*
Abrí mis ojos como platos. No tenía idea de dónde estaba. Era como una especie de jaula; tenía paredes de metal oxidado con pequeños hoyos en forma de rombos. Iba retrocediendo y mi espalda choco con una de las paredes, en verdad estaba aterrada y me abracé las piernas como si así pudiera protegerme.
Sentía tantas cosas a la vez; miedo, frustración, curiosidad. Miedo, de que no sabía dónde me encontraba. Frustración, porque estar en esa especie de elevador hacía que me diera una clase de fobia. Curiosidad, por saber a dónde llevaba esta cosa.
Gracias a la velocidad de ese elevador del miedo, comenzaba a marearme y el olor a aceite viejo no ayudaba mucho, iba a vomitar en cualquier momento.
Los minutos me parecía horas, los segundos eran eternos allí dentro; sin embargo, yo seguía en la misma posición, no había movido ni un solo músculo. Pero algo me decía que todo el tiempo transcurrido solamente había sido máximo treinta minutos, nada más.
Por un momento llegué a pensar que alguien me podía ayudar. Así que grite varias veces pidiendo ayuda, pero nada. La única respuesta que recibí fue el ruido de las cadenas de ese horrible elevador.
No recordaba nada de mí, ni mi nombre, ni mi familia. Era como si alguien o algo hubiera absorbido todo de mi cerebro y ahora mi mente estaba en blanco.
-¿quien soy? -me pregunté a mí misma.
Fue raro escuchar mi voz, llevaba buen rato sin decir nada y, no pensé que mi voz fuera a sonar así. El miedo había desaparecido ya hace varios minutos, tanto que ya no me preocupaba mi destino, por que vamos, ese elevador tenía que parar en algún momento.
Inspeccioné mi ropa; una blusa de tirante grueso color vino, un pantalón algo ajustado y unas botas color café. Mi cabello estaba recogido en una trenza y también llevaba puesto un collar, lo raro es que el dije era de la letra T. Posible y mi nombre comenzará con esa letra, tenía una pista.
Después de un rato, escuché unos chillidos muy fuertes. El elevador no subía más, por fin había llegado a mí destino. Sobre mi cabeza se hallaba una puerta doble de metal.
La luz me logró cegar y por intuición cubri mis ojos. Afuera se escuchaban muchas voces, pero no reconocí ninguna. No escuchaba con claridad ya que eran demasiadas y me era difícil descifrar algo coherente entre tanta euforia. Fueron pocas las oraciones que pude entender:
*¿por qué nos habrán mandado a una chica?*
*¿qué onda nuevita?*
*¿qué hace ella allí, se supone que tiene que ser un larcho?*
No entendía el vocabulario de esas personas, ¿qué se suponía qué era un larcho?
Arrojaron el extremo de una cuerda. Distinguí una silueta que me hacía señas para que tomará el extremo. Debatí entre tomarla o no, con los nervios al mil, tomé el extremo de la cuerda.
Cuando por fin salí de ese elevador, literalmente, quedé congelada en mi lugar. Me encontraba rodeada de cincuenta o sesenta chicos, ningún otra chica. Todos eran de diferentes edades, estatura y raza. Todos se encontraban llenos de sudor y apestosos, parecía que llevaban trabajando hace buen tiempo. Un nudo se formó en mi estómago y las náuseas habían vuelto, me ponía nerviosa estar bajo la mirada de ellos.
Como si mi cerebro hubiese vuelto a funcionar, salí corriendo. No tenía idea de donde me encontraba y estar cerca de tantos chicos me daba miedo. Examiné el lugar; cuatro muros altos, en un punto había una clase de huerta, en otra había animales: cerdos, vacas, ovejas. El olor me recordó a una granja. En otro lado había una construcción alargada como si fuera un edificio y en otro extremo de esté extraño lugar, había un enorme bosque.
Llamó mi atención una abertura en uno de los muros, paré en seco y corrí en esa direccióna. Esa era mi escapatoria, mi momento de huir de este sitio.
-¡se dirige al Laberinto!- grito alguien.
¿Al laberinto?
Definitivamente ese grupo estaba demente. Aparte de que hablaban raro, decían que había un Laberinto. Chiflados. Que decía chiflados, idiotas.
Estaba por llegar cuando alguien me empujó, provocando que mi espalda impacte contra el duró suelo. El causante de todo se subió sobre mi y apretó mis muñecas contra el verde pasto, impidiendo que pueda mover un músculo.
-¿qué tratas de hacer? -cuestiona -. No sabes que allá afuera puedes morir.
Trataba de quitarlo de encima de mi. Puede que aquél chico no sea la persona más inteligente del planeta, acababan de mandarme en un elevador a ese lugar, no sabía dónde era, ¿enserio creía que iba a saber lo que había pasando esa abertura? Era un tonto.
-oye genio, por sino lo notaste acabo de llegar. No sé nada, ¡literalmente!- exclamé esto último.
-lo siento- se disculpó-. Esto fue lo primero que se me ocurrió para detenerte.
-¿no te paso por la cabeza qué tal vez un: oye espera. Funcionaría?- pregunté irónica.
-¿te hubieras detenido?- se quitó de encima mío. Me extendió una mano para yudarme a levantarme, pero me negué a tomarla y me puse de pie sin su ayuda.
-no.- sacudi mi ropa- Pero me hubiese detenido a patearte.
Él sonrió levemente. Tenía que admitir que es atractivo; sus ojos cafes claros eran su mejor atributo. Su cara estaba bañada en sudor, debió cansarse mucho.
-eso es lo que quería prevenir, no quiero recibir una patada- se limpió el sudor de la frente con el dorso de su mano.
-oh, ¿quién dijo que no la recibiras?- dicho eso, le proporcione una patada en la entrepierna, la cual logró bloquear con sus manos.
-tranquila- retrocedió.
-¿tranquila?, ¿quieres que este tranquila?- pregunté-. Mi cerebro está en blanco, no recuerdo absolutamente nada de mi vida, ¿y tú quieres que este tranquila?
-escucha, todos pasamos por lo mismo que tú. Llegamos en la Caja sin saber nada de nosotros.
-¿la Caja?- volví a preguntar, más confundida que antes-. ¿dónde estoy exactamente?
El chico volvió a sonreír.
-Bienvenida al Área.
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