14

SIENNA

—Espero que sepas lo que estás haciendo.

El coronel resonó de nuevo en mi oído alertando a la teniente Cooper de su nuevo y, si se me permite, estúpido plan. Esto no estaba reflejado en la hoja que el coronel nos dio, y me preocupaba que algo saliera mal. ¿Me preocupaba por Cooper? En absoluto. Me preocupaba más que una de mis mejores amigas estuviera tan cerca. Pude vislumbrar en una de las mesas que estaba en la parte central, a las espaldas de donde estaba Killian sentado, a Fiorella y Enzo. Ellos también estaban cenando allí, como si fueran una pareja. Hablaban animadamente, no tenían el micrófono conectado porque estaban en sus roles, así que el coronel no les había encendido.

Miré la hora en mi reloj. Hacía casi diez minutos que Killian había entrado en el aseo de hombres y todavía no había salido. No me importaba en absoluto, después de todo me ignoró en la cabaña justo después de pedirle disculpas. Sé que fue un completo error haberle preguntado algo tan personal como lo de la cicatriz. Pero no sabia nada de él, ni siquiera sabía dondd había nacido, quienes habían sido sus padres... Lo único que sabía de ellos era que habían fallecido en un accidente de tráfico, dicho específicamente por él en una reunión. De repente, alguien se cruzó en mi campo de visión, sacándome del trance en el que me había sumido sin darme cuenta.

Francesco había llegado, dejando la ensalada en el centro de la mesa con una soltura impecable, como si hubiera sido camarero toda la vida. Le miré dándole las gracias con una sonrisa, a lo que respondió simplemente con un guiño y una sonrisa burlona. Frunci el ceño confundida, hasta que vi una nota debajo del bol de la ensalada. Lo saqué, reconociendo al instante la letra de Francesco.

"¿Ya te ha dejado plantada? Qué rápido."

Me volví hacia la barra, donde estaba ya mi ex limpiando vasos y sirviendo alguna comanda a las personas que estaban de pie. Parece que notó mi mirada, volviéndose hacia mí con una sonrisa que me habría gustado quitarle de un puñetazo. Arrugué la nota y la dejé encima de la mesa con frustración. Si Killian tardaba diez minutos más parecería la típica chica a la que habían dejado tirada en un restaurante. Me volví hacia Jade, no sabía qué estaba tramando pero no me estaba gustando nada. Para mí sorpresa, tanto Jade como Maxwell me miraban, aunque de formas muy distintas.

Jade me observaba con superioridad. Estar con el enemigo a dos centímetros la daba suficiente poder como para fardar de ello durante, al menos, dos semanas. Por otro lado, Mason Maxwell me daba escalofríos. Me miraba con un hambre contenida, como si fuera un depredador, un león que hacía semanas o incluso meses que no encontraba carne fresca a la que incarle el diente. De pronto, noté como alguien se sentaba delante de mí. Me giré con alivio, muy mal hecho por mi parte.

—Cariño... ¿Qué...?

Me quedé a medias observando al hombre rubio, vestido de forma muy elegante. Me sonaba incluso demasiado, pero no recordaba de qué. El hombre esbozó una sonrisa y empezó a hablar.

—Una mujer tan bella no puede estar tanto tiempo sola —comenzó a decir, cogiendo mi mano por encima de la mesa. Mi otra mano estaba oculta con la pistola apuntando a su entrepierna. El mantel ocultaba mis movimientos—. Me he tomado la libertad de venir a hacerla compañía, si no la importa.

Tuve que actuar, sonreír y agradecer los piropos que ese extraño me decía. Miré disimuladamente hacia los aseos de hombres. ¿Y si Killian se había ido? La voz del coronel volvió a hacerse presente en mi cabeza.

—Caruso, ten cuidado. Es la mano derecha del Vor, Alek Novikov.

Joder, estaba en problemas y Killian ni siquiera había salido del baño. Apreté el arma con fuerza.

—¿Se puede saber donde coño se ha metido Vólkov? —preguntó el coronel con rabia—. Tiene el puto auricular desconectado y no puedo contactar con él. Caruso, haz algo.

Tragué saliva mirando el rostro de mi nuevo acompañante. Su sonrisa no me transmitía nada bueno. Tenía la sensación de que sabía quién era y de que estaba fingiendo. Pero aún así no me salí del papel.

—Debería saber el nombre de la preciosidad que tengo delante, ¿no cree?

La soltura y la determinación con la que me hablaba me provocaba escalofríos.

—Olivia. —Entrecerró los ojos, invitándome a seguir hablando. Por supuesto, quería saber mi apellido—. Harrington.

—Olivia... Un nombre de lo más hermoso. —Comentó, provocándome un leve sonrojo. Sonreí de forma encantadora para no levantar mas sospechas-. Combina con su belleza, señorita Harrington.

—Muchas gracias, señor... —Me apresuré a callar antes de decir su nombre real. Él no podía saber que yo lo sabía—. Disculpe, aún no me ha dicho como se llama.

—Ivanov —respondió—. Patrick Ivanov.

Puse mi mejor cara de sorpresa, elevando mis cejas con una sonrisa en la cara. Dejé que sobase mi mano a su antojo si así salía viva de aquí.

—¿Ruso? —Pregunté con fingida curiosidad. Él sonrió, mostrándome su perfecta dentadura. Se le notaba que era mayor que yo, quizá de la edad de mi madre. Aunque ella era joven para ser madre de dos hijos.

—Solo por parte de mi padre. Nací en Arizona. —Asentí interesada. Killian seguia sin aparecer y ya estaba empezando a ponerme nerviosa mientras escuchaba las maldiciones del coronel en mi oído—. ¿Cuál es su historia, señorita Harrington?

—Señora Harrington, me temo —me atreví a corregir, evitando la pregunta. Él no apartó la mirada de mis ojos—. Mi marido está en el servicio.

—¿Casada? —Preguntó. Asentí mientras él se frotaba la barbilla con la mano que le quedaba libre. La otra seguia acariciando mis dedos, notando que hacía especial incapié en el anular. Mierda—. ¿Entonces donde está su alianza?

Miré mi mano, haciéndome la sorprendida.

—¡Qué cabeza tengo! Se me ha debido de olvidar en la mesita de noche de la habitación. —Dije intentando evadir el tema. El ruso desvió la atención de mi mano a mis ojos.

—Ya... Ha debido de ser eso —comentó entrecerrando los ojos—. Oye, ¿nos hemos visto antes?

Fruncí el ceño, extrañada por sus palabras. Negué con la cabeza.

—No, yo creo que no —soltó una carcajada silenciosa-. ¿Por qué lo dice?

—No lo sé. Su belleza me resulta tan... familiar. Como si la hubiera visto hace años.

¿Hace años? Hace años yo era tan solo una niña que vivía en casa de sus padres y cuidaba de su hermano pequeño.

—Con el debido respeto, creo que usted es mayor que yo. —Dije, intentando no ofenderle—. Hace años yo era una criatura.

—Entonces es una mujer joven y muy hermosa. He tenido suerte de encontrarme con usted.

Sonreí bajando la mirada a mi regazo, donde descansaba mi mano con la pistola. Había dejado de apuntarle para adoptar una postura más cómoda y no parecer tensa. De repente, Francesco apareció con el resto de la comida, con mirada neutra y un tanto incómoda al ver al ruso.

—Sinceramente, señorita Harrington, es una pena que esté casada.

Decidí seguirle el rollo hasta que el capullo de "mi marido" apareciera algún día de estos.

—Suelen decírmelo a menudo —comenté cogiendo un cubierto con mi mano libre. A ver si así captaba la indirecta—. Si no le importa, voy a empezar a cenar. Para que no se enfríe.

Sonrió con la boca cerrada, pero no dejaba de apartarme la mano. Si seguía así iba a estar en problemas serios. Notaba que el ruso que estaba sentado delante de mí miraba hacia atrás, donde estaba el Vor, el sospechoso y Jade. Entonces, un carraspeo a mis espaldas me sobresaltó.

—Me gustaría cenar con mi mujer, si no le importa.

Killian hizo especial énfasis en el apelativo con el que se había dirigido a mí. Alek Novikov le miró con una sonrisa socarrona, cogiendo mi mano para besar el dorso de la misma, justo donde debería llevar la alianza.

—Así que usted es el marido... —comentó el hombre-. Tiene mucha suerte de tener a una mujer tan increíble a su lado.

Killian mostró una sonrisa forzada. La pareja de ancianos que estaba delante de mí vio con horror la marca en la cara de Killian. Al parecer no se habían fijado antes en ella. La verdad es que era una marca que impresionaba, pero no era como para alarmarse tanto. Alek Novikov se levantó de la silla, haviendo un gesto con la mano para que Killian ocupase su lugar.

—Ha sido un detalle que haya tenido la amabilidad de cuidar de mi esposa en mi ausencia —agradeció Killian tensando sus músculos bajo la americana negra. Carraspeé para que no se pasase. Si había tenido los micrófonos apagados tal y como dijo el coronel, no sabía con quién se estaba metiendo—. Ahora si nos disculpa nos gustaría empezar a cenar.

—Por supuesto, disculpen las molestias. Señor Harrington —haciendo un ademán con la cabeza a modo de despedida. Cogió mi mano entre sus dedos posando un beso casto en ellos—. Señorita Harrington, ha sido un placer. Espero volver a verla.

El ruso se alejó de nuestra mesa, dejando a Killian un poco más tranquilo. Nuestro superior volvió a hablar.

—Está bien que quiera salvar de un apuro a una compañera de trabajo, Vólkov -comentó el coronel—. Pero la escena de celos era excesiva, ¿no cree?

Killian se encogió de hombros, sabiendo que estaban mirando. Yo preferí cerrar la boca, por si las moscas. Pero Francesco... en fin, era Francesco. No podía mantenerse callado más de dos minutos.

—Menudo espectáculo. Bien hecho, capullo.

Killian inspiró aire, hinchando el pecho. Juraría que hasta se había puesto rojo de rabia. Y entonces mi acompañante habló.

—Vettori, eres hombre muerto.

-Señores, tranquilos. —Enzo quiso amenizar el ambiente, pues también estaba escuchando, con una pequeña broma. De muy mal gusto en ese momento, la verdad.

—Cállate, Reid —espetaron Killian y Francesco al unísono.

Vi como mi ex novio se dirigía a la trastienda.

—Sienna, di algo joder.

—¿Tienes cuatro años, Vettori? Búscate la vida —contesté ganándome una sonrisa por parte de Killian.

—Esa es mi chica —contestó Killian.

—Ya basta. Todo el mundo a cenar —intervino el coronel Carter—. Caruso y Vólkov, vais a tener que incluiros en el juego de Blackwell, os guste o no. Por suerte, la única que lo está haciendo bien ahora mismo es Cooper. Espabilad.

Pasó una hora, comíamos y hablábamos de cosas triviales. Se nos desconectaron los auriculares y los micrófonos para, al menos, cenar en paz. Eran casi las diez de la noche. Dentro de nada empezaría la fiesta del casino. Todo el mundo bebiendo, jugando y bailando por todas partes. Así era Las Vegas. Otros incluso se casaban gracias al alcohol. Una vez íbamos a esperar al postre, Killian se levantó para ir a fumar un cigarro mientras yo me quedaba sentada analizando el perímetro. Me giré hacia la barra donde estaba Francesco, el cual servía bebidas sin parar. Parece que la gente ya estaba empezando a ponerse a tono.

Miré donde se había ido Killian. Estaba en la gran terraza dedicada a los ricachones fumadores que podían admirar el paisaje mientras disfrutaban de su vicio favorito. Notaba su mirada desde aquí. Killian vigilaba todo lo que estuviera a mi alrededor. Me sentía segura y protegida aunque él estuviera a quince metros. Noté otros ojos sobre mí, viendo como Alek Novikov me devoraba con la mirada desde la barra, mientras hablaba con otros dos hombres. Entonces me giré hacia la mesa de Blackwell. Las mujeres estaban solas. El Vor y Blackwell se habían encaminado a la terraza, justo donde estaba Killian. Miré al coronel, el cual también se había dado cuenta de los movimientos. Hice amago de levantarme, pero el coronel me frentó con un gesto. Me indicó que escuchase.

La conversación nos sorprendió a todos.

—Buenas noches —Saludó Blackwell.

Killian estaba apoyado en la barandilla de piedra fumando in cigarro cuando se le acercaron los dos delincuentes. No podía dejar la mesa sola, así que me quedé donde estaba.

—Buenas noches —contestó Killian mirando a ambos. Vi como el Vor sonreía con confianza a mi compañero—. ¿Un cigarro, señores?

El Vor rió.

—¿Por qué no? —contestó cogiendo uno. Blackwell lo imitó.

—¿Qué les trae por aquí, si se me permite preguntar?

La pregunta de Killian hizo que ambos se mirasen sonrientes.

—Negocios —dijo el Vor—. Como todos los que vienen aquí, en realidad.

Asintió con la cabeza, mirándome. Los dos hombres miraron en mi dirección sonriendo. Saludé con la cabeza y una sonrisa, intentando ser amable mientras escuchaba lo que decían. Me acomodé en la silla mientras escuchaba lo que decían a mis espaldas.

—¿Su mujer? —Preguntó el sospechoso.

Killian expulsó el humo del cigarro antes de responder.

—Sí.

—Una mujer preciosa, debo decir.

Killian rió antes de seguir hablando.

—Llevo pocas horas en este complejo y ya se ha dado cuenta al menos la mitad de los huéspedes de género masculino.

Ambos rieron. Cogí la copa de vino mientras seguía escuchando.

—No me extraña —comentó Blackwell. Le dio una calada al cigarro que Killian le había ofrecido—. La verdad es que es toda una belleza. Si quiere podríamos hacer un intercambio.

El vino se me fue por otro lado, empezando a toser disimuladamente. Me tapé la boca con la mano antes de coger el vaso de agua y beber. ¿Qué había querido decir Blackwell con eso? ¿Un intercambio? ¿Yo con él y Jade con Killian? Miré al coronel, el cual me estaba echando la bronca con la mirada al haber reaccionado así. Le pedí disculpas con un asentimiento de cabeza disimulado y continué mirando mi teléfono móvil. Aún no había visto a mi padre por ahí.

—Discúlpeme, señor...

—Blackwell —respondió el aludido.

—Blackwell —repitió Killian lentamente. Su voz me provocó un escalofrío en la espina dorsal, haciendo que se me erizase la piel—. Me temo que no estoy dispuesto a aceptar su propuesta. Tentadora, pero no. Gracias.

—Un hombre que sabe proteger a su mujer es un hombre de honor —comentó el mafioso, con una sonrisa burlona—. Dígame, Harrington, ¿qué haría si alguno de todos los hombres que estamos por aquí se acercara a su mujer con intenciones mucho menos sutiles que las del anterior varón?

Se me cortó la respiración por un momento.

—No crea que no lo he visto —prosiguió el ruso—. Tanto mi colega como yo nos fijamos en que un hombre se sentó con ella mientras usted se ausentó unos minutos.

—Es una mujer muy llamativa, lo reconozco. Lo supe en cuanto la conocí y también al casarme con ella. Los invitados solteros no la quitaton el ojo de encima en toda la ceremonia. Tanto ellos como yo estábamos embelesados con su hermosura —sonreí con las palabras de Killian, escuchando a la vez un resoplido frustrado de Francesco y como Jade reía sin gracia alguna—. Pero, entre ellos y yo había una gran diferencia.

—¿Cuál? —Preguntó Blackwell.

—Que es mía.

Miré a Fiorella, la cual tenía una sonrisa socarrona en los labios a la vez que Enzo asentía como si le hubiera gustado, e incluso convencido, el discurso de Killian.

—¿Sabe? —comenzó a decir Vitali—. No sé por qué, pero su mujer me recuerda a alguien. Muy cercano, de hecho.

—¿Usted cree? —Preguntó Killian—. Vaya a comprobarlo, si quiere. Conozco a todos los contactos de mi mujer y estoy seguro de usted no está entre ellos. Quizás me equivoque, así que, ¿por qué no va a asegurarse de ello?

¿Qué coño se creía que hacía? ¿Estaba loco? Entonces, una presencia hizo que todas las cabezas girasen hacia la puerta. Una mirada, una sola mirada bastó para ver a la pareja que había entrado y que todo mi cuerpo reaccionas de forma nerviosa e, incluso, protectora. El hombre llevaba un esmoquin perfectamente planchado, la mujer un traje de pantalón y camisa de color crema y negro, con unos tacones de lo más lujosos. Era la pareja que todos esperaban ser cuando madurasen, la sensación de toda la nación italiana.

Mis padres, Leone y Emma Caruso.

Les sirvieron una mesa, un poco tarde de echo. Nosotros y el resto de comensales estaban terminando el segundo plato o empezando el postre. Francesco se puso rígido cuando vio que mi padre se acercó a él con intención de pedir dos copas de vino y solicitar que les tomasen nota en seguida. Se dirigieron a la mesa y mi padre apartó la silla para que mi madre se sentase, después se sentó él. Estaban muy cerca de Fiorella y Enzo. El coronel y yo nos dimos cuenta poco tiempo después de la forma en la que Alek Novikov les miraba, con rabia y sed de venganza. Mi padre recorría la mirada por todo el lugar, tomándose unos segundos para taladrar con la mirada a la mano derecha de Vor. ¿Se conocían? Estaba claro que sí, pero, ¿por qué?

No me había dado cuenta de que los hombres que estaba espiando se habían callado con la entrada de mis padres. Incluso el coronel se había fijado, mirándome luego directamente. Negó con la cabeza para que no interactuase con ellos. No debía, y lo sabía. Estaba de servicio y no tenía tiempo para montar una escena familiar. Vi a Salvatore, Alessandro, Felippo, Domenico y demás guardaespaldas que conocía como si fueran de la familia. Ellos también me habían visto, pero no dijeron nada. Entonces, Francesco volvió a aparecer en mi campo de visión. Puso el postre de Killian en la mesa, junto con el mío. Para mi mala suerte, Francesco golpeó una copa, derramando parte de su contenido en mi escote. Para mí más mala suerte, llamó la atención de la mayoría de los comensales, mis padres entre ellos.

Fulminé a mi ex novio con la mirada. Él me miró con temor. Sabía que mi padre estaba mirándonos.

—Joder, lo siento muchísimo. —Dijo Francesco fuera del papel. Cogió una bayeta que tenía atada en la cintura e intentó limpiarme la mancha. Me levanté de golpe evitando que me tocara, pero una mano ya le había agarrado la muñeca antes que yo.

—Ni se te ocurra tocar a mi mujer.

Un escalofrío que intenté disimular me recorrió de arriba a abajo. Me aparté de ellos disimuladamente para dirigirme al baño.

—Caruso —me llamó el coronel con dureza—. Caruso, ¿a dónde va? Joder.

Vi como Bianca le decía algo mientras le agarraba del brazo. Mi amiga sabía que, en ese momento, lo que necesitaba era estar sola. Me encerré en el baño, me quité los auriculares, los micrófonos y todo lo que debía llevar para conseguir la información, lo destrocé de un pisotón y lo tiré a la basura. Cogí una toalla de baño que había en una bandeja sobre la encimera y froté la mancha de vino de mi vestido negro. Ni siquiera me había dado cuenta de que mi madre había entrado en el baño. No dijo nada, se acercó, cogió otra toalla y me ayudó a limpiar la mancha. Tiré la toalla al lavabo de mala gana y froté mi frente y cuello, cansada por todo lo que había pasado.

—¿Sabes que puedes contarme cualquier cosa, verdad cariño?

Abrí los ojos mirando los de mi madre. Era una de las mujeres las bellas que conocía. A pesar de su edad, se conservaba de maravilla, al igual que mi padre. Se notaba que eran mayores que yo, pero se cuidaban. Me acarició la mejilla con una sonrisa triste. Asentí con la misma expresión, hasta que una lágrima bajó por mi piel sin haberlo previsto. Mi madre me abrazó antes de hablar.

—No llores, amore mio (mi amor)... —dijo sin dejar de apretarme contra su cuerpo ni acariciarme el pelo rizado. Ella llevaba unas ondas de peluquería tan bonitas que hasta me dio pena estropeárselas. El mío, en cambio..., estaba igual de alborotado que siempre-. Estás preciosa, no estropees el maquillaje.

Grazie, mamma (Gracias, mamá)...

Prego, amore (De nada, cariño).

Me separé con los ojos enrojecidos, intentando no derramar las lágrimas que amenazaban con salir. Cogí aire cerrando los ojos y lo expulsé intentando tranquilizar mi agitado cuerpo.

—Tienes que tener mucho cuidado —dijo mi madre, haciéndome recordar lo que me había dicho Killian antes de venir aquí-. No tardaré en arreglar la mancha.

Fruncí el ceño. Mi madre sabía cosas que yo no sabia, mi padre sabía cosas que yo no sabía, incluso Killian sabía demasiadas cosas que nadie quería contarme. Mi madre se dio cuenta de que estaba empezando a sospechar de todos, evitando mi mirada haciendo como que miraba la mancha que ya no estaba en mi vestido. Los baños de este hotel eran tan lujosos que había hasta secadores en los cajones de los lavabos. Enchufó uno y lo encendió sin darme tiempo a preguntar ni a hablar. Me secó la mancha, cuidándome y ayudándome como cuando era pequeña. En cuanto terminó, lo guardó y sonrió satisfecha.

—Listo.

Asentí con una sonrisa sincera, dándola las gracias. Luego, mi sonrisa se esfumó mientras la miraba fijamente.

—¿A qué te referías con lo de "tienes que tener mucho cuidado"? —Pregunté. Mi madre se quedó mirando al suelo sin saber qué responder—. Mamma (Mamá)... No me toméis por tonta ni por una niña que no entiende nada. Siempre debo tener cuidado, forma parte de mi trabajo, la vida que yo elegí seguir. Ahora quiero que me digas qué hacéis aquí justo el mismo día en que yo vengo a mi primer operativo con la central de Washington.

Mi madre suspiró.

—Has nacido en un mundo en el que no deberías haber nacido.

La miré confusa. ¿Acaso mi madre no quiso tenerme?

—¿Qué quieres decir?

—Tu padre y yo siempre quisimos lo mejor para ti. Desde que eras pequeña intentamos, tanto contigo como con tu hermano, manteneros alejados de los negocios de tu padre.

Notaba como mi sangre se helaba en mi cuerpo y mi piel adoptaba un tono más blanco de lo normal. Mis sospechas, al final, eran ciertas. Pero no me atrevía a decirlo en voz alta.

—Explícate, per favore (por favor).

—Sienna...

Parecía que, habiéndolo insinuado ya, no tuviera el valor de decirme lo que era mi padre ni los negocios a los que siempre se había dedicado.

—No, mamma (mamá).

Ni siquiera yo me había esperado el tono tan rotundo que utilicé para dirigirme a mi madre. Pero así fue. No soportaba seguir siendo la hija que nunca debía saber nada, que siempre estaba al margen. Recuerdo perfectamente cuando era pequeña y les pregunta a mis padres qué era a lo que se dedicaban para contarlo en el colegio. Mis compañeros de clase se reían de mí porque pensaban que lo de los hoteles era broma y solo lo decía porque no sabía la verdad. Esa verdad a medias fue la que estuve creyéndome durante tantos años, hasta ahora. Estaba harta de ser una ingenua, porque técnicamente no lo era. Había algo, por supuesto. Pero mis padres nunca habían querido explicarse y la oportunidad que estaba teniendo en Las Vegas no la iba a encontrar en otra parte.

—Te lo explicaré, te lo prometo —dijo mirando hacia la puerta—. Pero no aquí. No ahora. Solo te voy a pedir una cosa Sienna, y quiero que lo cumplas al pie de la letra.

Suspiré mirando al techo.

—¿El qué?

Tragó saliva antes de seguir hablando.

—Sí te quedas sola, búscame. A mí o a tu padre. Aunque sea con la mirada. Si te ves en peligro, hazlo. Y si tienes a Vitali Vólkov al lado, no dudes en venir con nosotros.

Dicho eso, salió del baño como si no hubiera pasado nada. Vi que mi tío Alessandro estaba en la puerta y la acompañó a sus espaldas al salir por la puerta. Me miré en el espejo intentando asimilar lo que acababa de pasar. Abrí el grifo haciendo que el agua fría se acumulase en mi mano. Lo apoyé sobre mi frente intentando tranquilizar mi cuerpo. En cuanto estuve lo suficientemente tranquila como para aparentarlo salí del cuarto de baño. No me fijé en Francesco, sino en el hombre que estaba sentado con mi madre. Me miraba con expresión indiferente, aunque pude apreciar un destello de preocupación en su mirada. Seguí de frente para poder sentarme en la mesa en la que Killian estaba esperándome.

—¿Todo bien, querida?

Asentí con una sonrisa forzada. Acabamos el postre y pedimos la cuenta para largarnos de allí cuanto antes y poder ir a la zona de la fiesta. Nos levantamos de la mesa una vez pagamos. Killian me ofreció su brazo, tirando de mí hacia el lobby. Pasamos al lado de mis padres y vi la expresión enfurecida de mi padre al ver el hombre que me acompañaba. Recordé sus palabras al teléfono antes de que Killian y yo salieramos de la central. ¿Cómo sabía si quiera que Killian era ruso?

—Hora de ir a la fiesta. Terminad la cena cuanto antes. Caruso y Vólkov, id a la barra juntos —indicó el coronel por el pinganillo—. No pidáis alcohol, ¿está claro?

—A sus órdenes, mi coronel.

Bajamos unas escaleras repletas dd flores y ornamentos. Se notaba que era un hotel de cinco estrellas. El casino estaba debajo del lobby, en una especie de sótano espacioso y lleno de protección. La zona de arriba eran las habitaciones del hotel. Killian y yo nos miramos con una ceja en alto en cuanto llegamos a la barra.

—¿Qué quieres? —Su pregunta me dejó un tanto descolocada—. Martini, whisky, ron, champán...

Fruncí el ceño.

—¿Estás sordo o no has escuchado lo que ha dicho el coronel?

—No he querido escucharlo, es muy diferente.

La parte izquierda de un boca se elevó, regalándome una sonrisa de medio lado que intensificó el calor que hacía en esa sala. ¿Es que no había aire acondicionado? Carraspeé, intentando averiguar qué podía beber sin emborracharme. La verdad es que tenía muy poca tolerancia al alcohol y con una copa ya iba a ir contenta, y no era conveniente en esos momentos.

—Una Coca-Cola, gracias.

Killian soltó una carcajada.

—Cobarde.

Levanté una ceja, cruzando los brazos sobre mi pecho. La sonrisa de Killian se intensificó cuando se puso de pie a mi lado y me rodeó la cintura con el brazo. Francesco no estaba por ninguna parte y el murmullo, risas y gritos de la gente ya estaban en el aire. La gente ya había empezado a jugar. Me giré hacia una de las mesas que había a nuestro alrededor. Póker. Solía jugar con mi padre cuando era pequeña, y no se me daba nada mal. La pena es que, en este tipo de ambientes, llenos de personas adineradas y de alto prestigio, las mujeres se limitaban a sentarse sobre el regazo de sus maridos, parejas o acompañantes. Y eso fue exactamente lo que hicimos, justo después de coger nuestras bebidas y dirigirnos hacia allí.

—No sabrás jugar, ¿verdad?

El susurro de Killian en mi oído me hizo esbozar una pequeña sonrisa.

—Puede ser.

—Dios, ahora mismo te besaría hasta que te quedases sin aire.

Abrí los ojos como platos, girando mi cabeza de golpe hacia él. Killian tenía una sonrisa traviesa y para nada llena de buenas intenciones plasmada en la cara. Puse los ojos en blanco mientras seguíamos caminando, sorteando gente que iba demasiado borracha como para haber escuchado algo. Killian y yo nos sentamos en la mesa donde había una pareja ya cogiendo sus fichas para jugar. Para nuestra mala, o buena, suerte, Mason Blackwell y Jade se sentaron a nuestro lado.

—Harrington —saludó el sospechoso.

—Blackwell.

Entonces, otra pareja se sentó al lado de ellos. Un rubio y una morena que sabía perfectamente quiénes eran. Genial, ya estábamos todos. Miré hacia atrás localizando al coronel y a Bianca dos mesas más allá, mientras que Noah estaba en la que estaba a nuestra espalda, con Enzo y Fiorella. Noté como otra pareja ocupaba el lugar que quedaba a nuestro lado. Me tensé al ver el cuerpo de mi padre, mi madre rodeándole con el brazo. Killian apretó el agarré en torno a mi cadera mientras se tensaba con la presencia del hombre que había a mi lado. Si mis padres no mantenían las distancias podrían arruinar la operación y me pondrían una sanción. Podrían incluso quitarme la licencia al menos durante dos días.

—Hagan sus apuestas.

La voz del croupier me sacó de mis pensamientos. Carraspeé mirando a Killian, concentrado en su labor. Entonces, Blackwell habló.

—Diez mil —dijo colocando un fajo de billetes en la mesa y poniendo sus fichas hacia delante. Tenía una sonrisa de oreja a oreja-. Me siento afortunado esta noche, aunque quizá no he tenido tanta suerte con las mujeres como otros.

Noté su mirada en mi cuerpo. Killian me agarró aún más fuerte y mi padre suspiró furioso por cómo se había dirigido Blackwell a mí. En cambio, Jade me taladraba con los ojos.

—Diez mil —repitió el Vor.

—Diez mil, también —contestó Killian—. ¿Tan insatisfecho está con su acompañante, Blackwell?

—No me malinterprete, Harrington. Tengo a una mujer preciosa esta noche. Pero no dejaré de repetir que la suya tiene una belleza deslumbrante.

—Lo sé, gracias.

Killian zanjó la conversación sin querer seguir hablando de mí, pero Blackwell no se dio por vencido.

—Deberías aceptar la oferta que te comenté antes.

Blackwell se relamía mientras decía eso y me miraba como si fuera una muñeca de trapo que podía manejar a su antojo. ¿Sabría ese pobre hombre que a mi lado estaba mi padre con ganas de cortarle el cuello? Tomó un sorbo de whisky como si no hubiera dicho ninguna barbaridad.

—Usted es una mujer de pocas palabras, ¿no es así? —comentó de nuevo el sospechoso. Me miraba con los ojos entrecerrados y una sonrisa ladeada que empezaba a provocarme náuseas. Asentí sin querer abrir la boca—. Puede hablar, mujer. A no ser que solo utilice esa boca para cosas más... íntimas. Con su marido, espero.

Abrí los ojos como platos ante su insinuación. ¿Me estaba llamando lo que creía que me estaba llamando? Entonces, el Vor estalló a carcajadas. ¿Qué estaba pasando?

—Es la situación más graciosa en la que nos hemos encontrado nunca —empezó a hablar Vitali—, ¿no te parece, Caruso?

Evité por todos los medios girarme hacia mi padre con los ojos abiertos como platos. Entonces mi padre y el Vor se conocen... Yo nunca habría utilizado un lenguaje tan familiar con un desconocido en mi vida, y deduje que el Vor era un hombre reservado. Miré de reojo a mi padre haciendo como que veía la jugada de los hombres que estaban allí sentados.

—Doblo —dijo mi padre aumentando la apuesta, obligándonos al resto a aumentarla también—. Veinte mil.

Mi padre miraba al Vor con la ira irradiando por prácticamente todos los poros de su piel. Parecía que fuera a explotar en cualquier momento. El resto de jugadores doblaron sus apuestas y el croupier ponía las cartas sobre la mesa. Íbamos bastante mal y Killian iba a perder una cantidad indecente de dinero. Le miré dándole a entender que se marcase un farol. El croupier esperaba a que alguno hablase.

—¿Alguien se planta? —Preguntó Blackwell.

Nosotros sólo teníamos un ocho de tréboles y un diez de corazones. No eran malas cartas, pero tampoco eran las mejores para empezar. Todos negaron con la cabeza y la partida continuó. El croupier quemó una carta y puso otras tres en el tapiz. Lo que se llama un flop: un rey de tréboles, un diez de diamantes y un cinco de corazones. "Un diez, eso es bueno", pensé. Pero no era suficiente. El rey era la carta clave en el flop, y sería un problema si alguien tenía una pareja. El Vor miraba a mi padre con una sonrisa de lado, pero fruncia las cejas cada vez que miraba su mano. Entonces, se retiró. Abandonó la partida al instante y perdió todo su dinero. La partida estaba a manos de Killian, Blackwell y mi padre. ¿Irónico, no?

Todos aumentaron la apuesta y siguieron jugando. El croupier quemó otra carta y sacó una nueva: el seis de tréboles. No cambió mucho la jugada. Seguíamos con las mismas cartas así que le di un apretón a Killian para que no se rindiera. Blackwell frunció un poco el ceño pero se recuperó enseguida y miró a mi acompañante con burla. "Se estaba marcado un farol", pensé. Tanto Killian como mi padre estaban serenos, no mostraban ninguna expresión en el rostro y parecían tranquilos con su jugada.

Aún había riesgo, pero también posibilidades. Killian estaba en una situación de lo más incómoda. Sólo tenía una pareja de dieces, pero los tréboles podrían abrirle camino si logra un color en el river, o sea, la quinta carta comunitaria. Los jugadores seguían apostando y Blackwell miraba a Killian como si quisiera leerle la mente, mientras que mi padre y el Vor se observaban con pericia, curiosidad y un odio infinito. Entonces, llegó la última carta, el river.

"Un dos de tréboles."

Mi corazón se aceleró. Aquí no solo estaba nuestro trabajo en juego, sino nuestra identidad, y, por ende, nuestra vida. Killian tenía una oportunidad: tres tréboles en la mesa y uno en la mano. Si alguien más no estaba jugando por el mismo color, tenía una ventaja. La pregunta era, ¿alguien más tenía ese rey? Miré de reojo a mi padre, estaba calmado, lo contrario a Blackwell.

La tensión subió entonces. Blackwell aumentó su apuesta sin, aparentemente, miedo a perder. Pero yo sabía perfectamente que estaba acojonado. Un farol en toda regla. Le di a Killian otro apretón para que se percatase de lo que Blackwell estaba haciendo, y, por su actitud, creo que se lo había dejado claro a todos los jugadores de la mesa. Vi pensativo a mi acompañante, calibrando los riesgos, los pros y contras de toda esa artimaña. Es más, me sorprendió que tuviera el valor de apostar tanto dinero. ¿Acaso disponía de él? Me di cuenta entonces de lo poco que lo conocía.

Noté un golpe en el hombro, provocando que Killian volviera a sujetarme para que no me cayera al suelo. Un brazo y, por consiguiente, un cuerpo interpuso la visión entre mi padre y yo. La persona golpeó un poco mi vaso con la mano. Miré hacia arriba con el ceño fruncido. Mierda.

—Nos encontramos de nuevo.

Alek Novikov daba la espalda a mis padres y me miraba como si fuera la persona más hermosa que había visto jamás. Me empezaban a entrar náuseas.

Me obligué a mostrarle mi sonrisa más encantadora.

—Hola, señor Ivanov.

Escuché la risa del Vor a mis espaldas.

—¿Puedo unirme al juego?

—Me temo que está a punto de terminar.

Killian igualó la apuesta. El único que quedaba por actuar era mi padre. Hizo lo mismo que Killian antes de que todos mostrasen su mano. Blackwell fue el primero.

—Pareja de reyes —alardeó. Quizá pensaba que era lo más alto que podía haber en la mesa. Sonreí de lado mientras Killian mostraban suavemente sus cartas.

—Escalera de color.

Alek se apartó impresionado, dejándome a la vista la expresión de mi padre. Me miró con los ojos entrecerrados antes de decir:

—Póker.

Había ganado. Killian había ganado. Y además mucho dinero. El croupier anunció la victoria de Killian mientras mi padre le miraba asintiendo la cabeza y una sonrisa ladeada. Para mi sorpresa, se levantó y le extendió la mano. Bebí varios sorbos de mi bebida porque se me había quedado la garganta seca ante tanta tensión.

—Muy buena jugada —intenté apartarme para que no fuera tan violento, pero, de nuevo, Killian me apretó contra él—. Estaba casi seguro de que yo era el mejor jugador de toda la mesa. Y, por segunda vez, alguien me ha ganado en una partida.

Killian rió, viendo de reojo como el Vor se levantaba de su sitio.

—Gracias. ¿Quién tuvo la osadía de ganarle por primera vez? —Preguntó con curiosidad—. Si no es indiscreción preguntar.

—Mi hija, una jugadora excelente.

Me tensé de pies a cabeza mientras evitaba a toda costa mirar la escena. Seguí bebiendo mientras veía como el Vor, Blackwell y Novikov se alejaban para jugar a otra cosa. Novikov se atrevió a darse la vuelta y guiñarme un ojo. Sonreí con la boca cerrada para devolverle el saludo lo más cordial posible. Ni siquiera yo me lo habría tratado.

—Alexander Harrington —se presentó Killian a mi padre. Luego me señaló a mí. "Oh, por favor". Evité poner los ojos en blanco, aunque realmente estábamos acatando órdenes—. Mi mujer, Olivia.

Mi padre me miró. Seguramente mi cara empezaba a ponerse pálida por momentos. Ambos estaban intentando por todos los medios no reírse, y yo tenía unas ganas increíbles de sacar el arma y pegarles un tiro. Por listos.

—Leone Caruso. Y mi mujer, Emma —dijo, presentando a mi madre—. Un placer.

Asentí con la cabeza sin querer seguir hablando.

—El placer es todo nuestro, ¿verdad lyuvob (amor)?

Le miré como si le hubiera salido un tercer ojo. Ni siquiera se dio cuenta de lo que había hecho. Mi padre frunció el ceño, algo confuso.

—Creo que deberíamos ir a por otra ronda —comenté, intentando salir de allí lo más rápido posible—. Si nos disculpan...

—Sí, amore (amor). Deberíamos irnos.

Mi padre sonrió de lado.

Va bene (Está bien) —dijo mi padre—. Me gustaría invitarle algún día a mi casa a jugar otra partida. Tomé, mi tarjeta. Ahí tiene mi número de teléfono.

Killian la aceptó mientras nos levantábamos. Le cogí de la mano para poder irnos a la barra.

—Disfruten de la noche.

Fue lo último que dijo mi acompañante antes de arrastrarle. Empezaba a sentirme mareada. Por suerte llegamos rápido y pude sentarme en un taburete. Notaba la frente llena de sudor, no sabía si por la tensión de haber estado hablando con mis padres como si nada o por el calor que hacía en ese sótano. Cualquiera de las dos opciones era viable. Killian se sentó a mi lado, observándome con el ceño fruncido.

—¿Qué te pasa?

Negué con la cabeza. Los ojos se me empezaban a cerrar poco a poco, me notaba cansada, en una nube. Como si estuviera flotando. No... no, no, no. Nos sirvieron las bebidas delante nuestro, no vi nada extraño. Entonces, ¿qué había pasado? Killian me puso la mano en la frente.

—Estás ardiendo —Me dio un par de pellizcos en la mejilla—. Eh, ¿estás bien?

Mi cabeza empezaba a caerse hacia los lados, hacia delante, hacia atrás, incapaz de sostenerse por sí misma.

—A... Agua...

—Voy a pedírsela al camarero —dijo Killian yéndose de mi lado—. No te muevas, ¿me has oído?

—No te vayas...

Pero ya era demasiado tarde. Killian ya se había ido. Estaba sola. Mis padres también se habían marchado, no sabía donde estaban. Joder... me habían drogado. Pero... ¿Quién? ¿Cómo? Tuve mi bebida siempre a mi lado, era imposible no haberme enterado. Un agente de la UICT drogada en su primer operativo con la nueva central. Estupendo. Deberían sacarlo en las revistas de cotilleo. Entonces me acordé de cómo apareció Novikov, de forma tan repentina.

Una mano se posó en mi cintura.

—Kill... Killian...

Pero no era él. Me bastó con ver una cabellera rubia y despeinada para saber que no era él. Pero, entonces, una voz sonó antes de que todo se volviera negro:

—Vas a hacernos disfrutar mucho esta noche, pequeña.

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