Capítulo 48
Con al acartonado vaso sobre mis labios, le di un último vistazo a los currículos de los postulantes para compañero de Nicholas. Cada día extrañaba más la eficaz presencia de Samantha y todavía seguía culpándome por la estúpida manera en que la había tratado.
Mientras frotaba mis cienes agotado, unos golpes en la puerta resonaron quebraron el calmado silencio de mi oficina y mi rutinaria frustración.
—¿Sí?— Relamiendo los rastros de café en mi boca, dejé caer el precario envase en el cesto a un costado. Sin prestar mucha atención, añadí —Adelante.
—Buenos días, jefe— Sonreí inmediatamente al escucharla.
Esa palabra dicha por ella me provocaba un sinfín de silenciosos sentimientos y Natalia lo sabía.
—No me digas así— Sentencié y aferrando mis manos a los brazos de la silla, me acomodé.
Mordió la esquina de su sonrisa y luego colocar un mechón de pelo tras de su oreja, se acercó a mí con unos papeles entre sus manos. En vez de detenerse del otro de la mesa, lo hizo a un costado mío y seguidamente, comenzó a situar varias fotografías sobre el escritorio de manera concentrada. Con mi mano derecha sosteniendo mi mentón y al mismo tiempo tapando mi boca, mis ojos se atrevieron a recorrer la figura de Natalia sin molestarse en pasar desapercibidos.
—¿Le gusta lo que ve, jefe?— Me provocó con ambas palmas sobre la madera.
Mis pupilas viajaron velozmente hasta su rostro y pronto se encontraron con una excitante mirada desafiante y sonrisa sobre su boca. Arqueando una ceja, relamí mis labios sin apartarme la mano de la cara.
—No tienes idea cuan loco me vuelve esa falda entubada.
Automáticamente sus mejillas adoptaron un dulce tono rosado. Con un veloz movimiento tomé su muñeca y tiré de ella. En cuanto quedó sentada sobre mí, una carcajada abandonó su garganta y sonreí ante ello.
Probé sus labios por primera vez en el día y sin poder dejar de sonreírse, se alejó de mi contacto.
—Estamos en horario de trabajo.
—Tienes razón. Sin embargo, tú me provocas sabiendo que soy débil contigo, sonrisitas. Es tu culpa.
—¿Yo te provoco?— Consultó arqueando una ceja y fingiendo estar ofendida.
—Sí. Primero que nada, esa pollera está jugando con mi autocontrol y segundo, sabes los pensamientos que me trae el que me llames jefe— Comenté sin mentir del todo.
—Eres un exagerado— Puso sus ojos en blanco y aproveché para plantarle un beso en la piel de su cuello.
Las palabras sí tenían una pizca de exageración, pero sus mejillas coloradas y su sonrisa de vergüenza, lo valían.
—¿Cómo amanecieron?— Pregunté mientras apoyaba mi mano sobre su hermoso y abultadito vientre.
Casi un mes había pasado desde las fiestas y mientras que mi futuro heredero apenas se hacía notar, los sobrinos que esperaba de mi hermano parecían que harían estallar a su madre en cualquier momento.
—Con hambre y mucha— Respondió divertida —Esto arruinará mi figura— Jugó.
—Así eres mucho más hermosa ¿Sabías?
Concentrada, peinaba mi cabello hacía atrás en tanto yo la observaba bobamente enamorado. Seguía sin poder creer que todo estuviera yendo tan bien en mi vida. Tan asombrado estaba que sentía un terrible miedo porque todo se derrumbara, como de costumbre.
—¿Quieres ir a comer?
—Primero debo cumplir mi horario, musculitos— Enfocando sus profundos y verdosos orbes sobre los míos, acarició el contorno de mi rostro.
—Sabes que no. Eres la futura señora Bolton ¿Recuerdas?— Sonreí ante mis propias palabras —Por lo cual, estás a una boda de volverte dueña de esto.
—Aunque eso suene tentador, prefiero seguir sacando fotos y dejarte la empresa para ti— Sonriendo ante la personalidad que hacía años me había enamorado, seguí acariciando su pancita —Tranquilo, puedo esperar dos horas más— Sabiendo que no cedería, me di por vencido y asintiendo, pegué mis labios a los suyos —Hablando de trabajo, esta es la sesión para la próxima publicidad ¿Cuál te gusta más?
Amaba verla poder vivir de aquello que le fascinaba. En ese instante alusiones de su sonrisa cada vez que la cámara reposaba entre sus manos, se me vino a la mente. Podría pasar toda mi vida admirándola fotografiar millones de instantes y estaría completamente satisfecho.
Cuando sus iris se estancaron en los míos exigiendo mi atención, esbocé una ladeada sonrisa y girando la cabeza, estudié las distintas escenas sobre mi negro escritorio.
Unos quince minutos después nos habíamos puesto de acuerdo para las imágenes que representarían la nueva publicidad que lanzaría la empresa. En cuanto mi prometida estuvo lista para abandonar mi despacho, me levanté y enrollé mis brazos en su cintura.
Enseguida percibí como su piel se erizaba al sentir mi calor y todo en mí vibró. El poder seguir causándole ese tipo de sensaciones me volvía loco y feliz al mismo tiempo.
Levanté su mentón usando únicamente dos dedos y devoré sus labios. Entre el trabajo, los planes de la boda, de los cuales la melliza no estaba dispuesta a desligarse, y el embarazo, no habíamos tenido mucho tiempo para nosotros.
—Te extraño— Musité sobre su boca.
Sus labios se separaron para jadear y dejé caer mis párpados antes de perder contra mis deseos reprimidos hace ya varios días. Nuestros alientos se fusionaron y acariciando su labio inferior con mi pulgar, fui testigo de como su respiración poco a poco se aceleraba.
Miré sus iris y estos ya estaban estudiando los míos, sus luceros centellaban y sabía que todo en ella deseaba lo mismo que yo.
Aferró una de sus manos a mi nuca y estrelló su boca contra la mía. Instintivamente mi lengua salió en busca de la suya y esclavo de su cuerpo, la pegué al escritorio. Un solo gemido ahogado le bastó para ganarme.
Sus suaves falanges dejaron la vergüenza para dirigirse ansiosamente hasta la hebilla de mi cinturón y como buenos sirvientes, los míos levantaron su falda, abultándola sobre sus caderas. Sus piernas se separaron y sin perder un segundo más me acomodé entre ellas. Dándole tiempo a que consiguiera desabrocharme el pantalón, humedecí la piel de su cuello con besos y aspiré su hechizante aroma.
A un milisegundo de liberar mi hombría de su cárcel de tela, el altavoz sonó.
—Están subiendo tus padres, Matt— Comentó Nicholas del otro lado.
A un centímetro de que nuestros sexos se unieran, Natalia rio en mi boca y no pude evitar hacer lo mismo.
La besé y mordiéndole sutilmente el labio inferior, me despegué. Ambos acomodamos nuestras ropas e intentamos calmar nuestro ritmo cardiaco. En tanto mi prometida peinaba su cabello, yo le di la espalda a la puerta a la espera de que mi anatomía se durmiera por completo.
—¿Está complicado?— Se burló entre risas.
—Cuando está cerca de ti no hay forma de calmarlo— Respondí mirándola por sobre mi hombro y poniendo sus ojos en blanco, quiso evitar sonrojarse.
Pocos minutos después, mi entrepierna empezaba a rendirse y la peli-negra ya cargaba nuevamente las fotografías que me había traído. Caminé hasta el centro de la oficina, me arrimé a ella y acomodé un mechón de pelo detrás de su oreja.
—Cuando termine con la reunión familiar pasaré a buscarte e iremos a comer.
—Bien... ¿Después me acompañarás a la ecografía?
—Por supuesto, sonrisitas.
Besé fugazmente sus labios y acaricié a nuestro hijo.
Un carraspeo nos obligó a distanciarnos y mirando por encima de mi chica, encontré a mis progenitores.
—Veo que no pierdes tiempo ni en el trabajo, hijo mío— Primer comentario de la arpía con la que compartía sangre y mi humor ya había cambiado.
—Hola, madre— Respondí ante la mirada suplicante de mi padre. Suspirando rodeé la cintura de Natalia con mi brazo y sin escapatoria, la presenté —Natalia, ella es mi... madre.
—Hola, mucho gusto— Relamiéndose los labios, la oji-verde se acercó a la única rubia con la intensión de saludarla —Yo soy...
—Natalia, ya escuché, querida— Paseé mi lengua por las paredes internas de mi boca ante su contestación —Tú eres otra de las secretarias que se acuesta con mi hijo ¿Cierto?— Inmediatamente todos los músculos de mi cuerpo se contrajeron y mi mandíbula se tensó. Acaba de llegar y ya lo había arruinado todo —Como esta otra chica... ¿Cómo se llamaba?— Rascando su mentón, fingió vagar por sus recuerdos.
—Carol... Prometiste comportarte— Acotó mi padre y pasando junto a su esposa, se acercó a Natalia para saludarla —Hola, Nata.
Mi mujer sonrió únicamente por educación y eso me dolió. La mayor de los Harper quería mucho a mi padre, incluso era un sentimiento recíproco. Sin embargo, la maldita lengua de Carol había conseguido inyectarle su veneno.
—Samantha— Concluyó chasqueando sus dedos —Hablando de ella, tendrías que pedirle matrimonio, Matt. Apropósito... ¿El niño que esperaban ya nació?
La ira transitaba mis venas y las quemaba a su paso. Nunca fui capaz de entender porqué mi madre se comportaba de esa forma tan poco educada y desagradable. Era hasta el día de hoy que seguía buscando el motivo por el cual Alexander decidió convertirla en su esposa y condenarse eternamente al estar junto a una mujer tan tóxica como ella.
—No esperábamos ningún niño, mamá. Tú fuiste la que me hizo creer eso.
—Que va... De igual forma deberías formalizar con ella, piensa en el futuro de la compañía. Deja de revolcarte con tus empleadas y sienta cabeza, Matt. Ya eres un adulto, tendrás tiempo para saciarte toda tu vida.
Mientras que la mandíbula de mi novia amenazaba con zafársele del rostro, mis puños ejercían cada vez más presión, llegando al punto de volverse blancos.
—¿Puedes callarte?— Pedí apretando los dientes.
—Sigues siendo tan descortés como siempre...
—¡Puta madre! ¿Es que tú nunca cierra la boca, Carol?— Había conseguido saturar la inmensa paciencia de mi padre.
—Solo digo la verdad— Se defendió prácticamente chillando —Nuestro hijo prefiere acostarse con sus empleadas a darle una buena imagen a esta empresa y tú lo apañas— Señaló a la madre de quien sería la persona más importante de mi vida —Sin ofender, querida.
Con mi cavidad toráxica rebalsaste de aire, caminé firmemente en dirección a mi madre, pero el brazo de Natalia me impidió llegar a mi destino en cuanto pasé por su lado.
—Con todo respeto, señora. Yo no soy una empleada más que se revuelca con su hijo. Aunque, si bien sí lo hago, hay una diferencia y es que estoy a meses de convertirme en su esposa— Elevando la mano hacia su suegra, la peli-negra mostró la sortija que le compramos con mi padre para navidad.
Toda la bronca que circulaba enloquecidamente por mi sistema, desapareció en un segundo para darle lugar a la sorpresa y a la diversión. Miré la cara de Alex y él estaba carcajeando en silencio. Las comisuras de mi boca se elevaron y observé a la mujer a mi lado.
—Esa es mi chica— Comenté tras besar su cabeza y las risas brotaron de mi garganta junto con las de mi progenitor.
—¡Dime que esto es una broma, Matt!— Volvió a chillar mi madre con la molestia filtrándose en el rostro.
—No lo es, madre— Contesté sonriendo y arqueando una ceja.
—Te estás equivocando, hijo. Esta chica no puede ofrecerte nada más que una hora de placer. Están tan cegado por lo que tienes entre las piernas, que no eres capaz de ver más allá de él.
—¡Deja de decir tantas estupideces, mamá!— Exclamé harto de su comportamiento.
—Esta niña no tiene dinero, mucho menos un apellido con historia y su hermano es tu secretario. Es una familia demasiado sencilla. Samantha por lo menos valía la pena. Ésta...— Miró a mi mujer una fracción de segundos y el enojo regresó a mi interior —No le llega ni a los talones. La rubia es quien te conviene y para tu facilidad, está estúpidamente enamorada de ti ¿Qué puede darte esta simple fotógrafa?
—Un hijo— Susurré inmediatamente.
—Eso puede dártelo cualquier mujer, Matt. No seas incrédulo.
Resoplé divertido ante la falta de corazón de la persona que me había dado la vida.
—¿A qué has venido, Carol?— Cuestioné centrando mi mirada en la suya.
—Tu padre me dijo que tenías unas noticias que darme y vaya que noticias fueron...
—Ahora que ya lo sabes, te veré en la boda si es que piensas asistir o mismo en el nacimiento del bebé— Argumenté buscando que se largara.
Mi madre sonrió falsamente y al no encontrar complicidad en la mirada de Alex, se despidió de todos y moviendo sus caderas, por fin abandonó la empresa.
—Y esa es mi madre...— Suspiré siguiendo el fantasma de Carol.
—Mi papá no es mucho mejor y lo sabes— Reconfortándome como de costumbre, Natalia dejó caer su cabeza sobre mi pecho.
La todavía tonificada figura de mi padre apareció frente a nosotros y sonriéndonos, se hincó de hombros.
—Vayamos a comer, mi nieto debe tener hambre— Habló con su grave tono de voz arrebatándonos una sonrisa.
—Tu nuera no quiere irse hasta cumplir su horario— Respondí y automáticamente sentí unos deditos pellizcándome las costillas.
Una carcajada rasgó mi garganta para abandonarla. El otro masculino también rio, consiguiendo un poderoso rubor en el rostro del amor de mi vida.
—De acuerdo. Entonces, los invito a cenar ¿Sí?— Propuso el retirado empresario mientras tanteaba sus bolsillos.
—Claro— Contestó la única fémina sonriendo y los iris de mi padre se iluminaron.
—Excelente. Avísale a Zaqui y a su mujer, hijo— Asentí a su pedido y ahora con su celular en mano, nos guiñó uno de sus ojos —Nos vemos a la noche, chicos.
En cuanto la puerta se cerró, volvimos a quedarnos solos. Sonriendo ladeadamente, apoyé mi mentón en el hombro de mi chica y lentamente me pegé a su cuerpo por la espalda.
—¿En dónde nos quedamos?— Murmuré en su oído causándole un escalofrío.
Natalia sonrió y mordiéndose el labio inferior, se meneó con lentitud para frotarse contra mí. Rotando sobre si misma, entrelazó sus manos detrás de mi cuello y mirándome una vez más a los ojos, pegó su boca a la mía. Sonreí bajo su beso y alzándola, me acerqué de nuevo hasta mi escritorio.
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