué me has dado este conjunto?

—Para pasar desapercibida, lyuvob.

Esa palabra... Eso que Killian siempre me llama y nunca me ha dicho lo que era. Aunque, para ser sinceros, Killian también em dijo que me protegería con su vida. Y allí estaba. Secuestrada y vestida como si fuera una muñeca por la mano derecha del Vor.

¿Qué significa eso?

Alek sonrió de lado. Era un hombre muy atractivo, eso no podía negarlo.

—"Amor".

Mi respiración se cortó por un segundo, pero volví a la normalidad cuando Alek se dio cuenta. Entonces, pasó su dedo por mi pierna provocándome un escalofrío.

—Primero me secuestras, luego me drogas y ahora me vistes como a una de tus putas. Si quieres a una muñeca de trapo puedes encontrarla en todo el edificio, pero no aquí.

—No he visto que te quejases en ningún momento —comentó con una sonrisa—. Es más. Lo disfrutaste mucho, cielo.

No contesté. Porque, en realidad, tenía razón. Me tendió de nuevo el vaso.

—Bebe —ordenó—. Y baila para mí.

Negué con la cabeza apartando la mirada. Entonces oí el clic del seguro de un arma y algo frío tocó mi sien.

—Ahora.

—No sé bailar —mentí. Ladeó la cabeza a un lado. Pues claro. Había investigadores sobre mí y sabía que había hecho un curso de pole dance cuando tenía diecisiete años.

Miré a los ojos a ese lunático antes de beber de un trago el vaso de whisky y levantarme con un mareo. No sé si fue por la rapidez o el aturdimiento que aún sentía por la dosis anterior, pero me tambaleé y tuve que agarrarme al brazo del sofá. Me volví hacia Novikov, el cual me miraba con una sonrisa traviesa. Fui directa hasta la barra de pole dance y la música comenzó a sonar.

Hacía mucho que no usaba estas barras, así que me costó un poco al principio. Pero cuanto más bailaba, mi cabeza se iba aligerando, mis brazos y piernas se movían solos al ritmo de la versión sexy y lenta de "Crazy Of Love" de Beyoncé. Las palabras, la letra, los bajos, la melodía. Toda ella calaba en mí como si estuviera exclusivamente hecha para mí. Me froté contra la barra, di vueltas, notando como el calor se apoderaba de mí cuerpo cada vez con más intensidad.

Le miré a los ojos. Unos ojos azules que me penetraban hasta el alma. Recordé unos de otro color, un color como el acero. Un color difícil de encontrar en el mundo pero que me miraban como si fuera suya. Lo era. Joder, era suya. Me imaginé que estaba ahí sentado, viéndome bailar. Lo veía. Movía sus caderas acomodándose en el sofá porque, a medida que seguía bailando, su pantalón se iba hinchando. El pelo negro le caía sobre los ojos, veía el tatuaje que tenía en el brazo y le seguía por pectoral, porque sí, mi imaginación ya le había quitado la camiseta. Mis muslos estaban cada vez más calientes y quería reventar el body en cualquier momento.

Bajé del pequeño escenario y me puse a horcajadas sobre el hombre que me estuvo viendo bailar durante un buen rato. Aunque, ni era pelinegro ni tenía los ojos grises.

—¿Puedo complacerle, señor?

No sabía ni qué decía, pero lo que sí sabía era que quería a ese hombre dentro de mí. Le desbroché los vaqueros y le bajé los calzoncillos sacando su falo erecto a la luz. Le saqué la camiseta por la cabeza y acto seguido pasé mis dedos por sus trabajados abdominales.

—Chúpalo.

Me levanté para ponerme de rodillas en el suelo y empezar a lamer semejante miembro. Tenía un buen tamaño, sabía que eso iba a matar las ansias y el deseo que se había apoderado de mí de un momento a otro. Fui a quitarme el antifaz, pero él me frenó ordenando que me lo dejase puesto. Me agarró del pelo como si estuviera haciéndome una coleta y me lo metí entero en la boca.

—Así... muy bien...

Gemía mientras le daba placer con mi boca, pero yo también quería. Así que me levanté justo antes de que terminase, provocando que tirase de mi pelo a modo de reprimenda.

—Yo también quiero disfrutar de su placer, señor... —dije desesperada porque me follase.

Me puse sobre él de nuevo, pero me levantó y me tumbó a la fuerza mientras ponía sus manos sobre mi cabeza en el sofá negro.

—Abre las piernas.

Obedecí, dejando que me quitase la falda y desabrochase el body por la parte de abajo. Mis bragas de encaje quedaron expuestas y me obligó a quitarme la ropa para dejar mis tetas expuestas. Joder, estaba tan caliente que no podía esperar a que me follase de una vez. Empezó a besarme el cuello, bajando por mi pecho hasta llegar a mis pezones y mordisquearlos. Envió descargas por todo mi cuerpo mientras me tocaba con una mano un pecho y con la otra mi clítoris por encima de la ropa interior. Iba a volverme loca. Envolví mis piernas alrededor de su torso.

—Alek... Per favore (por favor)...

Entonces, me dio un golpe para nada suave en la nalga. Le miré asustada y clavó sus ojos en los míos.

—No vuelvas a hablar en italiano. Jamás.

Asentí. Lo peor era que ese golpe me había gustado más de lo que podía imaginar y quería seguir hablando en mi idioma para que lo repitiera. Me dio la vuelta, y alcancé a escuchar como rasgaba un plástico. Me moví inquieta queriendo que aliviase esas ganas que tenía. Entonces, se me ocurrió.

—Alek... fóllame ya, per favore (por favor)...

No me dio un golpe en el glúteo, sino que se quedó inmovil.

—¿Qué te he dicho de hablar en italiano?

Fui a mirar hacia atrás, pero no me dio tiempo. Me embistió de forma brutal haciéndome gritar. Mi cuerpo se vino abajo y cai en el brazo del sofá, pero Alek me cogió del pelo para seguir embistiéndome como un animal. Dentro y fuera, así hasta mil veces. Me tiró del pelo para colocar su aliento en mi oído. Con su mano libre me agarró uno de mis pechos y pellizcaba el pezón. Sabía que eso estaba mal, sabía que eso no era lo que debería estar haciendo pero era lo que necesitaba. Necesitaba calmar las ganas que tenía.

—Eres una zorra... Mi zorra... —dijo Alek en mi oído.

Salió de mi interior y me dio la vuelta de nuevo. Me quejé por no tener su falo dentro de mí, pero cuando me dio la vuelta me dio un empellón que me hizo echar la cabeza contra el brazo del sofá y dejarla colgando por la brutalidad del momento. Su mano se envolvió en mi nuca y me atrajo para meterme la lengua hasta la campanilla.

—¿De quién eres? —Preguntó entonces mientras seguía embistiendome.

—Tuya...

Le empujé hacia atrás para que se sentase. Frunció el ceño cuando le hice salir de mí de golpe, pero gimió cuando me puse sobre él y empecé a cabalgarlo como loca. Joder, estaba en una nube.

—No eres de Vettori —comentó, envolviéndome con sus brazos y asi chupar mis pezones—. Ni mucho menos de Vólkov.

Puse los ojos en blanco de placer mientras él movía las caderas hacia arriba y así penetrarme con más profundidad. De un momento a otro me metió la lengua hasta la campanilla. Nuestros dientes chocaban de vez en cuando mientras devoraba mi boca como un depredador.

—Eres mía —dijo Alek—. Solo mía. Del Sovetnik de la Bratva. Desde que te vi en el Las Vegas... Joder. No puedo sacarte de mi puta cabeza. Quiero follarte en todas las posturas posibles.

—Hazlo...

No sabía qué decía. La droga me hacía hablar sin pensar. Yo no quería eso, quería irme a casa. Pero el placer que estaba sintiendo en ese momento me nublaba los sentidos y me hacía querer más. Mucho más.

—Vas a ser una chica buena y vas a hacer lo que yo te diga.

—Sí...

—Sí, mi señor —corrigió dándome otra nalgada—. Dilo.

—Sí, mi señor.

Me apartó. Me puso mirando hacia el respaldo del sofá, poniéndose en pie y sacando mi culo hacia fuera. Me la metió en golpe mientras volvía a embestir, agarrándome un pecho.

—Buena chica.

Novikov acarició mi clitoris mientras yo no dejaba de gritar. Mordió mi hombro con tanta fuerza que creo que me hizo sangre, pero me daba igual. El placer que sentí en el orgasmo hizo que me recostase contra el respaldo y cerrase mis ojos. Estaba tan agotada que lo ultimo que noté fue un beso en la frente por parte del hombre que me había proclamado como suya.

ALEK

Desde que era muy pequeño me enseñaron a que los premios había que ganárselos. Mentira. Los premios no se ganaban. Se arrebataban. La vida era la ley del más fuerte. Así he sobrevivido en la mafia. Conocí a Vitali en una reunión de criminales. Yo solía ser un asesino a sueldo, trabajaba para tipos ricos que querían quitarse del medio a gente que no necesitaban o que les estorbaban. Se comunicaban conmigo a través de un móvil de prepago.

Vitali me reclutó una noche en la que casi me matan. Me encontró tirado en la calle a causa de una paliza brutal. Los hombres que habían solicitado mis servicios querían matar a otro tío que, según ellos, les debía mucho dinero. Cuando le encontré en un bar a escasas manzanas de mi antigua casa en el centro de Moscú, supe de inmediato que algo no iba bien. El tipo resultó ser un policía y tuve que largarme antes de que pudiera atraparme y meterme directamente en el calabozo. Entonces, cuando llegué a mi casa, los tipos que me habian solicitado se presentaron en la puerta y me dijeron que querían "hablar". Y con hablar me refería a molerme a golpes. En esa época no era malo en cuanto a peleas se trataban, pero no era lo mismo un dos contra uno ahora que en ese momento.

Ahora era una máquina de matar. Vitali se encargó personalmente de formarme para que pudiera rajarle la garganta a cualquiera sin ningún tipo de esfuerzo, o de partirle la cara hasta al más fuerte. No era igual que antes. Por eso perdí a mi familia, mi mujer, mi hija que ni siquiera sabía que existía hasta hacía dos años. Cometí muchos errores, pero también gané amigos, enemigos, socios, obsesiones...

Hablando de obsesiones. Sí, yo era un hombre muy comprometido con las mujeres. La que me gustaba era imposible que saliera de mí cabeza hasta, al menos un año. Me pasó con Emma Caruso. Me pasó con Sophia Jhonson, que en paz descanse. Me pasó con la madre de mi hija, una modelo rusa que era adicta a las drogas y venía en mi busca de vez en cuando para una pequeña dosis. La niña, aunque ya no tan niña, por suerte era normal y ni siquiera vivía con su madre. Se había buscado la vida alejada de ella por su adicción, y hacia bien.

Pero la obsesión que sentía con la hija de los Caruso era otro nivel. Ya la había visto en fotografías cuando tuvimos que formar al hijo de Vitali para meterlo en la central. Pero cuando la vi por primera vez y hablé con ella en Las Vegas. Esa forma de mirarme, de no querer faltar al respeto a su pareja cuando en realidad era falsa... Me cautivó. Por otro lado vinieron los celos cuando vi al hijo del Vor ponerle una mano en la cintura y sentarla sobre su regazo delante de los padres de ambos como si nada. Se creía que era suya, que por habérselo follado en la central ya era de su propiedad. Pero lo que no se esperaba era que se me ocurriese la brillante idea de casarle con la enemiga de la chica. Jade quería estar con Killian, yo quería estar con Sienna.

Situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas. Y por eso utilicé mi nueva droga con ella. Esa que tiene los ingredientes necesarios para que la otra persona también se obsesione contigo, que quiera más. Que sea como yo. Yo era el cerebro del laboratorio de drogas que tenía la Bratva en su poder. Éramos los mayores traficantes de nuevas recetas adictivas del continente. Y un día creé mi obra maestra: el Euphorine.

El Euphorine es una droga creada en los laboratorios de la Bratva especialmente diseñada para inducir excitacion sexual y euforia intensa en las mujeres. Es una de las sustancias más peligrosas en el mundo debido a sus efectos sobre las emociones y el deseo. Se pueden utilizar sobre todo para la manipulación y la explotación, como en el resto de sumisas del club.

Vi como Sienna se recostaba en el sofá para descansar. Pero no le iba a durar mucho, acababa de ingerir la droga y dentro de cinco minutos iba a querer más. Yo ni siquiera había terminado. Esperaba que pudiéramos tirarnos así toda la noche. Joder, me ponía a cien. La di un beso en la frente y cogí su pequeño cuerpo en mis brazos para llevármela de vuelta a la habitación. Pasé por delante de unas sumisas que miraban sus pies. No tenían permitido mirarnos a la cara, así que se limitaban a callar y obedecer. Apoyé a Sienna en la cama. Estaba medio adormilada, havia ruidos con la boca. Me metí en el cuarto de baño para darme una ducha mientras ella dormía. Abrí el grifo de la ducha, metiéndome debajo. Empecé a enjabonarme cuando noté una presencia detrás de mí. Sonreí sin darme la vuelta. Unas manos me envolvieron y empezaron a recorrerme el torso hasta la zona baja de mi cadera. Mi miembro ya estaba erecto, pero frené sus movimientos envolviendo mi mano en su muñeca.

—Contra la pared —ordené con voz ronca. Ella asintió y pegó sus pechos contra los azulejos de piedra. Salí y abrí uno de los cajones del baño donde había una caja de condones. Vitali se encargó de que hubiera siempre una en cada cuarto de baño de las habitaciones del esta planta. Volví hacia ella, con el cuerpo mojado. El pelo húmedo se le pegaba a la espalda y los rizos habían casi desparecido. Besé su hombro, en el mismo sitio donde le había mordido anteriormente. Tenía mi marca, y era algo que Killian Vólkov no podía cambiar.

Masajeé sus pechos con mis manos, haciendo que apoyase su cabeza en mi hombro. Bajé mi otra mano en su intimidad. Soltó un suspiro entrecortado cuando enganché su clitoris entre mis dedos.

—Sal de la ducha.

Me hizo caso, cogiendo la toalla y saliendo del baño, no sin antes echarme un vistazo rápido. Me miré en el espejo, tenia cuarenta y siete años y me mantenía como uno de veinte. No era una forma de fardar sobre mi físico, era la verdad. Las sumisas se peleaban por tenerme entre sus piernas, y yo no me quejaba. Pero ahora mismo la única persona que me interesaba era la chica de veintiún años que estaba esperándome en la cama lista para follar. Enfermizo, lo sé. Pero, ¿quién no está loco en esta vida? Sonreí a mi reflejo antes de salir y encontrarme a la hembra con la que iba a pasar la noche.

Estaba sentada en la cama, con la espalda recostada en el cabecero y los ojos cerrados. Me puse de pie frente a la cama, esperando a que los abriera para verme. Cuando lo hizo, una sonrisa de medio lado apareció en su semblante. "Qué sonrisa". Le hice un gesto con el dedo para que viniese hacia mí. Empezó a gatear mirándome con deseo, lo cual hizo que se me levantase la polla en dos segundos. Cuando llegó hasta mí, agarré su mandíbula y me agaché, metiéndole la lengua hasta la campanilla. Me agarró del pelo, su sabor era una droga para mí, su lengua, sus gordos labios que basaban los míos. ¿Cómo no obsesionarse con semejante diosa? Era imposible.

La tiré a la cama dejandola tumbada boca arriba. Abrí sus piernas, metiendome entre ellas y lamiendo toda su feminidad. Se retorcía bajo mis lengüetazos. Agregué un dedo a la maniobra haciendo que a su espalda le resultase complicado tocar las sábanas. Su mano se dirigía constantemente a su boca para amortiguar sus gritos. En cuanto lo vi, agarré su muñeca y me puse a su altura.

—No te tapes la boca —dije, con los labios húmedos de sus fluidos—. Quiero verte gritar de placer.

Volví a bajar, y en casi dos segundos ya estaba tapándose de nuevo los labios. Llevé su mano al colchón, encima de su cabeza, con fuerza.

—Quieta.

Per favore (por favor)...

Entrecerré los ojos en su dirección.

—¿Qué te he dicho sobre hablar en italiano?

Sonrió de medio lado, y entonces supe que lo hacía a posta. La di la vuelta provocando una grito ahogado por la impresión y la puse a cuatro patas delante de mí. Rasgué el envoltorio de un preservativo y me coloqué entre sus piernas. Movía las caderas ansiosa por qué la pentrase, pero justo cuando iba a hacerlo, mi teléfono móvil empezó a sonar. Lo había dejado con la pantalla havia arriba en la mesita de noche, alcanzando a ver el nombre de Vitali en la pantalla. La chica Caruso me vio ir hacia él, quejándose por no estar follandola.

—Voy a contestar, no hagas ruido.

Sabía que no iba a ser posible, pero me iba a hacer gracia la conversación que iba a mantener con Vitali.

—Dígame, Vor.

Penetré a Sienna de una estocada, provocando un grito por su parte. Seguramente Volkov lo habría escuchado, pero no dijo nada al respecto.

—¿La tienes atada? —Preguntó el Vor.

—Sí —respondí apoyando mi pecho en su espalda para poder alcanzar con la otra mano su boca y tapársela—. ¿Estáis de camino?

—Sí. Iremos directamente a verla. Mi hijo va a querer rescatarla, así que hay que mantenerla bien oculta —explicó el Vor en mi oído—. No quiero que tenga ni un rasguño.

Miré el mordisco de su espalda. Joder, qué más daba. Se iba a enterar de todas formas. Destapé su boca dándole más fuerte para que, en ese caso, Vitali sí lo escuchase.

—Tarde —contesté—. Bastante tarde, de hecho.

—¿Qué has hecho? —Preguntó el Vor—. ¿Te la estás follando?

Sonreí mirando la cabellera pelinegra que quería agarrar en un puño nada más colgar la llamada con Vitali.

—La he follado, atado, nalgueado, drogado... Incluso me ha bailado, fíjate.

La risa del Vor se escuchó al otro lado.

—Mi hijo va a matarte si se entera.

Sonreí de lado.

—Tú lo has dicho —dije sonriendo—. Si se entera.

El Vor colgó la llamada dejando que continuase con mi función. Con mi obsesión. Después del maravilloso polvo con Sienna, se quedó dormida sobre mi pecho en aquella habitación del club. La luz de la luna entraba por los ventanales. La luna había sido testigo de esta unión. La de Alek Novikov y Sienna Caruso. Todo el mundo piensa que las obsesiones es la peor cualidad del ser humano. Cualquier obsesión, cualquier adicción es mala. Es lógico. Es como la droga. Pero en la vida había adicciones malas y adicciones muy buenas. En mi caso había sido una de las mejores adicciones que había tenido en la vida. Y nada ni nadie iba a arrebatarme estos momentos.

Ni Vitali, ni su puto hijo, ni el padre de la chica que estaba conmigo. Haría que se obsesionase conmigo, con o sin droga. Pero lo conseguiría. Porque cuando ambas partes quieren, todo es posible. Y si tenía que convencer a las malas a Sienna Caruso de que era mía, entonces lo haría. A las malas. Por algo había creado una de las drogas más peligrosas del mundo. El Euphorine creaba maravillas como esta. Uniones únicas, inigualables.

Me levanté de la cama para ponerme la ropa y marcharme antes de que despertase. Tenía asuntos pendientes por resolver antes de volver con mi futura mujer a la cama. Era la hija del enemigo, y lo peor que podía hacer contra Caruso era arrebatarle lo que más quería en el mundo. Su querida y amada hija era mía a partir de ese instante. Salí de la habitacion con una sonrisa de oreja a oreja, pero entonces un rostro se me pasó por la cabeza. Killian Vólkov. Sabía que ese cabrón iba a hacer todo lo posible por recuperarla. Pero para eso estaba mi pacto con Jade Cooper. Para que no se acercase a ella.

Y tenía clara una cosa. Si Sienna Caruso no podía ser mía, no sería de nadie.

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