15

KILLIAN

—No tengo todo el día.

El capullo del camarero daba más importancia a los borrachos que estaban pidiendo copa tras copa que a darme una simple botella de agua. Le veía moviéndose de un lado a otro, con la coctelera en la mano. Tenía a Sienna localizada, hasta que un gilipollas se puso delante de mí y se interpuso en mi visión. Se me pegó como una lapa balbuceando cosas sin sentido.

—Tío, hacía mucho que no nos veíamos-. Dijo, riéndose intentando no cerrar los ojos. Hice una mueca conteniéndome para no darle un puñetazo y montar un espectáculo–. ¿Cómo están los niños? ¿Tu mujer sigue sin hablarte?

Cogí aire y emití un gruñido frustrado y lleno de ira. De verdad que estaba conteniéndome para evitar partirle la cara delante de tanta gente, pero me lo ponía cada vez más complicado. Miré de nuevo al barman a ver si conseguía la puta botella de agua. Lo malo era que cada vez había más gente en la barra. Busqué a Sienna con la mirada, sin éxito. Había tanta gente que ya no veía más a allá de dos o tres cabezas. Conseguí que el pelele que atendía me diera la botella de agua. Le tiré el dinero encima de la barra y me alejé de allí lo más rápido posible. No sabía quién lo habría hecho, pero estaba claro que alguien le había echado algo en la bebida.

Aparté al borracho, escabulléndome entre la gente para encontrar a la mujer que, muy a mi pesar, protagonizaba mis sueños y deseos más prohibidos. Intenté meterme de nuevo en el grupo de gente, pero cuando volví al sitio donde había dejado a Sienna, ella ya no estaba. Maldije en voz baja mientras me acercaba a una mujer que hablaba con su amiga, sentada donde antes estaba Sienna.

—Aquí había otra persona sentada.

No pensaba presentarme ni darles las buenas noches porque Sienna podría estar muerta en esos instantes. No podía perder el tiempo. Se giraron hacia mí para mirarme atentamente. A ambas se les hizo la boca agua al verme y una de ellas, la que precisamente estaba en el sitio de Sienna, esbozó una sonrisa encantadora.

—Buenas noches —dijo la mujer—. Soy Alexandra. Ella es mi amiga Caroline. Un placer.

Me tendió la mano, cosa que rechacé al mantenerme callado apretando la mandíbula.

—¿Te gustaría tomarte una copa con nosotras? —Preguntó entonces la rubia.

Negué con la cabeza lentamente. La verdad era que las chicas no estaban mal. Eran jóvenes, de más o menos mi edad, con unas curvas de infarto. Una de ellas tenía la tez morena y ojos marrones como un abismo. La otra era rubia, de pecho voluminoso y piernas kilométricas. Pero solo eran eso, caras bonitas y cuerpos esbeltos sin ningún tipo de inteligencia más allá de las ganas de echar un polvo y ganar dinero.

—Solo busco a la chica que estaba aquí antes.

—Te noto muy tenso, amor... —La rubia, al parecer llamada Caroline, se levantó poniendo sus manos en mi pecho y restregándose contra mí—. Tómate algo con nosotras.

La agarré por las muñecas antes de que pudiera seguir. No las llegué a retorcer si no fuera porque tenía cosas mejores que hacer, además de que había muchísima gente delante. Habíamos captado la atención de algunas personas que había a nuestro alrededor, así que, con toda la educación que pude transmitir, la aparté de mí.

—Quizás en otro momento, señoritas. Pero ahora estoy buscando a otra persona.

Dicho eso, me fui antes de que una de ellas se me tirase encima y quisiera arrancarme la ropa allí mismo. En otra situación no me habría negado, es más, yo mismo las habría ofrecido una copa y las habría arrastrado hasta una de las habitaciones del hotel para llevar a cabo lo que se dice un mènage a trois. Busqué con la mirada a Sienna alrededor de la gente, sin conseguir encontrarla.

—Vamos lyuvob (amor)... —murmuré mirando a todos lados—. ¿Dónde estás?

Me movía sin rumbo con el ceño fruncido. Había borrachos por todas partes. Tampoco sabía donde estaba el coronel, persona a la que debia acudir. Teníamos los micrófonos apagados y no podía contactar con Sienna. Sólo me qiedaba una alternativa, alguien a quien no pensaba que acudiría en ningún momento. Entonces, me choqué contra alguien mientras caminaba entre las masas de gente. La cabellera castaña y rizada, sin ningún tipo de cana y brillante, se fue a un lado mientras unos ojos verdes muy familiares me miraban con desconfianza y algo de preocupación. Asentí a modo de saludo.

—¿Podría hablar con su marido?

Me di cuenta de que el señor Caruso estaba jugando delante de ella. La madre de Sienna le masajeaba los hombros a su marido mientras él tiraba las cartas y apostaba sus fichas más altas. Notaba como buscaba también a su hija. Al no encontrarla, le susurró algo a su marido al oído mientras él se levantaba rápidamente hacia mí. Intenté por todos los medios localizar al coronel pero no lo veía por ningún lado, ni a su acompañante. Caruso se alejó con su mujer a un lado, les segui disimuladamente hasta que estuvimos lo suficientemente lejos del barullo de gente. Todos estaban tan bebidos que ni se imaginaban quienes éramos, incluso pude ver a Noah bailando con un hombre demasiado gay para mi gusto. Desvié la vista de nuevo a Caruso, el cual me encuelló sin poder reaccionar.

—¿Dónde está?

Le miré cabreado. Joder, intentaba encontrar a su hija y así era como se dirigía a mí.

—No lo sé, joder —dije desesperado—. La he buscado por todos lados. Y tampoco he visto a mi... —Mierda. Me había metido en un lío.

Leone frunció el ceño.

—¿Tu qué? —Preguntó con furia. No me intimidaba. A mí no. Pero a cualquier otra persona podría haberla enterrado bajo tierra con la mirada que me había dirigido. Se quedó un momento más de la cuenta mirando mi cicatriz, haciendo que emitiese un gruñido. Odiaba que la mirasen durante tanto tiempo—. ¿Cuál es tu nombre?

La mujer de Caruso me miró con los ojos abiertos como platos. Lo sabía. Me reconoció. Me vio cuando era un niño, ¿cómo era posible que supiera quién era? Debía mentir, pero no quería hacerlo. Aunque, si no lo hacía, me pegaría un tiro entre ceja y ceja.

—Tu nombre —exigió de nuevo—. Ya.

Cogí aire. ¿Qué esperaba? ¿Que viniera su hija a rescatarme de repente? No podía, joder. Se la habían llevado no sé a dónde. Necesitaba ayuda, no más enemigos.

—Killian —respondí. Esperó a que continuara con mi apellido—. Vólkov.

Sus ojos se volvieron dos bolas que escupían fuego. Su ceño empezó a fruncirse más de lo normal y su mujer tuvo que interponerse entre nosotros cuando dio un paso hacia mí.

—Ni se te ocurra volver a acercarte a mi hija.

—Leone... —Su mujer le puso una mano en el pecho intentando echarle hacia atrás.

—¡Don!

Una voz interrumpió nuestra conversación, y lo agradecí. Alguien terminaría herido o incluso muerto. Un hombre de pelo negro con alguna que otra cana, un poco más largo y ojos azules cielo apareció de la nada con respiración agitada y los nervios de punta. Me temí lo peor, porque sabía quién era. Salvatore Conti, la mano derecha del Don de la mafia italiana. El mejor amigo de Leone Caruso y su guardaespaldas. Corrió hasta nosotros cuando nos vio. Leone me apartó de un golpe en el pecho llevándose una recriminación por parte de su mujer. La echó una mirada que podría haber matado a la persona más temible del mundo.

—Su hija ha desaparecido —dijo con la voz agitada-. No sabemos donde está.

—Encontradla —ordenó sacando el arma de detrás de su pantalón—. ¡Ya!

Todos corrieron. Le dijo algo a su mujer y a otro hombre. Se llevaron a Emma Caruso casi a rastras del casino para, deduje, ponerla a salvo mientras buscábamos a su hija. Saqué mi arma a la vez que seguía al padre de la mujer que debía encontrar a toda costa. Se giró repentinamente hacia mí cuando se dio cuenta de que le seguía.

—Lárgate de aquí. No pintas nada.

—No pienso irme sin ella.

Leone gruñó poniéndome el arma en el pecho.

—Vete antes de que te pegué un tiro en el pecho.

Solté el aire con fuerza. El tipo estaba empezando a enfadarme.

—Mire, señor Caruso. —El tono que empleé no le gustó en absoluto, pero me dio exactamente igual—. Debo encontrar a su hija, es mi compañera. Es mi deber mantener a salvo a mi teniente jefe. Si no le gusta, puede irse de aquí o ayudarme a salvarla. Usted decide.

Me di la vuelta, directo a la salida del sótano para poder subir a las habitaciones. Estaba harto de que todo el mundo me diera órdenes. "Killian, tortura a la chica". "Killian, mantente alejado de la chica". "Killian, mátala". Mi padre, su mano derecha, el puto Artem y ahora el padre de Sienna. Todos diciéndome lo mismo. Un mano envolvió mi brazo tirando de mí hacia atrás de forma brusca. Me encontré con unos ojos castaños y un pelo negro muy familiares.

—No quiero verte cerca de mi hija.

—Y yo no voy a permitir que la hagan daño.

Ya estábamos otra vez con lo mismo. Cada uno con sus ideales y sus deseos, y ninguno haciendo lo que debía hacer. Salvar a Sienna. Me soltó el brazo. Pasó a mi lado sin dejar de mirarme, chocando mi hombro con el suyo con fuerza. Si no fuera el hombre que era ya le habría pegado un empujón y un puñetazo en la cara.

—Detrás de mí —ordenó con voz dura—. En todo momento.

Se dio la vuelta sin dejarme replicar. Las posibilidades de que Sienna estuviera ilesa o incluso viva eran bajas. Debíamos darnos prisa si querías encontrarla sana y salva, pero el panorama que nos esperaba era de todo menos aceptable. Salvatore Conti se puso al lado del Don de la Sacra Corona Unitá, diciéndole algo que no pude entender en su idioma. El ojoazul me miró con desconfianza para luego volverse a su jefe y hacer una mueca. Sabía que, al haber dicho mi nombre y apellidos, ninguno de los dos confiaba en mí. Si antes no lo hacían, entonces mucho menos. Ambos se metieron en un ascensor y, cuando fui a meterme con ellos, Salvatore Conti me empujó con la mano y se cerraron las puertas dejándome atónito. Estaba claro que no se fiaban ni un pelo.

Subí las escaleras furioso, encontrándome parejas borrachas a punto de follar en medio de la vía pública, por así decirlo. Les faltaban prendas por todas partes. Esquivé de todo mientras me asfixiaba con el calor que hacía allí, además del hecho de subir las escaleras corriendo y de dos en dos. Entonces frené en seco. Mi mente fue a trescientos por hora. No estaban allí. No la habían llevado dentro del hotel. Era demasiado fácil. Mi cabeza empezó a pensar hasta que casi me salen humo por las orejas. Bajé las escaleras saltando, hasta que me encontré con hombres vestidos de negro subiendo hacia mí a una velocidad increíble.

—¡Parad! —Ordené. Ninguno frenó, incluso uno de ellos me miró con desdén hasta que volví a hablar—. Sienna no está ahí arriba.

—Apártese. Ahora.

Joder. No me creían. Lógico. Sabían por su jefe quién era. ¿Quién iba a creer al hijo del enemigo? Ellos desde luego que no, pero debía intentarlo.

—Os digo que no está aquí.

—¿Y por qué deberíamos fiarnos de usted? —Espetó uno apuntándome con el arma—. Apártese o disparo.

—No puede dispararme en un lugar público. Tendría que arrestarle por ello —dije con voz firme. ¿Acababa de amenazar a un grupo de mafiosos en las escaleras de un hotel de Las Vegas? Sí. ¿Me importaba? En absoluto—. Soy capitán de la UICT, y si les digo que la hija del Don no está en este edificio es que no está.

Todos me miraban, apuntándome con pistolas y el ceño fruncido.

—Ella es la hija del Don y usted es el hijo del Vor —aclaró uno con pelo largo y rizado de color castaño—. Nosotros servimos a la mafia italiana. No tenemos por qué fiarnos de usted.

—Pues esta vez deberían hacerlo.

Los hombres no se movieron. Yo tampoco. Quise dar un paso adelante, bajando las escaleras para largarme de allí, pero no me lo permitieron. Entonces, el teléfono del hombre que tenía frente a mí empezó a sonar. Lo cogió sin apartar sus ojos de mí. Su cara me confirmó lo que le habían dicho. Sería la voz de Salvatore Conti, o incluso del Don, afirmando lo que ya le había dicho. Sienna no estaba en el edificio. Cuando colgó, me miró de arriba a abajo diciendo algo en italiano. Ordenó a todos que bajasen las escaleras. Les seguí a dos metros de distancia, hasta que uno de ellos vino a mi espalda apuntando hacia mi nuca para asegurarse de que no mataba a nadie. Puse los ojos en blanco mientras bajábamos rápidamente guardando las armas antes de llegar al lobby.

El Don y Conti aparecieron delante de mis narices en dos fracciones de segundo. El Sottcapo me agarró por las solapas de la americana y los ojos echando fuego.

—¿Dónde cojones está mi sobrina, figglio di puttana?

Fue más bien una amenaza que una pregunta.

—En el bungalow donde nos alojamos —dije con voz débil. Si ejercía un poco más de fuerza iba a terminar levantándome del suelo.

—Suéltalo, Salvatore.

Pasaron unos segundos eternos en los que nuestros ojos se enzarzaron en una batalla de "quiero y no puedo". Vi en sus ojos azules y fríos las ganas de estrangularme en dos segundos. La orden del Don había quedado en el aire, hasta que puso una mano en su hombro y consiguió que me soltase. Lo apartó de mí con un suave tirón mientras yo me recomponía. Alisé mi camisa y chaqueta como pude y emití un leve carraspeo. Debían confiar en mí, y era lógica la razón por la que no lo hacían, pero yo allí no era el enemigo.

Leone Caruso se puso delante de mí, expectante, con el arma oculta en la cintura y mirada penetrante. Había oído hablar de su, ¿cómo lo llamaban?, aura extremadamente sexual. Se decía que las mujeres que pasaban a su lado perdían el sentido y la noción del tiempo. Podían quedarse mirándole durante minutos, incluso horas. A pesar de su edad, el Don de la mafia italiana no había perdido su potente y notable atractivo.

—No te lo voy a volver a preguntar.

Cogí aire, hinchando el pecho. Era de mi misma altura, aunque con más arrugas y el pelo marrón con alguna que otra cana.

—Ya se lo he dicho, están en el bungalow.

Entrecerró los ojos hacia mí.

—¿Cómo sé que no me estás mintiendo ni tendiendo una trampa?

—Puede confiar en mí.

Nadie movió un dedo. Sus hombres aún seguían rodeándome, acechando, alerta a cualquiera de mis movimientos. Levanté el arma al techo, escuchando los seguros del resto quitándose preparadas para convertirme en un colador. No aparté los ojos del padre de Sienna mientras me inclinaba hacia el suelo con ambas manos en alto para dejar la pistola en el suelo. Me levanté despacio sin bajar mis brazos. Leone seguía mirándome con desconfianza.

—Su hija podría estar en muy mal estado ahora mismo —comenté en un susurro. A Leone se le inflaron las aletas de la nariz con rabia—. Créame, para mi desgracia, les conozco demasiado bien.

—Vamos a hacer una cosa —dijo chistando la lengua y dando un paso hacia mí—. Vas a llevarnos hasta allí. Me darás tu arma y te quedarás bajo la supervisión de mis hombres.

—Pero...

Me dirigió la misma mirada que a su mujer en la planta donde el casino celebraba la fiesta. Ni siquiera me dio la oportunidad de replicar, porque uno de sus hombres me había quitado la placa y la pistola, dejándome sin identificación. También me arrancaron el pinganillo, el micrófono y la pequeña cámara oculta en la camisa.

—Ahora nos vas a guiar hasta allí, rusito.

Me empujaron hacia delante para que caminase a la vez que les dirigía una mirada de repugnancia. Podría ser la protección y familia de Sienna, pero aún así seguía odiándoles. Ellos mataron a Arianna, ellos fueron los culpables de que mi padre se volviese loco, por lo tanto fueron los causantes de la cicatriz que me cruzaba el rostro. Odiaba a mi padre por ello, pero los italianos fueron los que desataron su locura. Llegamos a la bohemia cabaña en diez minutos. Los hombres se fueron repartiendo por varios caminos de tierra y así poder rodear la cabaña. Leone hizo un gesto y todos se escondieron, excepto nosotros dos.

Entonces, Leone me apuntó con la pistola en la espalda y me empujó con ella hacia la puerta. Me di la vuelta para mirarlo, y con un gesto de cabeza me dio a entender que abriese la pequeña casa. Cuando abrí la puerta, esperé encontrarme de todo menos lo que vi. Mason Blackwell yacía muerto en el suelo con el cuello cortado, mientras que mi padre estaba sentado en la cama fumando un puro tan tranquilo.

—Me preguntaba cuánto ibais a tardar en llegar —comenzó a decir mi padre con una sonrisa—. Muy lento, Caruso. Como siempre.

—¿Has matado al sospechoso, Vitali? —Pregunté aún con la respuesta ante mí. Mi padre se encogió de hombros.

—¿De verdad creías que este iba a salir ilesio sabiendo lo que sabía? —Preguntó de forma retórica—. Por supuesto que no iba a arriesgarme a que me delatara delante de la UICT. Ya sabes lo que debes decirles. Falleció en un fatal y desdichado accidente.

—¿Dónde está? —La voz de Caruso retumbó entre las paredes.

—Siempre igual de lento. ¿No aprendes, verdad? —Continuó haciendo caso omiso a su pregunta. Leone apretaba los puños a la vez que sacaba el arma. Mi padre ni se inmutó, solo sonrió—. Primero tu mujer, luego tu otra mujer, ahora tu hija...

Caruso no contestó. Miraba a mi padre con furia. Me importaba una mierda los sentimientos del líder de la mafia italiana, lo que quería era recuperar a Sienna. No pude contener más mis ganas de hablar.

—¿Dónde cojones está Sienna, Vitali?

Vitali entrecerró los ojos en mi dirección.

—¿Crees que esa es forma de hablar a tu padre? —Comentó levantandose lentamente—. Discúlpate. Ya.

Esbocé una sonrisa de lado.

—Ni de coña.

Le dio otra calada al puro que tenía en la mano.

—¿Recuerdas lo que ocurría cuando me faltabas al respeto?

Su semblante era tranquilo, pero sabía perfectamente que cuando se ponía así era cuando más enfadado estaba. De repente sonrió, pero su sonrisa no era de burla, sino malvada. Parecía un lunático. Y entonces mi mayor miedo, el único que tenía, se hizo presente. El sonido de la hebilla del cinturón resonó en mi cabeza como un eco del que nunca me libraría. Veía como se lo quitaba lentamente. Tragué saliva antes de volver a mirarlo a los ojos.

De repente, Leone se puso delante de mí.

—No estoy aquí para traumas infantiles, Vólkov. Quiero a mi hija, y la quiero ahora.

Mi padre envolvía el cinturón en sus manos sin apartar la mirada de Leone.

—No está aquí.

Arrugué la frente con confusión sin apartar la vista del cinturón que tantas heridas en la espalda me había causado. Al principio no dejaba que nadie las viera, luego me dio exactamente igual. Aprendí a vivir con ellas, y también con mis traumas. O eso creí, hasta que vi la cinta de cuero en las manos de mi padre.

—Me tienes harto, figglio di puttana —Espetó Leone—. ¿Dónde cojones está Sienna?

—Yo también me alegro de verte, amigo mío —dijo el ruso esbozando una sonrisa ladeada.

Entonces, mi padre chasqueó los dedos. Un paño me envolvió la boca y un olor horrible y ácido se coló por mis fosas nasales. Leone estaba igual que yo, ambos forcejeando pero los tíos que nos sujetaban eran demasiado grandes. Nos ataron las manos a la espalda con cadenas para que no pudiéramos movernos. Empezaba a estar adormilado, veía las cosas borrosas y la lengua no me respondía. Una sombra se cernía sobre mí a medida que avanzaba. Alguien me cogió la cara con una mano, aplastando mi mandíbula. Intenté apartarme, pero no pude. Mi cuerpo y mi mente no estaban conectados.

—Es hora de darte una lección, Killian.

Tenía frío. Mucho. Notaba algo muy duro alrededor de mi torso, algo que me apretaba con fuerza y me sujetaba a la silla donde estaba sentado. Nunca pensé en la forma en la que iba a morir, porque siempre la había esquivado tantas veces que ya me creía un ser sobrenatural. Inmortal. Un cosquilleo se apoderó de mis fosas nasales provocando una serie de estornudos que no pude parar hasta, al menos, dos minutos después. Tenía la boca pastosa y un picor en la garganta poco agradable. Había poca luz. Donde fuera que nos habían metido no se veía mucho, aunque lo suficiente como para saber que el hombre que estaba frente a mí era Leone Caruso. Y para su desgracia en la misma situación que yo.

Quise espabilarle de alguna forma, pero era imposible. Teníamos un paño apretado alrededor de la boca, así que tampoco podía decir ni una palabra. Joder... Empecé a gruñir intentando hacer el suficiente ruido para que despertase. La saliva se acumulaba en mi boca y empezaba a caer por las comisuras de mis labios, ensuciando mi ropa. Eché la cabeza a un lado, el asco se apoderaba de mí poco a poco. Leone empezó a mover la cabeza. Tosía y respiraba con debilidad.

De repente, se escucharon unos pasos viniendo hacia nosotros. Estaba tan oscuro que no veíamos nada, pero sabía perfectamente quién era. Solo una bombilla nos iluminaba a Leone y a mí. Conforme más se acercaba, más asco se arremolinaba en mi interior.

—Caballeros.

Ninguno de los dos pudo responder. Si hubiera tenido la boca desatada tampoco le habría dicho nada. Leone ladeó la cabeza hacia él, con una mirada que podría haber matado hasta allí hombre más frío del mundo. Por desgracia, mi padre le subestimaba en exceso, aunque él tampoco fuera un santo. Ambos pensaban lo mismo de cada uno: que eran invencibles. Y lo cierto era que los seres humanos nacían y también morían.

Chasqueó los dedos, sacándome de mi ensoñación. Un tipo corpulento que ya había visto vigilando la mansión de Vitali apareció de la nada con un bate de madera en la mano.

Nos quitó de un tirón la venda que sujetaba nuestras lenguas. Me escocían las comisuras de la boca y deduje que las tenían rojas.

—Caruso, nunca quise llegar a esto—. Comenzó mi padre mientras le hacía un gesto al otro, acercándose al padre de Sienna-. Pero no me dejas otra opción.

—¿Dónde está mi hija, Vólkov?

—No tengo ni idea.

Leone y yo nos miramos como si nos hubiese salido un tercer ojo a cada uno. Había dos opciones: o mi padre mentía o decía la verdad. Lo segundo era más improbable, pero no imposible.

—¿Cómo que no tienes ni idea?

Se encogió de hombros. El tipo del bate estaba detrás de Leone, pegando toquecitos contra la palma de su mano mientras miraba al Vor. No presagiaba nada bueno para ninguno de los dos.

—Alek fue el que se encargó de ella.

—¿¡Qué!? —Chilló Leone haciendo que abriese los ojos por la sorpresa—. Mira Vitali, como vea a ese figlio di puttana tocarle un solo pelo de la cabeza te juro por Dios que le mato a él, al que tengo detrás, a ti y a toda tu gente.

Mi padre no hacía más que sonreír con cada palabra que Leone había soltado por la boca. El matón de mi padre frenó los movimientos lentos que habia estado haciendo, mirando de forma psicotica a Leone, como si quisiera matarlo allí mismo. Decidí meterme antes de que uno de los dos acabase muerto de un golpe en la cabeza.

—Vitali —dije llamando la atención de mi padre, y por ende de Leone—. ¿Para qué cojones nos has secuestrado si ni siquiera sabes dónde está Sienna?

Suspiró cogiendo un cigarro del bolsillo de su pantalón de vestir y un mechero del otro. Tenía la camisa abierta por el pecho y el pelo revuelto. Se había afeitado para la ocasión, luciendo un poco más joven de lo que era.

—Para torturaros, por supuesto —comentó encendiendo el cigarro y echando el humo por la boca antes de seguir hablando. Soltó una risa sarcástica que hizo que tuviera ganas de darle un puñetazo—. ¿Para qué te crees que os secuestraría, si no? Gracias a la ayuda de una amiga tuya, claro.

Fruncí el ceño, a la vez que escuchaba unos tacones caminar por el lugar. Se frenaron al lado de mi padre y conseguí ver las facciones de una mujer que empezaba a darme asco y ganas de matarla. Jade Cooper podría haber sido una arpía desde el principio con nosotros en la central, pero nunca imaginé que tiraría su carrera por la borda para servir a mi padre.

—Hola, Killian.

—Cooper —contesté poniéndome todo lo recto que las cuerdas en las manos me permitían—. ¿Ahora te unes al bando enemigo?

—Me uno al bando más fuerte, querido.

Vitali se rió entre dientes mientras se sentaba en una silla que el matón trajo por arte de magia.

—Qué escena más conmovedora... —comienzó mi padre tirando la colilla al suelo y expulsando el humo por la boca—. Dos hombres, poderosos, letales... y completamente a mi merced.

Tragué grueso cuando Jade se sentó sobre su regazo a la vez que sonreía lentamente y acariciaba la nuca de mi padre. Era repulsivo. Leone le miraba como un león enjaulado a punto de arrancarle la cabeza de un mordisco.

—¿Qué crees que va a pensar el coronel de todo esto, Cooper?

Jade se giró hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja. Mi furia iba aumentando cada vez que miraba a esa mujer. Con que una teniente de élite... Una traidora al juramento que se hace nada más entrar en la milicia. Aunque, visto así, yo también soy un traidor.

—Me da exactamente igual lo que piense el coronel, Killian. —Se aferra al brazo de mi padre con una sonrisa—. Dígale lo que tenía pensado, Vor.

—Muy pronto, querida. Aún necesito mi información.

El Vor se acomoda y me examina con detenimiento. Jade sigue encima suyo, como si fueran amigos de toda la vida, incluso pareja. Estaban dándome arcadas, joder.

—¿Creías que podrías traicionarme, Killian?

—No lo creía. Lo aseguraba —afirmé mirándole con rencor—. Aunque viendo a tu nueva ayudante no me extrañaría para nada que quisieras pegarme un tiro y deshacerte de mí. Total, ya no te sirvo, ¿verdad?

Vitali sonrió mirando a Leone. El hombre parecía a punto de explotar, pero se mantenía callado y con la postura recta a sabiendas de tener a un matón a la espalda con un bate en las manos dispuesto a reventarle el cráneo. Mi padre desvió la mirada hacia mí y luego sacó su teléfono sin dejar de sonreír. Empezó a hablar en ruso mientras miraba a Jade con pericia. Joder, ¿qué hacía Jade allí? ¿Por qué se había metido en todo esto?

—Muy bien, hijo. —Cortó la llamada dirigiéndose a mí de nuevo mientras se levantaba del asiento y se ponía de cuclillas frente a mí—. Dado que no eres más que un mentiroso y un traidor hacia tu propia sangre, voy a darte una lección. Pero va a ser un poco diferente a lo que te imaginas.

Miré a Jade, luego a mi padre, y así unas cincuenta veces hasta que otra voz se metió en la conversación.

—Tus problemas familiares me importan una mierda, Vólkov. —Caruso intervino antes de que mi padre dijese algo más, ganandose una mkrada desaprobatoria y, por consiguiente, un golpe con el bate en las costillas—. Dame a mi hija o te juro que te reviento la cara.

—Me parece que la advertencia de mi hombre no te ha quedado tan claro como pensaba. —No dejó de mirarme mientras le hablaba al padre de Sienna—. Cállate.

Leone gruñó, pero no le quedó otro remedio que obedecer esa vez.

—Como decía, tengo un trato.

Se me cerró la garganta y mi boca se secó.

—¿Qué trato?

—Sienna será libre. Ilesa. Sin un rasguño. Tal y como tú quieres. —No abrí la boca esperando a que Vitali siguiera hablando, pero sabía que no me iba a gustar lo que venía a continuación—. Esta hermosa chica me ha prometido su ayuda y sus dotes de informática con una sola condición.

Miré a Jade. ¿Qué cojones había tramado? ¿Sabría durante todo este tiempo la relación entre Vitali y yo?

—¿Qué condición?

La risa traviesa de Jade hizo que mi cuerpo se calentase con rabia acumulada. O se dejaban de tanto secretismo o yo acabaría con todos ellos como no me dijeran lo que ocurría en ese instante.

—¿Quieres salvar a tu querida Sienna? —Preguntó mi padre-. Adelante. Viaja fuera del país porque aquí ya no está.

—¿¡A dónde cojones te la has llevado!?

Mi grito sobresaltó a todos los presentes, y no me arrepentí de absolutamente nada. Entonces noté cómo Jade se acercaba a mí y acariciaba mi pelo lentamente.

—Calma, querido...

—A dónde tú no puedas encontrarla. —Dijo mi padre—. Se la devolveré a la central sin un rasguño. A cambio quiero que hagas algo.

Me quedé callado para que continuase hablando.

—Esta preciosa y audaz mujer ha prometido no hablar sobre nosotros y, sorprendentemente, sobre Leone y su hija a cambio de vuestro enlace sentimental.

Me quedé estupefacto, con los ojos fijos en mi padre mientras escuchaba un gruñido por parte de Leone.

—¿Enlace sentimental?

Jade se acercó rápidamente a mí, con una sonrisa de oreja a oreja que podría asustar a cualquier ser vivo.

—Eso es, cariño. ¡Nos casamos!

Empezó a dar aplausos de emoción a la vez que unos disparos sonaban en el exterior de esa nave destartalada donde nos habían metido. Escuchaba palabras en italiano y maldiciones en voz baja por parte de mi padre. Mandó retirada a todos los hombres, no sin antes mofarse de que ni Leone ni yo sabíamos aún la ubicación de su hija y ni siquiera si estaba viva. Huyeron dejándome con la palabra en la boca a la vez que Jade me gritaba eufórica siguiendo a mi padre que nos veríamos en la central. Salvatore Conti apareció de repente desatando al Don de la mafia italiana. Me miró de arriba a abajo y luego se fue a otro lado. Leone me miró antes de marcharse. No pensé que fuera a quedarse a medio camino, y dudó unos segundos antes de sacar una navaja y desatarme. Antes de que pudiera levantarme puso una mano en mi hombro ejerciendo fuerza. Acercó su rostro al mío.

—Escúchame bien, porque solo lo diré una vez —comenzó a decir—. Te quiero lejos de mi hija. Si de verdad te importa, aléjate de ella. Porque si muere por tu culpa, ten por seguro que te encontraré y te mataré con mis propias manos.

Dicho eso, todos se fueron. Me dejaron solo en una nave abandonada. No tenía vía de vuelta, estaba incomunicado. Salí a duras penas, cansado y adolorido de los golpes, pero conseguí salir. Tenía un corte en la mejilla que me habían echo mientras forcejeaba medio drogado. No sé cuánto tiempo estuve allí, lo suficiente como para que dieran voz de alarma de nuestra desaparición. Escuché unas camionetas acercarse a toda velocidad a través de las arenas desérticas que rodeaban aquello. Eran mis compañeros.

—¡Vólkov! —escuché al coronel.

—¡Capitán!

Las voces se hacían cada vez más lejanas, más opacas. No distinguía cada timbre de voz. Había uno que sí habría distinguido a la perfección pero... ese no estaba. No sabía dónde estaba. ¿Cómo me habrían encontrado? Jade... seguro que ha sido ella.

Entonces, a parte de encontrar a Sienna, tenía otro problema entre manos: el hecho de tener que casarme con Jade Cooper.

Todo se volvió oscuro. Mis rodillas tocaron el suelo de grava. Mi vista se nubló y dejé de escuchar los gritos de mis compañeros.

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