Licantropía

Cualquier cosa es posible si tienes el suficiente coraje

(Harry Potter y la Orden del Fénix)

Remus se despertó aquella mañana más dolorido de lo normal. Se arrastró hasta la cama, esperando a que sus padres de vinieran y lo curarán. Frunció el ceño. Habían pasado cinco años desde aquella maldita noche en la que Greyback lo había mordido, y convertido en licántropo.
Remus no recordaba muy bien aquel día, pues según sus padres, había pasado cerca de tres días inconsciente. En sus momentos de lucidez, había escuchado llorar a su madre o los murmullos de una conversación muy baja, que para su sorpresa, había escuchado perfectamente. Los que conversaban eran su padre y su tía.
- Por favor, Casiopea, si nos pasa algo, prométeme que cuidaras de Remus - rogó su padre, con la voz rota de dolor. Remus intentó enfocar la vista, y vio con un poco más de claridad a su tia, la cual tenía los ojos llenos de lágrimas. Esto sorprendió a Remus, pero enseguida entendió que no lloraba por su estado, si no por el sufrimiento de su padre.
- Te lo prometo, John - se comprometió su tía. Entonces a Remus se el había nublado la vista y cayó incosciente.
El niño despertó tiempo después, vio las caras pálidas de sus padres y una inmensa pena se asomaba en su ojos. Remus no entendía que pasaba, no sabía por qué sus padres estaban tan preocupados, pero algo le decía que se debía a su estado.
- ¿M-m-mamá?, - tartamudeo con esfuerzo - ¿q-q-qué suced-de?
Vio como su madre ahogaba un grito de dolor y lo abrazaba suavemente.
- Lo siento, Remus...es culpa mía... - sollozó la señora Lupin. John se sentó al borde de la cama y puso la mano sobre el hombro de Remus. El niño contempló como sus padres hacían un significativo intercambio de miradas y se volvieron para mirar a Remus.
- ¿Recuerdas la noche en la que mamá vino de trabajar tan asustada? - el niño asintió lentamente. Ese simple movimiento le causó un fuerte dolor.- Bueno, pues el lobo que te mordió aquella noche era Greyback. Tu madre ayudó en su captura y él consiguió escapar. Juró vengarse de nosotros, y decidió que la mejor forma de hacerlo era...conviertiendote a ti en licántropo - relató el señor Lupin. Cada palabra que pronunciaba le producía una angustia terrible.
Remus escucho atento, intentando asimilar las palabras de su padre. La verdad lo golpeó con la fuerza de una maza. Miró a su madre, esperando que lo desmintiera, pero ella solo se echó a llorar. Remus se quedó en shock. No podía ser...era...era...un monstruo...era un licántropo. Su padre lo hizo mirarlo a los ojos, iguales a los suyos.
- Pase lo que pase, Remus, prometemos que lucharás por vivir, que serás feliz y tendrás amigos.
El niño asintió lentamente.

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Remus salió de sus ensoñaciones cuando escuchó el pestillo de la puerta abrirse. La cabeza de su madre asomo tras ella, y Remus solo pudo sonreírle suavemente antes de perder el sentido.

Se despertó tumbado en la cama de su habitación. Tenía el cuerpo lleno de vendas, y el fuerte olor a pociones curativas nublaba un poco sus sentidos. Observó su brazo, totalmente cubierto de marcas echas por el lobo. Su cuerpo estaba lleno de estas, y Remus las odiaba con toda su alma. Un nuevo pensamiento le vino a la cabeza: jamás podría asistir a Hogwarts. Él, al igual q sus padres, era mago. Había dado señales de magia un poco antes de que Greyback lo mordiera. En ese entonces había tenido sueños, uno de ellos asistir a Hogwarts, pero ahora esos sueños se habían echo pedazos. El ministerio de Magia no sabía de la condición de Remus como licántropo, pues los señores Lupin lo habían ocultado para que pudiera vivir con tranquilidad. Era por eso por lo que no podía asistir al colegio de magia.
Remus gruñó por lo bajo e intento moverse un poco, pero eso solo hizo que le doliera todo el cuerpo. El niño dejo caer la cabeza en la almohada y un sueño ligero y plagado de pesadillas lo visitó.

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Los días pasaron con la normal lentitud de siempre. Remus solía volcarse a leer los cuentos muggles y los libros de magia de su madre. También se había leído todos los libros sobre los hombres lobo que había en su casa, para poder comprender mejor al lobo. La señora Lupin le traía todos los días nuevos libros, tanto de magia como de licántropos, para que pudiera entretenerse. Remus notó que el lobo se acostumbraba lentamente al desván donde lo encerraban para que pudiera transformarse, pero seguía hiriendose a si mismo porque no gozaba del espacio necesario. Por otro lado los padres de Remus se acostumbraron a la condición de su hijo. Lo trataban con normalidad procurando siempre que sus emociones no se desbordan, pues eso podía hacer que el lobo saliera del interior de Remus. Casiopea no solía venir mucho de visita, porque le tenía un profundo asco y desprecio a su sobrino. Remus se alegró por un lado de esto pues estaba más tranquilo y no se alteraba tanto. Seguía siendo el de siempre solo que ahora estaba mucho más delgado y pálido que antes. La señora Lupin tendía a darle más comida a Remus que a ellos, pues su metabolismo era sumamente rápido. El niño había desarrollado una fascinación por el chocolate, por lo que solía haber siempre un trozo para él.

Remus se empezó a poner nervioso, puesto que faltaban dos días para la luna llena. Solía mostrar algunos síntomas como parecer estar enfermo, comer poco y dormir menos.

Así pues llegó el día que Remus más odiaba del mes, la luna llena. Aquel día fue espantoso, y el niño se odiaría a si mismo por lo que hizo.
Todo ocurrió como siempre, sus padres lo llevaron al desván y Remus se avergonzó de el estado en el que estaba. Las paredes estaban llenas de sangre y huellas del lobo. Había charcos de orina por todos lados, pues era así como el lobo había marcado su territorio. Los muebles estaban destrozados, y ahora eran un amasijo de astillas.
Remus les dirigió una mirada de disculpa, pero ellos sonrieron suavemente. Le desearon las buenas noches y se dirigieron a la puerta. Pero algo salió mal. La salida del desván se había cerrado por una ráfaga de viento y no se abría. El señor y la señora Lupin se miraron horrorizados, las varitas estaban abajo y la puerta era muy resistente pues el lobo no debía romperla. Intentaron inútilmente echar la puerta abajo, y cuando decidieron dejarlo por inútil abrazaron a Remus y cerraron los ojos. Remus lloró amargamente, sabiéndose culpable de la inevitable muerte de sus padres.

La luna emergió, magnífica y brillante, y el niño sintió al lobo liberarse. Gritó de puro dolor, sus huesos se rompían y deformaban para convertirse en los de un lobo. Sus tendones y musculoso se tensaban y el bello le crecía por todo el cuerpo. La cabeza se el alargó y formaron un hocico de dientes afilados. Lo último que Remus pudo pensar antes de que la mente del lobo tomara posesión de él, fue que cumpliría las promesa que le hizo a sus padres.

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