¿Un hogar sin hijos?

Estaba alegre. Cuando fui al médico a hacerme una ecografía, lo vi. Vi ese bultito semi-redondo inmóvil en la pantalla, diciendo a gritos «tengo tres meses», pero que ya se comunicaba con el rápido palpitar de su corazón. Como no amar algo, corrijo: a alguien así. Que sin extremidades en general, se gana tu amor, solo con un sonido frecuente de su palpitar y sus leves espasmos internos. No podría dejar de lado la alegría de mi esposo quien también sentía la alegría conmigo al mirar lo que juntos, a través del amor, habíamos formado. En solo seis meses lo esperábamos.

Pasó un mes más y supimos que sería varón.  Compramos toda la ropa: manoplas, gorritos, pijamas, medias, mantas, zapatitos en donde el color azul y dibujos animados de carritos abundaban.

Pero un día teniendo un poco más de siete meses, lo perdí. Todo fue devastador. Era el fin de mi vida, o eso pensé. Mis emociones se suicidaron al vacío de la pérdida. Estuve mucho tiempo así.

Con el pasar de los meses y posteriormente dos años vi nuevas esperanzas. Mi esposo y yo hablamos, hasta que decidimos adoptar a un bebé. Hicimos lo tramites y fuimos aceptados como buenos candidatos para ser padres de una hermosa niña. Tendríamos que comprar nuevamente ropa, pero no me importaba. Tendría una niña —no de mi sangre—, pero sé que, con mi amor, su sangre se convertiría en mi sangre, mis rasgos físicos en los suyos y la amaría por siempre sin decepción alguna. 

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