Club de fans del peluquero Remus Lupin

«Nosotros seremos lo que elijamos ser.»

En toda mi trayectoria de vida, he cometido muchos errores: casi ahogo a mi prima porque le truqué una rana chocolate con diez años, cuando sin querer le encajé a mi padre la pierna en el váter (es una larga historia) o cuando confundí al señor Flitwick con mi primo Derian (la mirada que me echó mi madre me hizo querer correr por mi vida). Pero jamás, en mis doce años de existencia, había cometido un error como el de Peter aquella tarde.
—Lo siento, lo siento, lo siento —se disculpaba él con el profesor Jonas—. Pensé que… ¡Pensé que lo sabía!
—No pasa nada, Peter —lo consoló Jonás. Su hermana Clarisse parecía tener otro concepto del «no pasa nada» que incluía sacarle los ojos a Peter—. Al final iba a enterarse.
—Solo que tu forma de decirlo ha sonado como: Remus, tu tía ha muerto por tu culpa, pero eh, no te quiero presionar, pero que en una semana tenemos que estar en el ministerio de magia y contar lo que pasó. Por no decir, claro, que tenemos que inventarnos una historia convincente para que no metan a Remus en una prisión para hombres lobo —soltó Clarisse, mordazmemte. A Peter se le puso la cara blanca. Vaya mujer con carácter.
—Clarisse, no seas tan dura —le reprochó, Jonas.
—Remus es duro de roer —comenté, para calmar los ánimos—. Probablemente, eso le…Le haya afectado, pero no va a ser el fin de su vida. Ha estado mal por parte de Peter, pero a lo hecho, pecho. Además, si hay alguien capaz de calmar a Remus; ese es Sirius —lo sé, este pequeño discurso mío se merece un premio nobel a la paz. Que se le va a hacer, siempre he sido fascinante.
—James tiene razón —me apoyó Jonas—. Por ahora, solo podemos esperar a que salgan de la habitación.
Yo esperaba que cuando Sirius saliera de la habitación, pareciera una bestia hambrienta y se abalanzara sobre el regordete mientras gritaba algo como: «¡Todos contra Petigrew!» y yo tuviera que mediar entre ambos. Cuando Remus está fuera de combate y Peter no está disponible, el único maravilloso recurso para mediar en una discusión soy yo. No entiendo por qué no hago el papel más a menudo. Así que cuando vi que Sirius salió de la habitación con una sonrisa risueña en la cara, pensé dos cosas: o Peter estaba en peligro de muerte o Remus había impedido que cometiera un asesinato con uno de sus comentarios filosóficos.
—¿Cómo…cómo está Rems?
—Ya sea ha recuperado, Pete —respondió, haciéndoles un gesto para que entrásemos. Nuestro amigo estaba sentado en la cama, más animado y con surcos de lágrimas en las mejillas.
Nuestro amigo se acercó al niño, con la mirada baja.
—Lo siento mucho, Rems —musitó Peter, mordiéndose el labio. Algo que admiraba de nuestro torpe amiguete, era su habilidad para reconocer que se había equivocado y no avergonzarse por disculparse. Nuestro amigo, Merlín sabe que tiene un corazón enorme, no hizo más que sonreír y abrir los brazos con timidez.
—No pasa nada; sé que no lo has hecho con mala intención. Peter parecía al borde del llanto. Remus le dio unas palmaditas en la espalda y uno de sus abrazos de oso.
—¿Qué…qué es eso de que tenemos que ir a declarar al ministerio? —inquirió Remus, mirándonos asustado, tras separarse de Peter el cual parecía más aliviado. Ir al ministerio debía de aterrorizarle: estar delante de decenas de magos que podrían mandarlo de una orden a una habitación minúscula debía de producirle verdadero pavor.
—Remus, cielo, cuando fuimos a sacarte de casa de tu tía, tuvimos que dar la voz de alarma mi hermano y yo —comenzó Clarisse, con una voz tan distinta a la que había puesto antes que me planteé si era la misma persona—. Por ello, tenemos que presentar el informe de ese día. Además, debido a que esa horrible mujer no se encuentra entre nosotros, tenemos que buscarte una familia que pueda hacerse cargo de ti y tu problema y esté dispuesta a mantenerlo en secreto —vi la cara de mi amigo entristecerse: probablemente pensase que nadie iba a querer hacerse cargo de él.
—Eh, Rems, no te pongas triste. Ya tienes una familia que quiere quedarse contigo —lo animó Sirius. A Remus se le iluminaron los ojos. En aquel momento, creo que todos hubiéramos dado la mano porque no dejasen de brillar nunca (esto es lo más ñoño que he dicho en mi vida).
-—¿De verdad? —parecía incapaz de creer que alguien pudiera sentir cariño por él. Me dieron ganas de abrazarlo y chillarle.
—Claro que sí, colega.
—¿Quién es?
—Yo —respondió Clarisse, sonriendo. A Remus se le quedó la cara a cuadros—. Pero si no quieres está bien, podemos buscar-… —nuestro amigo le estaba estrujando las costillas con su fuerza sobrehumana. La mujer se puso morado radioactivo, pero no perdió la sonrisa. La comprendí de inmediato: era imposible no cogerle cariño a Remus en cuanto se lo conocía.
•. •. •.
La noche de antes de ir al Ministerio fue una tortura para Remus. Pero nosotros, los más increíbles y mejores amigos que se puede tener, nos encargamos de que no se comiera la cabeza.
—Remus, no va a pasar nada —le repitió Peter por enésima vez, al verlo con la mirada perdida.
—¿Y si nos descubren?
—No va a pasar nada de eso —lo tranquilizó Sirius—. Va a salir todo bien; eres un buen actor y nosotros no nos quedamos atrás. Además, no vamos a contar nada que sea mentira, ¿a que no?
—No, pero…
—Nada de peros, Remsie.
—Bueno —comenzó Peter, siempre tan hábil para cambiar de tema. Una sonrisa pícara asomó por su cara—. ¿Visteis como miraba James y Lily Evans el último trimestre?
Por alguna razón que se me escapa, empezaron a mirarse y a reírse. Me sentí muy indignado: ¿en qué momento se había convertido aquello en una conversación conspiratoria contra mi persona?
—Claro que lo he visto —soltó, Sirius, socarrón. Se despeinó el pelo (válgame el señor si no estaba alucinando), me cogió la gafas y agarró a Peter de la mano, el cual se había puesto una manta roja en la cabeza.
—Estás guapísima, Evans.
—Oh, cállate Potter —respondió Peter, agudizando la voz y girando la cara en una interpretación muy acertada de la niña.
—¡Yo no hago eso! —me indigné viendo cómo los dos se daban la mano y se ponían a bailar.— ¡Ni siquiera me gusta ella!
—Claro que sí —me contradijo Peter, dando vueltas como una bailarina de ballet arrítimica—. Te la comes con los ojos.
—Y se te ha puesto la cara roja —comentó Sirius, siempre tan encantador.
La risa de Remus llenó la habitación como el canto de un pajarillo.
—No puede ser verdad. ¿Tú también, Remus?
—Bueno, siempre he pensado que te gustaba. No entiendo por qué lo niegas; Lily es una chica muy guapa.
—No más guapa que yo —saltó Sirius.
—Que dices Black, YO soy más guapo que tú.
—James, me decepcionas. Supongo que no tenemos otra opción para desempatar esto —ambos nos tiramos hacia nuestros amigos. —¿Quién es más guapo de los dos? —dijimos a la vez. De repente Peter desapareció de mi radio visual. El muy desgraciado se había largado para no responder a aquella pregunta tan importante a la que nos enfrentábamos.
—Yo creo que me debería ir a dormir ya.
—No vas a cerrar los ojos hasta que respondas Remus Lupin —se negó Sirius con los brazos cruzados.
Él puso los ojos en blanco. Tras varios minutos se silencio murmuró algo en voz tan baja que no pudimos oírlo.
—¿Qué has dicho?
—Sirius.
—No te lo puedo creer, Rems.
—Yo sabía que Remus tiene gustos acertados de belleza, ¿no has visto lo buen peluquero que es?
—Eres una persona terrible, Sirius —murmuró Remus.
—¿Piensas que es sarcasmo? —le pasó el peine y una goma del pelo.— Haz una demostración, maestro. Colgaré tu trabajo en el tablón de Hogwarts y formaré un club de fans. Lo llamaré la A.N.I.P.R.L: Asociación Nacional al Increíble Peluquero Remus Lupin
—Una idea y un nombre brillantes. Me pido primero en la peluquería —Remus sonrió y me hizo una coletita en medio de la cabeza como si fuera un Yorkshire. A mi amigo le hizo una coleta baja.
—¿Se ha adelantado carnaval? —inquirió Peter, al vernos a Sirius y a mí con nuestros nuevos y maravillosos cambios de look mientras Remus se reía a carcajadas.
—Aprende de su sabiduría. No desprecies el trabajo de maese Lupin.
—Jamás —prometió Peter muy serio—. Maese, ¿me hace dos coletitas?
Diez minutos después estábamos los cuatro fundando el nuevo club de amigas de la niña de la curva mientras hablábamos y reíamos de todas la bromas que habíamos hecho.
Aunque fuéramos amigos desde hace relativamente poco, aquellos chicos que habían marcado y me marcarían más de lo que nadie había hecho nunca. Y esperaba poder envejecer junto a ellos y tener noventa años y que Remus nos siguiera peinando de aquella forma tan horrible.

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