Hola :). Después de haber estado cuatro meses sin actualizar, aquí está la actualización. Espero que sea de vuestro agrado y que la disfrutéis.
"Cuanto más grande es la herida, más privado es el dolor”.
Isabel Allende
Remus se despertó a la mañana siguiente con la almohada de Peter en la cara. El niño se arrebujó debajo de las mantas, con intención de seguir durmiendo.
-¡Oh, vamos Rems! -lo llamó Peter mientras lo destapaba-. Tenemos que preparar muchas cosas -le dijo al ver la cara malhumorada de Remus.
-Además, solo nos quedan cuarenta y seis días exactamente para que nos den la vacaciones y tenemos mucho que hacer -escuchó decir a James con la cabeza metida en el baúl-, entre lo que está hacer nuestra mejor broma del curso e ir a visitar las cocinas.
-Queríamos ir a Hogsmade pero lo tenemos difícil si queremos hacer lo de la broma, a si que lo dejaremos para el curso que viene -añadió Sirius sentado en el suelo-. ¿Te parece bien? -Remus gruñó algo que sus amigos interpretaron como un si. Con un bostezo no le quedó más remedio que levantarse. Se sentó en la cama junto a Peter y observó lo que hacía James. Este sacaba de su baúl los artículos de broma que le quedaban. Los miró con aire crítico y asintió para sí.
-Son pocos pero nos las apañaremos con esto -anunció mientras sacaba el libro que habían cogido prestado de la biblioteca-. Bien, como cuando hagamos la broma será verano he pensado que podría ser algo relacionado con el agua.
-Pero si usáramos agua, se estropearía la comida -señaló Peter.
-Entonces debemos ir a hablar con los elfos domésticos -propuso Sirius-, para que nos ayuden a hacerlo.
-¿Crees que nos ayuden? -preguntó Remus dudoso.
-Realmente no lo sé, pero no perdemos nada intentándolo -contestó Sirius como si estuviese convencido de que los elfos si los ayudarían. Remus sonrió por eso.
-Um, déjame el libro -le pidió James a Sirius, el cual se lo pasó-. Sería genial si encontrásemos un hechizo que haga brotar agua del suelo, ya sabéis cómo los geiseres pero con agua fría…-murmuró tras un rato de silencio, mientras se subía las gafas.
-Entonces deberíamos acolchar el suelo para cuando la gente caiga -propuso Remus mientras el también se levantaba y comenzaba a ojear un libro con Peter mirando tras su hombro-, me parece que el otro día encontré algo sobre eso pero no recuerdo bien donde lo vi…
-Aquí -anunció Peter señalando con el dedo un párrafo en la página siguiente de la que leía Remus. El regordete se aclaró la voz y comenzó a leer: «El encantamiento acolchado, comúnmente conocido como Pulvinus, es un encantamiento que produce que la superficie se vuelva blanda y elástica…»
-Creo que este nos sirve -murmuró Remus pensativo, mientras leía el resto del párrafo-. No creo que sea demasiado difícil realizar el encantamiento -informó cuando terminó de leer. Dejo el libro en su regazo y miró a sus amigos-. Entonces, lo que vamos a hacer es acolchar el suelo y hacer que brote agua, ¿verdad? -preguntó, para asegurarse. James asintió enérgicamente.
-El problema es el hechizo de agua. Nunca había oído de un encantamiento con los efectos que buscamos, así que supongo que no va a ser fácil…Pero no creo que sea tan complicado como para que no lo podamos hacer -añadió con mal disimulado orgullo. Peter asintió tras el hombro de Remus.
-Le escribiré a mí padre para comprobar si sabe de algún libro que contenga ese encantamiento -anunció Peter mientras se ponía de pie.
-Remus y yo iremos a la biblioteca, para repasar la sección de hechizos acuáticos, ¿qué te parece, Rems? -inquirió, para asegurarse de que su amigo estaba de acuerdo. Él asintió.
-Bien, Pete y yo nos reuniremos con vosotros en la biblioteca dentro de media hora. Creo que para ese entonces habremos acabado de escribir las cartas -comunicó James, mientras Sirius le hacía un gesto afirmativo con la mano. Observó cómo Remus cogía la ropa y se metía al baño para salir completamente vestido. Se despidieron de sus amigos y bajaron por las escaleras. Ambos recorrieron los pasillos de Hogwarts, llenos de alumnos a aquella hora pues debían acabar los proyectos que no habían hecho antes. Todos parecían muy estresados e iban demasiado pendiente en sus cosas como para fijarse en ellos. «Mejor» pensó Remus.
-¿Sabes? Creo que si le hiciese la pelota a Pince, te daría hasta los libros de la sección prohibida -comentó Sirius mientras miraba con una sonrisa divertida a su amigo.
-Eso no es cierto -negó Remus frunciendo un poco el ceño.
-Claro que sí- lo contradijo el pelinegro-. Solo a ti te permite sentarte en el suelo, es más, tienes una esquina específicamente para ti -añadió alzando las cejas-. Ahora atrévete a negarme que te concedería cualquier cosa.
-Pero todo tiene un límite -se opuso el niño haciendo un puchero-. Tu sabes que no es verdad lo que dices, Sirius -su amigo puso los ojos en blanco, como diciéndole que no estaba de acuerdo-. No siempre llevas la razón -le dijo Remus ladeando la cabeza. Su amigo le revolvió el pelo mientras fingía estar ofendido:
-Claro que la llevo, Remsie, y tú lo sabes – contestó Sirius, dándole un golpecito amistoso en la nariz. El niño arrugó. Suspiró sabiendo que no haría cambiar de opinión a su amigo. El pelinegro sonrió y lo agarro de los hombros. Entraron a la biblioteca con la mirada desconfiada de la señora Pince clavada en la nuca y la nariz arrugada, como si supiese lo que fuesen a hacer. Ambos se internaron en el pasillo correspondiente, repleto de libros que trataban encantamiento o planta mágica relacionada con el agua. Remus se puso de puntillas para leer los gruesos lomos de los libros mientras cogía unos y descartaba otros con aire reconcentrado. Sirius se aplicaba a su tarea eligiendo libros al azar, hasta que la montaña de libros en sus brazos adquirió un volumen considerable. Observó cómo su amigo seguía catalogando libros según los considerase útiles o no. Parecía tan concentrado que no quiso interrumpirlo por lo que se apoyó en la estantería y esperó a que terminase. Cuando Remus se giró con la montaña de libros en precario equilibrio ambos buscaron una mesa apartada para poder hablar con tranquilidad. Tras unos minutos de búsqueda, se acomodaron en una de las mesas cuadradas de la biblioteca la cual estaba vacía y al fondo. Sirius dejó los volúmenes a un lado y tomó asiento junto a Remus, el cual se encontraba ya con la nariz metida en un libro. Volvió la mirada de sus ojos grises y ojeó las hermosas cubiertas de cuero buscando uno por el cual empezar a buscar. Acabo decidiéndose por un libro de tapas de cuero en perfecto estado por lo que el niño supuso que sería una nueva adquisición. Se estiró en la silla como un gato y comenzó a leer la primera página.
Ambos estuvieron absortos en la lectura durante largo rato hasta ser interrumpidos por James y Peter, los cuales ya habían enviado una carta a sus respectivas familias. El pelinegro se sentó junto a Remus mientras que el regordete tomaba asiento junto a Sirius. Ambos cogieron un libro de los gruesos montones y comenzaron a leer.
• • •
-¡No estamos avanzando nada! -exclamó Sirius, lanzando el libro contra la pared.
-Ten paciencia -lo consoló Remus, con la nariz detrás de un libro-, tarde o temprano encontraremos algo.
Sirius bufó por lo bajo, mientras cogía otro libro del montón, abría una página al azar un comenzaba a leer refunfuñando. El licántropo suspiró, dejo el libro en el montón de leído y abrió otro un poco más fino que el anterior. Llevaban tres días buscando el hechizo que le permitiese llevar acabó su plan pero por más que habían buscado en los libros de la biblioteca no lo habían encontrado. El niño comenzaba a ponerse nervioso pues faltaban tres días para sus transformaciones y empezaba a notarse. Profundas ojeras rodeaban sus hermosos ojos ambarinos, dándoles un aspecto triste y sin vida en los cuales solo se veía el brillo salvaje del lobo, el cual se hacía cada vez más notorio. Apenas dormía por las noches y cuando conseguía conciliar el sueño, horribles pesadillas lo atormentaban sin descanso. En algunas, el lobo asesinaba a sus amigos y el era espantosamente consciente de cómo desgarraba la carne con sus afiladas garras y la sangre brotaba espesa y roja. A consecuencia de la cercanía de la luna llena, Remus comía extremadamente poco, a veces lo hacía obligado por los chicos, otras veces porque lo necesitaba. Pero con todo, ya estaba acostumbrado a eso. Lo único que le preocupaba era no estar disponible para sus amigos el día que llevasen a cabo la broma.
-Oye, Rems -lo llamó Peter, mientras se comía un regaliz y pasaba la página-. ¿Cuándo tienes que ir a casa de tus padres?
-Dentro de tres días -contestó Remus, como el que no quiere la cosa.
-¿Estarás de vuelta para que podamos hacer la broma? -le preguntó James. Remus asintió.
-Creo que solo estaré allí dos semanas, un poco más si empeora -añadió mientas pasaba la página con la mano levemente temblorosa. Sirius entonó los ojos. Se quedaron los cuatro en un silencio algo incómodo, uno en el cual piensas muchas cosas y no dices ninguna. En ese momento, un gran búho pardo entró en la habitación con una carta atada en la pata izquierda y un paquete en la derecha . James ahogó una exclamación de alegría y se lanzó a por el búho. Le acarició la cabeza con cariño, mientras desataba la carta de su pata. El animal ululó orgulloso por haber cumplido su misión correctamente.
Los chicos rodearon a su amigo impacientes por saber la respuesta de la familia de James. El niño abrió la carta y dentro estaba escrito con letra pulcra y redonda la respuesta:
James:
Nosotros estamos bien, papá está ahora trabajando en el departamento de aurores y yo estoy preparando la cena. Me alegro que te lo pases bien con tus amigos, y con respecto a tu pregunta tenemos por aquí un libro que leí hace un tiempo sobre el hechizo que necesitas. Te mando el libro por a través de Héctor pero ten cuidado con el James, porque es de tu padre. Y, por cierto, como me enteré de que no lo has usado correctamente…
Espero que te sirva.
Con amor,
Mamá
-Que le hagan un templo a tu madre -murmuró Sirius mientras lanzaba el libro lejos de si. James le quitó al ave el paquete y rasgó el papel mientras le acariciaba el pico al búho. Héctor abrió las alas y salió volando por la ventana, probablemente en dirección a la buhonera. Remus se asomó tras el hombro de Peter para ver el libro. Era un volumen no muy grueso, con las tapas de cuero de un color verde botella. El la portada tenía escrito en cursiva: «Rarezas y grandezas del mundo acuático: todo lo que un mago debe saber». James abrió el libro por una página marcada con un separador rojo.
-Aquí -dijo señalando un extenso párrafo en el que explicaba la elaboración del hechizo Ambos Aqua, el cual era el que ellos habían buscado tan intensamente.
-No parece muy complicado -comentó Sirius tras un rato de silencio. Remus giró la cabeza hacia Peter, y no pudo evitar sonreír cuando vio su típica cara de estar apunto de echar el almuerzo, pues era su manera de expresar que no entendía ni una palabra.
• • •
Remus se acurrucó en la cama, sintiendo ganas de tirarse a sí mismo a la basura. Faltaban escasas horas para que se transformase por lo que tenía al lobo a flor de piel y espantosas ojeras alrededor de los ojos.
-¿Rems? -lo llamó Peter mientras se sentaba con cuidado en el borde de la cama de su amigo-. Te he traído esto…como hoy no has bajado a comer pensé que tendrías hambre -explicó el niño mientras le dejaba un muslo de pollo en la mesa de noche. Remus miró el pollo y sintió que se le cerraba más el estómago.
-No tengo ganas, Pete -murmuró mientras se hacía una bolita y metía la cabeza debajo de la almohada para evitar que Peter lo mirase a los ojos.
-Pero Remus…no has comido nada desde ayer. Vamos, come un poco -le insistió el niño mientras le acercaba el plato de comida. El niño lo apartó con algo de brusquedad.
-Por favor Pete no insistas. No me encuentro bien y no quiero pagarlo contigo porque no lo mereces -advirtió el licántropo mientras se escondía aún más entre las mantas. El regordete suspiró, dando por perdida la batalla y salió de la habitación. Afuera lo esperaban Sirius y James. El recién negado les negó con la cabeza.
-Se acabo -anunció Sirius con el ceño fruncido, como si algo le molestase espantosamente-. Hoy seguiremos a Remus para ver de verdad que es lo que pasa en su casa. Si todo está bien volveremos, pero si no…- sus compañeros asintieron, conformes.
• • •
Hacia las ocho de la tarde, Remus hizo las supuestas maletas que llevaría a casa de sus padres y se despidió de sus amigos, los cuales estaban completamente tranquilos como si no fuesen a moverse de su sitio. Cuando los pasos del niño no se escucharon más, James se levantó y saco del fondo de su baúl la capa de invisibilidad. La capa cayó hacia abajo como aguas plateadas fluyendo mágicamente. Él se colocó la capa sobre los hombros y le hizo un gesto a sus amigos para que se acercaran. Tras asegurarse de que su cuerpo estaba completamente cubierto por el tejido bajaron silenciosamente por las escaleras.
Atravesaron la sala común con el más sumo cuidado pues hacia rato que había acabado la cena y los alumnos habían vuelto a sus salas comunes, por lo que fue difícil no chocarse contra alguien. Cuando finalmente lograron salir de la abarrotada habitación, salieron a los pasillos los cuales estaban milagrosamente desiertos. Los tres Gryffindor aligeraron el paso en busca de Remus el cual no debía estar muy lejos. Lo encontraron un poco más adelante andando con la cabeza baja y la maleta al hombro. «Parece nervioso» pensó Sirius mientras se mantenían a una distancia prudencial de su amigo. Lo siguieron por todos los pasillos por los que pasó y todas las esquinas que dobló. Para su sorpresa, el niño entró a la enfermería. La señora Pomfrey estaba ordenando todo un poco, pero a Sirius no se le escapó que parecía estar esperándolo.
-¿Qué tal estás Remus? -le preguntó preocupada la mujer. El niño se pasó una mano por el arenoso pelo como si intentase calmarse. James miró a sus amigos, con el claro mensaje en sus ojos de que aquello no le gustaba.
-Bien, pero estaré mejor en unos di-… -el niño se calló súbitamente y se llevó la mano a la cabeza. Se levantó tambaleándose hacia la señora Pomfrey y se dejó caer en sus brazos.
-¡Por Merlín Remus! -chilló la mujer preocupada y lo llevaba a una habitación, dejándo a los tres merodeadores sin ser capaces de ver a su amigo. Aún así le llegaron las voces de ambos:
-Lo siento mucho, madame Pomfrey -se disculpaba Remus.
-¿De verdad estás bien? -le preguntó la mujer mientras le ponía una mano en la frente.
-Sí, no se preocupe…es solo que me duele la cabeza porque estoy preocupado por mi madre pero creo que se me pasará pronto -explicó el niño intentando calmarla. Pareció que la señora Pomfrey quedaba satisfecha con esa respuesta porque después de eso se escuchó el sonido de alguien que acababa de usar una chimenea para transportarse a otro lugar.
Sirius giró la cabeza y vio como Peter tenía cara de estar oliendo uno de sus desastres en pociones.
-Algo no anda bien -murmuró el regordete, expresando los pensamientos que se le pasaban a sus amigos por la cabeza.
-Vámonos -susurró James pues en ese momento salió Pomfrey de la habitación para seguir con ordenando la enfermería.
-¿Creéis que Remus esté bien? -le preguntó Peter a sus amigos tras llegar a su habitación y tumbarse en la cama.
-No -contestó Sirius, serio-, y él no nos lo va a contar porque el muy idiota piensa que nos va a fastidiar si nos lo dice -añadió dando un puñetazo frustrado al colchón. James colocó una mano sobre su hombro.
-Escuchadme, no importa cuánto nos lleve ni lo que tengamos que hacer pero en algún momento descubriremos lo que le ocurre a Remus con o sin ayuda, y, cuando lo sepamos haremos todo lo posible por mejorar sus problemas. Pero debemos hacerlo sin que se de cuenta porque si lo hace se alejara de nosotros -dijo James con el brillo que se le encendía en la mirada siempre que iba a por algo con todas sus fuerzas. Peter y Sirius asintieron, este último con una profunda angustia latiendo en sus ojos grises.
• • •
Remus corría a toda prisa por los jardines de Hogwarts, con el corazón a punto de salírsele por la boca. Lo habían seguido y probablemente se habrían enterado de más cosas de las que él habría querido. Se le llenaron los ojos de lágrimas de pensar siquiera que ellos descubriesen su condición y se alejasen de él porque descubrieran que era un monstruo. Se estrujó el pecho pues sentía un dolor espantosamente fuerte en el corazón. Corrió sin detenerse, hasta llegar a la entrada de la Casa de los Gritos, la cual estaba vigilada por el sauce Boxeador. Casi sin darse cuenta, cogió el palo y golpeó las raíces del árbol lo que provocó que se quedase quito y el pudiese pasar. Recorrió el largo y lúgubre pasillo que conectaba con la Casa de los Gritos. Se hizo heridas y moratones pues no sé fijaba donde pisaba. Su único pensamiento era que por su descuido podría perder a su mejores amigos. Las lágrimas comenzaron a rondar por sus mejillas sin permiso y él pensó que era más débil de lo que había creído. Finalmente, se dijo caer en el suelo de la habitación donde acostumbraba a transformase. Sintió asco de sí mismo al ver lo horrorosamente mal que estaba: las paredes llenas de sangre y huellas del lobo, el hedor de la orina era increíblemente fuerte y desagradable, y los muebles estaban hechos literalmente astillas. El niño se hizo una bolita, intentando protegerse de la luna aunque no sirviera de nada. Aquella noche decidió dejarse la ropa puesta, pues no sentía la más mínima gana de contemplar su repugnante cuerpo, aunque fuese por unos minutos. El niño cerró los ojos y esperó la brutal transformación la cual no tardó en producirse. Pronto, Remus se encontró gritando de dolor, rabia e impotencia porque la transformación dolía como si lo azotarán con látigos de plata, porque no quería que el lobo lo dominarse y porque no podría hacer nada para impedirlo. Su pequeño y frágil cuerpo creció considerablemente hasta que sus ropas se rompieron como si fuesen cristal. Los órganos de reformaron y aplazaron; lo mismo ocurrió con sus huesos. El bello comenzó a crecer a la vez que lo dientes le iban creciendo y la mandíbula se le desencajaba y daba vida a un hocico. Era un imagen extremadamente dolorosa y cualquiera que la viese sentiría fuertes arcadas porque era horrible ver cómo la piel se le rompía y escuchar los gritos de dolor del niño. El último pensamiento que se le pasó a Remus por la cabeza fue que ojalá sus amigos lo perdonasen a pesar de que el conocía su naturaleza, había intentado acercarse a ellos.
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