12

SIENNA / LEONE

Sienna

Mi cabeza estaba echa un lío. Sobre todo por las palabras de Killian en la ducha. "Antes tenía que matarte.", dijo claramente. Lo dejé pasar por razones obvias, quería disfrutar del momento en vez de comerme la cabeza. Pero después, cuando preparó ese pequeño tentempié en la alfombra, mirándome como si no hubiera hecho nada. Intentaba hacerse el duro, lo sabía, pero en realidad era todo un romántico. Si no, ¿por qué habría hecho eso? Disfruté, disfruté la ducha, disfruté ese pequeño almuerzo, disfruté las sesiones de sexo posteriores. Parecíamos una pareja, pero... ¿por qué ni cabeza no dejaba de reproducir sus palabras?

Antes tenía que matarte.

¿Por qué? ¿Por qué dijo eso? ¿Por eso me odiaba tanto cuando entré en la central? Mi cabeza estaba hecha un lío, sobretodo porque nos encontrábamos caminando hacia la salida del edificio, donde Francesco estaría esperándome. No quería verlo, era una realidad, y tampoco quería girarme hacia el hombre con el que me había pasando practicando todo tipo de posturas sexuales en la última hora. Sus palabras no hacían más que atormentar mi mente. Entonces, una mano me envolvió la muñeca, haciéndome girarme justo antes de salir. Killian me estampó contra la pared y me miró con una expresión que no supe descifrar. No dijo nada. Estampó un beso en mis labios y antes de que me diera cuenta ya había colado su lengua en mi boca. Fue un beso desesperado, frustrado, ardiente. No tuvo nada que ver con los que nos habíamos dado arriba. Notaba la ira irradiar por cada uno de sus poros. Entonces me soltó y se fue de vuelta al interior. Pensé que me iba a acompañar, pensé que iba a estar conmigo, pero cuando se giró con una sonrisa ladeada y me guiñó un ojo supe que confiaba en mí. Y yo también debía hacerlo.

Salí del edificio con paso firme, a sabiendas de la guerra que se desataría ahí fuera. Pero no tenía miedo, no volvería a temer a Francesco porque, en realidad, a quien debían temer era a mí. Ya no era la misma persona que se había dejado manipular por él. Había cambiado. A pesar de haberlo dejado en poco tiempo, algo había hecho clic en mi cabeza. Y me sentía bien. Me sentía poderosa. Me sentía fuerte. Francesco estaba de espaldas, mirando el móvil. Su pequeño flequillo rubio se movía con la suave brisa de la tarde.

-Francesco.

Se giró rápidamente en cuanto pronuncie su nombre. Una sonrisa de medio lado se dibujó en su semblante.

-Amore (Amor), sabía que vendrías. -Dijo con entusiasmo y seguro de sí mismo-. ¿Sabes? Tengo muchas ganas de realizar este operativo contigo.

Asentí sin saber muy bien como reaccionar a su sorprendente buen humor. Entonces, sin siquiera haberlo podido evitar, agarró mis caderas con ambas manos, sujetándome con fuerza. Intenté soltarme pero fue inútil.

-¿Qué haces? -Le pregunté con los pelos de punta y la ira empezando a invadir mi cuerpo.

-Joder, Sienna. Ti amo (Te amo).

Sus palabras no se colaron en mi cuerpo. Es más, se las escupió al suelo nada más recibirlas. Ni mi mente ni mi corazón amaban a ese hombre. Intenté apartarlo pero me tenía tan bien agarrada que no podía siquiera moverlo un centímetro. Estaba empezando a enfadarme de verdad.

-Suéltame, Francesco.

-Eres mía. -Sentenció con firmeza-. Siempre lo has sido.

Negué con la cabeza intentando zafarme de su agarre. Él intensificó la fuerza empezando a hacerme daño en la piel. La cólera y el miedo se apoderaron de mí al pensar que podía repetirse lo de la última vez. Intentó besarme con fuerza, con rabia, y con mucho más enfado al rechazarlo una y otra vez.

-¡Basta! -Dije alzando la voz y apartándolo hacia atrás. Se tambaleó un poco por el impacto escuchando muy sutilmente el clic de una pistola a punto de disparar. Francesco ni siquiera se percató.

-¡¿Cómo puedes quererlo a él?! -Preguntó sin ningún tipo de filtro-. ¡Fui yo quien tr defendió de tu padre en todo momento! ¡El que consiguió que os justaseis de nuevo! ¡Te integré en la central y acepté ser tu pareja! ¡¿Y así es como me lo agradeces?!

Sus palabras me dejaron con los ojos como platos y los puños apretados. ¿De verdad había sido capaz de decir todo eso?

-¿¡Que te lo agradezca?! -Estallé. Estallé delante de una persona que ni siquiera sabía que nos estaba observando en la lejanía-. ¡Me alejaste de todos mis amigos! ¡Te follaste a mi mejor amiga, joder! ¿¡Es eso lo que quieres que te agradezca!?

Una máscara de arrepentimiento se instaló en el rostro de Francesco. Pero solo fue eso, una máscara. Debajo de ella había una sonrisa siniestra llena de orgullo y venganza. Porque tenía claro que Francesco iba a vengarse.

-¿Lo prefieres a él antes que a mí?

Lo preguntó tan tranquilo, como si estuviéramos hablando del clima. Con una expresión neutra y sin ninguna emoción aparente. Era increíble como Francesco manejaba las conversaciones a su antojo.

-No me cambies de tema.

-Creo que es precisamente de lo que estamos hablando. -Contestó cruzandose de brazos y caminando lentamente hacia mí. Parecía un león a punto de cazar a su presa-. ¿Le prefieres a él antes que a mí?

-Francesco... -Dije a modo de advertencia.

-No lo voy a volver a repetir. -Me quedé callada sin saber cómo manejar la situación. Francesco era un hombre que se tomaba todo muy a pecho. Se acercó mucho más haciendo que retrocediese un paso-. ¡Contéstame, joder!

-¡Sí, ¿vale?! -contesté sin pensar. Mierda, debía remediar eso como fuera-. No lo sé, Francesco. Lo único que quiero es ser feliz. Y lo siento mucho, pero sé que no voy a conseguirlo contigo.

Le había dado en el ego. Le había dañado el orgullo y lo sabía. Ambos lo sabíamos. Asintió con la cabeza gacha, me dio incluso un poco de pena. Pero sus últimas palabras antes de irse me pusieron los pelos de punta:

-Te arrepentirás.

No volví a saber nada más de él hasta que no lo vi en pleno operativo en Las Vegas.

Cogí toda la ropa y armas necesarias para meterlas y en mi maleta cuando mi móvil comenzó a sonar. Al ver el contacto de mi padre en la pantalla me quedé pálida. ¿No podía llamarme ningún otro día?

-Ciao (Hola), papá.

-¿Dónde estás? -Preguntó un poco agitado. Fruncí el ceño ante su pregunta.

-En la central. -Contesté-. ¿Pasa algo?

Un silencio se instaló al otro lado de la línea telefónica. Tuve que mirar la pantalla para saber si me había colgado.

-¿Papá?

-No salgas de la central, ¿me has oído?

Me quedé ojiplática mirando un punto fijo en la pared. Llamaron a mi puerta con golpes suaves pero certeros. Tuve que tapar el micrófono del móvil para indicar a la persona que estaba fuera que pasase. Killian se coló en mi apartamento con soltura, como si estuviera en su propia casa.

-¿Se puede saber qué demonios te pasa? -Pregunté fuera de mis cabales.

-No puedes salir.

-Creo que soy mayorcita para saber lo que puedo y no puedo hacer. -Vi como mi capitán se sentaba en mi escritorio dejando su respectiva maleta a un lado.

-Sienna, soy tu padre. Y te estoy diciendo que te quedes en la puta central.

-No saldría de aquí si no fueran temas de trabajo. -Contesté mirando a Killian de reojo.

-¡Que no salgas! -Chilló en mi oído.

-Mira papá, no sé qué demonios te ocurre. -Killian levantó la cabeza como un resorte al escucharme oír la palabra papá-. Pero no tienes ningún derecho a decirme cómo debo o no hacer mi trabajo, ¿vale?

-Lo único que quiero es protegerte, ¿no lo entiendes?

Su voz sonaba desesperada. Entonces me di cuenta de que no me estaba dando ninguna orden, sino una petición. Una súplica.

-¿Protegerme de qué, papá? ¿O de quién?

Nadie contestó, Killian frunció el ceño mirando al suelo. Empezaba a sospechar de que él sabía algo que yo no. El silencio de mi padre al otro lado tampoco ayudaba. Volví a hablar, esa vez con firmeza y una pizca de temor en mis palabras. Pero, si lo que sospechaba era cierto, perdería mi trabajo al instante.

-¿Protegerme de quién, papá? -Miré a Killian, el cual había desviado los ojos hacia mí-. ¿De ti?

No supe si me refería a Killian o a mi padre, Killian tampoco, y mi padre... bueno, supuse que sí se había dado por aludido al suspirar cansado en mi oído. Todos en Italian sabía que la relación que tenía con mi padre no era la mejor del mundo. Aunque, en realidad, todos en Italia parecían odiarme cada vez que escuchaban mi apellido. No lo entendía. Sí, mi padre es un hombre de prestigio, rico, famoso, poderoso e incluso atractivo a la vista femenina. Pero en la central casi nunca me hablaban a no ser que fueran dos palabras. Excepto Gianna y Francesco. Mi ex y mi antigua mejor amiga.

¿Y si Gianna sabía algo? Después de todo nunca me juzgó por mi apellido y me quiso tal y como era... creo.

-Sienna. -Me llamó mi padre.

No me había dado cuenta de que me había sentado en la cama con la mano libre en la boca bajo la atenta y quizá preocupada mirada del capitán Vólkov.

-Sí, papá. -Contesté rápidamente. Puse el manos libres y me dispuse a terminar mi maleta-. Perdona. Estoy haciendo las maletas y se me había ido la cabeza a...

-Haz lo que tengas que hacer. -Me interrumpió mi padre. Carraspeó antes de continuar-. Pero una cosa te voy a decir.

Se quedó callado, supuse que sopesando las palabras que soltaria a continuación. Noté como Killian no hacía el menor caso a la conversación jugueteando con su móvil en la misma posición que al principio. Me fijé en que el atuendo formal y a la vez relajado que había elegido le quedaba como un guante. Llevaba unos simples pantalones negros de vestir, zapatos negros a juego y una camisa blanca con los dos primeros botones desabrochados. Las mangas estaban remangadas un poco por debajo de los codos y el tatuaje que tenía del hombro al pectoral se transparentaba ligeramente a través de la tela. Era un puñetero dios griego caído del olimpo.

-Se vedono un solo russo intorno a te, scopriranno chi è tuo padre. (Como vea a un solo ruso a tu alrededor, se van a enterar de quién es tu padre).

Dicho eso, mi padre colgó la llamada la tensión empezó a apoderarse de mi cuerpo cada vez más. Miré a Killian de reojo, con los puños apretados. No sabía qué decirle. El trabajo era el trabajo y mi padre debía entenderlo. De todas formas, él ni siquiera sabía quienes eran mis compañeros de trabajo. Y mucho menos los nuevos. A Francesco sí lo conocía, al ser mi pareja se presentaba muchas veces en la casa de mis padres al haber comida familiar. Sorprendentemente se empezó a llevar bien con mi padre, hasta que tuvo la osadía de ponerme la mano encima. Y no en el buen sentido. Desde entonces, Francesco y yo no hacíamos otra cosa que discutir y luego... bueno. Luego me trasladaron.

Terminé de cerrar la maleta y vi que aún nos quedaban treinta minutos antes de salir de la central para dirigirnos al aeropuerto. Miré a Killian, el cual se había quedado en estado de trance mientras hablaba con mi padre por teléfono.

-¿Te importa si me doy una ducha antes de irnos?

Levantó la cabeza como un rayo. Como si no se hubiera dado cuenta del estado en el que se encontraba. Negó con la cabeza sin su sonrisa socarrona de siempre. Fruncí el ceño preguntándome qué demonios le ocurría, pero preferí dejarlo estar y meterme en la ducha. Enjaboné todo mi cuerpo y mi pelo, hasta entonces atado en una coleta alta y desaliñada. Así podría dejarlo suelto. Una vez estuve totalmente limpia, me envolví en una toalla y terminé de arreglarme con un poco de maquillaje. Sutil pero elegante. Después de todo, íbamos a un hotel de lujo en Las Vegas y debíamos ir como un pincel. Las palabras de Killian aún resonaban en mi cabeza, intentando de alguna manera relacionarlo con lo que había dicho mi padre.

Salí del baño envuelta en una nube de vapor viendo a Killian en el mismo sitio de antes, mirando su móvil y sin moverse ni un milímetro. Cogí la ropa del armario para cambiarme en el baño y aún así no me dijo nada. Pensaba que iba a soltar uno de sus comentarios de egocéntrico pervertido, pero solo recibí silencio de su parte. Me arreglé en el baño dejando la puerta abierta para dejar salir el calor. Me puse mi vestido largo de satén, era fresco y de color blanco, ideal para ir a, literalmente, un desierto. Además, con toda la gente que iba a ver era el mejor atuendo de todos.

Salí del baño dejando de nuevo la puerta abierta mientras terminaba de colocarme uno de los pendientes dorados que había elegido. Cogí unos tacones del mismo color para combinar mis accesorios con el vestido y así parecer toda una diosa griega, o eso me había dicho Fiorella. Me senté en la cama para ponerme los zapatos y, una vez colocados, cogí la maleta y me dispuse a salir. Pero una voz grave y varonil me frenó.

-Que quede claro -comenzó a decir sin separarse aún de la mesa-, que no pienso separarme de ti ni un milímetro.

Su confesión hizo que mi corazón latiera desbocado dentro de mi pecho. Sus ojos grises y claros me observaban con determinación y una pizca de ira. Arqueé las cejas sorprendida, poniéndome delante de él. Ni siquiera me había dado cuenta de que había empezado a andar. Bianca piensa que hay una fuerza extraña entre los dos, como un imán, que hace que estemos siempre pegados. To digo que es el subconsciente, que me hace hacer cosas raras.

-¿Has entendido lo que ha dicho mi padre?

Negó con la cabeza sonriendo un poco de lado.

-No. Pero me lo imagino. Es tu padre, supongo que lo único que quiere es protegerte.

-Tú no lo eres. -Contesté con una sonrisa de labios cerrados-. Y aún así también quieres protegerme.

Su sonrisa se desvaneció. Había algo dentro de él que le atormentaba. Lo sabía, lo veía en su mirada, en sus ojos se reflejaba la incertidumbre y la duda. No iba a presionarle. Si quería contármelo lo haría, cuando él lo considerase oportuno. Así que la única forma de deshacer ese nudo en el estómago que parecía torturarlo fue juntar mis labios con los suyos y hacerle olvidar durante unos segundos. Unos segundos en los que me cogió de las caderas con fuerza y juntó su cuerpo al mío con desesperación. Tuvimos que separarnos para poder coger aire y me hizo mirarlo a los ojos.

-¿Por qué me haces esto, lyuvob (amor)?

-No sé. Pero tampoco está tan mal, ¿no?

Me encogí de hombros a la vez que le agarraba de la mano y salíamos del apartamento. Me dio un último beso en los labios antes de entrar en el ascensor para dirigirnos a la puerta de entrada de la central. Solté su mano antes de que las puertas del ascensor se abriesen, cogiendo mi maleta y saliendo delante de él. Entonces, una fuerza tiró de mí hacia un cálido cuerpo desde mi cintura, donde la mano de mi capitán descansaba a la vista de prácticamente toda la central. Mis amigas me miraban con los ojos abiertos y sonrisas escandalosas, Francesco y Jade con furia y Enzo con una curiosidad arrolladora. Miré a Killian con una ceja en alto, a lo que él respondió con una media sonrisa. Desde que le conocía no había sonreído tanto.

-Eres mi mujer, ¿no?

Puse los ojos en blanco a la vez que nos acercábamos al resto. El coronel se puso delante de nosotros mirando de reojo la mano de Killian que aún descansaba en mi cadera.

-¿Listos? -Preguntó con una actitud profesional. Killian y yo asentimos con la cabeza. Empezó a mirar a nuestros compañeros, dedicándole unos segundos más a Bianca hasta que ésta asintió también-. Cada grupo irá en vuelos distintos. Vosotros dos -dijo enfocándose en nosotros-, os marchais ya mismo. Hemos dejado un coche fuera para que vayáis al aeropuerto. El resto también tendrá el suyo, una vez en los aeropuertos habrá una persona encargada de la central que lo traerá de vuelta. ¿Todo claro?

-¡Sí, mi coronel!

Todos respondimos al unísono mientras agarrabamos nuestras maletas.

-¡Nos vamos!

Salimos del edificio viendo los grandes y elegantes edificios del centro de Washington D.C. Mi país era precioso, y no lo decía porque fuera mi lugar de nacimiento, sino porque todo el mundo lo decía. Aún así, la civilización y la modernidad de esa ciudad no se podía comparar con el aire pintoresco y clásico de Roma. Roma era belleza en estado puro, era arte. O eso me había enseñado mi madre. Las ciudades podían ser preciosas, pero el coche que teníamos delante... Guau...

Un Aston Martin Vantage de dos puertas y con el color típico de la marca británica esperaba bajando las escaleras de la entrada principal. Me quedé boquiabierta mientras Killian bajaba nuestras maletas por las escaleras y abría el maletero.

-¿Te gusta mi coche? -Preguntó Killian con una sonrisa de medio lado. Me encogí de hombros intentando ocultar mi sonrisa.

-No está mal. -Fui a abrir la puerta del copiloto, pero Killian se me adelantó, haciéndome una reverencia acompañado de un madame saliendo de sus labios-. ¿Desde cuando eres tan... así?

-Intento meterme en el papel de marido perfecto, lyuvob (amor). No te acostumbres.

Me guiñó un ojo antes de que entrase en el coche, cerrando la puerta en cuanto me acomodé en el asiento. Rodeo el coche por delante, pudiendo fijarme en sus brazos marcados por la camisa. Desvié la vista a mi vestido, alisándolo con las manos. Killian se metió en el coche, se puso el cinturón y arrancó. El rugido del coche hizo que cerrase los ojos con placer, me encantaba ese sonido. No me di cuenta de que emití un pequeño gemido, hasta que Killian gruñó mientras nos dirigíamos al aeropuerto.

-Como vuelvas a hacer eso, paro el coche en una vía de servicio y te follo en el puto asiento hasta que grites mi nombre y se entere todo el estado.

Todo mi cuerpo se tensó, dejando un calor agradable bajo mi estómago. Me atreví a mirarle. Tenía la vista puesta al frente, con una mano en el volante y la otra en la palanca de cambios. Me incliné un poco para acercarme a su oído, había descubierto que eso le volvía loco.

-Me encantaría...

Dicho eso, volví a mi asiento como si no hubiera pasado nada. Sonreí abiertamente al notar la tensión en los músculos de Killian, la forma en la que sus nudillos se ponían cada vez más blancos al apretar el volante. Lo iba a reventar.

-Vas a romper el volante. -Comenté mientras me cruzaba de brazos. Ya habíamos salido a la autovía.

Desvió la vista de la carretera hacia mí. Si no supiera conducir, ya nos habríamos estrellado. De repente, pegó un volantazo metiéndose por una vía de servicio y aparcando bruscamente en el primer hueco libre que encontró. No había nadie. Se desabrochó el cinturón, desabrochó el mió, echó su asiento hacia atrás y de un momento a otro estaba encima de él, a horcajadas sobre su regazo y con el corazón latiendo desbocado dentro de mi pecho. Cuando reaccioné, le pegué un golpe en el brazo.

-¡¿Estás loco?! -Chillé pegándole otra vez-. ¡Podríamos habernos matado, animal!

-Bueno, esa era la idea inicial. -Respondió mirando a un lado, haciéndose el interesante. Hice una mueca, ¿lo decía en serio? -. Luego vi más factible aparcar y follarte en un coche de dos millones y medio de dólares.

-No soy tu puta personal.

Estaban empezando a cabrearme sus cambios de humor, parecía una embarazada hormonada. Negó con la cabeza a medida que iba soltando unos de mis tirantes y haciéndolo caer por mi brazo. Empezó a besar mi cuello mientras me levantaba el vestido, o al menos lo intentaba, porque me llegaba por los tobillos y era bastante ajustado. Si ya me estaba costando estar sobre él, imaginaos lo que le estaba costando a él levantarlo hacia mis caderas.

De pronto, noté algo frío en mi muslo, algo parecido a una navaja. Intenté apartarme desesperada por pensar que Killian iba a hacerme daño, pero entonces escuché algo de tela rasgarse. Una abertura de muslo a tobillo se había creado por arte de magia, o más bien, por arte de Killian. Le miré mal.

-Era uno de mis vestidos favoritos.

-Creo que lo he mejorado.

Estampó sus labios contra los míos en un intento de hacerme callar. Sus manos se colaron por debajo del vestido y me acariciaron la piel desnuda. Lo único que llevaba debajo eran unas bragas de encaje blanco, ni más ni menos. Las manos de Killian me apretaron el trasero haciéndome casi levantarme de su regazo mientras me atraía hacia su cuerpo. No supe cuándo se había bajado los pantalones ni los bóxer, pero de un momento a otro apartó mis bragas a un lado y se introdujo dentro de mí. Salvaje, duro, como me gustaba.

Me bajó el escote del vestido con la intención de lamer mis pechos, pero le agarré del pelo y le eché la cabeza hacia atrás. Le sonreí de medio lado ladeando la cabeza, dando a entender que no iba a probarlos esa vez. Gruñó embistiendo más fuerte e inconscientemente aflojas mi agarre. Aquello era jugar sucio. Mi mano voló al techo del coche para poder agarrarme a algo, o al menos intentarlo. Le di sin querer al claxon del coche con el trasero pero era tal la excitación que me importó una mierda. Estaba llegando a mi límite. Mis pechos botaban y Killian los mordisqueaba una y otra vez haciendo que mis nervios se pusieran a flor de piel. Me estaba llevando al abismo.

El sonido de una llamada hizo que nos congelasemos. Miré la pantalla del GPS y vi de mala gana que el coronel, a parte de querer comunicarse con nosotros, me había jodido el orgasmo. Un qué oportuno salió de mi boca a la vez que me quitaba de encima de Killian. O al menos lo intentaba, porque mi capitán me sujetaba de las caderas con tanta fuerza que no pude moverme ni un milímetro. Killian dio al botón de descolgar, a la vez que yo le miraba como si me hubiese salido un tercer ojo en la frente. Se limitó a guiñarme un ojo.

-Coronel. -Saludó Killian.

-¿Dónde cojones estáis?

Parecía muy enfadado. Miré a Killian con los ojos abiertos. Killian se movió dentro y tuve que morderme el labio para no gemir delante del coronel. El muy idiota sonrió al ver lo que estaba haciendo.

-Estamos de camino al aeropuerto. ¿Por qué lo pregunta? -Contestó Killian haciéndose el tonto.

-Porque tengo un GPS en cada uno de los coches para saber donde están mis soldados, idiotas. -Dijo el coronel realmente cabreado.

-Disculpe, mi coronel. -Intervine en la conversación-. He tenido una urgencia... femenina.

El coronel ordenó mucho más enfadado movernos qntes de que viniera él a por nosotros. Colgó aún estando en una situación un tanto embarazosa. Miré a Killian, me aparté de él y volví a mi asiento refunfuñando. Me puse el cinturón, me crucé de brazos y me quedé así hasta que Killian se colocó y arrancó el coche para irnos. En el coche había un silencio que me ponía cada vez más incómoda. Vi como llegabamos al aeropuerto y antes de que pudiéramos salir del coche, Killian me agarró de la muñeca evitando que me moviera del asiento.

-¿Y ahora qué? -Pregunté. Me cogió la nuca sin previo aviso y estampó sus labios contra los míos.

-No voy a dejar que te pase nada.

Dicho eso, Killian bajó del coche y ambos nos encaminamos a subir al avión como una pareja normal y corriente.

Como Alexander y Olivia Harrington.



Leone

No podía parar de fumar puro tras puro en mi despacho. Sienna no me hacía ni puto caso, pero debía entender que lo hacía por su bien. Miré el puro en mi mano, dándole vueltas, intentando pensar un plan B para proteger a la cabezota de mi hija mayor. Aunque pareciera mentira, estaba desesperado. Tenía el pelo revuelto, la camisa abierta unos tres o cuatro botones y un vaso de whisky a mi derecha. El puro daba vueltas entre mis dedos hasta que unos golpes en la puerta me hicieron desviar la vista hacia ella. Mi mujer, aún más guapa que cuando éramos jóvenes, entró a mi despacho, siempre tan sencilla y a la vez tan hermosa. Llevaba unos pantalones vaqueros largos ajustados y una blusa blanca de satén a juego con unos tacones bajos del mismo color que la blusa.

-Ciao (Hola). -Me saludó con una sonrisa, como todos los días.

Froté mi frente como respuesta. La situación con nuestra hija empezaba a darme dolor de cabeza. Emma vino a mi espalda para acariciarme y darme un beso en la mejilla.

-Ya no sé qué hacer con ella. -Le dije a Emma mirando aún el puro.

-Tiene casi veintidos años, Leone...

-Es una niña, joder. Se cree que es un puto militar de élite y aún tiene veintiún años.

Me levanté de la silla, apartando a Emma a un lado. Estaba enfadado con Sienna, muy cabreado. Y también muy preocupado. Si iba a Las Vegas, primero me descubriría y segundo la matarían.

-Entonces vamos juntos. -Sugirió mi mujer. La miré con una sonrisa sin gracia. Ahora ya sabía de quien sacaba Sienna su carácter-. Ambos iremos a proteger a nuestra hija desde la distancia. Salvatore, Valentino y Alessandro van a ir también. Son nuestros guardaespaldas Leone, y sabes que no dejarán que nos pase nada. Y a nuestra hija tampoco.

-¿Y qué hacemos con Giorgio? -Pregunté cruzandome de brazos mientras me refería a nuestro hijo pequeño.

-Federico y su mujer se encargarán. -Dijo de lo más convencida. Fruncí el ceño y me se me escapó una sonrisa.

-¿Lo tienes todo pensado, eh?

Asintió con la cabeza y un encogimiento de hombros sin importancia. Me acerqué a ella para rodearle las caderas con los brazos, a lo que ella respondió rodeando el cuello con sus manos.

-Es nuestra hija, Leone. ¿Pensabas que no iba a ir a protegerla contigo?

-¿Ir conmigo? -Pregunté. Ella asintió, yo negué con la cabeza.

-Leone, per favore (por favor)... -Se exasperó.

No iba a dejar que volviera a pasar lo de hace veintiún años. Cuando la secuestraron en nuestro viaje familiar. Ni de coña. Emma suspiró, dejando caer la cabeza hacia atrás.

-¿No te das cuenta de que no quiero perderte?

-Leone, llevamos más de una década en esto.

-Tú llevas más de una década en esto. Yo más de veinticinco años, Emma.

Me soltó, negando con la cabeza y dándose la vuelta. Empezó a caminar por el despacho mientras se flotaba la barbilla.

-No me extraña que tu hija se enfade contigo. -Me soltó haciendo que una pequeña espina se clavase en mi interior-. Es su trabajo, y lo quieras o no también estamos metidos en ello. Nos guste o no, somos los enemigos y si la cagamos, nuestra propia hija nos podría meter en la cárcel.

-Hace mucho que quiero dejar el negocio de armas, y lo sabes.

-Una cosa es querer, y otra cosa es dejarlo. -Contestó-. Y mientras Vitali siga con vida debemos mantenerlo alejado de Sienna y de Angelo.

Solté un suspiro frotando mi frente. Joder, tenía razón, pero... Cerré los ojos intentando tranquilizarme.

-No me pasó nada hace veinte años, y no me pasará nada mañana. -Lo dijo tan convencida que incluso el hombre más idiota del planeta se lo habría creído, pero yo no.

-Emma...

-Es mi niña.

Al final tuve que terminar aceptando. Joder, ¿es que nadie entendía que necesitaba proteger a mi familia? Sí, Salva vendria con nosotros, al igual que Alessandro y Valentino. No nos entrometeríamos en el trabajo de Sienna, era una de las normas fundamentales. Aunque, el hecho de tener a toda la central de la UICT de Washington D.C en el mismo hotel no era plato de buen gusto para ningún mafioso. Por muchas veces que hubiera querido dejar el negocio de las armas, nunca pude. ¿Por qué? Porque era el puto Don de la Sacra Corona Unitá, y pronto de toda Italia. Los líderes de cada una de las mafias de todos territorios italianos nos reuníamos al menos una vez al año. Todos nos queríamos matar entre nosotros para llegar al poder, pero desde que quise dejarlo mi cabeza estaba servida en bandeja de plata para todos ellos.

Llamé a Salvatore al despacho. No tardó ni cinco minutos en entrar sin siquiera llamar a la puerta. Se quedó de pie delante de nosotros, esperando a que hablase. Miré a Emma, indicándole con la cabeza que nos dejase a solas.

-Venga ya. -Dijo, riéndose. La mire con una ceja en alto, dándola a entender que era serio. Levantó las manos en alto dirigiéndose a la puerta después de soltar un suspiro-. Va bene, va bene (Vale, vale). Me largo. No hagas cosas indebidas con mi marido, Salva.

Puse los ojos en blanco. Salvatore y ella se había hecho los mejores amigos del mundo, y la orientación sexual de Salva no era un secreto en nuestra casa, ni tampoco su relación sentimental con Alessandro. Sé que fui yo el que ordenó que no debía haber ninguna relación sentimental en el trabajo, pero... bueno. Salva era Salva. Una vez que mi mujer se fue, miré a mi amigo a los ojos.

-Quiero que protejas a Emma en Las Vegas a toda costa. -Ordené. Me dio un asentimiento de cabeza-. Y a mi hija también.

El ceño fruncido de mi amigo me indicó que no tenía ni de que Sienna iba a estar allí. Y mucho menos trabajando. Me froté la cata en un intento de no saltarle al cuello. Cuando me preguntó que iba a hacer Sienna allí pensé que iba a darme un síncope.

-Salvatore, amigo mío. ¿A qué vamos a Las Vegas?

Mi pregunta tuvo una respuesta rápida por su parte.

-A cazar a Blackwell. El espía de Vólkov que lleva muchos años detrás de nosotros.

-Bene (Bien). -Respondí-. ¿Y a qué crees que va mi hija a Las Vegas?

-¿A disfrutar de su juventud?

Inflé mis mejillas de aire en un intento de calmarme. Era una conversación ridícula. Salvatore podía ser muy listo para algunas cosas, pero para otras era un completo desastre.

-Salva, me lo estás poniendo muy difícil. Te lo voy a dejar claro. -Dije bebiendo el último trago de whisky-. No quiero ver a Vólkov cerca de ella. A ninguno de los dos.

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