Remus Lupin: Título al Imbécil Más Grande del Mundo Mágico
«Te elegí a tí porque cuando mi luz se apagó, te sentaste conmigo en las sombras y me enseñaste como volver a brillar»
Estaba solo de nuevo, observando el cielo nocturno. Aquella noche, la luna era una fina rendija de dientes resplandecientes, que le sonreía misteriosamente como si le estuviera invitando a descubrir sus misterios. Él estaba fascinado con su luz, con su forma, tan solo con su sola presencia que no se percató del suave murmullo del río que había laser abajo ni de la sinfonía protagonizada por los grillos que cantaban junto con el dulce susurrar de las hojas novias por el viento. Estaba tan extasiado por ella, que tampoco se dio cuenta de que el disco plateado iba creciendo lentamente. Parecía que, a medida que aumentaba, lo grillos de asustaban y cantaban cada vez más bajo, hasta que dejaban de cantar. Incluso el río corría con menos fuerza como si una pena inmensa se apoderase de su corriente lo que dejó el lugar en el más oscuro silencio.
Cuando la luna se llenó por completo, empezó a teñirse se un horripilante color carmesí: parecía estar diciéndole a Remus que la sangre de sus padres la había manchado por completo. El niño dejó escapar un chillido de dolor y de rabia al ver que comenzaba su transformación. No podía soportar que ella se lo echase en cara también. Entre gritos de dolor su cuerpo quedó transformado en el de un lobo inquietantemente grande. Pero aquella vez, había algo distinto. Normalmente tras la metamorfosis no era capaz de moverse durante unos minutos y aquella vez fue perfectamente capaz de hacerlo. Además, seguía conservando su conciencia racional. Observó su cuerpo, confuso. Pero ahí estaban unas grandes pezuñas con garras afiladas, capaces de desgarrar carne como si fuera mantequilla.
De repente, una luz azulada apareció frente a sus ojos lobunos. Danzó durante unos segundos frente a sus ojos juguetonamente. La llama se internó en el bosque que había tras él. Remus la siguió trotando, dividido por la desconfianza y la curiosidad. También porque no quería quedarse a solas con aquella espeluznante luna llena. Además, tenía algo que le resultaba extrañamente familiar a pesar de que estaba seguro de que nunca había visto una luz de aquella tonalidad.
La esfera luminosa se detuvo en seco y desapareció igual de rápido que el estallido de un fuego artificial. Remus miró a su alrededor, desconcertado. Aulló llamando a cualquiera que lo escuchase, aterrorizado. No quería quedarse solo allí. Ladró hasta quedarse sin aliento. Llamó a James, Sirius y Peter pero ninguno fue a por él. En un intento desesperado pidió ayuda al señor Jonas. No sabía porque estaba tan asustado. Miles de veces había estado solo y nunca se había sentido así, como si fuese a morir de la angustia.
Cuando pensó que nadie acudiría a acompañarlo, escuchó un aullido. No era un lobo pues si lo hubiera sido el lo hubiera sabido. Aquella llamada tenía un carácter canino que lo dejó intrigado. No había pensado que hubiera perros por allí. Escrutó los rincones del bosque esperando la llegada de aquel ser que podía ser amistoso o no.
De entre los árboles, el niño divisó una enorme masa negra de pelo. De esta, dos ojos brillaban misteriosamente entre las hojas. El animal avanzó hacia él, precavido. «Me ha visto» pensó Remus, el cual echó a andar con precaución hacia el canino. A medida que él se acercaba, el perro dejaba de avanzar y retrocedía. Como no quería que se fuera, se sentó sobre el césped y esperó a que se acercase.
Escuchó como el perro ladraba, incrédulo, y echaba a correr hacia el con la lengua fuera. Apenas le dio tiempo a reaccionar antes de que tuviera al perro encima, lamiéndole el lomo cariñosamente. Remus dejó escapar un gruñido, aturdido. El perro se apartó un poco y empezó a lamerle el morro. Él se dejó hacer para poder observar con más atención al canino.
Tenía el pelaje negro azabache, suave y lustroso. Eran desmesuradamente grande para ser un perro: podría haberse confundido perfectamente con un lobo adulto. Su larga cola peluda se meneaba felizmente tras él como si fuera un plumero. Pero lo que más le llamó la atención fueron sus ojos grises con un brillo anormalmente inteligente. Desde luego, pensó, era el perro más extraño que había visto jamás; pero aún así no pudo evitar sentirse seguro pues tenía la sensación de que lo conocía muy bien.
Con timidez le mordisqueó el morro al perro, con intención juguetona. El canino compuso una sonrisa divertida, se levantó y se agazapó: «Corre porque voy a pillarte» pareció decirle. El lobo se levantó con rapidez y echó a correr, huyendo de la bola de pelo que le perseguía ladrando amistosamente. Sin saber cómo, el animal saltó y cayó encima suya y ambos rodaron ladera abajo hasta el río en un enredo de patas, colas y hocicos.
La orilla de este estaba llena de flores blancas y azules y pequeñas luciérnaga, las cuales revoloteaban sobre el agua cristalina como si quisieran mostrarles algo que había allí.
Remus bajó la orejas con un gruñido, molesto al verse vencido. El perro le mordisqueó las orejas cariñosamente, por lo que dejó caer la cabeza. Su amigo se levantó y se inclinó para beber agua. Él lo observó beber encantado: era la primera vez que no se sentía solo en una de sus transformaciones. El canino se percató de su mirada. Le sonrió y le mojo metiendo la pata en el agua. Remus se levantó y lo empujó por detrás para que cayera al agua. El animal cayó, salpicándolo todo. Sacó la cabeza del agua y tiró del lobo, haciendo que se sumergiera con junto a él. Remus aulló, asustado: no sabía nadar puesto que nunca había tenido la oportunidad de aprender. Además la corriente era bastante fuerte por lo que fácilmente podría ahogarse.
El perro, al notar su miedo, lo alzó en su lomo y lo sacó del agua lo más rápido que pudo. Dejó a Remus en un montón de hojas para que recobrará el aliento y lo miró preocupado. Tenía las orejas bajadas y la cabeza hacia abajo: probablemente se estaría recriminado el haberlo asustado. Él se levantó, algo tembloroso y se acercó a su amigo para darle un lametón amistoso. El otro dejó salir un gemido lastimero, que Remus interpretó como una disculpa. «No pasa nada» pensaba mientras le frotaba el morro contra su cabeza para que se sintiera mejor. El perro le devolvió el gesto con timidez, casi avergonzado. Remus se sentó sobre sus patas y le sonrió. Vio como su compañero se observaba la superficie clara del río con algo de tristeza todavía.
De repente, se apartó un poco de este como si hubiera visto algo que no se esperaba. Se le tensaron los músculos y se le erizó el pelaje. Alarmado, Remus se acercó a él y observó las aguas. Al principio no vio nada raro: su reflejo y el de el perro. Pero, tras fijarse mejor, la imagen se distorsionó y le mostró su rostro humano. Giró la cabeza, sorprendido para ver como reaccionaba el canino. Pero él también lo observaba; más bien, miraba la superficie del río como si se hubiera esperado aquello. Allí sólo estaba su reflejo. «¿Le habrá molestado saberlo?» se preguntó, angustiado. Sin darse cuenta sus ojos se posaron enfrente del perro. Allí debería haber, como antes, una figura canina. Pero no quedaba ni rastro de ella. En su lugar se veía el rostro de un niño de pelo negro azabache y piel clara. Sus ojos se encontraron con otros grises que conocía muy bien.
Alzó la mirada, casi sin creérselo. El perro también lo miraba con una ligera sonrisa burlona. «No puede ser. ¿Desde cuándo es Sirius un perro? ¿Lo han transformado a él también?» pensó, mientras retrocedía instintivamente. El perro se acercó lentamente a él, hasta que su lomo chocó con el de un árbol. Se inclinó hacia él y le dijo con suavidad:
-Despierta, Remus.
•. •. •
Remus se despertó, envuelto en sudor y vendas. Frente a él había un mujer de unos veintitantos años y pelo color caramelo recogido en una cola muy corta y desecha. Unas manchas color turquesa lo miraban preocupadamente, así que supuso que debían ser sus ojos. El niño retrocedió instintivamente, asustado. Nada más mover el más mínimo músculo, un dolor lo recorrió de arriba abajo, haciendo que chillase de dolor.
-Tranquilo -le dijo la mujer entre con la voz llena de ternura. Él la miró, asustado, con los ojos borrosos por las lágrimas-. Ahora estás a salvo Remus.
-¿A-ag-bo? -preguntó él, temblando.
-Sí, a salvo. Hace dos semanas fuimos a ver a tu tía para ver qué tal estabas ya que Sirius, James y Peter habían escrito a Jonás diciéndole que no tenían noticias tuyas desde junio. No les faltó tiempo a los cuatro para caer allí para ir a por ti -parloteó ella, sentándose en el filo de la cama. Remus la miró, desconfiado.
-¿Qué-en gu?
-Me llamo Clarisse; soy la hermana de Jonas. Te acuerdas de él, ¿verdad? -preguntó, algo nerviosa al ver su cara de perplejidad. Remus asintió lentamente.
-¿Go-gonge Geimes? ¿Peteg? ¿Sigiuz?
-Están en casa de los Potter. Se han pasado la semana aquí pero como no despertabas los mandamos a casa.
-Ver.
-Todavía no -se negó ella, con firmeza-. Tienes el cuerpo destrozado. Si eres capaz de moverte para antes del comienzo de curso lo consideraré un milagro. Oye -le dijo para animarle, al ver que hacia una mueca-, vendrán dentro de poco a verte. Te han dejado una cámara muggle con un vídeo.
Clarisse le mostró una cámara negra, con una cinta dentro. Le dio al play y salió de la habitación, dejando el objeto en su regazo. Remus miró la pantalla, ansioso.
En ella aparecía James, con el pelo negro revuelto tal y como Remus recordaba. Tenía los ojos hinchados, como si se acabase de levantar y unos surcos negros alrededor de los ojos.
-Hola, Rems. Hemos estado esperando a que te despiertes pero cómo sigues en la quinta avenida los Jonas nos han echado a patadas.
-Eres un dramático, James.
-Peter, no arruines mi momento dramático -refunfuñó con los ojos en blanco. Se escuchó la risa del regordete por detrás seguida de un plano de este riéndose. James volvió a enfocarse.
-Esperamos que estés bien. Estábamos muy preocupados por ti.
-¡Tenemos ganas de verte! -exclamó Peter con una sonrisa tras su hombro.
-Sí, seguro que te despiertas pronto, colega. Nosotros estamos bien, pero Sirius...bueno, parece que le hayan chupado el cerebro por los oídos hasta hace unos días. No lo culpamos. Lo pasó fatal cuando te...encontramos en casa de tu tía.
-James deja de ser un chupacamara y deja que hablemos nosotros también -se quejó Peter, arrebatándole la cámara y enfocando a Sirius el cual estaba despatarrado encima de la cama. Estaba leyendo un libro con el ceño fruncido.
-¡Eh, Sirius! ¿Algo que decirle a Remus?
-Que es un imbécil por pensar que lo íbamos a odiar -soltó el otro muy serio mirando a la cámara.
-Que mal rollo das cuando miras así -comentó Peter.
-Sí, bueno. Remus, don: Como-te-vea-Remus-Lupin-te-mato ha estado llorando cuatro noches seguidas -soltó James por detrás.
-Tú también lloraste -le picó Sirius sonriendo burlonamente. James puso los ojos en blanco, como si acabasen de apuñalarlo por la espalda. Sirius le sacó la lengua y se hizo con la cámara-. Te echamos de menos, Remus. Tenemos cuatro cosas que decirte.
-Como que te vamos a sacar los ojos cuando te veamos por pensar que te íbamos a discriminar -dijo James.
-O cuando se te pasó por la cabeza ocultarnos que tu tía te...te hacía daño.
-Un largo etcétera.
-Esto es obviamente una broma -sonrió Peter.
-Claro -lo apoyó Sirius, en un tono que Remus no supo saber si era falso o verdadero-. Eres un tonto de primera, Remus Lupin.
-Te mereces el: Título De Imbécil Más Grande Del Mundo Mágico -bromeó James.
-Queremos que sepas que...que...Por Merlín nada me ha costado tanto desde que soporte a mi madre una semana entera -respiró hondo un par de veces-.¡¿Por qué tengo que decir el discurso cursi yo?! -se quejó Sirius, azorado. Los otros se rieron por detrás-. Bueno, que te queremos mucho y no vamos a dejarte solo. Jamás -continuó atropelladamente.
-Lo prometemos.
-Ponte bien pronto -le pidió Peter-. Necesitamos tu aventajado cerebrito para hacer bromas de las buenas.
Y ahí terminaba el vídeo. Remus observó la pantalla, ahora negra con los ojos llenos de lágrimas de emoción. No podía haber elegido unos mejores amigos que ellos, a pesar de que todos los calificaban como mala influencia. Estuvo un rato rememorando toda los buenos momentos que habían vivido juntos: la vez en la que Peter compitió con él para ver quién se comía más magdalenas de chocolate, los intentos de James porque Lily se dignase a hablarle, cuando James y Sirius jugaron al ajedrez porque el último no paraba de perder. Cuando Sirius lo observaba en la biblioteca y el pensaba que no lo notaba. Peter dejándole su chocolate debajo de la almohada cuando antes de la luna llena no comía nada. James tirándose ladera abajo y llenándose de hierba para asustar a un Lily. Cuando la niña se sentó con él en el expreso de Hogwarts.
•. •. •
Remus se recuperó más rápido de lo que Clarisse había esperado.
-¿Cómo es posible? Las heridas de plata tardan mucho en sanar -murmuró para sí mientras le mostraba a Jonas la herida casi cicatrizada del brazo de Remus.
-Quizás haya desarrollado cierta tolerancia a ellas, no lo sé. ¿Tú cómo te encuentras, Remus?
-Bien. ¿Puedo ver ya a Peter, James y Sirius? -preguntó mirando a Clarisse sonriendo un poco. Y ella, que no podía resistirse cuando le pedía algo, accedió algo enfadada.
-Chantajista -se quejó, revolviéndole el pelo arenoso. Él sonrió, completamente feliz. Veinte minutos después llegaron los tres Gryffindor como una manada de rinocerontes abalanzándose sobre él. Los cuatro empezaron a reírse como unos histéricos locos de alegría mientras James contaba chistes malos mientras estrujaba a Remus.
-Nick me dijo el otro día que sea claro -soltó riéndose. Las risas aumentaron.
-Chicos deberíais quitaros de encima de Remus -los regañó Jonas sonriendo.
-Vale -refunfuñó Peter, dándole un último achuchón. Siempre había sido el más cariñoso. Sirius se entregó una cesta con una pegatina de un lobo vestido de rock. Dentro había el mayor surtido de chocolate que Remus había visto jamás.
-Toma -le dijo, poniéndoselo en el regazo, sonriendo. El niño cogió uno, emocionado y lo desenvolvió. Pasó la cesta a todos los presentes para que cogieran uno.
-Nunca había escuchado hablar de esta marca -comentó Remus, tras probar una barrita de chocolate en la que ponía: «Kinder».
-Es un chocolate muggle -le explicó Peter, mordiendo uno-. ¿A que está bueno? -Remus asintió mientras cogía otro.
-¿Cuándo veremos otro Pettigrew Vs Lupin?
-En breve -respondieron los dos tras pegarle otro bocado al chocolate. Todos se rieron. James miró a Sirius con una sonrisa que ha nadie le inspiró nada bueno. Se abalanzó sobre él y empezó a revolverle el pelo.
-No te veía tan contento desdén que te dejé ganar al ajedrez.
-No me dejaste ganar, gané porque soy genial. ¡Y deja de despeinarme! -grito como un histéricos. Los tres estallaron en carcajadas hasta que James lo soltó. Se miró al espejo y empezó a ordenarse el pelo mientras farfullaba algo que sonó como: «Mi pelo, ¿por qué siempre mi pelo?».
James y Peter estaban rojos de la risa y Remus hacia grandes esfuerzos por no reírse.
Sirius se giró, con medio pelo despeinado.
-¿Tú también Remus? Me has fallado -dijo, llevándose la mano al corazón dramáticamente. Aquello solo hizo que aumentarán las risas. Sirius sonrió al ver a Remus reírse otra vez.
-Mira el lado positivo: ya tienes disfraz para Halloween -bromeó Peter.
-Sí, claro. Me despeináis porque tengo un pelo increíble. No sé por qué no me contratan para los anuncios de champú -manifestó él, con una sonrisa pícara.
Después de unos angustiosos minutos, Sirius estuvo de nuevo como el calificó, presentable.
-Ahora que lo pienso, tienes el pelo bastante largo Rems -comentó Peter. Remus jugueteó con uno de sus mechones color arena.
-Me lo debería cortar. Así parezco un poco hippie -sonrió él.
-La verdad es que parecerías un californiano si estuvieras más moreno, ¿a que sí? -indagó el regordete.
-¿Te imaginas a Remus haciendo surf y bronceado? -expuso James con una sonrisa.
-Sería un californiano muy canijo -aseveró Remus.
-A James y Sirius le quedaría bien -añadió Peter, con un suspiro.
-Totalmente. Imagínate a Sirius y James con un bronceado.
-James rubio y Sirius con una cola de estas que se hacen los cantantes de rock -describió Peter, riéndose.
-Hagamos eso realidad -dijo Sirius, mientras se recogía el pelo en una cola baja. Remus no había visto unas manos hacer tantos movimientos.
-Te pareces al guitarrista de Queen -comentó James cuando hubo acabado. Todos se rieron cuando imaginaron a Sirius sustituyendo a Brian May en un concierto.
-¿Sabes algo de donde te quedas a vivir, Rems? -preguntó Peter. Sirius se puso tenso como la cuerda de una guitarra. El niño frunció el ceño.
-No...no lo sé. Me gustaría irme a mi casa a vivir pero no creo que mi tía vaya a dejarme -Sirius vio como le temblaba la voz al mencionarla.
-No la llames así. Si fuese tu tía no te hubiese tratado como lo hizo -lo riñón Sirius con el puño apretado. A pesar de que estaba muerta, le encantaría resucitarla para hacérselo pagar el mismo.
-¿Tú tía? -Peter abrió los ojos, sin comprender. James lo miró, advirtiéndolo, pero él no captó la indirecta.- Tu tía está muerta, Remus. Dentro de unos días tendremos que ir todos a declarar lo que pasó y para entonces deberías tener un sitio donde quedar-... -se calló, blanco como un fantasma. Miró a Sirius y James los cuales lo miraban como si le fuesen a sacar la cabeza. «Él no lo sabía, Peter» parecían decirle. Remus lo miraba aterrorizado, rogándole que desmintiera lo que acababa decir. Él giró la cabeza hacia Clarisse temblando. Luego, se echó a llorar.
Ninguno supo que hacer. Sirius se acercó a Remus y con torpeza lo abrazó mientras el otro se echaba a llorar sobre su hombro. «¿Por qué llora?» se preguntó, asustado. Entonces él lo miró y Sirius comprendió que Remus no soportaría volver a ser un asesino. Aunque hubiese matado a alguien a quien odiaba.
-¿L-l-la h-he m-matado...? -susurró, muerto de miedo.
-No, claro que nos Remus. Se...-él tragó saliva-...se mató ella sola.
-¿P-p-por q-qué?
-Porque supongo que...que le daban miedo los dementores y si seguía viva eso era lo que le iba a esperar -le explicó despacio.
-¿S-s-se mató p-p-por mi c-culpa? -preguntó, mirándolo.
-Se mató porque tenía miedo de los dementores. No por tu culpa Remus. Además, alguien que trata así a su familia la muerte es el menor castigo que se merece. No ha sido por tu culpa -repitió, revolviéndole el pelo.
-Y-yo...nn-no siento nada. No siento nada. No quería que se muriese. Pero ya que lo está...no siento nada -tenia miedo. Sirius le abrazó más fuerte.
-Lo raro sería si sintieses algo. No eres malo por no sentir nada. Tú tía te hizo daño. Cuando...cuando llegamos a tu casa y te vi...pensé que si te tocaba ibas a desintegrarse. Estabas más delgado que nunca y tenías -tragó saliva, mientras temblaba de miedo-...tenías heridas casi igual de grandes que mi mano. Todas con sangre y amarillas. No dejabas de llorar. Nunca...nunca he pensado en morirme pero...pero no sé, cuando te vi ahí tirado como si tuvieras el mismo valor que el de las ratas quise morir para no verlo. S-supongo que a todos se nos pasó por la cabeza -narró él. Los demás habían salido y habían cerrado la puerta, probablemente porque Remus se ponía nervioso si lo miraban teniendo una crisis. El niño no dijo nada, solo se apartó de ahí y se limpió los ojos.
-Lo siento. Has tenido que pensar que soy un crío y un debilucho.
-Claro que no -se apresuró a decir él mirándolo-. Si hay alguien que no se merece que le llamen así, ese eres tú -vio como sonreía un poco-. ¿De que te acuerdas del tiempo que pasaste allí?
-Fragmentos. Veo a mi búho en el suelo. Risas, el sonido de un látigo rompiendo piel, gritos y gruñidos. Veo sangre y como me tiran al suelo. Y-yo -vio como se le llenaban los ojos de lágrimas- m-me comí m-mi...m-mi... -Sirius lo miró, sin creérselo-. N-no m-me d-dejaba c-comer -Sirius volvió a estrujarlo con el corazón encogido.
-No va a pasar otra vez -le prometió con un hilo de voz-. Te juro que no vas a pasarlo así de nuevo. Aunque nos cueste la vida a todos -Remus no dijo nada, quizás porque las lágrimas se lo impedían quizás porque no tenía nada que decir. Por primera vez, el niño le devolvió el gesto. Normalmente cuando lo abrazaba él se quedaba quiero con los brazos pegados al cuerpo. Aquella vez lo abrazó. Sus brazos delgados y llenos de cicatrices lo rodearon tímidamente.
-Sirius -susurro con una risita. Él no entendió de que era lo que causaba su risa pero no puedo evitar sonreír.
-¿Qué?
-Hueles...hueles a perro.
Si se lo hubiera dicho cualquier otro se hubiera ofendido. Pero Remus no era cualquier otro. Era su mejor amigo.
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