Los bromistas de Gryffindor

Las palabras son, en mi no tan humilde opinión, nuestra más inagotable fuente de magia, capaces de infringir daño y de remediarlo
(Harry Potter y las reliquias de la muerte)

A la mañana siguiente, Sirius se levantó algo pálido y preocupado. James lo notó, no en vano se había convertido en su mejor amigo.
-¿Qué te pasa, Sirius? - le preguntó.
- Es Remus, ayer por la noche no podía dormir y entonces lo vi como teniendo una pesadilla. Me acerqué y...y... - respiró hondo y tragó saliva -...tenía una cicatriz horrible, James. Pero lo peor fue que lloraba como si nadie pudiera calmarlo...fue horrible -explicó con un estremecimiento. James se había puesto algo pálido.
-¿Crees que se lo ha echo él?
- No, estoy seguro de que no. Si fuera así nos abríamos dado cuenta - expuso Sirius con seriedad. Ambos guardaron silencio.
- No debemos ser así con él - murmuró James -. Quizá tenía un motivo cuando se rió de mi madre...a lo mejor fue sin querer.
El niño asintió. Ambos amigos bajaron al gran comedor, sumidos en hondas reflexiones.

Desayunaron con algo de desgana, y se dirigieron a Defensa Contra las Artes Oscuras. Allí estaba Remus sentado al fondo de la sala. Sus ojos tenían un brillo salvaje algo inquietante. Se sentaron cerca suya, para ver lo que hacía. Entonces, entró el profesor Jonas. Los saludó a todos con su típica media sonrisa y procedió a recoger las redacciones sobre el embrujo de piernas de gelatina. El profesor les indicó que abriera el libro por la página 34. Entonces el profesor empezó a explicar las propiedades del maleficio mientras los alumnos tomaban nota.
- Ahora quiero que os pongáis por parejas y practiquéis el hechizo - indicó el profesor. James y Sirius se pusieron juntos, Peter con Frank y Remus con un chico de Hufflepuff. Entonces el aula se llenó de gritos del encantamiento. James lo consiguió a la tercera, Sirius antes. Peter se encontraba en apuros pues como siempre era espantosamente malo para los maleficios. Remus echaba la maldición al chico de Hufflepuff con maestría y este era casi tan bueno como él. El profesor ayudó a los niños corrigiendo posturas y pronunciaciones. Al final de la clase el profesor les mando practicar el maleficio. Los niños asintieron y salieron del aula.

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Remus fue esperando la caída del sol con amargura. Se había mantenido en las sombras para no asustar a nadie ni levantar sospechas. Se había sorprendido al comprobar que James, Sirius y Peter lo miraban con preocupación. La mirada de Sirius era demasiado notoria, pues se clavaba en él con insistencia e intensidad. También los muchachos a lo largo del día lo habían tratado con amabilidad cuando debían hablarle o ponerse con él, pero nada más. Aún así él no lo entendía. Quizá sintieran pena por él. Suspiró con resignación. Se pasó la mano por el pelo intentando concentrarse. Entonces, olió como Sirius se acercaba a él. El licántropo mantuvo la vista baja en todo momento.
- Remus...¿qué te pasa? ¿estas bien? - le preguntó, preocupado.
- Estoy bien, no pasa nada - contestó este con la vista baja. Sirius frunció el ceño y lo miro con atención. Estaba mucho peor que antes, mucho peor. Su palidez era casi mortal y sus ojeras eran horribles. No pudo aguantarlo más.
-¿Por qué lo escondes? ¿Por qué no cuentas que te pegan a en casa? - le preguntó, muy serio. Remus alzó la vista y a Sirius le dolió el alma de verla. Era un mirada llena de sufrimiento y dolor. Al heredero de los Black no le quedó ninguna duda. Cogió su brazo sin previo aviso y alzó la manga. Vio lo marcado que estaba. Había multitud de cicatrices unas finas y largas y otras redondas. El niño retiró la mano con rapidez y se bajó la manga. Recogió sus cosas casi con ansia y murmuró:
- Debo prepararme, iré a ver a mi madre. Estaré fuera más o menos una semana - murmuró el niño. Dicho esto salió corriendo para arriba. Abrió la puerta con violencia. Cogió su capa y fue a la enfermería en silencio. A sin que Sirius y los demás creían que le pegaban en casa. Suspiró. Era bueno que pensarán eso así podría esconder sus condición como licántropo. Madame Pomfrey se sorprendió de verlo allí tan pronto.
- Remus, hijo, ¿qué pasa? - le preguntó con dulzura.
- Nada, es solo que me estaba poniendo nervioso y preferí venir aquí - explicó Remus. La mujer asintió, conforme. El niño se sentó en una silla y esperó. Cuando empezó a oscurecer él y madame Promfrey salieron del castillo y se dirigieron al sauce boxeador. La enfermera cogió una rama larga y presionó una de sus raíces y el árbol quedó inmóvil. Remus se dirigió a la abertura  del árbol seguido de la mujer. Recorrieron un largo y oscuro túnel, hasta llegar a una habitación. Tenía una cama con la ropa de cama de Gryffindor, un armario y una silla. Nada más. La enfermera le deseo suerte y salió de allí. Remus se desvistió para no romper su ropa y la puso en lo alto del armario. A continuación se tumbó en la cama y esperó.
La luna se asomó hermosa y redonda. Remus la miró y sintió al lobo liberarse en su interior. La transformación fue igual que siempre puede que incluso más dolorosa. El lobo se había vuelto más violento, pues no estaba acostumbrado a aquel espacio.

Cuando empezó a clarear, Remus notó como el lobo retrocedía lentamente. Ya recuperada su conciencia humana se arrastró hasta la cama (ahora un amasijo de astillas) y se acurrucó allí.
Así se lo encontró Madame Pomfrey, completamente herido e inconsciente.

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Sirius, James y Peter estaban preocupados. Remus no había vuelto todavía y eso les preocupaba. Habían preguntado a los profesores y ellos les dijeron que estaba cuidando de su madre. Finalmente se resignaron a aceptar aquella respuesta.
Por otro lado, aquella semana empezó la revolución de la bromas. James, Sirius y Peter, siguiendo una idea del segundo, habían tirado a los calderos de los Slytherin menta seca mientras preparaban la cura para forúnculos, pues uno de sus ingredientes reaccionaba de forma negativa. Como consecuencia habían explotado los calderos y le habían quitado cincuenta puntos a Gryffindor. Peter los sorprendió a todos poniendo bombas fétidas en los asientos durante la clase de encantamientos. En el aula se había formado tal peste que habían tenido que suspender las clases hasta que saliera el olor. Fliltwick sospechaba de ellos pero como no tenía pruebas no dijo nada. Algunos chicos de su curso si vieron a Peter poner las bombas fétidas pero no dijeron nada. Así la semana se les hizo más llevadera a los chicos gastado bromas. Desde entonces empezaron a llamarlos los bromistas de Gryffindor.

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