Sueños de pesadilla
Remus se encontraba tumbado en la cama, con la pluma entre los dientes y un trozo de pergamino de más de un metro cuando sus amigos entraron en la habitación. Peter venía con su típico andar tranquilo y algo distraído, con un pedazo de regaliz en la boca mientras hablaba con James y Sirius.
-Hola -los saludó algo distraído, mientras garabateaba algo en el pergamino. Frunció el ceño y se escondió tras un libro, buscando algo que habían escuchado en clase pero no había comprendido del todo y no había puesto en la redacción.
-¿Qué haces, Rems? -le preguntó Peter mientras se asomaba tras el libro. Remus alzó su mirada ambarina y le dirigió una media sonrisa a su amigo.
-Estoy haciendo la redacción de historia de la magia -contestó mientras volvía a poner su atención en el libro. Peter cogió el pergamino y casi se le salen los ojos al ver cuan largo era.
-Pero...pero...¿no tenía que medir sesenta y cinco centímetros? -quiso saber algo histérico.
-Si, tenía que medir eso -lo tranquilizó Sirius-, pero apostaría lo que fuese a que Remus a escrito medio libro en ese trozo -añadió algo exasperado. Le quitó el libro de las manos y lo puso lejos de su alcance.
-Es hora de hacer un descanso Remus. Si sigues así se te saldrá el cerebro por lo oídos -comentó mientras se sentaba frente al muchacho.
-Si, es cierto -lo apoyó James-. ¿Sabéis? Creo que vamos a hacer una manifestación para que lo profesores no manden tantas tareas y que Remus no se deje las manos haciendo las redacciones -añadió. Sirius y Peter asintieron como si aquello fuera la mejor idea que hubiesen escuchado nunca. Remus sonrió ampliamente. «Bueno, un descanso no me matará» pensó mientras recogía las piernas y apoyaba la cara en ellas.
-¿Quién ha ganado la partida de ajedrez? -preguntó curioso. Sirius resopló algo molesto, James puso cara de autosuficiencia y Peter comenzó a reír.
-Bueno, pues no ha sido tan malo, ¿verdad, Sirius? -preguntó Peter mientras se reía. Sirius puso los ojos en blanco.
-Seguro no ha sido tan malo -lo consoló Remus sonriéndole un poco.
-Oh, claro que lo ha sido -declaró James con una sonrisa divertida-, creo que ha perdido no menos de diez veces -lo picó el de lentes. Sirius se lanzó por James y empezó a revolverle el pelo. El joven Potter, cogido por sorpresa, no tardó en tener el pelo más revuelto de lo normal. Rio y empezó a revolver el pelo de Sirius. En un momento ambos rodaban por el suelo, riendo a carcajadas mientras se despeinaban el uno al otro. Llegó un momento en el que las gafas de James salieron volando por lo aires pero a este no pareció importarle.
Peter no podía evitar reírse. Remus reía también pero algo más bajo que Peter como si tuviese miedo de algo. Finalmente ambos chocaron contra una de las camas lo que provocó que Sirius rebotara en James y fuese impulsado a la otra punta del dormitorio. James, Sirius y Peter estaban rojos de tanto reírse y Remus no recordaba haberse reído tanto en toda su vida.
Sirius se levantó del suelo y fue a ayudar a James el cual buscaba sus gafas. Las encontró bajo la cama. Entonces Peter miró los pelos de ambos chicos.
-Vaya, Sirius, cualquiera diría que eres el hermano gemelo de James -sonrió señalándole el pelo-. Ambos lo tenéis como si un pájaro hubiese construido un nido en vuestras cabezas -añadió con una sonrisa. Sirius se pasó la mano por el pelo y Remus notó como se crispaban sus dedos y ponía cara de angustia.
-¡No me digas eso! -exclamó mientras intentaba ponerse bien los mechones de cabello sin mucho éxito.
-Anda, ven aquí -lo llamó Remus. Sirius fue allí y observó cómo Remus pasaba las manos por su pelo y empezaba a peinarlo con cuidado. James mientras tanto se pasaba una mano por el pelo lo cual hizo que pareciese iguala que antes, pues él tenía la costumbre de revolverse el cabello. Peter los observaba sentado con las piernas cruzadas.
-Um, creo que ya está -comentó Remus echándole una mirada algo insegura al pelo de su amigo. Sirius se percató de aquello.
-Esta perfecto Remus -sonrió, aunque con sinceridad no es que hubiese quedado muy bien. Al niño se le iluminaron los ojos y sonrió a su amigo. En ese momento entró un búho negro por la ventana y a Remus casi le da un infarto al reconocerlo como el de su tía. El búho se posó en el hombro de Remus y frotó la cabeza contra la mejilla del niño. Remus alzó la mano y le acarició las alas y notó como el animal tenía varias heridas sangrantes. El ave ululó suavemente, dolorida. El niño miró al ave a los ojos y esta pareció entender lo que el niño quiso decirle por lo que salió volando de nuevo.
-¿Qué ha sido eso? -preguntó James con el ceño fruncido.
-Un búho, pero no era el de mi familia -respondió el niño con tranquilidad.
-Ahora que lo pienso tus padres no te escriben mucho, ¿no? -quiso saber Peter. La cara de Remus se ensombreció. «Claro que no me escriben...yo los mate» pensó con asco así mismo. Se apresuró a cambiar su expresión.
-Ah bueno eso es porque voy todos los meses allí, además saben que puedo cuidarme solo -contestó como si fuese verdad. Los tres cambiaron de nuevo una mirada: a sin que sus padres lo descuidaban. Remus bajó la cabeza, sabiendo que había hablado de más.
En ese momento se escuchó que alguien llamaba suavemente a la puerta. Instantes después apareció la cabeza pelirroja de Lily Evans. La niña miró la habitación y arrugó un poco la nariz pues contaba con un desorden que exasperó a Remus en un principio pero acabó por acostumbrarse. La niña se tomó el tiempo de mirar con desagrado a James, Sirius y Peter, sin embargo, sonrió a Remus.
-Hola, Remus -lo saludó apartándose un mechón de los ojos-, me envía el profesor Jonás, dice que quiere verte -el niño asintió y se levantó de la cama. Se colocó bien la túnica y cerró la puerta tras él. Se dispuso a bajar las escaleras cuando Lily lo retuvo por la manga. Lo miraba con aquellos ojos verdes que parecían jades realmente hermosos. El niño esperó a que ella hablara. Esta respiró hondo y lo miró con seriedad.
-Remus, te seré sincera pero no creo que debas juntarte con ellos -expresó la niña. El chico respiró hondo.
-¿Por qué no debo juntarme con ellos? -le preguntó manteniendo la calma. Lily bufó irritada.
-Porque no quiero que hagas lo que los hacen...no quiero que acabes metiéndote con la gente solo porque puedes y quieres -murmuró la niña con la vista baja. Remus supo de que le costaba decir aquello-. Pero veo tan feliz cuando estás con ellos que no puedo decirte nada, Remus. Aunque no lo creas a mí me preocupa y me interesa mucho que seas feliz...-susurró la niña. Respiró hondo antes de continuar-. No sé por qué razón los has elegido a ellos, supongo que habrá buenas razones. Respeto tus decisiones y mientras seas feliz supongo que no importa nada, pero ten cuidado Remus -finalizó alzando la vista. El niño no supo bien como reaccionar. Por un lado apreciaba que Lily se preocupara por él por otro lado le era algo molesto que cuestionasen su amistad con los tres muchachos.
-Sé bien lo que hago -contestó de manera cortante-. Aprecio tu preocupación pero por favor, no me digas otra vez algo sobre mi amistad con ellos -hizo una pausa-. Ellos son los mejores amigos que puedo tener y no me arrepiento de nada de lo que he hecho -Lily lo miró un momento y asintió lentamente. Se acercó a Remus y lo abrazó con cuidado. El niño se tensó un momento como cada vez que alguien lo abrazaba, pero no tardó en relajarse. Respiró el aroma de Lily. La niña olía a pergamino, lilas y vainilla. Percibió que aquel abrazo era para mostrarle era que ella estaría allí y respetaría cualquier decisión que el tomase. Remus sintió mucho cariño por aquella niña tan pequeña pero valiente y con un corazón demasiado grande. Ella había sido la primera persona a la que él había podido considerar un amigo. La primera persona que se había acercado sin miedo y le ofreció lo que más necesitaba en ese momento: la amistad.
Lily se separó del niño con una sonrisa la cual Remus le devolvió con algo de timidez.
-Debo irme -se despidió Remus. Lily asintió, se despidió de él con un gesto y bajó a la sala común en dirección a los dormitorios femeninos. Remus bajó las escaleras con rapidez. La sala común estaba hasta arriba de estudiantes los cuales en su mayoría estaban estudiando. A su alrededor tenían montañas de libros, pergaminos y plumas. Los prefectos mandaban a callar a los más alborotadores para que dejasen trabajar al resto. Remus se percató del nerviosismo de los estudiantes de quinto y séptimo año los cuales debían hacer los TIMOS, los de quinto, y los EXTASIS, los de séptimo. Eran exámenes muy difíciles y que tenían al borde de un ataque a los estudiantes. El licántropo había oído que Tom Jackson había tenido que ser llevado a la enfermería tras sufrir un ataque de ansiedad debido a la presión de los exámenes. Vio en una de las mesas a Frank estudiando con su amigo el cual le explicaba algo relacionado con la tarea de pociones. Ambos niños se dieron cuenta de que Remus lo observaban por lo que lo saludaron con energía. Él les devolvió el gesto. Salió de la sala común con algo de lentitud pues debía esperar a que la gente se apartará y pudiese pasar. Ya fuera de la torre Gryffindor se dirigió a paso ligero al despacho del profesor Jonás. Se paró frente a un puerta de madera en la cual ponía: «Despacho de Alexander Jake Jonás, profesor del departamento de Defensa Contra las Artes Oscuras». Llamó a la puerta con los nudillos. Escuchó con claridad como una silla se arrastraba y el ruido del pomo al abrirse. Allí estaba Jonás, con su túnica de mago y unas gafas puestas.
-Hola, Remus -lo saludó-, vamos pasa, no te quedes en la puerta.
-Gracias por invitarme, profesor -dijo Remus antes de pasar. El despacho estaba igual que siempre, la única novedad era el desorden que había en el escritorio del profesor.
-En un momento estoy contigo -murmuró mientras leía una carta bastante larga. El niño asintió y se sentó frente al hombre. Vio como sonreía mientras leía la carta, también se percató de que sus expresiones se tornaban más dulces a medida que leía el pergamino. Finalmente con un suspiro de añoranza guardó la carta en una caja donde había muchas más de estas. Remus observaba al profesor, preguntándose qué sería aquello que había provocado aquella reacción en su profesor. El hombre se percató de la curiosidad del muchacho por lo que le sonrió con suavidad.
-Es mi pareja -le explicó al niño. Remus abrió los ojos algo sorprendido pues no se había imaginado al profesor Jonás en una relación sentimental. Se percató de su mueca por lo que sonrió tímidamente al hombre.
-Vaya...bueno pues me alegro por usted -contestó Remus algo incómodo, sin saber que decir en aquella situación. Alexander sonrió.
-Bien, Remus, me gustaría saber una serie de cosas. No contestes si no quieres, ¿de acuerdo? -Remus asintió. Se quedaron un rato en silencio hasta que el hombre alzó la vista hacia él.
-Dime, ¿te juntas con James, Sirius y Peter, cierto? -quiso saber mientras apoyaba la cara en las manos.
-Así es, profesor -contestó Remus algo cansado pues estaba seguro de que le diría lo mismo que al resto.
-Bien, son buenos chicos -asintió el profesor mientras se colocaba las gafas. Remus sonrió un poco-. Dime, Remus...¿ellos lo saben? -le preguntó mirándolo por encima de sus gafas. El niño negó con la cabeza como si la sola idea fuese horrible. El profesor no dijo nada, solo lo observó un rato más en silencio. El chico movía los dedos con nerviosismo.
-Remus, hay algo que nos tiene preocupados a la profesora Mcgonagall, la señorita Pomfrey y a mí -hizo una pausa, buscando las palabras más adecuadas-. Verás Poppy nos ha comentado de que, aparte de las cicatrices hechas por el lobo, hay otras redondas que parecen quemaduras. Dime, Remus, ¿alguien te maltrata en casa? Responde con sinceridad porque si es el caso es más serio de lo piensas -lo advirtió mirándolo con seriedad. El corazón de Remus empezó a latir desenfrenadamente pero lo ocultó. Miró al profesor y compuso una sonrisa genuina.
-Profesor, no pasa nada en mi casa. Mi tía y yo nos llevamos muy...bien. ¿Por qué razón debería hacerme daño? -inquirió mirándolo mientras rezaba por que no se diera cuenta de su mentira. El hombre lo miró con seriedad y Remus supo de que no terminaba de creérselo-. Además, si alguien me hiciese algo, ¿por qué razón no lo diría?
-Porque si fuese el caso, lo tendrías difícil pues la gente se enteraría de tu condición. Además de que apostaría la mano a que tampoco lo contarías porque crees que lo mereces -le echó una mirada significativa y Remus supo enseguida a que se refería. Su rostro se ensombreció como cada vez que alguien insinuaba o mencionaba la muerte de sus padres. El niño se levantó de la silla y miró a Jonás.
-Debo irme profesor, tengo cosas que hacer. Pero quédese tranquilo, no pasa absolutamente nada -lo último lo dijo con una sonrisa que intento que pareciese tranquilizadora. El auror entornó los ojos.
-Esta bien, Remus. Pasa buena tarde y cuídate -le pidió al niño. Él asintió y cerró la puerta tras si. «No debo dejar que descubran más cosas...si alguien se entera me matará» pensó con la vista baja. Recorrió los pasillos hasta llegar a la torre Gryffindor. Le dijo la contraseña a la dama Gorda y entró a la sala común. Seguía igual que antes, solo que había más gente descansando. Vio a James, Sirius y Peter sentados en tres sillones riendo a carcajadas y hablando. Remus procuró que no lo vieran para poder ver al búho de su tía. Se deslizó entre la gente hasta llegar a las escaleras, las cuales subió de dos en dos. Abrió la puerta de la habitación y se acercó a la ventana. Allí estaba el búho, apoyado en un saliente de la pared. Tenía muy mal aspecto: las plumas estaban despeinadas y tenía varias heridas. Remus estiró los brazos y recogió al ave. Cogió la carta que llevaba en la pata y la guardó en el cajón de la mesilla de noche. Puso al ave en unas almohadas, sacó unas vendas que tenía en el baúl y el frasco de poción curativa. Aplicó una capa considerable de la poción en las heridas y luego las vendó con cuidado. El ave ululó agradecida y frotó la cabeza contra la mano del niño. Este sonrió un poco.
-¿Tienes hambre, verdad? -le preguntó mientras le acariciaba el pico. El ave gorgoteó a forma de respuesta. Remus se inclinó bajo la cama y sacó unas almendras que tenía guardadas. Sacó un puñado considerable de ellas y se las tendió al animal. Este comió las almendras con avidez pues no lo habrían alimentado en bastante tiempo. Dejó al ave comer en paz y se dirigió a abrir la carta de su tía. Contenía múltiples amenazas y promesas de que cuando llegara a casa se iba a enterar. Remus tembló mientras la leía. «¿Por qué me odia tanto...?» pensó con los ojos anegados por las lágrimas. Sintió algo suave frotándose contra su mejilla. Vio al ave mirándolo con sus grandes ojos amarillos como diciéndole que no llorara. Este sonrió al animal y lo acarició con cariño. El ave había estado con el desde que sus padres habían muerto pues su tía lo había comprado para poder mandar cartas y demás. Remus le tenía mucho aprecio al ave pues cuando su tía lo quemaba con plata la atacaba con ferocidad pero la mujer solía mandarlo a volar de un porrazo. Cuando pasaba eso Remus corría a cubrir al pájaro con su cuerpo y lo protegía para que no sufriese más. El niño no quería ni pensar lo que le había pasado al ave el tiempo que él había estado en Hogwarts. El búho no tenía nombre pues su tía no se había molestado en darle uno.
-¿Sabes? A partir de ahora te llamaré Henry, ¿te gusta? -le preguntó. El ave aleteó las alas alegremente como diciéndole que sí le gustaba. Remus sonrió feliz. Vio como el ave acababa de comer y se posaba en su hombro.
-No vuelvas a casa -le pidió Remus-, no quiero que te haga daño...-añadió mirando a Henry. El búho ululó con suavidad cosa que Remus interpretó como un no. Él sabia el por qué de aquello y era de que el animal sabía de qué si no volvía a casa su pequeño amigo sufriría las consecuencias. Remus envolvió al ave en un abrazo suave. Este le dio un picotazo en el dedo cariñosamente. Abrió las alas y salió volando rumbo a la buhonera. Remus se quedó quieto en la cama, en silencio. Con un suspiro se dispuso a acabar la tarea que le faltaba. Cuando Remus lo acabó todo bajo a comer con sus amigos.
-Hola, Rems -saludó James pasando un brazo por su hombro-.¿Qué te ha dicho Jonás?
-Nada interesante -contestó Remus mientras caminaban al comedor. Sirius abrazó a James de los hombros, y luego a Peter y así se pasearon por el colegio. La gente miraba a los chicos, en especial a Sirius el cual se había negado a quitarse del pelo lo que Remus le había hecho. Iba con la cabeza bien alta y disparaba miradas asesinas a cualquiera que se atreviera a decirle algo de cómo iba peinado.
-¡Eh, Black! ¿Qué te ha pasado en la cabeza? -le gritó Lucius Malfoy mientras se reía de él. Sirius lo maldijo, deseándole tal cosa que si su madre se enteraba de lo que había dicho lo castigarían años en el trastero. James y Peter le hicieron un gesto tan grosero que si sus madres los vieran les cortarían las manos a ambos. Malfoy fue a lanzarle una maldición pero en ese momento llegó la profesora Mcgonagall la cual le dirigió una mirada severa. Así pues los cuatro siguieron andando.
-Lo siento, Sirius -se disculpó Remus.
-Oye, no lo sientas. A mí me gusta lo que me has hecho -le dijo Sirius sonriendo.
-No está mal -añadió Peter-, si yo lo hubiese hecho seguro que dejo calvo a Sirius.
James y Sirius rieron por aquello y Remus sonrió a su amigo. El comedor estaba bastante lleno cuando ellos se sentaron en uno de los bancos. Se apartaron la comida y empezaron a comer.
-¿Queréis que juguemos al ajedrez mágico? -le preguntó James a sus amigos mientras tomaba un trago de su zumo de calabaza.
-No -gruñó Sirius-, ya he tenido bastante.
-Um, ¿y si jugamos al snap explosivo? -propuso Peter.
-Ah mí me parece bien -contestó Remus mientras partía el filete y se lo llevaba a la boca. James y Sirius asintieron a su vez, conformes. El snap explosivo era un juego de cartas mágico en el cual las cartas explotaban espontáneamente durante el juego. El juego era muy popular entre los estudiantes.
Comieron con tranquilidad mientras hablaban sobre sus cosas. Al acabar la comida esperaron a que Peter terminará el cuarto trozo de tarta de melaza. Al acabar subieron a la torre y comenzaron a jugar al snap explosivo. Hicieron una especie de torneo en el cual James ganó dos veces, Sirius otras dos, Remus tres y Peter se había llevado la victoria tras ganar la cuarta ronda a James. Cuando se cansaron subieron a la habitación. Remus se puso a explicarle a Peter la tarea de pociones mientras James y Sirius debatían la respuesta del problema de transformaciones.
-¿Entonces hay que removerla seis veces en sentido a las agujas del reloj? -le preguntó Peter, mareado.
-Si -concedió Remus mientras leía el libro-, echa luego los polvos de cuernos de bicornio y déjalo reposar hasta mañana -le explicó mientras le dejaba el ingrediente junto al caldero. Peter asintió y empezó a removerla. Todo fue bien hasta que el niño cogió la menta seca y la echó creyendo que eran los polvos de cuernos de bicornio. Al principio no pasó nada pero del fondo del caldero empezaron a salir burbujas de textura algo gomosa. Remus y Peter se alejaron lentamente del caldero.
-¿Pete?
-¿Si, Remus?
-Dime por favor que no has echado menta a la poción
-Eh...eh...¡No me he dado cuenta! -chilló aterrado mirando como el caldero se iba agrandando más y más. Sirius y James habían cerrado los libros y miraban la poción. Todo se quedó momentáneamente silencioso, hasta que la poción dio un pitido y explotó. Los libros volaron por los aires, las camas se movieron de sus sitios y los niño volaron hacia la otra punta de la habitación. La poción fallida manchó las paredes y otros muebles de un líquido muy pegajoso de color verdad caqui. Remus se arrastró junto a Peter y ambos observaron como la poción seguía pitando para finalmente provocar una explosión más pequeña. Se quedaron los cuatro en silencio el cual fue interrumpido por la risa ahogada de Sirius. James miró a su amigo y empezó a reír el también. Peter y Remus los miraban pensando si la poción les había afectado el cerebro. Sus risas eran demasiado contagiosas por lo que Peter acabó riendo y Remus sonreía divertido.
-Pete, no te ofendas pero creo que las pociones no son lo tuyo -comentó James entre risas.
-Si, coincido contigo. ¿Sabéis? Ya se a que me voy a dedicar cuando sea mayor: seré profesor de fracasos en pociones, seguro que tengo mucho éxito -añadió mientras se secaba las lágrimas de la risa. Estuvieron así un rato un rato riendo a carcajadas. Remus no recordaba haberse divertido tanto y pensó que era muy afortunado de tener a sus amigos. Finalmente se levantaron y empezaron a limpiar la habitación para desagrado de James y Sirius los cuales decían que la poción le daba un toque maravilloso a la habitación. Remus se había negado a aquello. Sus amigos habían protestado y él iba a ceder pero puso la cara de perrito triste y Sirius no pudo hacer otra cosa más que decirle que ordenarían la habitación. Así pues limpiaron la habitación hasta que quedó igual que antes: con libros, ropa y cosas por el suelo. Terminaron de recoger a la hora de la cena por lo que muy hambrientos bajaron al comedor. Comieron con avidez el pollo asado de aquella noche y las verduras que tenía de acompañamiento.
-Um, ¿creéis que se pueda entrar a las cocinas? -le preguntó Peter a sus compañeros mientras miraba una patata.
-Supongo que sí -contestó Sirius mientras apartaba las zanahorias de su plato-. Tenemos que intentar entrar allí.
-Desde luego -corroboro James.
-He oído de Hogwarts tiene muchos pasadizos -comentó Remus mientras masticaba un muslo de pollo-, podríamos intentar encontrarlos.
-Vaya Rems, quién diría que rodea entre todas las personas a ti se te ocurriría merodear por el castillo -sonrió Sirius.
-Supongo que todos tenemos un merodeador interno -comentó con los ojos brillantes. Sus amigos sonrieron y continuaron comiendo.
Diez minutos después salían del comedor rumbo a las habitaciones con intención de irse a dormir. Remus cogió el pijama y se metió al baño, dejando a sus amigos cambiándose las túnicas. Cerró la puerta tras si y comenzó a cambiarse, procurando no reflejar su marcado cuerpo en el espejo. Al salir de encontró con James sin sus gafas sentado en la cama con las piernas cruzadas hablando con despatarrado Sirius. Peter se había ido a dormir ya pues sus cortinas estaban echadas. Remus les deseó buenas noches y se fue a dormir. Dio vueltas en la cama, intentando encontrar la postura más cómoda para conciliar el sueño. Acabó durmiéndose cuando James y Sirius apagaron la luz. Aquella noche, Remus soñó con sus padres.
Él se encontraba en un bosque muy hermoso, que poseía una delicadeza mágica. Cada brizna de hierba parecía estar creada por un pintor de gusto exquisito. Era de noche pues el cielo azul oscuro estaba plagado de pequeña estrellas semejantes a las pequeñas luciérnagas. Remus estaba en un claro, tumbado en el césped observando el cielo. Lo que llamó su atención fue la luna. Aquella noche estaba llena, brillando con su luz plateada al bosque. Era perfectamente redonda, tan blanca y tan pura que parecía un diamante. Remus la observaba como una amiga a la que había perdido. Pensó entonces que no se había transformado. Quiso pensar en el porque de aquello pero la luna comenzó a brillar puramente en dirección a Remus. El niño cerró los ojos, completamente cegado. Entre abrió un poco sus ambarinos ojos y lo que vio lo dejo sin respiración. Ante él, su madre y su padre bajaban por el camino feliz creado por la luna en dirección a él. Remus se quedó en el sitio completamente quieto viendo cómo sus padres ascendían hasta él. Danna y John Lupin ascendieron al suelo y la luz fue apagándose poco a poco. Lo miraron con mucho amor y una chispa de tristeza en sus ojos. Los ojos del niño se anegaron de lágrimas las cuales empezaron a rondar por sus mejillas con lentitud, totalmente cristalina. Alzó de nuevo sus ojos llorosos a sus padres. Danna lo miraba entristecida por verlo llorar. Su pelo arenoso caía na ambos lados de la cara. Miraba a Remus con esos ojos castaños suyos que habían conquistado el corazón de su padre. Este estaba junto a su mujer mirando a su hijo con aquellos ojos idénticos a los suyos. Su cobrizo pelo caía sobre sus ojos despreocupadamente igual que cuando estaba con vida. El niño los observaba maravillado guardando cada rasgo de sus rostros en su memoria para no olvidarlo jamás. Remus alzó una mano temblorosa a su madre casi con miedo de que no fuera real. Ella le tendió la mano y él sintió su toque maravillosamente real. Se levantó con las piernas temblorosas y echó a llorar en sus brazos. La mujer lo estrecho contra su pecho mientras besaba su frente con cariño. El niño sintió a su padre unirse al abrazo. Inspiró el olor de sus padres y le pareció el mejor olor existente. Su madre olía a una hoguera crepitante, caramelo y menta, su padre tenía un olor a pociones, madera y las hojas en otoño.
-Remus...oh, Remus...no sabes cuánto lo sentimos -susurró su madre con la voz rota en su oído.
-¡No es vuestra culpa! -gritó pero su voz se rompió por el llanto-. S-si yo no fuese u-un monstruo estarías vivos...fue mi culpa...fue mi culpa...-sintió la mano de su padre acariciando su pelo suavemente.
-Tranquilo...todo está bien, Remus...-lo tranquilizó acariciando sus mejillas. El niño frotó la cara contra los dedos de su padre.
-Eres nuestro niño valiente Remus...lo estás haciendo muy bien -sonrió su madre acariciando sus mejillas-, realmente quisiera ser tan fuerte como tú.
El pequeño ahogo un gemido de dolor y rompió a llorar.
-Lo siento...lo siento mamá...lo siento papá...-murmuró Remus. La pareja se miró.
-No es tu culpa Remus...no tienes la culpa de nada -lo consoló su padre mientras lo mecía en brazos. Él fue a contradecirlo cuando su madre le puso el dedo en los labios.
-No digas nada Remus. Aunque tú no puedas vernos nosotros estamos contigo. Siempre. Nos sentimos muy orgullosos de ti por todo lo que estás haciendo -le dijo su madre mientras lo abrazaba. Se quedaron un rato los cuatro en silencio observando la luna.
-¿Mamá? ¿Papá?
-¿Si, Remus?
-¿Recordáis la canción que salíamos cantar por las noches? -ambos asintieron-. ¿Podríamos cantarla otra vez?
-Claro que sí -sonrió su padre. Remus se acurrucó en el hombro de su padre y cogió la mano de su madre. Se quedaron en silencio un momento hasta que la suave voz de la señora Lupin rompió el silencio del bosque para llenarlo con su canto. Instantes después Remus y su padre siguieron cantando. (La canción es I Will Always Love You de Witney Houston)
If I should stay, I would only be in your way
So I'll go, but I know
I'll think of you every step of the way
And I will always love you
I will always love you
You, my darling you, hm
Bittersweet memories
That is all I'm taking with me
So, goodbye
Please, don't cry
We both know I'm not what you, you need
And I will always love you
I will always love you, you
I hope life treats you kind
And I hope you have all you've dreamed of
And I wish to you joy and happiness
But above all this, I wish you love
And I will always love you
I will always love you
I will always love you
I will always love you
I will always love you
I, I will always love you
You, darling, I love you
Ooh, I'll always, I'll always love you.
Las lágrimas cayeron por el rostro de Remus al recordar el tiempo en el que todas las noches cantaban aquella canción. Él no la había olvidado pues era como algo demasiado especial como para olvidarse. Las tres voces acabaron con suavidad y el bosque recuperó su silencio. Entonces la luna volvió a brillar. Los señores Lupin abrazaron a Remus y lo cubrieron de besos y abrazos. El niño comprendió de que ellos debían irse.
-No...no os vayáis...os necesito...-susurró viendo cómo ascendían de nuevo hasta la luna. Remus los vio desaparecer y sintió un vacío tan profundo que creyó que nadie sería capaz de llenarlo. Gritó de la forma más espantosa que jamás se haya escuchado. Era un gritó que contenía todo el dolor que un cuerpo tan pequeño había tenido que soportar, y que cuando ese dolor había creído posible de curar le habían arrebatado aquella fuente de felicidad con brutalidad.
-Remus...¡Remus! -lo llamó una voz conocida. El niño abrió los ojos empapado de sudor y vio los ojos grises de Sirius observándolo con preocupación. El de ojos ambarinos enterró la cara en la almohada y empezó a sollozar. Sirius sintió que algo le oprimía el alma de forma demasiado cruel y aquello era ver el pequeño cuerpo de Remus convulsionarse a causa del sollozo. Sirius dudó un poco pero acabó sentándose en el filo de la cama y abrazó torpemente a Remus. Este apoyó la cabeza en su hombro y siguió llorando con suavidad.
Sirius podía intuir cuan grande era el dolor de su amigo. No sabía de nada que pudiese provocar un dolor tan grande.
El niño le dio unas palmaditas amistosas en la espalda para que se tranqulizase. Funcionó en parte pues al rato Remus se había calmado un tanto.
-¿Has tenido una pesadilla? -se atrevió a preguntar.
-N-no era una pesadilla...pero tampoco e-era un sueño -contestó con tristeza. Sirius supo de que no debía preguntar para que Remus no se entristecese más. No supo que decir para que se sintiera mejor por lo que se limitó a abrazarlo con más fuerza.
-¿Esto lo hacen lo amigos? -preguntó Remus al rato.
-Si -contestó Sirius- los amigos están ahí siempre que el otro lo necesita. Yo estoy aquí para todo lo que necesites, Rems.
-Gracias, Sirius -susurró Remus-. Gracias por ser mi amigo.
-De nada, Rems -contestó su amigo.
Entonces Sirius notó que la respiración de su amigo se volvía más regular. El chico miró la cara de su amigo y lo vio dormido, con el pelo cayéndole sobre los ojos. No supo como reaccionar por lo que con algo de torpeza lo tumbó en la cama y lo tapó. Corrió las cortinas y se metió en la cama.
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