Un corazón gris
La fuerza de tus convicciones determina tu éxito, no el número de seguidores
(Harry Potter y las reliquias de la muerte)
Las semanas fueron pasando con demasiada lentitud para el pequeño Remus. Le gustaban mucho las clases y las disfrutaba, pero el desprecio de sus compañeros y que se metieran con él lo hacía sufrir. El licántropo había intentado no ser una molestia para sus compañeros de habitación, a los cuales él no les caía bien. Remus quería disculparse con James por lo sucedido en el andén, pero simplemente no sabía cómo hacerlo.
El niño solía refugiarse en la biblioteca, en las esquinas oscuras o donde había muy poca gente. Allí leía hasta que era muy tarde y no tener que lidiar con tanto desprecio. Remus notó que los profesores sabían que él era un licántropo. Todos los trataban bastante bien, sobre todo McGonagall y el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, la cual era su materia favorita. El profesor solía invitarlo a menudo a merendar con él un té y galletas. Era un auror que se había salido un tiempo del departamento para enseñar a los niños su saber. Era alto y robusto, de rasgos suaves y algo picudos. Era de carácter paciente y amable pero extremadamente listo. De vez en cuando lo ayudaba con los deberes. Cuando Remus le preguntó por qué ayudaba a alguien como él, le hombre le respondió que él era normal y un buen chico. Remus había sonreído con timidez.
El lunes después de la primera semana de clases, se transformaría y se percató de que sus compañeros los miraban, especialmente Sirius. Lo seguía con la mirada siempre que lo veía y eso le preocupaba pues tenía miedo de que descubrieran su secreto. James y Peter tampoco se le quedaban atrás pues lo miraban también, pero no con la insistencia de Sirius que parecía casi obsesiva. Remus acabó por acostumbrarse a eso. Entonces empezó a ponerse con ese aspecto enfermizo que adquiría antes de sus transformaciones. Perdía el apetito y dormía muy poco. Un día antes de dormir, su compañeros se cansaron de mirar y preguntaron.
-¿Qué te pasa, Lunático? - le preguntó Sirius.
- Nada - mintió Remus a la perfección -, solo estoy...preocupado.
-¿A si? Y dinos, ¿qué es eso tan importante que hace que no duermas? - inquirió James, alzando la ceja.
- M-mi madre está enferma - se escusó. Dumbledore le había dicho que debía decir aquello para no levantar sospecha.
Los tres amigos asintieron lentamente, no muy convencidos. El pequeño niño los miró incómodo y se metió en la cama. Aquella noche no pudo dormir bien.
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Sirius no podía dormir aquel domingo. Le preocupaba Remus, el chico tenía un aspecto horrible. James y Peter también se había mostrado algo inquieto, pero no tenían su obsesión por él. Sirius solía mirarlo siempre, para asegurarse de que estaba bien. James se había dado cuenta, pero no dijo nada pues aunque no quisiera admitirlo también le preocupaba Remus. El joven Black se volvió hacia el lado izquierdo y vio a Remus revolviéndose contra las sábanas. Inquieto se levantó y fue a mirar cómo se encontraba. Lo que vio le paró el corazón. Ante él Remus se revolvía contra las sábanas, sudando y llorando con suavidad. Estaba dormido pues tenía los ojos cerrados. Pero lo que realmente le impactó fue la larga cicatriz que tenía en el vientre. Retrocedió, absolutamente asustado. Respiró hondo y se acercó a él. Le tapó la cicatriz y lo tapó. Esto hizo que se calmara, pero una última lágrima cayó hasta la almohada.
Sirius se metió bajo el edredón, comprendiendo muchas cosas. Ahora entendía por qué Remus se levantaba tan temprano, él no quería que vieran sus cicatrices. Estuvo pensando durante un rato como pudo habérsela echo. El propio niño no había sido pues lo habrían visto sangrar. Llegó, horrorizado a la conclusión de que alguien podía abusar de él en casa. Apoyó la cabeza en la almohada con tristeza. Poco a poco, se le fueron cerrando los ojos y un sueño amargo y gris vino a visitarlo.
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