Capítulo 44

Dejé las bebidas junto a la puerta principal e hice un último viaje hasta mi cuarto para buscar la mochila que anteriormente había preparado. Llevaba una muda de ropa extra, según los pronósticos climáticos estos dos días la temperatura sería alta y no quería usar la misma remera si transpiraría.

Cuando volví al recibidor de mi casa, Zac seguía sin aparecer y las agujas del reloj en mi muñeca indicaban que no llegaríamos a la hora acordada con nuestras chicas. Con la mochila al hombro, me coloqué los lentes negros y abrí el portal que me separaba del mundo exterior. El olor a verano me recibió y con el sabor a café bailando todavía en mi boca, me prendí el primer cigarro del día después de salir de la oficina.

—¿Se puede saber por qué tardaste tanto?— Cuestioné ni bien sentí al otro masculino recoger las bebidas a mis espaldas.

—Estaba rasurándome— Enarqué una ceja mientras que el humo se escapaba por mi boca.

—¿Afeitándote? Pero si apenas te crece la barba— Una enorme sonrisa apareció sobre sus labios y no tardé en comprender a lo que se refería. Mis parpados cayeron y mordiendo mi sonrisa, me arrepentí de haber hablado —No tienes que contarme todo.

—Tú preguntaste— Hincándose de hombros, se echó a reír y pasó delante de mí.

—Solo espero no escucharlos— Resoplé con diversión y cerré nuestro hogar con llave.

Se colocó su mochila hacia delante y tras pegarme las bebidas al pecho, corrió su colorado vehículo hasta el asfalto.

—Ponte esto. Extraño verte con ella— Argumentó girando sobre si en tanto su mano buscaba en los interiores del bolso, el cual volvió a colocar en su espalda después de extenderme una gorra.

—¿De dónde la sacaste? Tiene años— Sonreí al ver el accesorio que tanto uso le di en mi pasado.

—Cuando nos mudamos, la encontré entre mis cosas. Siempre la tuve conmigo, pero te la doy ahora que tu malhumor comienza a desaparecer— Respondió con entusiasmo y me arrebató la bolsa con líquidos.

—¿Quién te dijo que cambié?— Frunciendo el ceño, fingí seriedad.

—Me lo dicen tus nudillos cicatrizados— Ahora su sonrisa transmitía paz u orgullo, no estaba del todo seguro.

Evité responder y sonriendo, me coloqué mi antigua gorra. Sentía como si el tiempo retrocediera, como si hubiese viajado al pasado por un momento. Tenía a mi amigo, una moto, ambos llevábamos gorras, bebidas y buscábamos escapar de todo, refugiándonos en la tranquilidad de un paisaje totalmente natural.

Me paré junto al peli-negro, esperando a que se subiera a su "bebé", así subirme yo y emprender por fin nuestro viaje. Sin embargo, sospeché que él no estaba pensando lo mismo.

—¿Qué esperas?— Cuestioné evitando bostezar.

Hoy también había sido un día agotador en la empresa. Comenzaba a sospechar que en cualquier momento a Nick le saldrían papeles hasta de los oídos de tanto trabajo que se nos había acumulado este último mes. Necesitaba contratar a otra persona rápido o ambos terminaríamos por volvernos locos.

—Maneja tú.

—¿Qué?— Respondí inmediatamente, confundido por sus palabras.

—No permito que nadie maneje a mi bebé, pero quiero revivir viejos tiempo. Y a menos que tengas la tuya estacionada en ese garaje, súbete y arranca de una vez que ya estamos llegando tarde.

Gracias a los lentes negros que traía en el rostro, sabía que mi amigo no podía ver claramente mis ojos, sin embargo, alcanzaba a distinguir mis cejas elevadas y rio ante eso.

—Está en la otra casa.

—¿Todavía la tienes? Creí que la habías vendido.

—Después de nuestro... Contratiempo— Los dos sonreímos ante la palabra —Quise venderla, deshacerme de esa moto, pero no pude. Tengo muy buenos recuerdos con ella. Aunque después de ese día no la volví a usar.

—Te diste un buen golpe— Acotó entre risas que, poniendo los ojos en blanco, acompañé.

Nos tomamos un segundo para ahogarnos en las alusiones que nuestro cerebro nos pasaba en forma de película y relamiéndome los labios, volví a la realidad. Consciente de que Zac no cambiaría de opinión, suspiré y me subí a la roja motocicleta.

Antiguas sensaciones y emociones me invadieron al sentir como el motor conseguía hacer temblar al vehículo que ahora conduciría. Sonreí y victima de la adrenalina, arranqué. El viento chocando ferozmente contra mi cuerpo, pareció devolverme una parte de mí que hace mucho tiempo había perdido.

[...]

Camino al espacio abierto en el que pasaríamos dos noches, la música ya se apoderaba de mi blanco vehículo mientras que las risas eran acompañadas por unas latas de cerveza que Catalina se encargó de repartirnos.

—Como extrañaba esta maldita camioneta— Anunció la rubia sin dejar de bailar en los asientos traseros al ritmo de la canción —Es como un sinónimo de que voy a pasarla bien.

Sonreí y acomodando la transpirada lata entre mis dedos, apoyé mi mano sobre el muslo de mi chica. Ella estaba feliz inmortalizando el momento con la cámara que yo mismo le había regalado.

—¿Te recuerda a la última vez que te sacó de vacaciones?— Reí y fruncí el ceño ante el inusual interrogatorio de Zac.

Lo miré por el retrovisor y lo encontré expectante ante la respuesta de su chica. El actual policía nunca fue alguien que se destacase por ser celoso, por el contrario, siempre fue muy seguro de sí. Sus palabras referidas a mi ex amigo y ex pareja de la melliza, me desconcertaron un poco. Aunque no tardé en comprender cuan enamorado estaba y de ahí que los celos tocaban la puerta de su conciencia por primera vez.

—¿Estás celoso, lobito?— Provocando al oji-amarillo, le sonrió y desvié la mirada para volver a centrarla en el camino.

—¿De ese idiota? Jamás. Soy mejor— Nuevamente, la humildad no le duró mucho tiempo —Va, eso creo ¿Tú que dices, barbie?

—Muchísimo mejor. En todo sentido— Le respondió dándole un toque de perversión a sus palabras.

Movimientos en el retrovisor obligaron a mis ojos a espiarlos y como era de esperarse, vislumbraron a mi amiga sobre el regazo de mi hermano.

—¡Eh, eh! ¡En mis autos ya les dije que no!— Me quejé y dándome vuelta, metí mi brazo entre ellos, queriendo separarlos.

Las risas colmaron una vez más cada rincón del vehículo. Alrededor de una hora y media después, Zac y las chicas ya estaban armando las dos carpas que habíamos traído, a la orilla del lago, mientras que yo producía el fuego y ocasionalmente lo alimentaba.

Las llamas bailaban y poseían los mismos tonos cálidos del ocaso que cubría al cielo. Aprovechando que el sol todavía iluminaba nuestro alrededor, me saqué la camiseta, saturado por el calor, y la dejé dentro de la tienda que compartiría con mi novia, a diferencia de Zac, quien la había arrojado al suelo.

Estando preparados para zambullirnos en las frescas aguas del lago, con mi mejor amigo habíamos venido en bermudas. El peli-negro pasó por corriendo por mi lado y cuando el refrescante líquido le llegó a la altura de las rodillas, saltó e improvisó un clavado.

Negando con la cabeza y sonriendo, me prendí otro cigarrillo. Admiraba a mi hermano en cierta forma, era como si nunca fuera a madurar del todo, como si todavía, a pesar del infernal dolor que vivió, tuviera el alma pura y alegre de un crio.

Una mano arrebatándome el cilíndrico filtro de tabaco, me sacó brutalmente de mis pensamientos. Miré a la rubia a mi lado dándole una profunda calada.

—Carajo— Murmuró de una forma apenas audible y tosió con intensión, buscando deshacerse del humo.

Enseguida me devolvió el cigarrillo. Parecía nerviosa, hasta desorientada me atrevería a deducir. Tomé nuevamente mi pucho y llevándolo a mis labios, la inspeccioné con la mirada. Definitivamente esta no era la Cata de siempre.

—¿Te encuentras bien?— Consulté arqueando una ceja.

—Eh... Sí, sí... ¿Por qué?

—Te ves algo... Extraña— Relamí mis labios y la observé removiéndose.

—¡No, no puede ser!— Los gritos de Zac nos obligaron a voltear a verlo. Una enorme sonrisa se veía en su boca e incluso con la distancia, se podía ver el exceso de agua recorrer su rostro —¡No puedo estar comiéndome semejante bombón!

Mordí mis labios y poniendo los ojos en blanco, llené mi interior de humo en tanto Catalina reía, rendida ante las palabras del único hombre flotando en medio del lago. Su chica se metió al agua y ansioso por tenerla entre sus brazos, se acercó a ella.

—Me encanta como te queda la gorra— Reconocí inmediatamente la voz que me susurraba al oído —Y te veías muy bien manejando una moto— Continuó haciéndome carcajear y como consecuencia a eso, la blanquecina nube me quemó la garganta al abandonar mi cuerpo antes de lo previsto.

Tosiendo ante el ardor, apagué el cigarro y guardé la colilla en la misma caja de donde lo había sacado. Tiré la cajetilla a los pies de nuestra carpa y rodeé la cintura de mi novia con los brazos.

—En ese caso, puede que use gorras más seguido y tal vez, te muestre algo que nunca llegué a contarte— Murmuré sobre sus labios y desesperado por sentirla, la besé.

Nuestras pieles se rozaban bajo la refrescante agua y su sonrisa tenía hechizados a mis ojos, ya que se negaban a mirar otra cosa. Sonriéndole, la pegué más a mí y lentamente nos llevé hacia el medio del estanque, donde ninguno haría pie.

Sus piernas no dudaron en aferrarse a mi cintura y sus manos a mis hombros. La sensación de hundirse la incitaba aferrarse a mi musculatura, haciéndola sentir segura. Su sonrisa desapareció al verse indefensa, a merced de las tranquilas aguas que la rodeaban. Besé fugazmente su boca, consiguiendo que sus comisuras se volvieran a elevar.

—Toma aire— Anuncié y sus orbes se abrieron excesivamente ante mis simples palabras.

—No es como aquella vez en tu piscina— Mencionó incrementando mi sonrisa.

Era un hecho que siempre me emocionaría al recordar tan particular noche. Nunca olvidaría el bendito día en que grabé mi nombre en su piel.

—Es mejor— Quise convencerla, pero los nervios se reflejaban en su falsa risa.

—Me ahogaré— Comunicó haciéndome reír.

—¿Crees que algo podría pasarte estando conmigo?— Arqueando una ceja, acomodé un mechón de pelo detrás de su oreja —Jamás permitiría que te sucediera algo, sonrisitas. Antes muerto.

Suspiró con miedo, pero con más confianza que antes y asintió. Le guiñé uno de mis ojos y antes de que cambiase de opinión, nos hundí.

Sonriente, la admiré. Su pelo se movía de un lado al otro, burbujas de oxígeno con diferentes tamaños se escapaban de sus labios y tenía los parpados fuertemente apretados. Resoplé divertido y sujetándole el rostro, le hice saber que todo estaba bien. Pausadamente abrió sus verdosos y encantadores orbes, y no tardó en acostumbrarlos al incoloro líquido. Intentó reír, sin embargo, antes de que el aire se le acabara, se tapó la boca.

Coloqué una mano frente a su rostro y le indiqué con ella que mirara el hermoso fondo que el lago escondía. Sus pupilas se embriagaron viendo los peces que nadaban lejanos a nosotros, con las rocas cubiertas de verdín y uno que otro colorido coral.

Mientras que Natalia se deleitaba con el paisaje bajo la laguna, yo lo hacía con su rostro colmado de alegría y emoción.

Me miró como una niña que vería un circo, en sus iris el gozo centellaba majestuosamente, alimentando mi alma. Elevando ambas cejas, le sonreí, simulando estar igual de encantado con la vista, aunque en realidad era nada más y nada menos que por ella.

—Es hermoso— Comentó ni bien salimos a la superficie y sonreí ante su emoción.

—Tú eres hermosa, sonrisitas.

Mordió su labio inferior y sujetándola por el cuello, devoré su boca con delicadeza. Saboreando el agua que sus labios portaban.

Ya casi no había rastros del astro delegado de iluminarnos y la luna junto a las estrellas comenzaban a tomar su lugar. Abandonamos el, ahora frío, estanque y con unos toallones envolviéndonos, nos sentamos ambas parejas frente a la fogata que anteriormente me había encargado de encender.

Una vez que estuvimos secos, las chicas se vistieron y con el oji-amarillo simplemente nos colocamos las camisetas que nos habíamos sacado antes de entrar al agua. Varias bolsas de snacks eran abiertas y puestas en medio de nosotros cuatro, las cuales, acompañando unos sándwiches, también se convertirían en nuestra cena. El viento soplaba débilmente, el verano había llegado.

El sonido del fuego y las diminutas chispas que soltaba, le daban un toque mágico al momento. Con una cerveza en mano y compartiendo un mismo cigarrillo con mi chica, entre todos nos pusimos a contar historias, a recordar el pasado y a reírnos de él.

El tiempo siguió avanzando y el alcohol recorría ágilmente las venas de cada uno. Las carcajadas no paraban de nacer y la música recientemente puesta era el fondo perfecto.

La necesidad de estar a solas con nuestras parejas se hizo notar. Natalia acariciaba la sombra de mi barba y simulando estar recostada en mi hombro, besaba mi cuello, jugando con el fuego de dejarme en evidencia.

Ojeé a nuestros amigos y los encontré besándose como si no hubiera un mañana. Resoplé divertido y apoyé una mano sobre el muslo de mi novia, el cual apreté con sutileza, sacándole un jadeo mudo sobre la piel de mi propio cuello.

—Hora de divertirnos— Habló Zac lo suficientemente fuerte para que nosotros escuchemos.

Después de levantarse y sacudir el pasto pegado en su bermuda, ayudó a la rubia a hacer lo mismo. En cuanto esta estuvo de pie, él se agachó y aferrándose a las largas piernas de ella, la recostó sobre su hombro y despidiéndose con la mano, se metieron a su carpa.

Cuando vi que el cierre de su tienda llegó al límite, dejé de pelear por mantener dormido aquello que Natalia se empeñaba en despertar dentro de mis pantalones.

Me giré para besarla como tanto me estaba pidiendo. Desesperadas, nuestras lenguas se buscaron para acariciarse. Sus dedos se enredaban en mi cabello y mis manos apretaban sus caderas, sedientas de tocar su piel desnuda.

Acomodé sus piernas a los costados de mi cuerpo y ni bien se sujetaron a mí, usé la fuerza de mis brazos para levantarnos a ambos sin tener la necesidad de separarnos. Una vez dentro de la impermeable tela, la tendí sobre las mantas y sin molestarme en subir de todo el cierre que se hacía pasar por puerta, me recosté sobre la oji-verde.

El beso continuó inundándose de pasión y hambre por el otro. Sus caderas no tardaron en moverse y buscando frotar su entrepierna con la mía, incrementó aún más mi erección.

Metí una mano debajo de su camiseta y masajeé su pecho derecho por encima de la maya todavía húmeda. Nuestros alientos se fusionaban y el calor nos envolvía. Sus gemidos, cuidadosos de no ser escuchados, se estrellaban contra mis labios.

Sediento de su piel, le subí la remera junto con el traje de baño y dedicándole toda mi atención a su pecho, atrapé su pezón con los labios mientras seguía acariciando el resto.

Sus uñas me rasguñaron por debajo de la remera y moviéndome sobre ella, todavía con la ropa puesta, la escuché gemir suavemente para mí.

—¡Carajo, Zac!— Gritó mi chica y con el ceño fruncido me separé de ella.

—¿Qué?

Antes de que la ira y la indignación transitaran mi sistema, me sobresalté al sentir una presencia detrás de mí.

—¡¿Qué mierda pasa contigo, hermano?!— Gritándole prácticamente en el rostro, me enderecé frente a Natalia para que se cubriera antes de que él pudiera verla y acomodé la rigidez que tenía entre mis piernas dentro de la bermuda.

Arqueando una ceja, incliné un poco la cabeza al encontrarlo totalmente pálido. Su pecho se movía pesadamente, parecía agitado, asustado. Sus amarillentos orbes estaban perdidos y fijos en los míos, aunque no me miraban.

Miré precozmente a la peli-negra y ella estaba igual de confundida que yo. Mis pupilas volaron de regreso hasta las de mi amigo y acomodándome otra vez los pantalones, que sentía me apretaban, relamí mis labios.

—¿Qué te pasa?— Cuestioné y mi ceño se frunció al no obtener respuesta —¡Eh!— Le di un seco golpe en la mejilla y por fin reaccionó sacudiendo su cabeza —¿Por qué entraste así? ¿Por qué estás tan pálido?

—La barbie...

—¿Qué le sucedió?— Natalia automáticamente se acercó a nosotros.

—Está...

—Mierda, Zac ¡Dilo de una puta vez!— Me exasperé por los nervios que recorrían a mi novia y por la salud de la suya.

Sus peculiares orbes se posicionaron en los míos. Su mirada reflejaba pánico, enojo, asombro y un mínimo destello de alegría.

—Hermano...— Susurré y sujeté su cuello, trayéndolo de vuelta a la tierra y tranquilizándolo para que pudiera hablar.

—La barbie está embarazada, hermano.

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